Sonó el teléfono, y de buena gana lo habría dejado sonar, pero acababa de hablar con la doctora Rachels acerca de la necesidad de afrontar los problemas conforme surgían, de uno en uno, y ahí tenía un problema que probablemente podía afrontar: un teléfono que sonaba. Llevaba en el hospital diez días.
—Henry. Soy Dwight. Dwight Rogner.
—Hola, Dwight.
—Enhorabuena, amigo mío. Tengo el placer de anunciarte que has sido elegido por los Cardinals de Saint Louis en la trigésimo tercera ronda del draft de amateurs.
—¿Cómo? —Henry se quedó de piedra en la cama deshecha. En un primer momento pensó que era Adam o Rick gastándole una broma tan absurda que apenas podía considerarse cruel—. No habla en serio.
—Ya sé que no es tu sueño en lo que a la ronda se refiere, pero se trata de una magnífica oportunidad para ti. Y para los Cardinals de Saint Louis, si vamos a eso, por conseguir un deportista de tu talla en esta fase del draft.
—Pero… O sea… yo ya ni siquiera juego. He dejado el equipo.
—Henry, ya sé que no has tenido una temporada fácil. Pero el draft se reduce a una sola cosa: el potencial. Y no creo que los Cardinals vayan a encontrar a otro jugador con un potencial como el tuyo. Un jugador al que, sólo con cerrar los ojos, imagino como una estrella de esta liga. Una estrella auténtica y a largo plazo.
Henry no dijo nada, pero eso no pareció importar, porque Dwight prosiguió:
—Tú y Mike habéis hecho un gran trabajo con el entrenamiento, dados los recursos disponibles. Pero el Westish College y los Cardinals de Saint Louis no se parecen en nada, son como la noche y el día. Con nosotros tendrás los mejores entrenadores, los mejores preparadores físicos, las mejores instalaciones. Todo lo que hacemos está destinado a convertirte en un jugador mejor.
—He perdido peso.
—Ya lo recuperarás. Te pondremos en condiciones poco a poco. Nadie espera que mañana juegues en el primer equipo. Sólo esperamos que trabajes de firme todos los días. Para ver realizado tu sueño.
—Estoy en el hospital —dijo Henry, levantando la voz—. En la sala de psiquiatría. No puedo lanzar. —Golpeó la cama con la palma de la mano y sintió un arranque de rabia. No quería hablar de sueños. Quería hablar de lo real.
—Sé que lo has pasado mal —prosiguió Dwight—. Eso puede sucederles incluso a los mejores.
—De modo que habla en serio. Me han fichado.
—Claro que sí. Tienes un techo mucho más alto que la mayoría de los seleccionados en las últimas rondas, y por consiguiente te ofrecemos una bonificación mayor para convencerte de que firmes. ¿Qué te parece cien?
—¿Dólares?
Dwight se echó a reír.
—Mil. Cien mil dólares, por adelantado. En todo caso, eso podemos discutirlo más adelante. Tienes hasta finales de agosto para firmar el contrato. Si no firmas, perdemos tus derechos y volverás al draft el año que viene. En ese caso seguiré tu evolución muy de cerca.
Henry permaneció callado. No había nada que decir. Cien mil dólares por jugar al béisbol: lo que siempre había deseado.
—Por cierto —añadió Dwight—. Los Cubs se han quedado con tu compañero Adam Starblind. Este último mes ha causado un gran impacto.
—Uau. Eso es… uau. —«Que haya sido detrás de mí. Que haya sido detrás de mí»—. ¿En qué ronda?
—La treinta y dos. Justo por delante de la tuya.