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Affenlight aparcó el Audi en una calle secundaria a unas manzanas del campus. Owen tendió el brazo por encima del cambio de marchas y tiró del ángulo del bolsillo de Affenlight con el pulgar; no podían besarse delante de los ciudadanos de Westish que desbrozaban y cortaban el césped de sus jardines.

—Tengo que irme —dijo Owen—. Llego tarde.

—Iré al partido —anunció Affenlight, deseoso de cimentar una pequeña parte de su futuro.

Owen sonrió.

—Yo también.

Cerró con suavidad la puerta del acompañante y se alejó hacia el extremo norte del campus, donde se encontraban los campos de deporte. Al doblar hacia Groome Street, justo antes de perderse de vista, dio unos pasos con un contoneo, pavoneándose, en una caricatura del andar de un homosexual. Affenlight miró alrededor, temeroso de que alguien lo hubiese visto, pero incluso en ese caso, difícilmente le habría concedido la menor importancia. El contoneo era una broma dirigida sólo a él: Owen sabía que estaría mirándolo. No se trataba tanto una broma para divertirlo como una broma a su costa, para que supiera ponerse a la altura: no te lo tomes demasiado en serio, Guert; no seas tan rígido. Seas hetero, gay, blanco, negro, joven o viejo, no por eso te vas a morir ni a vivir más.

El Audi se sumió en un silencio que a Affenlight se le antojó profundo. Bajó las ventanillas para oír el rugido de los cortacéspedes y se palpó la chaqueta en busca de un cigarrillo.

Se habían alejado por carreteras rurales, sin rumbo, sólo con la idea de llegar a algún sitio donde nadie los conociera, y acabaron en un bar de Lenten donde servían pescado frito, en un sótano de luz verdosa sin una zona reservada para no fumadores. Servían cerveza rubia en vasos de casi un cuarto de litro, y cada vez que Affenlight bajaba la vista, tenía el vaso vacío, y cada vez que la alzaba, la camarera de cabello azul, que no paraba de toser, había vuelto a llenárselo. Pidieron dos frituras de pescado. «Para quedar bien», dijo Affenlight, y Owen enarcó las cejas y matizó: «Querrás decir para no quedar gay», y Affenlight le lanzó una mirada de reprobación. Acto seguido, echó una ojeada a las mesas contiguas, y Owen dijo: «Tranquilo, tigre». Owen se comió las ensaladas de ambos: lechuga iceberg, cuñas de tomate pálido y pepino en rodajas. Affenlight, para quedar bien y no gay, se comió su bacalao rebozado con cerveza y el bacalao rebozado con cerveza de Owen. Luego, la camarera volvió a llenarles el plato, porque era uno de esos establecimientos donde te servían hasta saciarte, y Affenlight se comió también eso, y al diablo el colesterol. Para cuando se acordó de que Pella y David lo esperaban para cenar, ya estaba medio borracho. Dios santo, vaya un desastre de padre. No obstante y para su sorpresa, cuando telefoneó a Pella, ésta le habló sin el menor asomo de enfado. En ese momento él la creyó, básicamente por necesidad; se hallaba a cuarenta minutos de distancia, con un cigarrillo encendido, varias cervezas en la sangre y las punteras de los zapatos en contacto con las de Owen bajo la mesa. Al margen de lo que ella dijera, debería haberse apresurado a volver y llegado para los postres. El motel que encontraron, a setenta kilómetros al oeste de Westish, se llamaba Troupe’s Inn.

Ahora decidió dejar el Audi donde estaba y dar su paseo habitual, que esa mañana se había saltado, por la orilla del lago. La presión en las sienes era la propia de una auténtica resaca. ¿Cuántas cervezas había tomado? ¿Había estado muy nervioso por pasar la noche con Owen, compartir cama, hacer el amor? Bastante nervioso, por lo visto. Había perdido la virginidad hacía cuarenta y dos años. Nunca había pensado que volvería a perderla. Sintió una pizca de tristeza ahora que había ocurrido, ahora que sabía cómo era. No porque no resultase placentero o no fuera a repetirse, sino porque se le había revelado uno más de los misterios de la vida.