Estrechamente ligada con el despegue cultural se encuentra la capacidad, exclusivamente humana, para el lenguaje y para sistemas de pensamiento apoyados en el lenguaje. Aunque otros primates emplean sistemas de señales complejos para facilitar la vida social, los lenguajes humanos son cualitativamente diferentes de todos los otros sistemas animales de comunicación. Las características originales de los lenguajes humanos surgieron indudablemente de cambios genéticos relacionados con la mayor dependencia de los primeros homínidos de las tradiciones del empleo de utensilios y otras actividades sociales facilitadas por el intercambio y acumulación de información.
Una forma de resumir las características especiales del lenguaje humano es decir que hemos logrado una «universalidad semántica». (Greenberg, 1968). Un sistema de comunicación que tiene universalidad semántica puede transmitir información sobre aspectos, dominios, propiedades, lugares o sucesos pasados, presentes o futuros, tanto existentes como posibles, reales como imaginarios, próximos o lejanos.
Otra forma de expresar lo mismo es decir que el lenguaje humano es infinitamente productivo semánticamente (Hockett y Ascher, 1964). Esto significa que a cada mensaje que enviamos siempre podemos añadirle otro cuyo significado no puede predecirse de la información de mensajes anteriores, y que podemos continuar ampliando tales mensajes sin pérdida de la eficacia con la que tal información está codificada. En el Capítulo 3 se hace una discusión más detallada de los componentes de la universalidad semántica.
En los últimos años, una serie de experimentos revolucionarios ha demostrado que el abismo entre las capacidades para el lenguaje del hombre y de los simios no es tan grande como se ha supuesto. Sin embargo, estos mismos experimentos han demostrado que hay factores innatos, específicos de la especie, que impiden superar este abismo. Se han realizado muchos intentos inútiles de enseñar a los chimpancés a hablar al estilo humano. Pero después de seis años de entrenamiento intensivo, el chimpancé Viki sólo aprendió a decir «mamá», «papá» y «taza» («cup»). Se encontró que el aparato vocal de los simios hace que les sea anatómicamente imposible reproducir los sonidos necesarios para la conversación humana. Entonces se dirigió la atención hacia el intento de enseñar a los simios a utilizar lenguajes simbólicos y a leer y escribir. Washoe, un chimpancé hembra, aprendió 160 símbolos estándar diferentes de Ameslan (American Sign Language). Washoe utilizaba estos símbolos productivamente. Primero aprendió el símbolo para «abrir» con una determinada puerta y posteriormente amplió espontáneamente su uso, más allá del contexto inicial del entrenamiento, a todas las puertas cerradas, luego a recipientes cerrados como frigoríficos, armarios, cajones, carteras, cajas y tarros. Cuando Susan, ayudante de investigación, pisaba la muñeca de Washoe, esta tenía muchas formas de decirle lo que pensaba: «Arriba, Susan; Susan, arriba; mío, por favor, arriba; ¡venga, chica!, por favor, zapato; más mío; arriba, por favor; por favor, arriba; más arriba; chica abajo; zapato arriba; chica arriba; por favor, levanta». (Gardner y Gardner, 1971, 1975).
David Premack (1971, 1976) empleó un juego de fichas de plástico para enseñar a una chimpancé llamada Sara el significado de un conjunto de 130 símbolos con los que podían comunicarse entre sí. Premack podía efectuar preguntas más bien abstractas como: «¿A qué se parece una manzana?». Sara podía responder seleccionando las fichas para «rojo», «redondo», «rabillo» y «menos agradable que las uvas». Premack hizo un esfuerzo especial por incorporar ciertas reglas gramaticales rudimentarias en su lenguaje humano-chimpancé. Sara podía responder adecuadamente a la orden en ficha de plástico: «Sara, pon la banana en el cubo y la manzana en el plato». No obstante, Sara, por sí misma, no pidió cosas tan complejas a Premack.
Otro método, con un chimpancé de 3 años y medio llamado Lana, empleaba un teclado controlado por ordenador y un lenguaje escrito conocido como Yerkish. Lana podía leer y escribir, correctamente, frases como «por favor, máquina, abre la ventana», distinguiendo entre frases que empezaban apropiada o inapropiadamente y que tenían combinaciones permitidas y prohibidas de palabras Yerkish en secuencias permitidas y prohibidas (Rambaugh, 1977).
Tanto Washoe como Lucy, un chimpancé criado por Roger Fouts, aprendieron a generalizar el signo para «sucio» a partir del signo para «excrementos». ¡Lucy lo aplicaba a Fouts cuando este rechazaba sus peticiones! Lucy también inventó las combinaciones «grito, daño, alimento» para nombrar los rábanos y «fruta dulce» para sandía. Koko, un gorila hembra adiestrada por Francine Patterson, ostenta hasta el momento el récord de 300 palabras Ameslan. Koko indicaba «dedo brazalete» para anillo; «blanco tigre» para cebra; «ojo sombrero» para máscara. Koko también ha empezado a hablar de sus sentimientos internos, indicando felicidad, tristeza, temor y vergüenza (Hill, 1978:98-99).
Un logro importante de estos estudios es que han demostrado que los chimpancés capaces de usar signos pueden traspasar su habilidad a los chimpancés que no saben usarlos sin la mediación del ser humano. Loulis, un chimpancé de diez meses, fue presentado a Washoe, que adoptó al bebé y en seguida empezó a hacerle signos. A los treinta y seis meses, Loulis estaba usando veintiocho tipos de signos que había aprendido de Washoe. Después de cinco años de aprender a usar signos de Washoe y de otros dos chimpancés con esta habilidad, pero no de seres humanos, Loulis había aprendido a usar cincuenta y cinco signos.
Aún es más notable el hecho de que Washoe, Loulis y otros chimpancés que sabían usar signos emplearan regularmente ese lenguaje para comunicarse unos con otros incluso cuando no había personas delante. Estas «conversaciones» fueron grabadas en video y tuvieron lugar entre 118 y 649 veces al mes (Fouts y Fouts, 1985).
Sin embargo, es evidente que aún hay un gran abismo entre la utilización del lenguaje en los humanos y en los simios. A pesar del esfuerzo por tratar de enseñar a los simios a comunicarse, ninguno ha adquirido la destreza lingüística de un niño de 3 años (Terrace, 1979). Lo que demuestran todos estos experimentos es que es completamente plausible concebir la selección natural como el medio que ha dado origen a la capacidad del hombre para la universalidad semántica, seleccionando dotes intelectuales ya presentes en forma rudimentaria entre nuestros ancestros homínidos tipo simio (Parker, 1985: 622).