Movilización de la opinión pública: acusaciones de brujería

En las sociedades igualitarias, los especialistas mágico-religiosos con dedicación a tiempo parcial llamados chamanes, a menudo desempeñan un importante papel al movilizar la opinión pública y eliminar fuentes persistentes de conflictos. La mayoría de las culturas rechazan la idea de que las desgracias puedan provenir de causas naturales. Si escasean de repente los animales o si varias personas caen enfermas, se supone que alguien está practicando la brujería. La tarea del chamán consiste en identificar al culpable. Normalmente, esto se realiza mediante el arte de adivinación o clarividencia. Los chamanes averiguan el nombre del culpable entrando en trance con la ayuda de drogas, tabaco o sonidos monótonos de tambores. El pueblo exige venganza, y el malhechor cae en una emboscada y es asesinado.

Se puede pensar que esta secuencia de acontecimientos tendría que provocar más conflictos internos de los que elimina. Incluso si el acusado hubiera practicado realmente la brujería, las consecuencias de esta forma de agresión simbólica parecerían mucho menos peligrosas que las derivadas de un homicidio real. Pero es probable que los individuos asesinados no hayan intentado practicar la específica brujería de la que se les acusa o, en realidad, ni siquiera practiquen la brujería. En otras palabras, cabe la posibilidad de que los brujos sean «totalmente inocentes» del crimen que se les imputa. No obstante, lo normal es que las acusaciones de brujería del chamán, más que destruir, preserven el sentimiento de unidad del grupo.

Examinemos el caso relatado por Gertrude Dole (1966) referente a los kuikuru, grupo igualitario de indios brasileños que viven en aldeas. Un rayo había prendido fuego a dos casas. El chamán entró en trance y descubrió que el rayo había sido enviado por un hombre que había abandonado la aldea unos años antes y no había vuelto. Este hombre sólo tenía un pariente varón, el cual tampoco vivía ya en la aldea. Antes de abandonar la aldea, el brujo acusado se había prometido en matrimonio a una muchacha. El hermano del chamán había persuadido a la madre de la muchacha para que rompiera los esponsales y le permitiera casarse con ella.

En el transcurso de la ceremonia de adivinación, el chamán entabló diálogos con varios miembros interesados de la comunidad. Cuando, finalmente, reveló la identidad del culpable, suscitó gran ansiedad. Varios individuos, uno tras otro, se mantuvieron aparte en la plaza y hablaron largos monólogos… En el calor de la excitación, el hermano del chamán se marchó con algunos compañeros para matar al hombre sospechoso de brujería (Dole, 1966:76).

La etnógrafa señala que entre los kuikuru un cambio de residencia de una aldea a otra normalmente indica que ha estallado alguna pelea y que, en efecto, el individuo ha sido condenado al ostracismo (los kuikuru sospechaban que a Dole y a su marido antropólogo se les había «echado a patadas» de su propia sociedad). Así, el hombre acusado de hechicería no era una figura elegida al azar, sino alguien que cumplía varios criterios bien definidos: 1) una historia de disputas y peleas dentro de la aldea; 2) motivación para continuar haciendo daño (el compromiso roto); 3) débil apoyo del grupo de parentesco.

Así, la acusación del chamán no se basaba en una decisión impensada; había habido un largo periodo de incubación en el que el chamán, en o fuera de trance, había tenido amplia oportunidad de sondear la actitud de sus con aldeanos hacia el acusado. Como indica Dole, la autoridad sobrenatural del chamán le permite hacer acusaciones públicas. Pero los chamanes no tienen el mando (como pretenden hacernos creer las versiones de cine y televisión en las que el siniestro curandero pone a los «nativos» en contra de los amistosos exploradores europeos). Antes bien, están constreñidos en buena medida por la opinión pública. Aunque el acto de adivinación parece descargar la responsabilidad del proceso judicial en el chamán, es obvio que este en realidad «deduce, formula y expresa la voluntad del pueblo». (Dole, 1966:76). Los chamanes abusan de sus dones sobrenaturales si acusan a gente que es muy apreciada y goza de un fuerte apoyo del grupo de parentesco.

Si persisten en cometer tales errores, serán condenados al ostracismo y, finalmente, asesinados.

Lo peculiar de la brujería como medio de control social es que rara vez se puede descubrir a sus practicantes, si es que existen. El número de personas falsamente acusadas de brujería, probablemente, excede con mucho al número de las que lo son justamente. Está claro, pues, que el hecho de no practicarla no representa ninguna garantía contra una acusación de brujería. ¿Cómo cabe protegerse de estas acusaciones falsas? Actuando de una manera amable, abierta, generosa; evitando las peleas, haciendo todo lo posible para no perder el apoyo del propio grupo de parentesco. Así, la muerte en ocasiones de un supuesto hechicero produce algo más que la simple eliminación de unos cuantos individuos real o potencialmente antisociales. Estos incidentes violentos convencen a todo el mundo de la importancia de no ser tomado por un malhechor. De ahí que, como sucede entre los kuikuru, la gente se vuelve más amable, cordial, generosa y dispuesta a cooperar.

La norma de ser amable disuade a los individuos de acusarse mutuamente de delitos; por tanto, en ausencia de un control político o de parentesco eficiente, las relaciones interpersonales se han convertido en una especie de juego, en el que casi la única regla restrictiva es no mostrarse hostilidad unos a otros por temor a hacerse sospechosos de brujería (Dole, 1966:74).

Este sistema no está exento de fallos. Se conocen muchos casos de sistemas de brujería que parecen haberse desmoronado, involucrando a la comunidad en una destructiva serie de acusaciones de brujería y homicidios vengativos. No obstante, la interpretación de estos casos (en especial en situaciones de intenso contacto colonial, como en África y Melanesia) debe relacionarse cuidadosamente con las condiciones subyacentes en la vida comunitaria. En general, la incidencia de las acusaciones de brujería varía de acuerdo con la disensión y frustración existentes en la comunidad (Mair, 1969; Nadel, 1952). Cuando una cultura tradicional se ha trastocado por la exposición a nuevas enfermedades, la competencia creciente por la tierra y el reclutamiento de mano de obra asalariada, se puede esperar una época de mayor disensión y frustración. Este periodo también se caracterizará por una gran actividad en aquellos que son hábiles en descubrir y exponer los efectos malévolos de las brujas, como en el caso del desmoronamiento de la sociedad feudal en Europa y la gran caza de brujas de los siglos XV a XVII.