No cabe la menor duda de que, en general, las sociedades organizadas en bandas y aldeas carecen de los rasgos esenciales del capitalismo porque, como hemos visto, sus sistemas de intercambio se basan en intercambios recíprocos y redistributivos en vez de intercambios de mercado. Con todo, en algunos casos los sistemas recíprocos y redistributivos de carácter igualitario pueden mostrar algunos rasgos que nos recuerdan mucho a los de los sistemas capitalistas contemporáneos.
Los papúes kapauku de Irían occidental, Indonesia, son un caso pertinente. Según Leopold Pospisil (1963), la mejor forma de describir la economía de los kapauku es como un «capitalismo primitivo». Toda la tierra cultivable de los kapauku es, según se dice, propiedad privada; las ventas en dinero son el medio regular de intercambio; el dinero, en forma de conchas y abalorios, se puede utilizar para comprar alimentos, animales domesticados, cultivos y tierra; también se usa para remunerar el trabajo. Se afirma también que hay tierras arrendadas (véase Cap. 6. La propiedad de la tierra) e interés sobre los préstamos. Sin embargo, un examen más detenido de la situación de tenencia de la tierra revela diferencias fundamentales entre la economía política de los kapauku y las sociedades campesinas capitalistas (véase Cap. 11. Las clases campesinas). Para empezar, no existe una clase terrateniente. En efecto, el acceso a la tierra es controlado por grupos de parentesco llamados sublinajes (véase Cap. 8. Parentesco, residencia y filiación). Todo individuo es miembro de un grupo de este tipo. Estos sublinajes controlan los terrenos comunales que Pospisil llama «territorios».
Sólo dentro de los territorios de los sublinajes se puede hablar de propiedad privada, y el significado económico de estos derechos de propiedad es mínimo en varios aspectos: 1) el precio de la tierra es tan barato que todos los huertos explotados tienen un valor comercial en conchas-dinero inferior al de 10 hembras de ganado porcino; 2) la prohibición de transgredir la propiedad no se aplica a los parientes del sublinaje; 3) aunque hasta los hermanos se exigen unos a otros pagos por arrendamiento, el crédito se concede libremente a todos los miembros del sublinaje. La forma más frecuente de crédito respecto a la tierra consiste simplemente en cederla en calidad de préstamo, es decir, con la esperanza de que el favor se devolverá en breve; 4) cada sublinaje está bajo el liderazgo de un cabecilla (véase Cap. 9. Ley, orden y guerra en las sociedades igualitarias). Pero la autoridad del cabecilla depende de su generosidad, en especial hacia los miembros de su propio sublinaje. Un cabecilla rico no rehúsa prestar a sus parientes todo lo que necesitan para acceder al medio, puesto que un «individuo egoísta que amasa dinero y no es generoso nunca verá el modo de que su palabra se tome en serio y sus consejos y decisiones sean acatados, no importa cuan rico pueda ser». (Pospisil, 1963:49).
Es evidente, pues, que la riqueza del cabecilla no incluye el poder de la propiedad asociado al verdadero capitalismo. En Brasil o la India, a los arrendatarios o aparceros se les puede prohibir el acceso a la tierra y al agua sin que importe la reputación del terrateniente. Bajo las reglas de la verdadera propiedad privada de tierras, al alguacil y a los funcionarios policiales que expulsan a los arrendatarios de las tierras les trae sin cuidado que el terrateniente sea «egoísta».
Pospisil argumenta que las diferencias en la riqueza se correlacionan con llamativas diferencias en el consumo de alimentos y que los niños kapauku de los hogares pobres están desnutridos, mientras que sus vecinos están bien alimentados.
Sin embargo, estos vecinos no son miembros del mismo sublinaje: como señala Pospisil, los parientes del sublinaje «muestran un afecto mutuo y un fuerte sentido de pertenencia y unidad» y «cualquier clase de fricción dentro del grupo se considera deplorable». (1963:39). No debe causar ninguna sorpresa el que algunos sublinajes sean más pobres que otros. Enfermedades y desgracias de diferentes clases a menudo provocan desigualdades en el bienestar físico entre las diferentes unidades de parentesco que son los pilares de las sociedades sin Estado. Sin embargo, sería raro que estas desgracias se perpetuasen de modo tal que los pobres kapauku llegaran a formar parte de una clase indigente como sucede en el verdadero capitalismo. Sin el Estado, las desigualdades económicas acusadas siempre serán efímeras, porque los ricos no pueden defenderse frente a la petición de los pobres de que se les dé crédito, dinero, tierra o lo que sea necesario para acabar con su pobreza. Bajo condiciones aborígenes, algunos aldeanos kapauku podían pasar hambre mientras sus vecinos comían bien; pero es sumamente improbable que esto se debiera a la falta de acceso a la tierra, el dinero o el crédito.
Un redistribuidor tacaño en una sociedad sin Estado es una contradicción de términos por la sencilla razón de que no existe una policía que proteja a esta gente de las intenciones asesinas de aquellos a los que rehúsa ayudar. Como dice Pospisil:
Los individuos egoístas y avaros, que han amasado una enorme fortuna personal, pero que no han cumplido con el requisito de la «generosidad» hacia sus compañeros de tribu menos afortunados, pueden ser, y de hecho frecuentemente lo son, ejecutados… Incluso en regiones como el valle de Kamo, donde la avaricia no está penada con la muerte, un hombre rico no generoso puede ser condenado al ostracismo, reprendido y, por consiguiente, inducido finalmente a cambiar su modo de ser (1963:49).