Informe del comisario Alejandro Ayala al delegado del Gobierno en Andalucía.
Remitido con copia a la directora de Seguridad de la Junta.
Sobre la una y media de la madrugada del pasado viernes fueron hallados en la calle Martínez de la Rosa de la ciudad de Granada, próxima a la plaza del Gran Capitán, dos cadáveres que, una vez identificados, resultaron ser los de Pedro Carrizo Cortés, de 22 años de edad, estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Granada y natural de Baza; y Vanesa Pedraz Lago, de 20 años de edad, natural de Antequera (Málaga) y estudiante de Historia en la misma universidad.
Acudí al lugar de los hechos acompañado de la subinspectora Sara Lozano y el inspector Varela. Llegamos al poco tiempo de que la unidad a mi mando recibiera aviso del suceso, lo cual debió de ser un cuarto de hora después de la una.
A nuestra llegada, la policía local ya había acordonado el sitio y cortado el tránsito en la calle, aislando la escena del crimen de la afluencia de curiosos, a pesar de la hora.
También se presentaron rápidamente en el lugar de autos los integrantes del equipo forense de la Policía Científica, y la juez encargada de la instrucción, a la que informé personalmente de todos los datos conseguidos hasta ese momento.
Las víctimas habían sido salvajemente golpeadas con un hacha, y fueron atacadas justo en el momento en que, tras abrir el portal de la calle, se disponían a ingresar en el inmueble, en cuyo piso 3.º izquierda habitaba Pedro Carrizo, quien compartía el alquiler con otros tres compañeros de estudios que, aunque estaban en el domicilio, no vieron ni oyeron nada relacionado con el crimen.
No parecen existir dudas de que —tanto por la irracional motivación del ataque, como por el método y la indumentaria del criminal— el autor es el mismo asesino que actúa en Granada y al que la prensa conoce como el Matador. Pero, por una vez, la suerte nos ayudó, ya que pudimos disponer de un testigo presencial al que hemos tomado declaración en el mismo lugar de los hechos.
El testigo en cuestión es un marginado sin ocupación que deambula por la ciudad y vive de limosnas y de la ayuda que a veces recibe de Cáritas y otras organizaciones de caridad. En el momento de los hechos estaba cobijado entre unos cartones en el entrante de un edificio en obras situado en la citada calle de Martínez de la Rosa.
Como es frecuente entre personas de su condición, el testigo citado consume mucho alcohol, aunque esa noche en concreto, al menos cuando lo interrogamos, no parecía estar ebrio y contestó con coherencia y seguridad a las preguntas que se le hicieron.
En resumen, su declaración sobre los asesinatos fue la siguiente:
1.º Vio venir a la pareja (los dos muy amartelados), que entró en la calle desde la plaza del Gran Capitán. Ambos parecían tener lo que el testigo calificó de «prisas de enamorados» por verse dentro del inmueble.
2.º Cuando Pedro introdujo la llave para abrir el portal, el asesino, que iba cubierto por una especie de capa y calzaba botas altas, avanzó con paso muy rápido desde la misma esquina de la plaza por la que habían llegado las víctimas, y empuñando un hacha que llevaba oculta debajo de la capa, asestó un gran golpe sobre la cabeza de la chica, quien tras lanzar un grito cayó fulminada.
3.º Al escuchar el grito de su compañera, Pedro se revolvió, y en ese momento el atacante descargó el hacha también sobre él. Aunque recibió un primer golpe en la cabeza que le hizo trastabillar, reaccionó y forcejeó unos segundos con el asesino, pero este se impuso y le golpeó con el hacha dos o tres veces más, hasta dejarlo tendido inmóvil en el suelo. El Matador, entonces, guardó el arma homicida debajo de la capa, y luego extrajo una especie de pincho largo con el que asestó sendas estocadas a los cuerpos de las víctimas.
En ese momento se oyeron voces de gente que se aproximaba al lugar del suceso desde la cercana calle del pintor López Mezquita, y el asesino emprendió la huida precipitadamente en dirección contraria a la procedencia de las voces, hacia la plaza del Gran Capitán.
Durante todo el tiempo que duró el ataque, el testigo permaneció acurrucado en su rincón, «temblando de miedo como un conejo» (según sus palabras), casi sin respirar, intentando pasar inadvertido, ya que está seguro de que si el Matador lo hubiera visto, no hubiera dudado en acabar también con su vida.
Hacia las cuatro de la madrugada, la jueza ordenó el levantamiento de los cadáveres, que fueron traslados al Instituto Médico Legal para las correspondientes autopsias.
El testigo aseguró haberlo visto todo con claridad, lo cual, en mi opinión, es muy verosímil, puesto que aunque la calle no está muy iluminada a esas horas, él se encontraba situado a unos veinte metros de los hechos, y justo en la pared al lado del portal donde se produjeron los asesinatos cuelga una farola que proporciona bastante visibilidad al sitio.
Tras las pesquisas de rigor en el escenario de los crímenes, llevamos al mendigo a comisaría, donde le dimos café caliente y se tranquilizó lo bastante como para proporcionarnos un retrato robot del Matador, que le adjunto por fax a este informe. Es la primera descripción fiable y ajustada que tenemos de su apariencia física, y hemos hecho imprimir cientos de copias que mañana serán distribuidas por toda Granada y a los medios de comunicación. Creo que a partir de ahora la localización del individuo está casi asegurada y no tardaremos mucho en detenerlo.