El intercambio de mercado alcanza su máximo desarrollo cuando está inserto en la forma de economía política llamada capitalismo. En las sociedades capitalistas, la compra-venta mediante dinero de uso múltiple se extiende a la tierra, recursos y alojamiento. El trabajo tiene un precio llamado salario, y el mismo dinero tiene un precio llamado interés. Por supuesto, no existe nada parecido a un mercado totalmente libre en el que el precio esté fijado única y exclusivamente por la oferta y la demanda y en el que todo se pueda vender. Sin embargo, en comparación con otras formas de economía política, el capitalismo se puede describir como una economía política en la que con dinero se pueden comprar todas las cosas. Por ello, todo el mundo trata de adquirir tanto dinero como sea posible, y el objeto de la producción no es simplemente proporcionar bienes y servicios valiosos, sino incrementar la posesión de dinero, es decir, obtener beneficios y acumular capital. El ritmo de producción capitalista depende de la tasa a la que se pueden obtener beneficios, y esta a su vez de la tasa a la que la gente compra, usa, gasta y destruye bienes y servicios. De ahí que se dedique un enorme esfuerzo a ensalzar las virtudes y beneficios de los productos para convencer a los consumidores de que realicen nuevas compras. El prestigio se otorga no a la persona que trabaja más duro o reparte la mayor cantidad de riqueza, sino a la que tiene más posesiones y consume al ritmo más alto.
En teoría, las economías políticas socialistas y comunistas intentaron sustituir el consumismo de mercado y la preocupación obsesiva por la ganancia de dinero por formas igualitarias de redistribución e intercambios recíprocos. Sin embargo, todos los estados socialistas contemporáneos funcionan con economías monetarias de mercado, y muchos de ellos están tan orientados hacia la posesión como las sociedades capitalistas. También es cuestionable que alguno de ellos haya alcanzado la sociedad sin clases que es el requisito previo para las formas realmente igualitarias de redistribución (véase Cap. 11. Grupos estratificados: clases, castas, minorías y etnias).
El capitalismo provoca, inevitablemente, desigualdades acusadas en la riqueza, cimentadas en la propiedad privada o acceso diferencial a los recursos y a la infraestructura de la producción. Como en todas las economías estratificadas, la coacción del Estado es necesaria para evitar que los pobres expropien la riqueza y privilegios de los ricos. No obstante, algunos antropólogos reconocen muchos de los rasgos del capitalismo en sociedades preestatales que carecen de las leyes y de los medios policiales y militares de control administrados por el Estado. Examinemos, pues, la cuestión del grado en que el capitalismo está prefigurado en algunas sociedades de bandas y aldeas.