Cuando descendió los escalones de la caseta, los Arponeros —Arsch, Loondorf, Jensen y demás— bajaron la vista. La calma que exudaba resultaba inquietante. Los hinchas se habían quedado sumidos en el mayor silencio. En el campo, los jugadores permanecían inmóviles, atónitos, con la mirada fija en la caseta. Los árbitros también miraban hacia allí. Cox trituraba su chicle con los dientes. Nadie sabía qué hacer. No estaba claro que pudiesen continuar sin él; no estaba claro cuáles eran las alternativas.
Henry se detuvo frente a Izzy, el alumno de primero, apoyó una mano en su hombro, aguardó a que alzara la vista y lo mirara a los ojos, y dijo:
—Sal a calentar. Entras tú.
Izzy miró a Cox, quien volviendo en sí y acordándose de que era el entrenador del equipo, sacó bruscamente la ficha de la alineación del bolsillo posterior del pantalón.
—¡Ávila! —bramó—. ¡Date prisa, maldita sea!
Izzy cogió el guante y salió trotando al campo, cegado por el sol.
Henry se encaminó hacia el extremo opuesto del banquillo y se sentó al lado de Owen. Éste cerró el libro y se lo dejó en el regazo, pero no supo qué decir. Henry se descalzó, ató los cordones de las zapatillas con un nudo flojo y los enlazó a la correa de la bolsa. Se puso las sandalias de plástico encima de las medias.
Cox conversó con los árbitros mientras Izzy saltaba y hacía girar los brazos, intentando calentar los músculos. La manera en que agitaba los hombros, el porte erguido, casi principesco, de su cabeza y sus hombros, todo resultaba extraño en conjunto. Parecía una especie de homenaje. Rick le tiró una bola rasante de calentamiento, que él atrapó con indolente elegancia.
Henry se quitó la camiseta y la plegó pulcramente, de modo que el Arponero en el lado izquierdo de la pechera quedase hacia arriba. Como siempre, llevaba debajo su descolorida camiseta rosada de los Cardinals. Metió la camiseta del uniforme en la bolsa, colocó el guante encima cuidadosamente, cerró la cremallera y empujó la bolsa debajo del banco, entre sus pies. Se recostó, apoyó las manos en los muslos y miró hacia el campo. El partido se reanudó.