Otro componente de la universalidad semántica es el rasgo conocido como desplazamiento (Hockett y Ascher, 1964). Un mensaje se considera desplazado cuando ni el emisor ni el receptor tienen contacto inmediato directo sensorial con las condiciones o sucesos a los que el mensaje se refiere. Por ejemplo, no tenemos ninguna dificultad en hablar con otras personas sobre partidos de fútbol después de que han terminado o sobre reuniones y citas antes de que hayan tenido lugar. El lenguaje humano es capaz de comunicar una infinidad de detalles sobre infinidad de asuntos desplazados. Esto contrasta con los sistemas de comunicación no humanos. Por ejemplo, entre primates, normalmente sólo el que escucha muestra un cierto grado de desplazamiento, como cuando un mensaje de peligro es entendido a una cierta distancia. Pero el emisor debe estar en contacto sensorial con la fuente de peligro con objeto de emitir un aviso adecuado. Un gibón no dice «peligro, puede que haya un leopardo al otro lado de la colina». Por otro lado, en la comunicación humana, ambos, el emisor y el receptor, están frecuentemente desplazados. Es una rutina para nosotros hablar sobre gentes, lugares y cosas vistos, oídos o sentidos en el pasado o en el futuro; sobre lo que otros nos han contado, o sobre aquello que tiene una existencia absolutamente imaginaria.
Desplazamiento es la característica que normalmente tenemos en la mente cuando nos referimos al lenguaje humano como poseedor de la capacidad para transmitir «información abstracta». Algunas de las grandes glorias de la vida humana —incluyendo la poesía, la literatura y la ciencia— están basadas en el desplazamiento, pero también algunos de los más vergonzosos logros de nuestra especie: las mentiras y las falsas promesas. Como el apóstol Santiago dijo: «a la lengua no hay hombre que la domestique; es un diablo rebelde, lleno de veneno mortal… De la misma boca salen bendiciones y blasfemias». (Santiago 3:6-ll).
Pero los humanos no son los únicos que mienten. Las aves, por ejemplo, a menudo alejan a los depredadores de sus nidos fingiendo tener las alas rotas, y es bien conocido cómo muchos animales «se hacen los muertos». Hasta hace poco tiempo, este tipo de engaño se pensó que ocurría solamente entre miembros de distintas especies. Pero se sabe sin embargo que algunos pájaros emiten «falsas alarmas» a miembros de su propia especie con objeto de reservar para ellos solos un árbol frutal. También se ha observado a chimpancés que ocultan sus expresiones faciales para evitar que otros chimpancés competidores detecten su miedo (De Waal, 1983).