Capítulo 9

En el transcurso de la noche se habían despejado todas las nubes. El frío azotaba una vez más y colgaba el decorado para una tarde helada de finales de noviembre. El aire era cortante como una navaja de afeitar. La helada había pegado la niebla nocturna al asfalto en forma de hielo. Frank se sentó en el coche, salió de la ciudad y continuó avanzando hacia el este. Una capa de escarcha transparente humeaba sobre los negros campos arados cuando se fue acercando a Hobol y Elvestad. Sobre el bosque visible en el horizonte estaba el disco solar, que recordaba la calva incandescente de un creador que asomaba por encima de la montaña para enviarles un poco más de luz a la gente del norte. Pronto los rayos serían tan intensos que Frank Frølich tendría que bajar los parasoles.

Pagó en el peaje de Fossum, se dirigió hacia la gasolinera de Shell situada junto al puente de Fossum y llenó el depósito. El río Glomma fluía tranquila y majestuosamente bajo el puente. Frank pensó en Jonny Faremo. Cómo pudo haber sido eso de nadar contracorriente en aquellas aguas heladas.

Después de haber pagado, Frank se sentó de nuevo en el coche y estudió el mapa. Se hallaba bajo la central eléctrica de Solbergfoss, pero todavía estaba por encima de la central de Kykkelsrud.

Reflexionó por un instante y luego dobló tras la estación y se apartó de la carretera. Aquella carretera comarcal, estrecha y llena de curvas, conducía hasta un puente peatonal. Allí aparcó, se bajó del coche y se apoyó contra el muro de mediana altura situado delante del río. El agua se abría paso con corrientes lentas y serpenteantes.

Se puso a contemplar entonces los remolinos que se formaban en el agua de color marrón oscuro. Si cayera ahora a esas aguas, sería arrastrado muy lejos en cuestión de segundos. El agua fría paralizaría su cuerpo. Las ropas mojadas harían prácticamente imposible moverse. Se volverían muy pesadas y contribuirían a arrastrarlo hacia el fondo. La orilla del río consistía en unas rocas poco hospitalarias. Llegar a tierra sería casi imposible. Con la fuerte corriente y el frío tendría muy poco tiempo. ¿Cuánto podría aguantar?

Frank empezó a andar por el camino que discurría junto al río. Desde allí había varios senderos que llevaban hasta la colina, entre elevados búnkeres de la época de la guerra. El área de descanso situada en la otra orilla estaba menos protegida, pero también desde allí alguien habría podido arrojar un cuerpo al río relativamente sin problemas. No obstante, había un hecho que indicaba que Jonny Faremo no había sido lanzado al río en ese lugar: un poco más abajo, el río era interrumpido y quedaba atrapado por la represa de la central eléctrica de Kykkelsrud. Faremo fue hallado en una red por debajo de esa central eléctrica.

Frank pensó: «Tal vez lo más inteligente sea empezar por ahí, por Kykkelsrud».

Luego atravesó el puente peatonal. En el otro lado había un monumento. «Batalla junto al puente de Fossum». En ese lugar los alemanes se toparon con los noruegos aprestados para el combate antes de abrirse paso hacia Oslo en abril de 1940. Los noruegos caídos eran mencionados cada uno por su nombre.

Frank Frølich regresó al coche, continuó el viaje a través del puente de Fossum y subió la colina en dirección a Askim. Pasó junto a un par de radares, pero iba lo suficientemente lento como para que no lo fotografiaran.

Un cartel indicaba la salida hacia la siguiente central eléctrica. Frølich dobló. Estaban construyendo una nueva autovía y Frank pasó junto a una obra con máquinas en pleno funcionamiento. A la altura de la salida hacia la central hidroeléctrica comunal, aceleró y dobló a la izquierda en dirección a la planta. El coche avanzaba todo el tiempo cuesta abajo, de modo que se estaba acercando otra vez al río.

Pasó junto a unas casas aisladas de madera construidas en estilo antiguo. Seguramente se trataba de las viviendas de los obreros que trabajaban en la central hidroeléctrica. Entonces llegó a una nueva salida. Y poco después de ella, vio un cartel que decía «Hafslund Energie». Un moderno edificio de ladrillos con grandes ventanales. Detrás de él se elevaba la orilla del río al otro lado del embalse. Frank Frølich dejó caer de nuevo el coche cuesta abajo, en dirección a la central y al dique.

A la altura de algunos cobertizos vallados junto al borde izquierdo del camino, un cartel desgastado, pero todavía azul, indicaba la existencia de un aparcamiento. En él había un Skoda Octavia relativamente nuevo. Conocía aquel coche, y aquello no le gustó nada. No obstante, aparcó justo al lado.

No era precisamente un buen momento para encontrarse con Gunnarstranda. Frølich no tenía ninguna explicación convincente de por qué había venido hasta allí. Pero ¿acaso la necesitaba? ¿Tenía que ser cada paso que diera forzosamente el obediente cumplimiento de recomendaciones razonables? Frank miró a su alrededor. No se veía a Gunnarstranda por ninguna parte. No se veía a nadie. Alrededor de las casas repartidas aisladamente por la ladera, no se veía ninguna señal de vida. Hasta el propio edificio de oficinas de Hafslund Energie parecía muerto.

El asfalto estaba liso y resbaladizo a causa de la helada. Frank caminó con cuidado cuesta abajo en dirección al embalse, pasando junto a tres turbinas gigantescas y desechadas, colocadas sobre la hierba cubierta de escarcha. Luego se dirigió directamente a la central eléctrica. A mano derecha estaba el embalse lleno, negro como un enorme espejo encantado. Una isla diminuta se dibujaba directamente delante de la orilla. Los árboles en las laderas de las montañas y los que estaban frente a la central eléctrica se reflejaban en la negra superficie del agua. El nivel era bajo y dejaba al descubierto toda la estructura amurallada del dique. A mano izquierda había un sistema de puertas de hormigón de unos cincuenta metros de largo, una esclusa sin agua. Faltaba todavía un buen trecho para llegar al fondo de la esclusa. Frank sintió un ligero mareo cuando miró por encima del borde. Entre el dique y la pared de la esclusa situada más allá descollaban dos enormes barrotes de piedra. Un olor a podrido, a aguas muertas y lodo reciente subía desde las profundidades. Frank subió al muro del embalse, sobre el tramo bajo el cual debía de encontrarse la entrada de agua. El suelo empezó a vibrar ligeramente; era un pulso violento y resonante. Por debajo fluían torrentes de agua, y a la derecha la superficie se encrespaba ligeramente en pequeños remolinos y corrientes pegados al muro. El agua hacía su trabajo. Un poco más adelante estaba la cascada, aislada por un muro formado por tres enormes puertas de esclusas.

Cuando Frank miró hacia abajo del río unos cien metros, pudo sentir formalmente la enorme presión del río contra el muro. De repente sintió cómo el olor dulzón de un recién encendido cigarrillo de la marca Petteroe se colaba por su nariz. Sin darse la vuelta, dijo:

—Gunnarstranda. ¿Sigues fumando?

—Fumo desde hace más de cuarenta años —dijo Gunnarstranda, parándose a su lado. Tenía las manos metidas en los bolsillos del abrigo, mientras sus mejillas absorbían con avidez el humo en la cavidad bucal y lo bombeaban hacia los pulmones.

—Pero deberías dejarlo, a fin de cuentas estás enfermo.

—Tenía planes de dejarlo, pero luego el médico me recomendó que mascara chicles de nicotina. ¡Habrase visto! Eso también es nicotina. ¿Dónde está la diferencia? En ese caso, puedo seguir fumando.

Frølich sonrió.

—¿A qué viene esa risa? —preguntó Gunnarstranda con enfado.

—Recuerdo ahora ese chiste sobre un tipo que quiere dejar de fumar como sea y de pronto se encuentra con un colega que lo había conseguido: «¿Y cómo conseguiste dejar el tabaco?», le pregunta el hombre. «Bueno, responde el otro, dejar el tabaco es la cosa más fácil del mundo. Te compras un paquete de cigarrillos, como siempre haces, pero cada vez que quieres fumarte uno, te lo metes antes en el culo». «¿En el culo?», pregunta el amigo. «Sí, en el culo. No hay manera mejor de decirse a uno mismo que el tabaco es una mierda. Jamás te meterías en la boca un cigarrillo que antes te hayas metido en el culo», dijo el hombre. Pues bien, un par de meses después los dos amigos se encuentran. «Oye, por cierto, ¿cómo te ha ido? ¿Has conseguido dejar de fumar?», pregunta el colega. «Sí, por supuesto, dice el otro. Lo de dejar el tabaco ha funcionado. Pero de todos modos no me sirvió de mucho». «¿No te sirvió? ¿Cómo es eso?», le pregunta el amigo. «¡El problema es que ahora no consigo dejar de meterme cigarrillos en el culo!».

Frank Frølich se golpeó los muslos y reía a más no poder.

Gunnarstranda lo miró con enfado.

—Y yo que había pensado que los rumores que circulan sobre ti eran mentira —dijo el comisario.

El rostro de Frank Frølich se cubrió de nuevo de adustas arrugas.

—Te he estado buscando desde que vi tu coche.

—Poco a poco empiezas a tocarme las narices.

—¿Ah, sí?

—Sólo con venir hasta aquí cuando estás de vacaciones… Si sigues cruzándote conmigo de este modo, tendré que informar de ello en algún momento.

—Bueno ¿y qué?

—Por lo visto, no te das cuenta de tus propias estupideces. En cambio, todos los demás sí que se dan cuenta.

—Tranquilo —dijo Frølich—. No tendrás necesidad de informar sobre mí. ¿Crees que Faremo fue arrojado al agua desde aquí?

—No. Aquí el río tiene muy poca agua —Gunnarstranda señaló con un gesto de la cabeza hacia las piedras que estaban al descubierto en el lecho del río situado a sus pies—. La cascada está casi seca. Tiene que haber sido mucho más abajo —añadió, señalando con el dedo—. Por ejemplo, allí detrás, en ese saliente de la montaña. Es un sitio ideal para cometer un crimen. Desde allí hay un camino de grava que conduce hasta el río. Pero, por desgracia, el camino está bloqueado con una barrera y con candados.

—Entonces, ¿alguien tiene un llave adicional?

—Es poco probable. Me encontré con alguien allí —dijo Gunnarstranda y señaló hacia la caseta de las turbinas—. Ese chico me contó que vive en una de aquellas casitas. Dice que se hubiera dado cuenta si alguien hubiera levantado la barrera y pasado por allí.

Ambos contemplaron en silencio el ancho valle fluvial.

—Esta instalación no está funcionando —dijo Gunnarstranda finalmente.

—¿Ah, no?

—Ahí dentro me han proporcionado una amplia introducción al mundo de la electricidad y la historia. Las centrales de Vamma, que está más abajo, y la de Solbergfoss, un poco más arriba, son las que producen la corriente. Esta instalación sólo se utiliza cuando el nivel del agua del Glomma es demasiado alto.

—Pero ¿qué piensas de Jonny Faremo? —preguntó Frank Frølich—. ¿Lo empujaron o resbaló con una piedra demasiado lisa?

—Es difícil decirlo.

—No tienen por qué haber bajado hasta el río. Puede haber estado paseando con alguien más… o solo.

—Es posible. Y si alguien ha observado algo parecido, lo sabré muy pronto.

Frank Frølich interpretó aquella respuesta como que el tema no era tabú. Entonces dijo:

—Es cosa de locos que Faremo haya muerto precisamente ahora, ¿no te parece?

—No a todos nos conceden el privilegio de elegir el momento en que morimos, Frølich.

—He estudiado el mapa. En un tramo en dirección a Askim hay un camino en curva que conduce hasta el río. En teoría, un asesino podría bajar en coche por ese camino y acercarse lo suficiente al río y buscar allí un lugar desde el cual lanzar a Jonny Faremo a sus aguas. Y para eso no tiene que ser precisamente un conocedor de la zona.

—¿Por qué no?

—Porque en ese caso tendría que saber también lo de la central eléctrica de Vamma. Si ese tipo hubiera sabido eso, sabría también que existe una red que filtra el agua y retiene las cosas. Si hubiera seguido conduciendo y hubiera lanzado a Faremo por debajo de Vamma, el cadáver habría sido arrastrado varios kilómetros antes de aparecer en Sarpsborg. En realidad, son muchos kilómetros los que hay desde Vamma hasta la red de Sarpefoss.

—Suena lógico, salvo por una cosa.

—¿Cuál?

—Tú hablas como si Faremo hubiera sido asesinado antes. Pero él tenía agua en los pulmones. Se ahogó. Si fue realmente un asesinato y ese asesinato no estaba planeado, Faremo puede haber ido a parar al río como resultado de una pelea o de unos golpes, y eso, en este caso, es lo más probable. Por eso una buena parte de las investigaciones se están enfocando en eso, en encontrar a las personas que todavía tenían alguna cuenta pendiente con Faremo.

Frank Frølich hizo como si pasara por alto aquella velada alusión a su persona y dijo:

—Hay mucha agitación en un caso como este. ¿Vas a salir por ahí a interrogar a la gente?

—Ya te dije que el caso de Jonny Faremo está en manos de la Policía Criminal.

—Sí, ya tuve el placer de hablar con uno de ellos. Un tipo joven llamado Lystad.

—Un buen hombre.

—¿A qué conclusión va a llegar él: asesinato o accidente?

—No tengo ni idea —dijo Gunnarstranda, que se quitó el cigarrillo de la boca y lo miró con expresión huraña—. ¿Sabes que toda esa tontería tuya con la hermana de Faremo me está haciendo fumar más de lo que debería?

—Y entonces ¿qué haces aquí?

—Es domingo —respondió Gunnarstranda—. Tengo el día libre.

Frølich sonrió.

—En fin, que estás aquí, fuera de tu jurisdicción, ¿y me amenazas con informar sobre mí?

—En cualquier caso, no es ninguna buena idea que andes deambulando por aquí interrogando a gente. Es mucho mejor que me llames por teléfono. Me mantendrán todo el tiempo al tanto.

—El perímetro actual es un tramo del río de alrededor de un kilómetro de largo —dijo Frølich en tono concluyente—. Y Faremo llegó aquí, sin duda, en coche. Si no cayó al río desde allí arriba al otro lado, desde el saliente de la roca, Faremo o el asesino tienen que haber tomado esa carretera que dobla a la derecha poco antes de Askim. En mi mapa son dos estrechos caminos de grava o vecinales los que conducen al río. Y apuesto nueve a uno a que hay testigos. Alguien tiene que haber visto el coche.

Frølich y Gunnarstranda recorrieron lentamente el camino de regreso. Este último se aclaró la garganta y dijo:

—Por una cuestión de orden, Frølich…

—¿Sí?

—¿Me haces una enumeración de lo que has hecho en los últimos días y quién puede confirmarlo, etcétera?

Frølich se dio la vuelta hacia su colega.

—Entonces todavía no estoy completamente fuera del caso, ¿no?

—¿De cuál de los dos?

Ambos se miraron en silencio. Frølich jamás había podido interpretar lo que le pasaba a Gunnarstranda por la cabeza. Y tampoco pretendía intentarlo ahora.

—Es esta una historia extraña, Frølich. Sólo existe una única pista que puede ofrecernos una conexión entre Jonny Faremo y el asesinato del vigilante en Loenga, pero no nos vale demasiado.

Frank Frølich miró al cielo. El día no había cumplido aún demasiadas horas, pero así y todo el sol ya les ofrecía un espectáculo de colores suntuosos tras la cima de la cordillera. Algunas franjas de color naranja fuego eran lamidas por los lengüetazos de unas nubes de color cinabrio sobre el cielo azul que se veía por encima de los árboles.

Frank preguntó:

—¿Cuán poco vale realmente esa pista?

Gunnarstranda se tomó su tiempo para responder.

—Cualquier iniciativa privada tuya está condenada a ser malentendida. Si no nos dejas en paz, serás suspendido.

—Háblame de esa pista —repitió Frank con terquedad.

—Una mujer de veintinueve años, modelo autónoma y que hace la mayoría de sus encargos como camarera en un bar de gogós.

—¿Una prostituta?

—Lo dudo. Ella se llama a sí misma maniquí, modelo, y ha aparecido en el Aftenposten haciendo publicidad de ropa interior y cosas por el estilo. Además, es la chica de uno de los tipos de la banda que hemos metido en chirona.

—¿Chica de quién?

Gunnarstranda vaciló.

—¿De quién? —repitió Frølich.

—De Jonny Faremo.

—¿Cómo se llama?

—Olvídalo, Frølich.

—No quiero saber nada más aparte de su nombre. Es sencillamente ridículo que no quieras decírmelo.

—Se llama Merethe Sandmo.

—¿Está entre los sospechosos?

—No tengo ni idea. El caso está en manos de la Policía Criminal, no en las mías.

—¿Y a santo de qué la chica de Faremo iba a denunciar a su hombre?

—Ni idea, pero por lo visto la relación era bastante turbulenta. El chivatazo huele a una especie de venganza, lo cual, a su vez, hace su declaración bastante inservible. Con ello, el vínculo entre estos chicos y el vigilante asesinado en Loenga pende de un hilo de seda. Y si ese hilo se rompe, habrá que buscar en otra parte para encontrar a alguien que tuviera alguna otra cuenta pendiente con Faremo. Y uno de ellos, de los que está demostrado que tienen una cuenta pendiente, eres tú.

—La mujer cuyo nombre acabas de mencionar y que los ha denunciado también puede haber recibido un empujón por la espalda. —Frank Frølich miró al cielo—. Por cierto… —dijo finalmente.

—¿Por cierto qué?

—¿Me tomas por estúpido?

—No, no te tomo por estúpido. Pero en mis investigaciones tampoco suelo tener opiniones sobre nadie. Eso lo sabes muy bien.

—¿Eso significa, entonces, que me arrestarías si hubiera suficientes indicios para sostener esa hipótesis?

Gunnarstranda sonrió sin ganas.

—¿Podrías perdonármelo?

Frølich suspiró.

—Probablemente no.

—¿Por qué quieres que hable con la tal Reidun Vestli, esa científica? —preguntó Gunnarstranda en un tono sereno.

—Porque Elisabeth Faremo, por alguna razón, se ha puesto a resguardo. Está ocultándose. Debe de haber sentido pánico. En cualquier caso, el mismo día en que su hermano y sus compinches quedaron en libertad, ella hizo su mochila. No tengo ni idea de dónde está o de por qué ha desaparecido. Pero su hermano está muerto y posiblemente sea astuto por su parte el esconderse. Y ni siquiera aparece ahora, que su hermano está muerto, y eso es bastante raro. Además, al mismo tiempo que Elisabeth recogía sus cosas y se marchaba, Reidun Vestli presentaba una baja por enfermedad. Y Reidun Vestli no estaba en casa cuando yo la llamé un par de horas después. Estaba en el coche. Y cuando por fin la localicé, tuve la impresión de que sabe dónde se esconde Elisabeth. Creo que ambas, de algún modo, son aliadas.

—¿Y no puede ser que Elisabeth Faremo esté huyendo de ti?

Ahora fue Frølich el que empezó a respirar con dificultad.

—Su hermano está muerto, pero así y todo, ella sigue ocultándose.

Ambos se sumieron en el mutismo. Finalmente, fue Gunnarstranda el que lo rompió:

—¿Y por qué iba Elisabeth Faremo a aliarse con Reidun Vestli?

—Ella y Elisabeth tienen o han tenido una relación. La tal Reidun Vestli me ve como un vengador masculino salido del mundo de los heterosexuales. Y yo creo que esa mujer no ve lo problemática que resulta la desaparición de Elisabeth ahora que ella es testigo en un caso de asesinato y que su hermano está muerto. Esa mujer no está en condiciones de ver de un modo realista su relación con Elisabeth. Creo que, en este momento, es la obediente aliada de Elisabeth.

—¿Qué interés podrías tener tú en que hable con Reidun Vestli?

—¿Yo? —dijo Frank y se encogió de hombros—. Estoy en un apuro, como puedes ver. Está claro que me interesaría saber lo que tiene que decir Reidun Vestli cuando le muestres tu identificación y uses un tono un poco más brusco.