Los yanomamo proporcionan una prueba importante de la teoría de que la guerra tiene una base infraestructural incluso entre grupos de bandas y aldeas que tienen muy bajas densidades de población. Los yanomamo, con una densidad de menos de una persona por Km2, obtienen con poco esfuerzo su principal fuente de calorías de los plataneros y bananeros que crecen en sus huertos del bosque. Al igual que los maring (Cap. 4. Producción), queman el bosque para iniciar la explotación de estos huertos. Pero las bananas y plátanos son plantas perennes que proporcionan altos rendimientos por unidad de input de trabajo durante muchos años consecutivos. Como los yanomamo viven en medio del mayor bosque tropical del mundo, las pocas quemas que realizan no amenazan con «devorar» los árboles. Una aldea yanomamo típica tiene menos de 100 habitantes, una población que fácilmente podría cultivar suficientes bananas o plátanos en huertos cercanos sin tener que desplazarse jamás. Sin embargo, las aldeas yanomamo se escinden continuamente en fracciones que se desplazan a nuevos territorios.
Se ha sugerido que pese a la aparente abundancia de recursos, el alto índice de guerras entre los yanomamo es provocado por el agotamiento de recursos y la presión demográfica. Los recursos en cuestión son la carne. Al contrario de los maring, los yanomamo no tienen fuentes domesticadas de carne, por lo que deben obtenerlas de la caza y la recolección. Además, a diferencia de muchos otros habitantes de la cuenca amazónica, los yanomamo tradicionalmente no han tenido acceso a los grandes peces fluviales y los animales acuáticos que, en otros lugares, proporcionaban alimentación animal de alta calidad, suficiente para abastecer a aldeas con más de 1000 habitantes.
Es posible que los seres humanos se mantengan sanos con dietas que carecen de alimento animal; sin embargo, carne, pescado y otros productos animales contienen paquetes compactos de proteínas, grasa, minerales y vitaminas que los convierten en fuentes de nutrientes extremadamente valiosas y eficaces.
La teoría que relaciona la carne con la guerra entre los yanomamo viene a ser como sigue: a medida que las aldeas crecen, la caza intensiva disminuye la disponibilidad de presas en el entorno. La carne de los grandes animales escasea y la gente se ve obligada a consumir más animales pequeños, insectos y larvas —la conocida respuesta de amplio espectro (véase Cap. 4. Teoría de la optimización del forrajeo)—. Se alcanza el punto de los rendimientos decrecientes. Aumentan las tensiones dentro y entre las aldeas, y esto las lleva a escindirse antes de agotar de modo permanente los recursos animales. Esto provoca asimismo la escala de incursiones, que dispersa las aldeas yanomamo sobre un extenso territorio, a la vez que protege los recursos vitales al crear tierras de nadie que funcionan como reservas de caza (Harris, 1984).
Algunos antropólogos con un conocimiento de primera mano de los yanomamo han rechazado esta teoría. Subrayan el hecho de que no hay indicios clínicos de deficiencia de proteínas entre los yanomamo. Han mostrado, además, que, al menos en una aldea cuya población era de 35 habitantes, el consumo total de proteínas per cápita era de 75 gramos por día y adulto, cifra muy superior a la ración mínima de 35 gramos para todas las formas de proteínas recomendada por la FAO. También han demostrado que las aldeas yanomamo con bajos niveles de consumo de proteínas (36 gramos) guerrean al parecer con la misma frecuencia que las que tienen un alto consumo de proteínas (75 gramos) por adulto. Finalmente, señalan que otros grupos en el Amazonas, tales como los achuara, consumen hasta 107 gramos de proteínas animales per cápita y, a pesar de todo, son muy belicosos (Chagnon y Hames, 1979; Lizot, 1977,1979). No obstante, Kenneth Good (1982) ha demostrado que la obtención de un adecuado abastecimiento de carne es una preocupación constante entre los yanomamo, que en realidad sólo comen carne una o dos voces a la semana de media. Good también destaca que la eficacia de la caza disminuye en las zonas próximas a los poblados, por lo que frecuentemente necesitan cazar a grandes distancias, lo que a veces obliga a toda la aldea a realizar largas incursiones. Si no fuera por estas largas jornadas fuera de la aldea, la caza cercana pronto estaría completamente esquilmada (Good, 1986).
Eric Ross (1979) señala, además, que el promedio diario de proteínas animales consumidas es una cifra muy engañosa. Debido a las fluctuaciones en el número y tamaño de los animales capturados por los cazadores yanomamo, en realidad hay muchos días en los que se dispone de poco o nada de carne. En los días en que se captura un gran animal como un tapir, el índice de consumo puede llegar hasta 250 gramos o más por adulto; pero durante semanas enteras el índice de consumo puede que no sobrepase los 30 gramos por adulto y día.
Así pues, la ausencia de signos clínicos de deficiencia de proteínas no supone un argumento en contra de la teoría, sino que corrobora la tesis general de que los pueblos organizados en bandas y aldeas gozan de altos niveles de salud en la medida en que controlan su crecimiento demográfico (véase Cap. 5. La influencia de las enfermedades y otros factores naturales), y que la guerra evita que los yanomamo alcancen el punto de los rendimientos decrecientes y sufran los efectos del agotamiento de los recursos. El hecho de que tanto las aldeas que gozan de un elevado consumo de proteínas como las que consumen menos manifiesten idénticos niveles de actividad bélica tampoco cuestiona la teoría, porque, como sucede entre los maring y los mae enga, la guerra enfrenta forzosamente a aldeas que se encuentran en diferentes estadios de crecimiento. De ahí que los grupos yanomamo con menor base infraestructural inmediata para emprender la guerra tal vez no tengan otra opción que la de organizar contraincursiones frente a grandes grupos que están agotando sus reservas de caza y atacando a sus vecinos con menor densidad de población para ampliar su territorio de caza. La teoría en cuestión hace hincapié en que la guerra es un fenómeno regional que implica ajustes de población y recursos.
Hay múltiples datos que apoyan la imagen de que la fauna amazónica es un recurso frágil, que se agota fácilmente, con un balance consecuentemente adverso entre costos y beneficios y/o una reducción del consumo de carne per cápita. Michael Baksh (1982), por ejemplo, ha documentado cuantitativamente el efecto de la nuclearización de las casas machiguenga dispersas (véase Cap. 6. Pautas de trabajo) en un poblado de unas 250 personas en el este del Perú. Baksh concluye que los recursos de la fauna en las cercanías del poblado «han ido yendo significativamente en declive», que «en un intento de mantener los niveles anteriores de consumo de carne los hombres tienen que trabajar mucho más», que «hacen más expediciones de caza y pesca hacia lugares distantes» y que «los recursos de fauna tienen una disponibilidad limitada y esto fomenta la existencia de grupos pequeños y móviles». (1982:12-13):
Muchas veces llegan los hombres a casa con las manos vacías, o tan sólo con unos pocos cangrejos, algunas frutas silvestres, nueces, o materiales para hacer objetos. Una expedición de día o de noche que tenga éxito apenas consigue un mono pequeño o unas pocas aves. En un periodo de 17 meses, sólo consiguieron… un tapir y seis pecarís (ibíd:13).
Michael Paolisso y Ross Sackett (1982:1) informan sobre «una extrema escasez de proteínas de alta calidad» entre los yupka (no-amazónicos) del oeste de Venezuela. A pesar de que los yupka utilizan escopetas de caza (o precisamente por eso), el consumo diario de proteína animal ha caído desde una cantidad bastante importante hasta los 4,8-11,3 gramos per cápita y día, cantidad medida utilizando diferentes métodos de consumo (comunicación personal, Michael Paolisso).
Del mismo modo, William Vickers (1980:17) informa que la población de una aldea sionasicoya en el nordeste del Ecuador creció de 132 personas en 1973 a 160 en 1979, mientras que la caza se redujo en un 44 por ciento, el tiempo dedicado a la caza aumentó en un 12 por ciento y la eficiencia calórica descendió en un 50 por ciento. Estos efectos negativos fueron particularmente duros en relación a capturas de animales más grandes, que son los preferidos.
Todos estos datos sugieren que la guerra entre los yanomamo se comprende mejor si se la considera tanto un medio de contener las tasas de crecimiento de la población en niveles bajos como una condición previa para asegurar la captura y consumo de animales de caza de calidad alta. Pero, para verificar con más propiedad esta teoría, serían necesarios más datos acerca de las consecuencias regionales de la guerra sobre el crecimiento de la población y sobre el agotamiento de los recursos.