En la época de los primeros homínidos, toda la energía utilizada para el mantenimiento de la vida social procedía del alimento. Según parece, el Homo erectus consiguió dominar el fuego hace de 500.000 a 1 millón de años, a juzgar por los restos de carbón descubiertos en yacimientos fósiles de Hungría y China. El fuego se utilizó en principio para cocinar, calentarse, endurecer las puntas de las lanzas, llevar las piezas de caza hacia acantilados o trampas y, posiblemente, para favorecer el crecimiento de ciertas especies de plantas. Hace unos 100.000 años se empezó a aprovechar la energía, en forma de fuerza muscular, de los animales uncidos a arados, trineos y vehículos de ruedas. Aproximadamente en la misma época, se consumía una considerable cantidad de energía de madera y carbón vegetal en la fabricación de cerámica. Con la aparición de estados incipientes (véase Cap. 10. Orígenes de los estados), comienza a utilizarse la energía eólica en los barcos de vela y la energía de la madera en los procesos de fundición y vaciado de metales. La energía que genera el agua no se explotó extensivamente en Europa hasta el período medieval. Sólo en los últimos 200 o 300 años, los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) empezaron a dominar los ecosistemas humanos.
Nuevas fuentes de energía se han sucedido unas a otras siguiendo una progresión lógica en la que el dominio de las formas más recientes depende del dominio de formas anteriores, por ejemplo, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo la secuencia de inventos que llevó a la metalurgia dependió del logro anterior de hornos de leña de alta temperatura para cocer la cerámica, y este a su vez de aprender a hacer y controlar los fuegos de leña necesarios para cocinar. La experiencia en la metalurgia de baja temperatura del cobre y el estaño tuvo que preceder, casi necesariamente, al desarrollo del hierro y el acero. Por su parte, este último precedió al desarrollo de las máquinas aplicadas a la minería que hicieron posible la utilización del carbón, el petróleo y el gas. Finalmente, el uso de estos combustibles fósiles produjo la Revolución Industrial, de la cual se deriva la actual tecnología de la energía nuclear.
Estos avances tecnológicos han incrementado constantemente la cantidad media de energía de que dispone por el ser humano desde el Paleolítico (designación que dan los arqueólogos al vasto periodo inicial de la Edad de Piedra) hasta la actualidad. Este incremento no significa, forzosamente, que la capacidad de la humanidad para controlar la naturaleza haya aumentado de modo constante. Tampoco un mayor uso de energía per cápita comporta, necesariamente, un nivel de vida más alto o menos trabajo per cápita. Hay que distinguir, además, entre la cantidad total de energía disponible y la eficacia con que esta energía se produce y utiliza.