Poco antes de las doce, hora española, la noticia había dado la vuelta al mundo con la conmoción que era de esperar. Radios, televisiones, Internet y agencias de prensa repetían una y otra vez los pocos detalles conocidos del gran suceso. Esta escasez informativa disparó las fantasías de algunos medios, en especial extranjeros, que alimentaron la versión de que la Alhambra había sido ocupada por un comando de Al Qaida y estaba siendo bombardeada por la aviación española. Las llamadas de muchos jefes de Estado y de Gobierno se sucedían sin tregua, y por unas horas toda España pareció sacudirse su tradicional inercia en momentos de crisis.
Ya a partir de la muerte del párroco, el pánico contenido se había instalado en Granada y las protestas callejeras habían comenzado. Las asociaciones de vecinos preparaban una manifestación pidiendo seguridad ciudadana. Casi todas las armerías de la ciudad habían sido saqueadas. La gente apenas salía de sus casas después de la medianoche, y las calles, de madrugada, adquirían un aire fúnebre y amenazante.
En el mundo musulmán la repercusión fue igual o mayor que en Europa o Estados Unidos. Las calles de El Cairo, Damasco, Estambul, Argel, Jartum o Karachi se convirtieron en riadas de gente que atronaban barrios y plazas y seguían, por la radio o la televisión, los pormenores del asalto a uno de los edificios más soñados del islam. La prueba palpable de que los árabes alguna vez fueron grandes y poderosos.