El problema de los aprovechados

Todos sabemos por propia experiencia con los regalos de cumpleaños y Navidad que no cumplir con los deberes de reciprocidad suscita malestar entre parientes próximos y amigos y entre maridos y esposas. Los «gorrones» no gozan de las simpatías de nadie. En economías en las que predomina la reciprocidad, el intercambio claramente asimétrico tampoco pasa inadvertido. Así, algunos individuos tendrán fama de recolectores diligentes o cazadores excepcionales mientras que otros adquieren reputación de gandules o remolones. No existen mecanismos específicos que obliguen a los deudores a saldar la cuenta. Pero sí hay sutiles sanciones para impedir que existan aprovechados. La conducta de este estilo genera una corriente soterrada y permanente de desaprobación. Los aprovechados acaban sufriendo sanciones colectivas. A veces, pueden ser objeto de reacciones violentas porque se sospeche que están embrujados o que han embrujado a otros mediante hechizos (véase Cap. 9. Movilización de la opinión pública: acusaciones de brujería).

Lo que distingue, pues, al intercambio recíproco, no es, simplemente, que se regalen productos y servicios sin ningún pensamiento o expectativa de devolución, sino más bien que: 1) no hay ninguna devolución inmediata; 2) no se efectúa ningún cálculo sistemático del valor de los servicios y productos intercambiados; y 3) no se reconocen abiertamente este tipo de cálculos ni la necesidad de que la balanza acabe nivelándose.

¿No hay entonces intercambios correspondientes a lo que Bronislaw Malinowski llamaba «regalo puro»? ¿Hemos de buscar siempre motivos ocultos, egoístas, materiales cada vez que los productos del trabajo se transfieren de un individuo o grupo a otro? No queremos decir nada de esto. La concesión de regalos sin ninguna reciprocidad tangible en servicios o productos es un fenómeno universal.

Pero también está fuera de toda discusión que algunos seres humanos, en todas las poblaciones, tenderán a «aprovecharse» si se les presenta la ocasión. Aunque todo modo de producción puede tolerar un cierto número de este tipo de personas, en algún punto debe establecer un límite. Es decir, ninguna cultura puede basar la producción y distribución de bienes y servicios en sentimientos puramente altruistas. Lo que sucede, especialmente a nivel de bandas y aldeas, pequeñas sociedades preestatales, es que los bienes y servicios son producidos e intercambiados recíprocamente de tal modo que las nociones de balance, deuda u obligación material se mantienen en una posición subordinada desde un punto de vista emic. Esto se lleva a cabo expresando la necesidad del intercambio recíproco en forma de obligaciones de parentesco. Dichas obligaciones de parentesco (Cap. 7. La organización de la vida doméstica) establecen expectativas recíprocas respecto a los alimentos, la vestimenta, el alojamiento y otros bienes económicos.

Las transacciones basadas en el parentesco sólo constituyen una parte muy exigua de los modernos sistemas de intercambio, mientras que entre cazadores-recolectores y agricultores de pequeña escala casi todos los intercambios ocurren entre parientes, o al menos amigos íntimos, para los que dar, recibir y usar bienes está impregnado de un significado sentimental y personal.