Las relaciones de parentesco se confunden a menudo con las relaciones biológicas. Pero el significado emic de la filiación no es equivalente a su significado biológico. Como ya he indicado, el matrimonio puede establecer de modo explícito la «filiación» respecto a hijos que, desde un punto de vista biológico, no están relacionados con el «padre» culturalmente definido. Incluso cuando una cultura insiste en que la filiación ha de basarse en la paternidad biológica real, las instituciones domésticas pueden hacer difícil la identificación del padre biológico. Por estas razones, los antropólogos han distinguido entre el «padre» culturalmente definido y el genitor, o padre biológico real. Una distinción similar es necesaria en el caso de la «madre». Aunque la madre culturalmente definida es normalmente la genetrix, la práctica de la adopción crea muchas discrepancias entre la maternidad emic y etic.
Las teorías de la reproducción y la herencia varían de una cultura a otra, «pero, por lo que sabemos, ninguna sociedad humana carece de una teoría de este tipo». (Scheffer, 1973: 749). La filiación es la creencia de que ciertas personas desempeñan un papel importante en la procreación, nacimiento y crianza de los hijos. Como ha sugerido Daniel Craig (1979), la filiación implica la conservación de algún aspecto de la sustancia o espíritu de la gente en futuras generaciones, y es, pues, una forma simbólica de inmortalidad. Tal vez sea esta la razón por la que se cree universalmente en la filiación.
En las tradiciones populares occidentales, las parejas casadas están vinculadas a sus hijos sobre la base de la creencia de que tanto el varón como la hembra contribuyen por igual a su existencia. El semen del varón se considera análogo a la semilla, y el útero de la mujer al campo en el que este se planta. Se supone que la sangre, el fluido más importante que sustenta y define la vida, varía según la filiación. Por las venas de cada hijo corre, según se cree, una sangre que procede de la madre y del padre. A consecuencia de estas imágenes, «los parientes consanguíneos» se distinguen de los parientes relacionados sólo por el matrimonio. Esto llevó a los antropólogos del siglo XIX a emplear la calificación etnocéntrica de consanguíneas (de la misma sangre) para designar las relaciones de filiación.
La filiación no depende necesariamente de la idea de herencia de sangre, ni tampoco implica necesariamente aportaciones iguales del padre y de la madre.
Los ashanti, por ejemplo, creen que la madre sólo aporta la sangre, y que únicamente determina las características físicas del hijo. Su disposición espiritual y temperamento son, por el contrario, producto del semen del padre.
Para los alórese de Indonesia, el hijo se forma a partir de una mezcla de fluidos seminales y menstruales que se acumulan durante dos meses antes de empezar a solidificarse. Muchas otras culturas comparten esta idea de un crecimiento lento del feto como resultado de adiciones repetidas de semen durante el embarazo.
Según los poliándricos tamil de la costa de Malabar, en la India, el semen de varios varones diferentes puede contribuir al desarrollo de un mismo feto.
Los esquimales piensan que el embarazo se produce cuando un niño-espíritu trepa por las orejas de las botas de una mujer y es alimentado con semen.
En cambio, los trobriandeses profesan un famoso dogma que niega al semen cualquier papel en la procreación. Pero, también en este caso, la mujer queda embarazada cuando un niño-espíritu se introduce, trepando, en su vagina. La única función física del varón trobriandés consiste en ensanchar el canal hacia el útero. Sin embargo, el «padre» trobriandés desempeña un papel social esencial, puesto que ningún niño-espíritu que se precie se introducirá en una muchacha trobriandesa que no esté casada.
Fig. 8.1. CÓMO LEER LOS DIAGRAMAS DE PARENTESCO.
Una negación similar del papel procreador del varón se da en Australia; por ejemplo, los murngin creen que los niños-espíritu viven en las profundidades de algunos pozos sagrados. Para que ocurra la concepción, uno de estos espíritus aparece en los sueños del futuro padre. Durante el sueño, el niño-espíritu se da a conocer y pregunta a su padre cuál es la mujer que va a ser su madre. Después, cuando esa mujer pasa cerca del pozo sagrado, el niño-espíritu sale nadando en forma de pez y se introduce en su útero.
Así pues, a pesar de la gran diversidad de teorías sobre la naturaleza de los papeles procreadores, hay un reconocimiento universal de alguna acción especial de cooperación que vincula tanto al marido como a la esposa al proceso de la reproducción, aunque a veces lo haga de forma bastante desigual y con expectativas muy diferentes en cuanto a derechos y obligaciones.