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Los Arponeros perdieron 10 a 2. Entre el primer partido y el segundo nadie mencionó la ceremonia que se había planeado y anunciado en honor a Henry. En lugar de eso, los jugadores de Westish se dirigieron a su lugar habitual, cerca del poste de foul derecho, donde se dispersaron por la hierba y dieron cuenta con apatía de los bocadillos que les habían llevado del comedor. Era una tarde magnífica, acariciada por el sol. En los campos de entrenamiento incluso había unas cuantas ambiciosas entusiastas del bronceado tendidas en biquini. Henry, que se diferenciaba de sus compañeros por la descolorida camiseta rosada, estaba tumbado de espaldas, con los ojos cerrados, invitándolos a prescindir de él. Starblind sufría amargamente, hablaba entre dientes para sí y se miraba el brazo derecho desnudo, mientras se hacía friegas con Bálsamo de Tigre. Ningún otro miembro del equipo alteraba aquel ambiente fúnebre ni dirigía siquiera una mirada hacia Aparicio, que detrás de la meta firmaba autógrafos.

Henry tocó a Izzy en la rodilla.

—Con el tercer bateador, sitúate más cerca de la tercera base. Así habrías conseguido atrapar esa última bola suya.

Izzy asintió.

—Sobre todo si lanza Sal. Debes situar a todo el mundo un paso más adelante, más hacia él, respecto de las posiciones que ocupamos en el campo con Adam. A no ser que Sal lance bolas semirrápidas. En ese caso, atiende a las señales de Mike y juega más por intuición.

Izzy fijó la mirada en su yogur.

—¿Comprendido?

Izzy asintió.

—Comprendido, Henry.

Henry se levantó y se encaminó hacia la tela metálica, junto a la que lo esperaba un chica delgada con cierto aire de potranca y una ondulada melena rojiza. Cuando él se acercó, ella metió el dedo índice a través de la valla. Al cabo de un momento, Henry se lo rozó con el suyo.

—¿Quién es ésa? —preguntó Starblind.

—Creo que la hermana de Skrim. —Rick miró a Owen—. ¿Buda?

Owen asintió.

—Ya —dijo Adam—. No está mal.