Las lenguas difieren en que disponen de ciertas categorías obligatorias incluidas dentro de sus normas gramaticales. En inglés hay que especificar el número. En las lenguas romances hay que indicar el género de todos los sustantivos. En ciertas lenguas indias americanas (como el kwakiutl) hay que indicar si un objeto está cerca o lejos del que habla y si es visible o no. Estas categorías obligatorias con toda seguridad no son indicativos de ninguna tendencia activa psicológica que suponga una obsesión respecto a los números, el sexo o la localización de personas u objetos.
Sin embargo, no deberíamos sacar la conclusión de que los convencionalismos gramaticales son siempre triviales. Ciertas categorías gramaticales obligatorias sirven de espejo social de una forma bastante fiel. Un ejemplo lo constituyen las formas de pronombre y verbo para los nobles, en oposición con las de los subordinados, que se usaban en las lenguas romances. Debido a la existencia de una segunda persona, en forma familiar, en la conjugación de los verbos, los que hablan francés o español frecuentemente están obligados a evaluar y expresar el estatus social de las personas implicadas en una conversación. Hoy día estas formas familiares de segunda persona (por ejemplo, tú hablas —tu parles en francés—) se aplican fundamentalmente a niños, a animales domésticos, a amigos muy íntimos y a los familiares. Sin embargo, persiste otro uso, especialmente en ciertas partes de Latinoamérica, en donde los terratenientes y cargos importantes tratan de «tú» a criados, jornaleros, campesinos, así como a los niños y animales domésticos. Estas formas reflejan claramente una activa toma de conciencia de las distinciones de clase y rango, y tienen una importancia social notable y no simplemente convencional (Brown y Guiñan, 1960; Southworth, 1974).
Asimismo ciertas categorías obligatorias en el inglés estándar parecen reflejar un rasgo social predominante en favor de actividades y puntos de vista machistas. Muchos nombres y pronombres que se refieren a los seres humanos carecen de género —child, everybody, everyone, person, citizen, American, human, etc.—. Los profesores de inglés solían usar pronombres masculinos más que femeninos para referirse a estas palabras. De esta forma, se consideraba «correcto» decir: «Everyone must remember to take his toothbrush», aunque el grupo estuviera formado por hombres y mujeres. Los periodistas solían escribir: «The average American is in love with his car». En las gramáticas de las escuelas se solía insistir en que había que decir: «All the boys and girls were puzled but no one was willing to raise his hand». (Roberts, 1964:382). En todos estos casos la palabra «his», es equivalente a «su», «de él». Obviamente existe un sustituto perfectamente inteligible y sexualmente no sesgado como es el plural del pronombre posesivo, «their». De hecho, hoy en día casi todo el mundo usa el «their» en la conversación normal (Newmeyer, 1978).
Los convencionalismos machistas de la lengua inglesa puede que no sean tan inocentes y triviales como algunos antropólogos varones creen (Lakoff, 1973; Philips, 1980: 531). Por ejemplo, parece muy verosímil que el uso de «him» (a él) y «he» (él) como pronombres para referirse a Dios refleja el hecho de que eran tradicionalmente hombres los sacerdotes del judaísmo y del cristianismo. Franklin Southworth ha mostrado en su estudio sobre los cambios en el uso de formas obligatorias de tratamiento en la India (1974) que sencillos cambios lingüísticos son fáciles de llevar a cabo. Tan fáciles de hecho, que a veces funcionan como máscaras de poder creando una impresión superficial de democratización. Hay que estar en guardia contra el intento de cambiar el mundo con una simple palabra mágica. Sin embargo, si una palabra o norma gramatical determinada hiere y ofende a determinada gente, ¿por qué continuar usándola?