Cinco

Una vez leído con atención el informe del agente supervisor, el coronel Zaldívar lo deja sobre la mesa de su despacho. No parece muy satisfecho. De momento, a él ya le han jodido el sábado. Estaba tranquilamente en su casa haciendo la digestión y escuchando música cuando le llamaron para que se incorporara urgentemente a la sede del Centro. Algo que enfurruñó bastante a su mujer, que se despidió de él con malos modos. «Otro sábado a la mierda», le soltó. El matrimonio tiene dos hijos. El chico está terminando ingeniería técnica en la universidad, y la hija intenta abrirse camino como actriz, pero en realidad lleva una vida algo despendolada, sin nada estable. Zaldívar mantiene con ella una relación de cierto recelo. A él le gustaría que fuera un trato más abierto, de mutua confianza, pero la chica es silenciosa como una roca del desierto en lo que atañe a su vida privada. El coronel siente que la ocasión de entendimiento se le escapa sin poder evitarlo.

Zaldívar, a quien no le queda mucho para el retiro, es un hombre de mediana estatura y casi calvo, con la cara redonda y los ojos hundidos, lo que confiere a su rostro una apariencia un tanto tétrica. El coronel, que figura como uno de los tres subdirectores en el organigrama del CNI, dirige un círculo reducido de agentes, la sección 503, que en jerga interna apodan «sección XXL». Es un grupo selecto y autorizado a llevar armas, muy compartimentado y poco conocido, compuesto de gente de probada capacidad y dedicado a misiones que podrían calificarse de borrosas, o mejor, inconfesables y turbias. Poco recomendables para ser aireadas. En realidad se trata de un colectivo camuflado dentro del esquema operativo del CNI. Incluso la propia gente que trabaja en el Centro baja instintivamente la voz cuando lo mencionan en sus conversaciones.

Expeditivo, eficiente y cordial a ratos, Zaldívar se muestra áspero cuando las cosas salen mal o no marchan como él quiere. A veces, sin embargo, adopta con sus agentes actitudes paternales que confunden sobre su auténtico temperamento, más proclive a la hosquedad y el sarcasmo que a la espontaneidad o los afectos.

Ya instalado en su despacho, a la espera de instrucciones, suena el teléfono y el coronel atiende la llamada.

—Diga.

—Ven inmediatamente a verme —le dice Andrade, el director del CNI, a quien, a sus espaldas, apodan «el Faraón»—. Lo de Toledo parece grave.

El coronel piensa con resignación que el fin de semana se le ha chafado ya completamente, mientras sube con andar un tanto cansino las escaleras hasta el despacho de Andrade. Será un milagro que pueda llegar a cenar a casa, como le ha prometido a su mujer.