Sistemas de energía alimentaria de tala y quema

Roy Rappaport (1968,1984) ha realizado un cuidadoso estudio sobre el sistema de energía alimentaria de los tsembaga maring, clan que vive en poblados semipermanentes en las laderas septentrionales de las tierras altas del centro de Nueva Guinea. Los tsembaga, cuya población asciende a 204 personas, cultivan taro, ñames, batatas, mandioca, caña de azúcar y algunos otros productos en pequeños huertos desbrozados y fertilizados por el método de tala y quema. La tala y quema es un método más eficiente que la caza para satisfacer las necesidades calóricas, proporcionando 18 calorías por cada caloría gastada. Este método permite a los tsembaga satisfacer sus necesidades calóricas con una inversión de tiempo de trabajo notablemente baja: sólo 380 horas por año y productor de alimentos en el proceso de cultivo. Al mismo tiempo, los tsembaga proveen de alimento a una población casi diez veces superior que los !kung y viven en casas permanentes (excepto por los destrozos causados por las guerras).

Dos límites ambientales son especialmente pertinentes para los tsembaga y otros ecosistemas tropicales de tala y quema. En primer lugar, está el problema de la regeneración del bosque. Debido a la lixiviación producida por los aguaceros y a la invasión de insectos y malas hierbas, la productividad de los huertos de tala y quema disminuye rápidamente después de dos o tres años de uso, por lo cual se deben desbrozar nuevos terrenos para evitar fuertes reducciones en el output y la eficiencia del trabajo (Janzen, 1973; Clarke, 1976). La productividad óptima se obtiene desbrozando los huertos en terrenos en los que existe un considerable desarrollo secundario de grandes árboles. Si se hace cuando la sucesión secundaria no ha alcanzado un adecuado grado de madurez, la quema de la cubierta vegetal sólo aportará una pequeña cantidad de fertilizante en forma de ceniza. Por otra parte, si se deja que el bosque alcance su climax, los árboles serán muy difíciles de talar. La regeneración óptima puede durar de diez a veinte años o más, dependiendo de los suelos y climas locales.

Así pues, a largo plazo, los ecosistemas de tala y quema consumen una importante extensión de bosque per cápita, aunque el porcentaje de territorio explotado durante un año a veces no exceda del 5 por ciento del territorio total (Boserup, 1965:31). Por ejemplo, si un determinado año los tsembaga sólo tienen plantados 42 acres, habrán desbrozado, sin embargo, alrededor de 864 acres de su territorio. Esta es, aproximadamente, la extensión de bosque que los tsembaga necesitarían si su población permaneciera estable en torno a 200 personas y si quemaran el crecimiento secundario de los huertos cada 20 años. Rappaport estima que los tsembaga disponían de selva suficiente para mantener a otras 84 personas sin dañar irreversiblemente sus capacidades de regeneración. Sin embargo, esta tierra está situada más arriba o más abajo de los niveles de altitud óptimos para sus principales cosechas y así probablemente disminuiría en parte su eficacia si la cultivaran. Todos los pueblos de tala y quema se enfrentan ante la posibilidad última de tener que «comerse su selva». (Condominas, 1957) al acortar el periodo de barbecho hasta el punto en el que la hierba y el matorral reemplace a los árboles. Al menos esto es lo que les ha ocurrido a otros pueblos de Nueva Guinea no lejanos a los tsembaga (Sorenson, 1972; Sorenson y Kenmore, 1974). Sin embargo, hay lugares, como la selva amazónica, donde vastas reservas de árboles se mantienen y donde las densidades de población son tan bajas que la disponibilidad de árboles para quemar no puede ser el factor que limite la capacidad de sustentación o que determine el punto de rendimientos decrecientes.