—Entrez tú —respondió Affenlight, deslizando voluntariamente el error gramatical, una antigua broma, si es que podía llamarse broma, de cuando Pella estudiaba francés en primaria.
Quien entró fue Evan Melkin, el responsable de Asuntos Estudiantiles, quien seguía siendo medio estudiante: promoción del 92; querúbico y sin mentón, un auténtico vitalicio de Westish, a diferencia de Affenlight, que era un reincidente. Vestía como los chicos de escuela privada que no podían acceder a instituciones más prestigiosas de la costa: pantalones caqui arrugados, camisa azul, mocasines. Sólo le faltaba la gorra de béisbol, aunque más le valdría ponerse una: el único rasgo que revelaba sus cuarenta años eran las irregulares entradas en el nacimiento de su cabello rubio y ralo. El rector se levantó para estrecharle la mano. Ante esto, por alguna razón, Melkin pareció vacilar. Permaneció en el vano. Bruce Gibbs lo apartó sin contemplaciones y, renqueando, entró en el despacho.
Al menos Bruce sabía cómo estrecharle la mano a un hombre.
—Guert.
—Bruce.
—Un hermoso animal tienes aquí.
Contango se levantó cansinamente, aguzando las orejas; parecía desconfiar de los visitantes. Hundió el hocico en la entrepierna de Melkin y gruñó. Melkin retrocedió de medio lado.
—Es de Tom y Sandy Bremen —explicó Affenlight.
—Que pronto nos dejarán —apuntó Gibbs.
Affenlight asintió.
—Pero es posible que yo me quede con el perro —dijo—. Esto es una especie de período de prueba.
Contango le gruñó otra vez a Melkin. Gibbs tendió la mano y acarició al chucho entre las orejas, haciéndolo callar expertamente.
—Hermoso animal —repitió—. ¿Cómo se llama?
—Contango.
—¿Un husky brasileño?
—En realidad es un término de economía —aclaró Affenlight—. Recién acuñado. Pero la palabra tango, curiosamente, no procede de una lengua romance, como también yo pensaba; es una palabra nigeriana que…
Para cuando concluyó esta breve conferencia, Affenlight sabía ya que algo andaba mal. Melkin estaba demasiado crispado, Gibbs demasiado tranquilo y sombrío, Contango demasiado receloso.
Bruce se aclaró la garganta.
—Me temo que tenemos un problema, Guert. O lo que, desde mi punto de vista, parece un problema, a menos que tú tengas una manera de esclarecerlo y se vea que no hay tal problema.
A Affenlight se le quedó la mente en blanco. La voz de Bruce parecía emanar de todas partes.
—No es asunto mío lo que haga una persona en su tiempo libre. A ese respecto no tengo ningún prejuicio en especial. Pero, como sabes, la universidad observa un código muy estricto y cuidadosamente delineado en relación con las interacciones entre alumnos y profesores, y eso también cuenta para los administradores, sobre todo si el administrador en cuestión desempeña una función muy pública por lo que se refiere a la relación de la universidad con la comunidad que la acoge.
—¿Cómo os habéis enterado?
Bruce lo miró.
—Eso suena a confesión, Guert. Por ahora no estamos pidiéndote necesariamente que confieses nada.
—Tú dime cómo.
Melkin abrió la carpeta que llevaba. Affenlight no se había fijado antes en ella. «Hay una carpeta», pensó. Melkin se aclaró la garganta nerviosamente y leyó:
—«El tema fue planteado primero por el progenitor X. El progenitor X iba de camino a Westish para asistir al doble encuentro de béisbol del primero de mayo, y se detuvo a pasar la noche en el Troupe’s Inn de la estatal 50. La mañana del primero de mayo, el progenitor X lo vio a usted, rector Affenlight, salir de la habitación del antedicho motel en compañía de un alumno». Posteriormente, el progenitor X me telefoneó a Asuntos Estudiantiles para denunciar el hecho. La denuncia requería un seguimiento a través de los cauces debidos. Aun así, yo no quería difundir ninguna acusación que pudiera dañar su reputación y que luego resultara falsa. Decidí, pues, llevar a cabo una investigación previa informal por mi cuenta. —Sacó de la carpeta una fotocopia del libro de registro de matrículas de automóviles del Troupe’s Inn—. ¿Ésta es su letra, rector A? —Señaló el nombre «O. Bulkington», junto a la matrícula del Audi.
Affenlight asintió.
—Eso pensaba. —Bajo el taciturno semblante de Melkin se advertía lo orgulloso que estaba de su literaria labor detectivesca—. Una vez confirmado que efectivamente estuvo usted en el citado motel, hablé con la supervisora estudiantil de la residencia del alumno en cuestión, con la mayor discreción posible. Ésta informó que lo había visto entrar en la residencia la tarde del trece de abril en un «estado de agitación», según sus propias palabras.
»Al cabo de unos días, vi personalmente al alumno en cuestión abandonar Scull Hall por la puerta privada una mañana muy temprano. En ese momento me puse en contacto con el presidente del consejo de administración, el señor Gibbs.
Melkin, en otras palabras, había acechado la vivienda el rectorado. Affenlight se miró la corbata. La silla seguía en un ángulo de 55 grados respecto al escritorio, de modo que él tenía que volver la cabeza para mirar a Bruce y Melkin. Se sentía como un niño castigado a permanecer en el rincón, pero no encontró fuerzas para mirarlos a la cara.
—¿Habéis hablado con Owen?
—El alumno en cuestión está de viaje con motivo de una competición deportiva. Por el momento no ha habido…
Bruce levantó una mano para interrumpir a Melkin.
—Quería hablar antes contigo. —Apoyó el bastón en el brazo del confidente y se dejó caer en éste—. Guert, aunque Owen niegue cualquier conducta indebida, nos veremos obligados a investigar. A ese respecto estoy atado de manos. Esto no es una situación delictiva en la que vayamos a usar palabras como «víctima» y «depredador» o escarbar en las vidas privadas de las personas. Lo que ocurrió en la habitación de ese motel es intrascendente. El mero hecho de que estuvieras allí con un alumno, a la vista de las familias de otros alumnos, es de por sí una grave violación del código de honor de esta universidad y su definición de comportamiento profesional.
»Si finalmente investigamos —prosiguió Bruce—, esa investigación recaerá en el comité administrativo, y el comité tendrá que interrogar a diversas personas.
—¿Y con eso qué quieres decir?
—Quiero decir que la situación se hará pública. Los estudiantes se enterarán de tu relación con el señor Dunne, y también los padres y los antiguos alumnos. Esto es una universidad de humanidades, pero tú y yo sabemos que ello no implica automáticamente una mentalidad progresista.
—No me salgas con tópicos, Bruce.
Hasta ese momento, Affenlight había permanecido sentado en una postura como desmadejada; ahora sintió que la ira lo recorría, y de pronto golpeó inútilmente con el puño el brazo de la silla.
Gibbs alzó la mano en gesto de disculpa.
—Sé que esto es difícil para ti, Guert. Lo que quiero decir es que me cuesta imaginar una salida que te permita permanecer en tu actual puesto.
—Quieres que dimita.
—Lo que pregunto es si no preferirías explorar otras opciones en lugar de someterte a ti mismo, y al Westish College, a unos niveles de curiosidad exterior y burlas sin precedentes. Esa clase de publicidad podría perjudicar seriamente nuestras posibilidades de financiación. Si crees que ya es difícil encontrar dinero para tus iniciativas «verdes», espera a que esto salga a la luz.
—¿Ése es el problema? ¿No os gusta mi presupuesto?
—Guert, no digas tonterías. Esto no es una conspiración.
—No, no. Claro que no. Es una feliz coincidencia.
Bruce, que por primera vez se mostraba un poco atribulado, se reclinó en el confidente y dejó escapar un suspiro. «Si supieras las cosas que se han hecho ahí —pensó Affenlight malévolamente—, no estarías tan cómodo».
—Por lo que se refiere a felices coincidencias —dijo Bruce—, me siento obligado a mencionar lo siguiente. El estudiante en cuestión no ha pagado, en tres años, una sola matrícula ni mensualidades por habérsele concedido el premio Maria Westish, premio cuyo comité de selección presides tú. Las actas de las deliberaciones del comité inducen a pensar que defendiste enérgicamente la candidatura del estudiante en cuestión pese a sus mediocres calificaciones en matemáticas y ciencias.
—Sus trabajos eran brillantes —se defendió Affenlight—. Él es brillante.
—Otra feliz coincidencia. El estudiante en cuestión es miembro de varios grupos ecologistas y del comité de profesores y alumnos que redactó el proyecto para la eliminación de emisiones de dióxido de carbono del que tú, un tanto repentinamente a mi modo de ver, te has convertido en enérgico defensor.
—Todo el mundo debería defender esas medidas. Son un deber ético.
—En estos momentos la ética no es tu punto fuerte, Guert.
Affenlight guardó silencio. Podía discutir los detalles —Owen era el mejor estudiante que había tenido Westish en una década; las propuestas presupuestarias eran justas y sensatas—, pero lo dejaría estar. Había actuado precipitadamente en muchos sentidos, se había olvidado de sí mismo y de su posición. Visitar la residencia de Owen, ir con éste a un motel… Ésos eran delitos de un hombre necio y descuidado. Y los había cometido de todo corazón.
Sabía que en realidad no se trataba del presupuesto; sabía que Bruce no quería quitarlo de en medio. Comparado con otros rectores, él era bastante aceptable. Bruce consideraba que no le quedaba más remedio. ¡Y sin embargo, sin embargo…! ¿Cómo habría sido esa conversación si Owen hubiese sido una chica? Bruce emplearía idénticos legalismos, su expresión sería igualmente severa, pero estaría sirviéndose un whisky. El brillo en su mirada daría a entender: «Bravo por ti, Guert. Conque sigues en la brecha, ¿eh?». Porque eso ocurría continuamente, cien veces al día. Acostarse con una alumna atractiva era el segundo gran tema de la literatura norteamericana, después de la infidelidad vulgar y corriente. Le pasaba a todo el mundo, y no se podía despedir a todo el mundo.
Por supuesto, también sucedía mucho de esta otra manera, entre personas del mismo sexo; siempre había sucedido mucho. Affenlight no había introducido ninguna gran novedad en el ámbito de las relaciones humanas enamorándose de un chico joven y brillante. Pero por otro lado, la gente era despedida sin cesar, la gente dimitía, y rara vez uno se enteraba de la razón.
«Podemos fugarnos —pensó Affenlight—. Podemos irnos sin más. Owen y yo. Yo y O. Puedo retirar mi oferta por la casa. Podemos trasladarnos a Nueva York, conseguir un apartamento en Chelsea, pasear por la Octava Avenida cogidos de la mano. Podemos ser libres».
—¿Se ha enterado Genevieve? —preguntó, aunque no sabía si eso importaba. «Si mamá no está contenta…».
—El progenitor X no se ha puesto en contacto directamente con la señora Wister. Esa tarea nos ha sido encomendada a nosotros.
—Pero si dicho padre tiene un hijo que juega al béisbol, quiere decir que ese padre estará en Carolina del Sur, con Genevieve. Todos los padres están allí.
Melkin apartó la mirada de sus notas.
—El progenitor X no tiene en la actualidad un hijo que viaje con el equipo.
—¿Cómo? Pero ¿cómo es posi…? —Calló al caer en la cuenta de lo que implicaban las palabras de Melkin. Lo que deseaba que Melkin no hubiera dicho—. Ah. Ya entiendo.
Ésa era la mecánica del mundo: implacable, irrevocable, pero siempre a través de personas concretas. Affenlight se sintió mareado y extraño. Miró a Contango, que se había acomodado otra vez sobre la alfombra en su propia versión de la implacabilidad, con la cabeza apoyada en las patas. El negro morro del perro y uno de sus ojos azules parecieron alejarse de Affenlight, quedando atrás a la velocidad máxima del Audi. Affenlight se aferró a los brazos de la silla.
—¿Y qué pasa con Pella?
Bruce ladeó la cabeza.
—¿Cómo dices?
—Su hija —aclaró Melkin.
—Mi hija. Ha sido aceptada para el primer semestre, pero sólo de manera informal. Su situación no es muy ortodoxa. Le faltan unos cuantos créditos para cumplir los requisitos.
—Eso no sería un problema.
—¿Y los gastos de matrícula?
Bruce vaciló. Affenlight no sabía si se pasaba de audaz o no. ¿Debía liarse a puñetazos? ¿Debía arremeter contra aquella autosuficiencia, aquella condenada autosuficiencia, aquella hipócrita autosuficiencia del carajo? El ojo azul de Contango se alejó rápidamente hasta cierto punto terminal y de pronto se detuvo, dio la vuelta y regresó a toda velocidad. Bruce estaba hablando.
—No concibo que la hija de un exrector pague la matrícula en Westish College. Ni sus nietos ni los nietos de sus nietos. No es así como funciona el sistema.
El sistema. Affenlight asintió, se miró la corbata, levantó una mano trémula para alisársela innecesariamente. Intentó pensar en Chelsea, en Owen y él en la Octava Avenida, cogidos de la mano, o si no en Tokio, ¿por qué no en Tokio? Pero la imagen no acudió a su mente. Dejó caer la mano en el regazo. Estaba hundido en la silla, incapaz de moverse, incapaz de encontrar fuerzas. En un instante se había convertido en un viejo, un viejo marchito y acomodaticio.
—Si presentas la dimisión para que sea efectiva al final del año académico —dijo Gibbs—, el consejo de administración, en cuyo nombre actúo como representante unilateral, no iniciará ninguna investigación. Dispondrás de entera libertad para solicitar una plaza de rector o profesor en otro sitio. El encargado Melkin meterá esa carpeta en una trituradora de papel.
Affenlight sintió un dolor sordo e intenso donde el cuello se unía con los hombros. Buscó el tabaco en el bolsillo de la chaqueta y, torpemente, encendió un cigarrillo, mientras Bruce seguía hablando. Eso, al menos, no podían negárselo.
—El señor Dunne ha sido contratado por el departamento de Teatro como monitor para el trimestre de verano, que comienza el doce de junio. Si tienes la intención de permanecer en tu actual cargo más allá de esa fecha, no nos quedará más remedio que informar a la señora Wister y llevar a cabo una investigación completa. —Bruce levantó la vista y lo miró. Su compostura burocrática flaqueó y por una décima de segundo su confusión y desolación casi parecieron competir con las de Affenlight—. ¿Queda claro?