Seis

El inspector jefe a cargo de la Policía Judicial de Toledo ha encontrado la libreta, un bloc de tapas negras. Lo obtuvo al hacerse cargo del caso Ruano, antes de que vinieran a recoger el cadáver para llevárselo al depósito. Estaba en un bolsillo interior disimulado del pantalón, y en ella había algunos nombres y números de teléfonos y unas cuantas palabras sueltas cuyo significado se le escapa, y que, en su opinión, no aportan pistas para la resolución del crimen. Sobre los asesinos no hay mucho que decir, salvo que parecen magrebíes y que se han escapado. La Guardia Civil ha montado controles con urgencia, una medida casi siempre poco efectiva, aunque obligada para dejar constancia de celo en la búsqueda. Han pasado ya varias horas y lo más probable es que sea demasiado tarde. Mientras se atan pistas, los asesinos deben de estar muy lejos, seguramente escondidos en el hormiguero de Madrid, donde localizarlos será tan difícil como encontrar una canica en el bosque.

Entonces, un policía de uniforme entra a darle la noticia: se ha producido una explosión en la carretera que une Toledo con la autovía de Andalucía. Algo muy raro. Un turismo, que iba en dirección a Madrid, ha salido despedido de la calzada al intentar adelantar a un camión que dio un volantazo de repente para no atropellar a un motorista. La explosión ha dejado un socavón de siete metros de diámetro y ha causado pequeños incendios en el secarral próximo a la cuneta.

La Guardia Civil apenas ha encontrado restos de los ocupantes del coche, probablemente robado, pero según el conductor del camión eran dos hombres. Los cuerpos han quedado hechos trizas, y los de la Policía Científica están trabajando duro.

El jefe de la Judicial recuerda lo que le ha dicho el representante del CNI con el que ha tratado (naturalmente, con discreción) el asunto: informar de cualquier cosa que le parezca fuera de lo normal y pueda tener relación con este caso.

Coge el teléfono y marca el número que le ha dejado el hombre del Centro.