El problema del alimento de origen animal

Otro problema que plantean los modos de producción como la tala y quema es la desaparición de especies animales.

Este problema es especialmente agudo cuando la alimentación se basa, primordialmente, en el cultivo de tubérculos deficitarios en proteínas, como las batatas, los ñames, la mandioca y el taro. Los ecosistemas naturales de los bosques tropicales producen gran cantidad de biomasa vegetal por hectárea, pero son productores muy pobres de biomasa animal comparados, por ejemplo, con las praderas y los ecosistemas marinos (Richards, 1973). Los animales que habitan los bosques tropicales tienden a ser pequeños, furtivos y arbóreos. Cuando crece la densidad demográfica humana, estos animales empiezan a escasear rápidamente y se hacen difíciles de encontrar. La biomasa animal total (el peso de todas las arañas, insectos, gusanos, serpientes, mamíferos, etc.) en una hectárea de pluvisilva del Amazonas central es de 45 kg. Esta cifra contrasta con los 304 kg. que ofrece un bosque de espinos de África oriental. En las sabanas de África oriental se encuentran 627 kg. de grandes herbívoros por hectárea, cifra que sobrepasa con mucho el peso total de todos los grandes y pequeños animales encontrados por hectárea en el Amazonas (Fittkau y Klinge, 1973:8). Aunque los alimentos vegetales pueden proporcionar grandes cantidades de proteínas adecuadas para la nutrición si se ingieren en variedad y abundancia, la carne es una fuente más eficiente de nutrientes esenciales que el alimento vegetal, kilo por kilo. Por eso uno de los factores limitantes fundamentales en el crecimiento de los sistemas energéticos de tala y quema es la disponibilidad de proteínas animales (Gross, 1975,1981; Harris, 1984). Sea cual fuere la razón ecológica y nutricional etic, no cabe duda de que los tsembaga, como cualquier otro grupo humano, aprecian mucho las proteínas animales, en especial en forma de carne y grasa (los vegetarianos, que se abstienen de comer carne, suelen apreciarlas en forma de leche y yogur). Los tsembaga, cuya densidad demográfica ha alcanzado los 67 habitantes por milla cuadrada, comparados con los menos de uno por milla cuadrada entre los !kung san, han agotado los animales salvajes en su territorio.

Entre los tsembaga la carne ingerida, la mayoría de los días, oscila entre absolutamente nada y algo menos de la onza (28,35 g.). Las frutas y las verduras suponen aproximadamente el 99 por ciento en peso de la ingesta diaria normal. Estas cifras no incluyen las considerables cantidades de carne que a veces ingieren los tsembaga en determinadas festividades (Rappaport, 1984:448).

Los tsembaga compensan este déficit poblando su tierra con un animal doméstico: el cerdo. Los cerdos de los tsembaga, que hozan solos durante el día, vuelven a casa para ingerir una ración de batatas y restos de comida al atardecer. Un cerdo medio pesa tanto como un tsembaga. Rappaport estima que cada uno consume casi tantos productos hortícolas como una persona. Cuando la piara de cerdos alcanza su tamaño máximo se dedica casi tanto tiempo y energía a alimentar a los cerdos como a la gente. Al igual que muchas culturas de Nueva Guinea, los tsembaga permiten que su población de cerdos aumente durante varios años, sacrificando los animales sólo con ocasión de acontecimientos ceremoniales (Watson, 1977). Cuando el esfuerzo necesario para cuidar de los cerdos se torna excesivo, se celebra un festín que origina un drástico descenso en la población porcina. Este festín probablemente está relacionado con el ciclo de reforestación en los huertos y la regulación de la guerra y la paz entre los tsembaga y sus vecinos (Morren, 1984:173).