Incluso los cazadores y recolectores desean objetos de valor, como sal, sílex, obsidiana, ocre rojo, cañas y miel, que son producidos o controlados por grupos con los que no tienen ningún lazo de parentesco. Entre pueblos organizados en bandas y aldeas, las transacciones económicas entre individuos no emparentados se basan en el supuesto de que todos los que en ellas intervienen tratarán de salir ganando en el intercambio mediante argucias y hurtos. Como consecuencia, es probable que las expediciones comerciales sean extremadamente peligrosas y guarden cierto parecido con partidas de guerra.
Un mecanismo interesante para facilitar el comercio entre grupos distantes se denomina comercio silencioso. Los objetos a intercambiar se exponen en un calvero y el primer grupo se retira. El otro inspecciona las mercancías y deposita los productos que estima son un intercambio justo. El primer grupo vuelve y, si está satisfecho, retira los objetos intercambiados. En caso contrario, deja intactas las mercancías en señal de que todavía no se ha igualado la cuenta. Los mbuti de la selva del Ituri intercambian de esta manera carne por bananas con los agricultores bantúes, y los veddas de Sri Lanka intercambian con los cingaleses miel por útiles de hierro.
En las aldeas agrícolas preestatales encontramos relaciones comerciales más desarrolladas. Condiciones especialmente favorables para la aparición de mercados parecen haber existido en Melanesia, donde, como en Malaita, en las islas Salomón, las mujeres intercambian con regularidad pescado por cerdos y vegetales bajo la protección armada de sus hombres. Entre los kapauku de Nueva Guinea occidental tal vez existieran mercados plenamente desarrollados, en los que se usaban conchas y abalorios como dinero (véase Cap. 6. ¿Un capitalismo primitivo?: el caso de los kapauku), antes de la llegada de la dominación europea. Sin embargo, hablando en general, el mercado y el dinero como modo regular de comercio están asociados a la evolución del Estado y al mantenimiento del orden mediante fuerzas policiales y militares.
Tal vez la solución más frecuente al problema del comercio sin lazos de parentesco o mercados supervisados por el Estado sea el establecimiento de asociaciones especiales de comercio. Mediante esta institución, los miembros de diferentes bandas o aldeas llegan a considerarse unos a otros como parientes metafóricos. Los que participan en las expediciones comerciales tratan exclusivamente con sus asociados, de quienes reciben el trato de «hermanos», así como alimento y alojamiento. Los asociados se rigen en sus tratos de acuerdo con el principio de la reciprocidad, niegan estar interesados en salir ganando en la negociación y ofrecen sus mercancías en forma de regalos (Heider, 1969).