La posición adoptada en este libro es la de que las causas de las semejanzas y diferencias socioculturales son de índole cultural más que biológica. Hemos visto que se pueden construir teorías culturales plausibles y verificables para explicar muchos aspectos repetitivos y variables de la vida social humana.
En el siglo XIX, casi todos los occidentales cultos eran firmes partidarios de las doctrinas de la raciología científica. Creían que los asiáticos, africanos y americanos nativos sólo podían alcanzar la civilización industrial lenta e imperfectamente. Los científicos del siglo XIX insistían en que tenían pruebas científicas de la superioridad intelectual de los blancos y que un abismo biológico insuperable separaba a estos del resto de la humanidad (Haller, 1971). Admitían la posibilidad de algún que otro «genio» africano, asiático o americano nativo; pero aducían que las capacidades hereditarias de las razas eran drásticamente diferentes. Estas teorías raciológicas se basaban en el hecho de que, en el siglo XIX, los europeos habían impuesto sus costumbres por la fuerza de las armas, el engaño y el comercio hasta controlar casi toda la especie humana. La aparente incapacidad de los asiáticos, africanos y americanos nativos para resistir la intrusión de los ejércitos, comerciantes, misioneros y gobernantes europeos se interpretó como prueba viviente de que estos eran biológicamente superiores.
La explicación racial de la dominación política europea era una excusa para el colonialismo europeo y la explotación y esclavizamiento de pueblos incapaces de defenderse contra la avanzada tecnología bélica europea. Hoy en día, pocos científicos informados atribuirían la temporal superioridad tecnológica de Europa y Norteamérica a factores raciales. Europa no ha dispuesto siempre de la tecnología más avanzada. En diversos estadios de la evolución de la cultura han sido pueblos no europeos, de Asia o África, los que han llevado la delantera. Además, con la desmembración de los grandes imperios coloniales, sería extremadamente temerario para las naciones industriales avanzadas imaginar que su herencia racial va a protegerlas del creciente poder económico y político del Tercer Mundo.
El desarrollo económico de Japón, versión asiática del de Gran Bretaña y Alemania, descarta la posibilidad de que el logro de una tecnología avanzada sea atribuible a genes más comunes en unas razas que en otras. El problema con la interpretación racial de la historia y la evolución cultural consiste en que no puede explicar las vicisitudes de las diferentes regiones y razas salvo añadiendo y sustrayendo genes hipotéticos para esto o lo otro.
Por poner otro ejemplo, durante el siglo XIX los británicos pensaban que los irlandeses eran una «raza» inferior. Para explicar el éxito económico de los irlandeses en el Nuevo Mundo, un racista tendría que suponer que sus genes habían cambiado súbitamente o que los de los emigrantes tenían algo de especial. Semejantes explicaciones son poco deseables, desde un punto de vista científico, porque dependen de la aparición y desaparición de genes para el éxito económico que nadie ha logrado identificar y que tal vez ni siquiera existan. Las explicaciones culturales de las vicisitudes de las diferentes poblaciones humanas son científicamente preferibles, porque dependen de factores tales como la pluviosidad, las condiciones del suelo y la densidad demográfica, factores mucho más concretos que los genes hipotéticos para el ingenio tecnológico y el éxito económico. Adviértase que la explicación del ascenso de Japón al rango de gran potencia industrial se tornaría innecesariamente complicada, y por ende poco deseable desde un punto de vista científico, si además de los factores culturales y ecológicos analizados, hubiéramos de postular la repentina aparición de genes japoneses para los transistores o las acerías.
Se han hecho objeciones similares respecto al intento de proporcionar explicaciones genéticas para rasgos como la matrilinealidad, patrilinealidad y grupos de filiación cognaticia; familias nucleares y polígamas; terminologías de parentesco, reciprocidad, redistribución, feudalismo, capitalismo y todas las otras variaciones culturales que se discutirán en este libro. Suponer que hay genes para cada uno de estos rasgos está en contradicción con los hechos concernientes a los procesos de endoculturación y difusión. Sabemos que los niños adoptados que son llevados a culturas diferentes de la de sus padres adquieren la cultura de sus padres adoptivos. Y sabemos que rasgos originarios de una cultura pueden extenderse por todo el mundo a todas las culturas demasiado rápidamente como para que haya tenido lugar cualquier cambio genético. Los pequeños criados lejos de sus padres siempre adquieren las culturas de las gentes entre las que se han criado. Los niños de blancos norteamericanos angloparlantes criados por padres chinos crecen hablando chino perfectamente, manejan sus palillos con precisión y no se sienten impulsados a comer en McDonald’s. Los niños chinos criados por blancos norteamericanos hablan el dialecto inglés estándar de sus padres adoptivos, no saben utilizar los palillos en absoluto y no añoran la sopa de nido de golondrina o el pato a la pequinesa. Además, una amplia variedad de poblaciones ha demostrado repetidamente la capacidad para adquirir todos y cada uno de los aspectos concebibles del inventario cultural del mundo. Los norteamericanos nativos llevados a Brasil incorporan los complejos ritmos africanos a sus ceremonias religiosas; los negros norteamericanos que asisten a las escuelas apropiadas pueden convertirse en estrellas de la ópera europea clásica. Los judíos llevados a Alemania prefieren la cocina alemana; los judíos llevados al Yemen prefieren los platos del Oriente Medio. Bajo la influencia de los misioneros cristianos, fundamentalmente, las sexualmente desinhibidas gentes de Polinesia empezaron a vestir a sus mujeres con faldas largas y a seguir reglas de castidad prematrimonial estricta. Los nativos australianos criados en Sydney no muestran inclinación alguna a cazar canguros o mutilar sus genitales; ni experimentan deseos incontrolables de prorrumpir en cantos acerca de las larvas y los antepasados emu (véase Cap. 12 Ritos comunitarios: los ritos de paso). Los indios mohawk del estado de Nueva York se especializaron en el ramo de la construcción y ayudaron a erigir las estructuras de acero de los rascacielos. Paseando sobre estrechos tablones a más de cien metros sobre el nivel de la calle, no eran perturbados por el más mínimo impulso de construir sus «wigwams» en vez de edificios de oficinas.
La evidencia de la endoculturación y la difusión en cada continente y entre la población de cada raza y subraza importante demuestra que el amplio repertorio de respuestas de cualquier población humana puede ser adquirido por cualquier otra población humana mediante un proceso de aprendizaje sin el más ligero intercambio o mutación de genes. Para una posterior discusión sobre la raciología científica en la historia de las teorías de la cultura, consultar el Apéndice.