Capítulo 16

Frank Frølich había coincidido una única vez con Brigitte Bergum, un par de años atrás, en la sala número 4 del Tribunal. En aquella ocasión defendía a un carpintero ebanista borracho que antes había sido un pez gordo en el ejército. El hombre se había emborrachado en una cabaña hasta quedar inconsciente, el mismo sitio donde guardaba su arma reglamentaria y con la cual había empezado a disparar a diestro y siniestro en plena madrugada. Por desgracia, dos turistas habían instalado su tienda de campaña por la zona, y se llevaron tal susto de muerte que llamaron con el móvil a la policía después de haber trepado a un árbol. Sin embargo, la comisaría de la policía local no estaba abierta fuera de los horarios de oficina, por lo cual tuvieron que llamar a los servicios de emergencia, que les enviaron un coche desde otra comisaría cercana. El coche patrulla, sin embargo, no encontró el camino, de modo que los policías volvieron a llamar a los turistas para preguntarles cómo se llegaba hasta allí. El hombre del arma, que en ese momento se encontraba más allá del bien y del mal, oyó sonar el móvil de los turistas y pensó que el enemigo se estaba comunicando para acabar con él. Por eso se arrastró por el suelo con su ropa de camuflaje y rodeó al enemigo, con un fuerte apoyo de la policía, que continuó llamando a los turistas a intervalos bastante regulares. Cuando la policía, por fin, encontró el lugar, el hombre terminó por perder el poco juicio que le quedaba y fue arrestado después de un tiroteo que concluyó con uno de los policías herido. Frank Frølich fue citado en aquella ocasión como testigo para declarar de forma general sobre los arrestos. Brigitte Bergum se le pegó como una sanguijuela desde el primer momento. Y de todo eso se acordaba ahora Frank cuando la veía a través del cristal de visibilidad en un solo sentido que había en la sala de interrogatorios: una mujer de unos cincuenta años, con cabello abundante, una nariz enorme y pechos como los de una cantante de ópera. En su rostro se notaba cierto aire de impaciencia y de seguridad en sí misma. Estaba sentada junto a Jim Rognstad, que ocupaba su silla como si esta fuese un trono y él un buda con pelo. Rognstad permanecía en silencio y relajado, llevaba puesta una camiseta negra y tenía las manos cruzadas y el pelo bien peinado sobre los hombros.

Ellos eran dos, y observaban a Rognstad y a su abogada sin que ellos lo supieran. Frølich estaba sentado junto a Fristad, quien, en su condición de jurista, se sentía obviamente incómodo en aquella situación y murmuraba:

—Ay, santo cielo, esto no me gusta nada. Tengo que decirlo, Frølich, esta situación no me gusta nada…

Fristad enmudeció cuando Gunnarstranda entró en la habitación que ambos estaban observando. Rognstad hizo ademán de levantarse, como un escolar en el momento en que el director de la escuela entra al aula de clases. Bergum le ordenó que permaneciera sentado y luego echó una rápida mirada al espejo que tenían delante.

—Nos ha descubierto —dijo Fristad, acomodándose nerviosamente las gafas—. Esta Bibbi es lista.

—¿Quién está ahí dentro? —fue lo primero que Bergum preguntó mientras hacía un gesto con la cabeza señalando al espejo.

Gunnarstranda no respondió. Pero Fristad y Frølich se lanzaron una breve mirada.

—No hagas ruido —susurró Fristad.

Entonces Frølich bajó el volumen del audio, de modo que apenas pudieron escuchar la siguiente frase de la abogada.

—Esto no puede ser, Gunnarstranda. Todos los interrogatorios tienen que llevarse a cabo con absoluta transparencia.

Frølich subió un pelín el volumen del audio.

—Pero esto no es un interrogatorio —acotó Gunnarstranda brevemente—. Ustedes dos iniciaron este encuentro y lo quisieron así.

—Quiero saber quién está detrás de ese espejo.

—En ese caso, mejor lo dejamos. Rognstad puede regresar a su celda y hablar con sus fantasmas. O bien tiene algo quedarme o no lo tiene.

Brigitte Bergum observó a Gunnarstranda con una mirada dura. Pero el comisario se volvió hacia donde estaba Kognstad y dijo:

—¿Qué opina usted?

—Un momento —dijo Bergum al tiempo que se inclinaba hacia su cliente. Ambos hablaron un rato entre susurros.

Frank Frølich y Fristad intercambiaron una nueva mirada.

—Apuesto a que van a emprender la retirada —dijo Fristad muy bajito—. Bibbi es una tía dura.

Dentro, en el cuarto de interrogatorios, Gunnarstranda bostezó y miró el reloj.

—Bueno, ¿y qué pasa ahora?

—Había un cuadro en esa caja de seguridad —dijo Rognstad escuetamente.

—¿En qué caja de seguridad? —preguntó Gunnarstranda con poco interés.

—En la del banco.

—Eso no es cierto. En esa caja sólo había dinero.

—Exacto. Sólo había dinero, pero debía haber un cuadro.

Frølich y Fristad se miraron. Fristad se acomodó las gafas, estaba ligeramente excitado.

—¿Qué clase de cuadro? —preguntó Gunnarstranda.

—Uno antiguo, muy valioso.

—De acuerdo —dijo Gunnarstranda en tono cansado—. Bien, ahora empecemos desde el principio. Esa caja de seguridad de la que estamos hablando es bastante pequeña. ¿Qué cuadro era ese que cabía en la caja y cómo llegó hasta allí?

Rognstad se inclinó hacia su abogada y volvió a cuchichearle algo. Brigitte Bergum tomó la palabra y dijo:

—La historia anterior no tiene ningún interés. Pero está claro que en esa caja fuerte había una obra de arte que fue robada junto con el dinero.

—Olvida usted que aquí soy yo el que decide lo que tiene interés y lo que no. Esa información podríamos definirla como una atenuante, ¿o no?

—Mi cliente no está interesado en hablar de la historia previa en este contexto.

Frank Frølich lanzó una sonrisa a Fristad y le susurró:

—Ese cuadro debe de provenir, sin duda, de la caja fuerte de Narvesen. Jim Rognstad participó en el robo, pero tiene miedo de inculparse aún más.

Gunnarstranda se puso de pie y se detuvo delante del cristal. Allí se peinó el poco cabello mientras hacía gestos con la boca en una clara advertencia a sus colegas: «¡Callaos la boca ahí dentro!».

—¿De qué clase de pintura estamos hablando? —preguntó el comisario, dándole la espalda a la abogada y a Jim Rognstad.

—Una obra del Renacimiento italiano —dijo Bergum brevemente—. Un cuadro robado. Virgen con niño, pintada por Giovanni Bellini. Es un cuadro pequeño, pero vale millones. Mi cliente le ha dicho que estaba dentro de la caja de seguridad del banco y que alguien la ha sacado de allí.

Gunnarstranda se dio la vuelta.

—Empecemos otra vez desde el comienzo. ¿Usted me está diciendo que alguien, alguna persona que no es su cliente, entró en la bóveda del banco, abrió la caja fuerte y sacó de ella un cuadro y dejó allí el dinero, medio millón de coronas?

—Sí.

—¿Quién?

—No sabemos quién.

—Pero esa persona tiene que haber usado una llave. Y su cliente tenía la llave.

—Existen dos llaves.

—¿Cómo obtuvo su cliente esa llave?

Fristad y Frølich se lanzaron una elocuente mirada.

Brigitte Bergum y Rognstad volvieron a cuchichear entre ellos. Finalmente, la abogada dijo:

—Eso no viene al caso.

—Tengo razones para creer que usted se apropió de esa llave por medios ilícitos.

Brigitte Bergum dijo entonces:

—No tenemos ningún comentario que hacer a esa afirmación. Pero nos parece correcto recordar que mi cliente tenía acceso absoluto a esa caja fuerte de una manera legal.

Gunnarstranda se dirigió entonces directamente a Rognstad:

—Cada caja de seguridad del banco tiene dos llaves. Y hay cuatro personas que tienen acceso a ella: esas personas son usted, Jonny Faremo, Ilijaz Zupac y Vidar Bailo. Jonny Faremo está muerto. Zupac está interno en Ullernsmo. Usted está aquí y afirma que otro que no es usted robó esa obra de arte de la caja. Lo que usted me está diciendo, por lo tanto, es que Vidar Bailo estuvo allí y sustrajo el cuadro. Y si Bailo hizo eso, yo me pregunto, ¿por qué dejó allí medio millón de pavos?

—Eso es irrelevante —interrumpió Bergum.

—¿Irrelevante? —dijo Gunnarstranda y tuvo que sonreír—. ¿Es irrelevante que un conocido criminal vaya supuestamente hasta la caja de seguridad de un banco, de un modo supuestamente legal, y saque un cuadro valioso, al tiempo que deja allí medio millón de coronas?

—Por supuesto que lo es.

—¿Qué es lo que usted da por supuesto?

—La persona de la que hablamos podía regresar más tarde y sacar también el dinero, ¿o no? El hecho probado es, comisario Gunnarstranda, que en esa caja fuerte había una obra de arte. Y esa obra ha desaparecido.

—Y el hombre en la luna come queso todos los días —dijo Gunnarstranda con sarcasmo y brevedad, al tiempo que se daba la vuelta y regresaba hasta la mesa.

Bergum le dedicó una sonrisa de desprecio. Otra vez el espejo despertaba su interés, por lo que habló en dirección al cristal:

—Estamos hablando de una de las obras de arte más buscadas del mundo, Gunnarstranda. Regrese a su despacho y golpee el teclado de su ordenador introduciendo las palabras clave «casos no resueltos, obras de arte robadas» y encontrará, se lo garantizo, un informe sobre el cuadro de Giovanni Bellini, el gran maestro del Renacimiento italiano. Ese cuadro fue robado en el año 1993 de la catedral de Santa María dell’Orto, en Venecia. Reflexione usted un momento sobre lo que significaría para su carrera y para este cuerpo de policía que usted solucione ese caso, y luego podrá usted discutir con el fiscal sobre lo que puede definirse como circunstancia atenuante —dijo la abogada y se levantó para acercarse al espejo. Una vez allí delante, se acomodó el sujetador lenta y provocativamente y añadió con tono frío—: ¿No es verdad, señor Fristad?

Dos horas después, Gunnarstranda y Fristad estaban a solas. Fristad se rascaba la frente con un gesto de enfado.

—Bellini. ¿Quién diablos es Bellini? En lo que a mí respecta, me da igual que hubiese hablado de una sesión de montañismo en Rondane.

—Los Bellini, por lo visto, eran una dinastía —dijo Gunnarstranda.

—¿Y cómo sabe usted eso?

Gunnarstranda se dio la vuelta y le mostró una enciclopedia que había encontrado en la estantería de libros. El comisario dijo:

—Aquí dice que era un padre y sus dos hijos. Pintores renacentistas de finales del siglo XV. Tenían, además, un cuñado igual de famoso, Andrea Mantegna —Gunnarstranda hojeó la enciclopedia y continuó leyendo—: Los hermanos Bellini, Gentile y Giovanni.

Gunnarstranda carraspeó y continuó leyendo:

—Giovanni Bellini fue muy importante para Giorgione y Tiziano, que fueron ambos sus discípulos. Hacia el final de su vida, el propio Bellini tuvo la oportunidad de aprender de ellos… Eh… En su producción de pinturas murales para los altares, existen dos tipos de motivos dominantes. En uno aparece la Virgen María sentada con un niño, y algún arreglo de fondo, el cual, a menudo, se abre a un pintoresco paisaje en el horizonte. Los cuadros de Giovanni Bellini están en todas las grandes galerías del mundo. Varios cuadros se encuentran en distintas catedrales de Venecia… —Gunnarstranda miró por encima del borde de sus gafas—. Mira esto, sí, eso lo vi —añadió, señalando con el índice un cuadro, el retrato de un hombre de cara pálida con sombrero, con las gafas sobre la nariz, Gunnarstranda ajustó la distancia para poder leer—. Ya me lo había imaginado… Está en la National Gallery, en Londres. En cualquier caso, en este libro no se dice nada acerca de un robo. Además, esta enciclopedia fue publicada mucho antes de 1993. —El comisario Gunnarstranda buscó el año de edición antes de devolver el libro a la estantería—. La publicaron en 1978. Tal vez debería usted interceder por nosotros para que nos renueven y actualicen nuestras obras de consulta.

—Ya nadie renueva ni actualiza las enciclopedias. Ahora la gente utiliza internet, pero quizá usted no sepa lo que es eso…

En ese preciso momento, Lena Stigersand asomó la cabeza por la puerta.

—He verificado algunos detalles de la historia que nos contó Rognstad —dijo la mujer—. Es cierto que el cuadro de Giovanni Bellini que muestra una virgen con un niño fue robado en el año 1993 de la iglesia de Santa María dell’Orto, en Venecia. En ese momento estaban restaurando el templo. Alguien se metió por debajo de la lona del techo, metió el cuadro en una bolsa y se marchó sin más.

—Entonces el cuadro tiene un formato pequeño —dijo Gunnarstranda.

Stigersand asintió.

—Nunca ha vuelto a aparecer, y por lo que sé, tiene que ser muy valioso. Esos cuadros nunca se venden. Por cierto, un cuadro parecido a ese, el de una virgen con un Niño Jesús, también firmado por Bellini, fue vendido en 1966, en una subasta en Londres, por la suma de 826.500 libras esterlinas.

—¿Cuántas coronas son eso?

—Alrededor de diez millones.

—Gracias —dijo Gunnarstranda.

Stigersand se marchó y cerró la puerta al salir.

—Nosotros, los hombres realmente modernos, utilizamos a la juventud para que utilice esas cosas modernas como internet —dijo Gunnarstranda, y añadió—: Si un cuadro como ese se vendió en 1966 por diez millones de coronas, hoy seguramente vale mucho más. Los precios del arte suben más frenéticamente que los precios de la vivienda en Oslo.

—Pero, ¿cree usted eso? —lo interrumpió Fristad—. ¿Es posible que un cuadro como ese permanezca durante años en una caja de seguridad en Askim? Es algo ridículo.

—Si se trata de un bluff, es también, en todo caso, una buena arma para un ladrón —respondió Gunnarstranda—. Por eso tiene que haber pruebas que sostengan esa historia. Rognstad jamás habría sacado a relucir este hecho si no tuviera pruebas. A fin de cuentas, está pidiendo una reducción de condena. Tiene que tener algún otro as debajo de la manga. ¿Y qué otro as puede tener, sino es su conocimiento sobre la procedencia de ese cuadro? Apuesto, efectivamente, a que el cuadro estaba en aquella caja fuerte de Narvesen junto con el dinero. La cuestión sobre el origen del cuadro cuando fue a parar a aquella caja de seguridad del banco es el único as que puede tener Jim Rognstad. Sólo que ahora está esperando para sacarlo.

—¿Y cómo puede haber llegado Narvesen a adueñarse de ese cuadro?

—No tengo ni idea. Pero me da igual. Lo importante es la secuencia de los hechos en el caso de los tipos a los que queremos atrapar: ellos irrumpen en 1998 en la casa de Narvesen y roban la caja fuerte. En ella están el cuadro y el dinero. Sólo Ilijaz Zupac es observado por la vecina, que reconoce al malhechor en el archivo de fotos de la policía. Si la mujer no lo hubiera reconocido, quizá nunca se hubiera denunciado el robo de esa caja fuerte, ya que en ella había un objeto robado muy valioso y conocido. El hecho de que la caja fuerte contuviera algo de tanto valor explica también por qué sólo robaron eso. A Zupac lo arrestaron. Durante el arresto, a Zupac se le escapa un tiro y un hombre muere, por lo que lo acusan y condenan por asesinato. Jamás encuentran la caja fuerte. Con toda probabilidad, los ladrones consiguen abrirla y depositan su contenido en la caja de seguridad de un banco. Cuando se echa un vistazo a la disposición de esa caja de seguridad, queda claro que los cómplices de Zupac eran los integrantes de la banda de Jonny Faremo, es decir, Jim Rognstad, Vidar Bailo y el propio Jonny. Esos tres tíos fueron los mismos que cometieron el allanamiento con robo en el contenedor de Loenga, en Oslo…

—En ese robo participaron cuatro personas, ¿o no? —lo interrumpió Fristad.

—Tenemos la declaración de un testigo que apunta en esa dirección, pero debemos atenernos a lo que sabemos. Los tres hombres son arrestados gracias a un chivatazo de Merethe Sandmo. Bien, los tres son puestos de nuevo en libertad, y esto ocurre gracias a una declaración de la testigo Elisabeth Faremo. Su declaración es puesta en duda por Frank Frølich, que está dispuesto a jurar que después de la una de la mañana de esa noche Elisabeth estaba todavía en su cama. Pero como nuestro amigo estaba durmiendo cuando la mujer se marchó a su casa, ella, en teoría, pudo haber dicho la verdad. Elisabeth pudo haberse quedado allí y esperar a que Frank se durmiera. Luego se marcharía a su casa a jugar una partida de póquer con su hermano y sus dos colegas.

—La declaración de Frølich como testigo no debe utilizarse en este caso bajo ningún concepto —dijo Fristad en tono apagado.

—Está la cuestión de si podremos evitarlo o no —objetó Gunnarstranda—. Brigitte Bergum luchará duramente para defender a Rognstad. Ella tiene la dinamita que se necesita para poner en escena una tanda de fuegos artificiales: tiene un policía que no está de servicio y que se involucra por su cuenta en el caso follándose a la hermana de uno de los criminales, y también cuenta con una historia sobre una misteriosa y célebre obra de arte, una historia que, seguramente, querrá vender a la prensa. Y eso no es todo.

Fristad limpiaba sus gafas en silencio. Echó su vaho sobre los cristales y los frotó con energía.

—Continúe, Gunnarstranda.

—Inmediatamente después de comparecer ante el juez de instrucción, Elisabeth Faremo se marcha a casa y desaparece. Establece contacto con su amante, la señora Reidun Vestli.

—Pobre Frank Frølich —suspiró Fristad—. Qué historia tan lamentable.

—¿Me permite continuar? —preguntó Gunnarstranda cortés mente.

—Por supuesto —dijo Fristad mientras se colocaba de nuevo las gafas sobre la nariz.

—Elisabeth Faremo se oculta en una cabaña que pertenece a Reidun Vestli. Entonces alguno del clan pierde totalmente los estribos. Jonny Faremo aparece ahogado en el Glomma. Una de las teorías es que Faremo había comprendido que fueron arrestados porque alguien del círculo más íntimo había cantado. Después de que su hermana le proporcionara aquella coartada, Faremo sale a la caza del traidor. Posiblemente descubre que se trata de Merethe Sandmo, quien, a su vez, se alía de inmediato con Bailo. Este último asesina a Faremo, lo cual hace que se estrechen aún más los lazos entre Merethe y Vidar Bailo. Elisabeth Faremo, posiblemente, contaba con que surgirían esas dificultades, y por eso se puso a cubierto. Como medida de seguridad, y para protegerse de aquellos hombres, se llevó la llave de la caja fuerte del banco de Askim. Los otros dos hombres restantes, Rognstad y Bailo, empiezan a buscarla desesperadamente.

—Y ese hecho hace que me pregunte una cosa —acotó Fristad—. ¿Por qué a esos dos hombres no les pareció necesario preguntarle a Frølich dónde estaba Elisabeth Faremo?

—Frølich también la estaba buscando. Llegó a preguntarles por ella a su vecino y al propio Jonny Faremo. Además, es policía. No, esos dos tíos escogieron el método más sencillo, que fue sacarle la respuesta a Reidun Vestli con una paliza. Por lo menos uno de ellos viaja hasta la susodicha cabaña en compañía de Merethe Sandmo. Hacen una pausa para cenar en Fagernes, y allí son vistos por un hombre. Luego continúan hacia la cabaña…

—Aquí hay algo que no encaja en la secuencia de los hechos —lo interrumpió de nuevo Fristad—. He leído en uno de sus informes que el incendio en la cabaña se comunicó antes de que Reidun Vestli llegara al hospital.

—A ella la habían golpeado a una hora que no hemos podido determinar. Además, después de la paliza, se mantuvo en un mutismo empecinado. No quería decir ni una palabra sobre el ataque. Por eso no sabemos a qué hora la asaltaron. Por otro lado, no puedo imaginar otra manera mediante la cual Bailo y/o Rognstad averiguaron lo de la cabaña. No hay ninguna posibilidad de que no fuera Reidun Vestli.

—¿Y el objetivo de esos hombres fue todo el tiempo encontrar la llave de la caja fuerte que contenía el cuadro y el dinero?

—Sí. Sabían que Elisabeth Faremo tenía acceso a la llave. Pero ella les hizo una jugarreta y depositó la llave en otro sitio. Nada más y nada menos que en la cocina de Frank Frølich.

—¿Y dónde está la otra llave entonces?

—Eso no lo sabemos. Por eso Elisabeth Faremo no tiene consigo ninguna llave cuando Sandmo y su acompañante llegan a la cabaña. Se produce un altercado que termina con un asesinato y un incendio. Y Elisabeth Faremo muere achicharrada.

—¿Dónde puede estar esa otra llave?

—Lo que sabemos es que alguien la utilizó haciéndose pasar por Ilijaz Zupac. Y lo hizo el mismo día en que el juez de instrucción dejó en libertad a esos tres hombres. Esa persona que se hacía llamar Ilijaz Zupac abrió la caja de seguridad, probablemente cogió el cuadro y desapareció.

—¿Y no puede haber sido Bailo, como sospecha Rognstad?

—Claro que sí. Pero hay un problema. El propio Bailo tenía acceso a la caja. ¿Por qué iba a hacerse pasar por Zupac?

Ambos hombres reflexionaron durante un instante.

—¿Y por qué esa persona se lleva el cuadro de la caja y deja el dinero?

Gunnarstranda alzó las manos.

—O bien la explicación es banal y el hombre se proponía llevarse el dinero más tarde, o dejó allí el dinero para que nosotros nos hiciéramos justamente esa pregunta en caso de que el asunto del cuadro saliera a la luz. Parece poco probable que un ladrón con acceso a medio millón de coronas deje ahí esa cantidad de dinero. Porque en caso de que el cuadro nunca saliera a la luz, la persona que afirmaba que ese cuadro estaba en la caja no hubiera podido demostrarlo ni probablemente dejarlo ver. La jugada de dejar el dinero es, en efecto, inusualmente astuta. Eso, suponiendo que Jim Rognstad esté diciendo la verdad.

—Y nosotros deberíamos añadir que, por lo visto, dice la verdad. ¿Quién, entonces, robó el cuadro?

—No tengo ni idea. Pero pienso que es el cuarto ladrón, el hombre que fue visto en Loenga en compañía de los otros tres cuando asesinaron a Arnfinn Haga.

—¿Y no puede haber sido él mismo? ¿El propio Ilijaz Zupac en persona?

—Ese hombre no ha salido de la prisión desde que fue condenado hace ya unos cinco años.

—Bueno —dijo Fristad, suspirando pesadamente—. Un desconocido en la escena del crimen. ¿Puede que sea el mismo hombre que asesinó a Jonny Faremo?

—Es posible. ¿Por qué lo cree?

—No lo creo —respondió Fristad—. Pero el asunto de la llave es realmente interesante. Digamos que esos dos, Elisabeth y Jonny Faremo, tenían ambos una llave. Elisabeth esconde la suya en el piso de Frølich. El cuarto hombre, el desconocido, tiene una pelea con Jonny Faremo, obtiene su llave y ahoga a Jonny. Ese cuarto hombre va hasta Askim, donde está el banco. Se hace pasar por Zupac y saca el cuadro, pero los otros no lo saben. Ellos sólo saben que Jonny está muerto y no encuentran su llave. Por eso piensan que ha llegado el momento de conseguir la última llave que les falta. Saben que la tiene Elisabeth, y conocen la relación de la hermana de Jonny con esa profesora de la universidad. Le dan una paliza a la mujer para averiguar dónde se esconde Elisabeth, etcétera.

—Todo es posible —dijo Gunnarstranda—. Sabemos que había dos llaves. Una de ellas estuvo todo el tiempo en casa de Frølich. La otra fue utilizada por el supuesto Ilijaz Zupac. Sabemos que Bailo mantenía una relación con Merethe Sandmo justo después de la muerte de Jonny. Yo mismo hablé con ellos. El propio Bailo sigue desaparecido, y no tenemos ninguna información fiable sobre dónde puede estar. Yo me atrevo a añadir que Faremo fue asesinado porque se puso a hacer demasiado ruido a raíz de que Merethe Sandmo los denunciara.

—En realidad parece como si existiese una alianza entre Bailo y Merethe Sandmo. Puede que ellos hayan robado el cuadro y se hayan marchado a un sitio más soleado, ¿no cree?

—Pero ¿por qué iba Bailo a hacerse pasar por Zupac, cuando él mismo tenía acceso a esa caja fuerte?

—Para ocultar su identidad. El cuadro es buscado en todo el mundo. Es la lógica del delincuente: apropiarse del cuadro, pero de incógnito. Y además de ello, deja el dinero, a fin de socavar cualquier afirmación de sus cómplices en relación con la existencia de la pintura robada en caso de que la fiscalía no pueda meterse a fondo en el asunto.

—Es posible que tenga usted razón. Pero todavía tenemos al testigo que afirma haber visto a cuatro personas en el sitio donde asesinaron a Arnfinn Haga.

—De modo que existe un hombre cuya identidad no conocemos. ¿Quién cree usted que podría ser ese cuarto hombre?

—No tengo ni la más remota idea —respondió Gunnarstranda brevemente.

—¿Podría ser, tal vez…? Tendrá que disculparme, pero la libre asociación de ideas puede ser muy útil en este oficio… ¿No podría ser, sencillamente, Frank Frølich?

Se produjo un profundo silencio en la habitación. El sol irrumpió por entre las rendijas de la persiana, y Gunnarstranda creyó que había llegado el momento de encender un cigarrillo. Lo hizo sin que Fristad protestara.