El «comunismo primitivo»

En las sociedades organizadas en bandas, todos los adultos tienen normalmente libre acceso a los ríos, lagos, playas y océanos, a todas las plantas y animales, y al suelo y subsuelo. En la medida en que estos factores son básicos para la obtención de energía y materiales que sustentan la vida, son «propiedad» colectiva.

Los antropólogos han registrado la existencia de territorios de caza y recolección que son propiedad de una familia nuclear o incluso de un individuo en sociedades americanas organizadas en bandas del Canadá. Pero la posterior investigación ha mostrado que estas pautas de propiedad estaban asociadas al comercio de pieles y no existían en tiempos aborígenes (Speck, 1915; Leacock, 1973; Knight, 1974). En otros casos, los relatos sobre territorios propiedad de una familia no distinguen entre derechos ideológicos y conducta real. Hay que contrastar el hecho de que una familia nuclear considere un área concreta como «suya» con las condiciones bajo las que otros puedan usarla y las consecuencias que tiene la violación de la «propiedad». Si el permiso para utilizar el área se otorga siempre libremente y si su explotación sin permiso suscita simplemente alguna queja o insultos, es incorrecto usar el concepto moderno de «propiedad».

Entre los !kung san, las charcas y los territorios de caza y recolección son, desde una perspectiva emic, «propiedad» de los grupos centrales de bandas concretas. Pero como las bandas vecinas están emparentadas por matrimonios entre sus miembros, hay una gran posibilidad de acceso a los recursos como resultado de mutuas visitas. Rara vez se rechaza a los vecinos que piden permiso para visitar y explotar los recursos de un campamento concreto. Incluso los que vienen de bandas lejanas y no están emparentados con los huéspedes reciben normalmente permiso para permanecer, especialmente durante cortos periodos, ya que se entiende que los huéspedes pueden devolver la visita en el futuro (Lee, 1979:337).

El predominio de la propiedad colectiva de la tierra no significa que las bandas de cazadores y recolectores carezcan por completo de propiedad privada. La teoría del «comunismo primitivo», según la cual uno de los estadios universales en el desarrollo de la cultura se caracterizó por la ausencia total de propiedad privada (cf. Epstein, 1968), no se ve respaldada por los hechos. Muchos objetos materiales de las sociedades organizadas en bandas están bajo el control (esto es, son «propiedad») de individuos específicos, en especial los artículos que el propio usuario ha producido. Hasta los miembros de las sociedades más igualitarias creen normalmente que las armas, ropas, recipientes, adornos, útiles y otros «efectos personales» no se deben coger o utilizar sin el consentimiento de su «propietario». Sin embargo, es remota la posibilidad de que el hurto o la apropiación indebida de tales objetos provoque graves conflictos.

En primer lugar, la acumulación de posesiones materiales está rígidamente limitada por la necesidad periódica de levantar el campamento y recorrer largas distancias a pie. Por añadidura, la mayoría de los artículos utilitarios pueden pedirse prestados sin dificultad cuando su propietario no los use. Si estos artículos (flechas, puntas, redes, recipientes de corteza o calabaza) no existen en cantidad suficiente para todos, el fácil acceso a las materias primas y la posesión de las habilidades requeridas proporcionan a los necesitados la posibilidad de fabricarse los suyos. Además, en las sociedades formadas tan sólo por unos cuantos cientos de personas, los ladrones no pueden ser anónimos. Si el robo se vuelve habitual, finalmente una coalición de las partes afectadas tomará medidas. Si sólo se codicia algún que otro articulo, lo mejor es pedirlo abiertamente. La mayor parte de estas peticiones se satisfacen fácilmente, ya que la reciprocidad es el modo predominante de intercambio. Por último, hay que señalar que, al contrario de lo que indica la experiencia de los modernos atracadores de bancos, nadie puede ganarse la vida robando arcos y flechas o tocados de plumas, porque no hay ningún mercado regular en el que tales artículos puedan intercambiarse por alimentos (véase Cap. 6. Organización económica).