Llamaron a Lojendio en cuanto salieron de la mezquita.
—Hubo suerte. Creo que lo tenemos —le contó Medina.
—¿Abu?
—El mismo. El imán de la mezquita que nos dijiste lo conoce.
—¿Dónde está?
—Por ahora, ni idea.
—Pues entonces, sabemos poco. Solo que existe un Abu en Granada que puede ser el nuestro.
—Con una gruesa cicatriz en la frente y una oreja rota. Un tipo así no se despinta.
—Tomo nota —dijo Lojendio.
—¿Qué hay de la casa de la cita?
—Poco a poco. Estoy en ello.
—Date prisa. El coronel…
—Os llamaré pronto. Entre tanto, relajaos. Nadie os conoce aquí. Fundios con la ciudad mientras averiguo algo. Sois una pareja de vacaciones, acuérdate.
—O sea, esperar y ver.
—Eso. ¿Qué os pareció el imán?
—Una buena persona, aunque bastante astuto. Se caló de qué iba el juego y nos tomó por policías.
—Es extraño que hablara de Abu. Seguramente lo hizo para protegerle. Debe de saber que Abu está amenazado, y piensa que estará más seguro con la policía que suelto por las calles.
Medina admitió que era una posibilidad.