Los cereales convierten alrededor del 0,4 por ciento de la luz solar fotosintéticamente activa en materia apta para el consumo humano. Si se emplean para alimentar a animales en lugar de personas y después se consume su carne, se perderá, por término medio, un 90 por ciento de la energía disponible en los cereales (National Research Council, 1974). La pérdida de eficiencia asociada a la transformación del alimento vegetal a través de los animales domesticados explica la relativa escasez de culturas cuyo modo de producción de alimentos se basa en el pastoreo nómada. Los pastores plenamente nómadas son gentes que crían animales domesticados y que no dependen de la caza, la recolección o el cultivo de sus propias cosechas. Suelen habitar praderas y estepas áridas en las que las precipitaciones son demasiado escasas o irregulares como para mantener una agricultura dependiente de las lluvias, y donde el regadío resulta impracticable debido a la altura o a la excesiva distancia de los grandes valles fluviales. Al especializarse en la ganadería, los pastores nómadas pueden conducir sus rebaños a largas distancias y aprovechar los mejores pastos.
Sin embargo, los pueblos pastores han de complementar con cereales su dieta de leche, queso, sangre y carne (esta última representa una parte relativamente pequeña de la comida diaria). La productividad del pastoreo no basta, por sí sola, para mantener densas poblaciones. Normalmente, los cereales se obtienen comerciando con agricultores vecinos, quienes a su vez ansían adquirir pieles, queso, leche, y otros productos animales que siempre escasean en sistemas agrícolas preindustriales que sustenten poblaciones densas. A menudo, los pastores intentan mejorar su «posición negociadora» atacando a los aldeanos sedentarios y llevándose la cosecha de cereales sin pagar nada a cambio, cosa que muchas veces pueden hacer con total impunidad gracias a la posesión de animales como los camellos y caballos que les otorga gran movilidad y eficacia militar. Y si las incursiones se ven coronadas por repetidos triunfos, la población campesina puede verse forzada a reconocerlos como amos y señores. Repetidas veces en la historia del Viejo Mundo, grupos relativamente pequeños de pastores nómadas —los mongoles y los árabes son los dos ejemplos más famosos— han conseguido dominar enormes civilizaciones basadas en la agricultura de regadío. Con todo, el resultado inevitable de estas conquistas era que el sistema agrícola acababa absorbiendo a los conquistadores cuando trataban de alimentar a las enormes poblaciones que habían caído bajo su control (Lattimore, 1962; Salzman, 1971; Lees y Bates, 1974; Khazanov, 1984).