Capítulo 23

—¿Y eso te pareció normal, que quisiera tomar un baño?

Frank Frølich no respondió.

—Continúa —dijo Gunnarstranda, con voz apagada.

—Se quitó la ropa y…

—Por favor, concéntrate en lo esencial.

Frank Frølich se rascó la mejilla.

—Caminó por el agua sin darse la vuelta.

—¿Y?

—Y cuando el agua ya le llegaba por la cintura, empezó a nadar hacia el mar abierto.

—¿Había otras personas bañándose?

—No, nadie.

Gunnarstranda lo miró con expresión seria.

—No había nada tras lo que pudiera esconderse. Ni rocas, ni piedras, ni embarcaciones, ni una sola pelota de playa, nada más que arena y mar.

—Podías haberle negado ese baño.

—Podía habérselo prohibido, pero ¿qué iba a hacer? No tenía facultad para arrestarla, eso era misión de la policía croata.

—Pero tampoco debiste quedarte con ella a solas.

—Escucha…

—No —dijo Gunnarstranda, furioso—. Eres tú quien me va a escuchar ahora: se te asignó una misión especial y delicada. Traer a Noruega a una persona sospechosa de asesinato. Pero esa persona se ha largado. ¡Desapareció! Tu antigua novieta se va a nadar y desaparece.

—La policía local dice que fueron las corrientes, que se ahogó.

—¿Pero acaso tú has podido aceptar que ella desapareciera así, sin más?

—Tenemos el dinero, sus cosas, el pasaporte, el talonario de cheques, sus objetos personales. Créeme. Elisabeth Faremo está muerta.

—¡Esa mujer ya estuvo muerta en una ocasión, Frølich! —dijo Gunnarstranda, poniéndose de pie y caminando hacia la puerta. Antes de salir, volvió a darse la vuelta. Los dos policías se miraron a los ojos—. Este caso se archivará —dijo Gunnarstranda brevemente—. ¿Estás satisfecho?

Frank Frølich no respondió a esa última pregunta. Se quedó mirando con gesto ausente la puerta que se cerraba. En su mente sólo había una imagen: la figura de aquella mujer bronceada por el sol, con su biquini azul, que avanzaba lentamente hacia el agua sin darse la vuelta. Frank levantó la mano para rascarse de nuevo la mejilla. Aquello no dejaba de escocerle. Se rascó de nuevo. Empezaba a arderle. Entonces Frank colocó una mano sobre el muslo. Le seguía ardiendo. No conseguía quitarse aquella idea de la cabeza. Le ardía con fuerza, justo en el lugar donde ella lo había rozado con sus labios antes de darse la vuelta y caminar en dirección al agua.

Fin.