Otra sorprendente característica de las lenguas humanas es el grado sin precedentes en que se construyen sonidos cuya forma física y significado no han sido programados en nuestros genes. La mayoría de los sistemas de comunicación no humanos consisten en señales genéticamente estereotipadas cuyo significado depende del comportamiento decodificador genéticamente estereotipado. Por ejemplo, para comunicar su receptividad sexual, una perra emite señales químicas cuya interpretación está genéticamente programada en todos los perros machos sexualmente maduros. Las pautas de llamada de los primates, como aquellas de los gibones de Carpenter, están de alguna forma menos sujetas a programas genéticos específicos y se sabe que varían dentro de los grupos locales de las mismas especies. Sin embargo, el repertorio de señales básicas en los sistemas de comunicación de los primates es específico de especie. Las expresiones faciales, gestos con las manos, gritos, gemidos y chillidos de los chimpancés constituyen un repertorio genéticamente controlado que es compartido por todos los chimpancés.
No ocurre lo mismo con las lenguas humanas. Aunque bien es cierto que la capacidad general para el lenguaje humano es también específica de especie. Es decir, que la facultad de adquirir la universalidad semántica está determinada genéticamente. Sin embargo, los actuales componentes de los códigos del lenguaje humano están virtualmente libres de limitaciones genéticas (sin contar cosas tales como la fisiología del oído o del tracto vocal). Tomemos como ejemplo las lenguas inglesa y francesa. No existe gen que haga que un inglés diga «water», «dog» o «house». Estas palabras son arbitrarias porque: 1) no existen en el comportamiento lingüístico de la mayoría de los seres humanos; 2) poblaciones vecinas de Francia, con las que existe un considerable intercambio genético, usan las palabras «eau», «chien» y «maison» para expresar significados similares; y 3) todos los niños normales pertenecientes a cualquier población adquirirán estas palabras inglesas o francesas con igual facilidad según se hayan endoculturado (véase Cap. 1. Limitaciones del concepto de endoculturación) en Inglaterra o en Francia.
Hay otro aspecto importante en el que el lenguaje humano es arbitrario. Los elementos del código del lenguaje humano carecen de cualquier relación físicamente regular con los sucesos y las propiedades que ellos significan. Es decir, no hay ninguna razón por la que la palabra «agua» tenga que designar el agua. Por otro lado muchos sistemas de comunicación subhumana están basados en elementos codificados que semejan, son parte de, o bien son análogos a aquello a lo que se refieren. Por ejemplo, las abejas localizan las fuentes de néctar oliendo los granos de polen que cuelgan de las patas de sus compañeros de colmena. Los chimpancés comunican las amenazas de violencia rompiendo ramas, agitándolas o arrojándolas. Aunque también los humanos nos comunicamos frecuentemente por medio de símbolos iconográficos similares —como el agitar nuestros puños o señalar el objeto deseado—, los elementos del lenguaje hablado apenas guardan una arbitraria relación con su significado. Incluso palabras como «crac» o «susurro» son arbitrarias. A los ingleses las campanas pueden sonarles «ding-dong», pero no a los alemanes, para quienes las campanas dicen «bim-bam».