Veintinueve

Tras el subdelegado llamó el ministro. El gran hombre en persona al aparato. Ayala había hablado con él dos o tres veces por teléfono y eso le daba pistas de su carácter. Cauto, receloso, politiquero, la mirada siempre puesta en las próximas elecciones y en sacarle los ojos a la oposición. Escuchaba, y luego escupía las frases en ráfagas muy rápidas, casi ininteligibles. Aunque el ministro se proclamaba social-demócrata de centro, la prensa y sus propios correligionarios le tenían más bien por un liberal de izquierdas, distinción de escasa importancia en los tiempos que corren. Ya se sabe que igual da gato blanco que gato negro siempre que cace ratones. Aunque quizá, pensó Ayala, la preferencia de la mayoría de los políticos con los que se había topado fuera el gato por liebre, una variante muy desarrollada en cualquier latitud.

El ministro le soltó el discurso habitual en estos casos. Que si la grave responsabilidad social, que la inseguridad ciudadana dejaba en entredicho la buena labor del gobierno en otros campos, que su confianza en la policía era total y que hicieran todo lo posible —y subrayó la palabra «todo»— para resolver los crímenes cuanto antes. Su arenga fue menos vibrante que otras veces, sin redondear tanto las frases. Se le notaba preocupado y no le faltaban motivos, porque el gallinero peninsular estaba que echaba chispas. En Cataluña, los grupos nacionalistas —la diferencia entre ellos era que unos querían la independencia ya, y otros pasado mañana— exigían un referéndum de autodeterminación para dentro de tres meses, y advertían que lo que dijera el Tribunal Constitucional no tendría validez ante la «voluntad arrolladora del pueblo». En el País Vasco las cosas seguían como casi siempre; es decir, mal, gracias. Pero a los que no vivían allí cada vez les importaba menos, y los que aún vivían habían terminado adaptándose a las circunstancias. En algunas partes de España se estaban produciendo actos de pillaje, debido al alto número de gente desempleada que se había quedado en la calle por una crisis que llevaba varios años haciendo estragos. Los bancos se mostraban sumamente desconfiados con los créditos, y las cárceles estaban abarrotadas. La desmoralización social se había extendido como un incendio de verano por todo el país, y los salarios basura se aceptaban con resignada normalidad, sobre todo entre los jóvenes que buscaban trabajo. Otros, faltos de ilusión, parecían pasar de todo.

Le dijo al ministro ese día que sí, que sí, que sí, y desde luego, y le prometió un informe diario, por supuesto, como a los otros, dándole cuenta de los avances y desvelos en el caso. Cuando se despidió, el gran hombre parecía más contento.

—Dicen que en algunos barrios de Madrid y Barcelona, en los que se vende mucha droga y la delincuencia abunda, se han empezado a levantar barricadas. La policía no quiere entrar si no les dan un plus de peligrosidad —comentó Varela después de que el comisario colgara el teléfono. Ayala asintió como si estuviera ausente, mientras dejaba caer la vista sobre un resumen de la prensa diaria que le enviaban todos los días al despacho.

Una lectura rápida del extracto informativo le deprimió.

Ayala tiró el resumen de prensa a la papelera y le pidió al agente encargado de filtrar las llamadas en la centralita que no le pasara ninguna más en la próxima hora y media, a no ser que el Matador en persona llamara para entregarse. Luego convocó una reunión en el despacho con todos los miembros de la brigada. Les contó la conversación con el ministro y por lo menos hubo algunas risas.

Y punteando la actualidad se fueron produciendo los atentados de ETA. Un coche bomba hizo explosión en el aparcamiento de un hotel en la Costa del Sol, y un coronel retirado sufrió heridas graves en Logroño. Pero la actividad terrorista cesó antes de lo previsto. La policía francesa realizó una serie de detenciones importantes que en las cercanías de Burdeos llevaron al descubrimiento de varios cientos de kilos de explosivo y un zulo con armas. La temida ofensiva pareció disolverse por falta de organización y recursos.