Affenlight, que vigilaba desde la ventana de la cocina mientras limpiaba el pringue rojo a que había reducido los tomates, vio a Genevieve y Owen salir de Phumber Hall y, cogidos de la mano como la más plácida de las parejas, cruzar la escorzada franja de césped primaveralmente húmedo que separaba Phumber de Scull. Experimentó una punzada de celos mal dirigida, no muy distinta de la que lo había aguijoneado al averiguar que Henry Skrimshander era el compañero de habitación de Owen. Era absurdo: celos de la madre del chico por cogerlo de la mano. Se miró el nudo de la corbata y los puños de la camisa en el espejo del pasillo y bajó la escalera adelantándose al timbre.
Genevieve soltó la mano de Owen, apretó las dos de Affenlight y le besó las mejillas.
—¡Guert! ¿No es increíble?
—Y que lo digas —contestó.
—Por un lado pienso, cariño, ¿por qué tienes que irte a Japón? ¿De verdad es necesario que abandones a tu pobre madre por completo? Pero estoy tan orgullosa… Y en realidad Tokio no está mucho más lejos de San José que Westish.
—Y allí hace más calor —apuntó Affenlight—. Será más agradable ir de visita.
—Bah, no seas modesto —dijo Genevieve—. Tu campus es tan pintoresco, tan… decimonónico. Me avergüenza que O haya tenido que acabar en un hospital para que yo venga a verlo. —Se pasó los dedos por el pelo, que llevaba tan corto que debería haberle conferido un aspecto hombruno; sin embargo, le quedaba elegantemente femenino. Vestía la misma falda azul marino y blusa blanca de esa mañana, pero unos cambios sutiles, como unas tintineantes pulseras de plata o un botón de la blusa desabrochado, alteraban del todo la impresión que causaba. Fijó la mirada en Affenlight—. Tendré que volver cuando pueda quedarme más tiempo.
—Los padres siempre son bienvenidos —contestó él con cautela. Le tendió la mano a Owen y sintió una emoción eléctrica cuando sus palmas se unieron—. Enhorabuena, jovencito. Eres el primer alumno de Westish en conseguir una Trowell.
Owen sonrió con el lado ileso de la boca.
—Bueno, los Trowell sólo la conceden desde el ochenta y dos —dijo con lacónico orgullo. El apretón de manos se prolongó.
En el piso de arriba, Affenlight descorchó una botella de vino, le enseñó a Genevieve dónde estaba el lavabo y animó a Owen a quitarse los zapatos y apoyar los pies en el diván.
—Por favor —lo instó—. Aquí déjate de formalidades. —Y colocó un cojín bajo la cabeza de Owen, que tenía en la nuca un enorme chichón vendado. Volvió a oír en su imaginación el desagradable ruido de aquella hermosa cabeza al golpearse contra el cemento de la caseta—. ¿Cómo te encuentras?
El joven asintió con cuidado.
—Me he sentido peor.
—¿Cuándo?
—Pues nunca. Pero puedo imaginarme sintiéndome peor. —Un semicírculo de un vago fucsia le bordeaba la cuenca del ojo; la hinchazón se extendía hasta la costrosa comisura de los labios, de modo que las palabras le salían por un lado de la boca, despacio, un poco pastosas—. Tengo mareos. Me falla un poco la memoria. No sé si es por la conmoción cerebral o los fármacos. —Hizo una breve pausa—. Y oigo unos sonidos vibrantes y atonales espantosos.
Las campanas de la capilla de Westish daban las ocho.
—¿Cada hora?
—Más o menos. —Owen apoyó las manos en la suave curva de su vientre y cerró los ojos—. Una vez sí me sentí peor, supongo. Cuando Jason rompió conmigo.
«Jason». El nombre embistió a Affenlight como una ola.
—¿Jason? —preguntó.
—Jason Gomes. ¿Lo recuerdas?
Tardó un momento en situar el nombre.
—Ah, sí. Jason fue uno de nuestros mejores alumnos.
Owen asintió.
—Y de los más guapos.
—Ese detalle no lo recuerdo.
—Ya, seguro que sí —dijo Owen coquetamente—. Era mucho más guapo que yo. Incluso podría ser que fuese más guapo que tú —añadió con tono de tanteo y quizá un poco en broma, rascándose la barbilla.
Affenlight palideció. Si Owen pensaba que Jason era un poco más guapo que Affenlight, pero mucho más guapo que el propio Owen, eso significaba que Owen pensaba que Affenlight era más guapo que Owen. Lo cual constituía un cumplido. Pero el hecho de que lo comparara desfavorablemente con un exnovio… eso era un desaire. Sin embargo, había empleado el condicional: «podría ser». Sonaba como una prueba de ingreso al coqueteo gay. Aunque no era que el coqueteo gay se diferenciara mucho del hetero. Pero si no se diferenciaba, ¿por qué se le daba tan mal a él? Genevieve había vuelto y estaba examinando las estanterías, de espaldas a ellos, mientras bebía su vino.
—¿Tanto te dolió? —preguntó Affenlight en voz baja, refiriéndose a la ruptura.
—Estaba tan hundido que no quería ni probar bocado. Henry tuvo que obligarme a comer. —Owen abrió los ojos y lo miró fijamente—. No me gusta que me rompan el corazón.
Antes de que Affenlight pudiera asimilarlo, Genevieve se colocó a su lado en el sofá, cruzando aquellas piernas de dinamita en dirección a él.
—Guert, esta casa no está nada mal.
—¿Te gusta?
Ella miró alrededor, adelantando la barbilla en actitud pensativa.
—Sí —decidió—. Pero desde luego es muy…
—¿Académica? —apuntó Affenlight.
—Iba a decir «estudiantil». O «masculina». Pero tu hija ya te ayudará a remediar al menos esto último. Por cierto, ¿dónde está?
—Ha salido en busca de un tentempié para todos.
—No debería haberse tomado la molestia. —Genevieve blandió un dedo hacia Affenlight—. El objetivo de esta velada era que yo te diese las gracias por cuidar tan bien de Owen.
—Tonterías. Los dos sois invitados de honor. Has hecho un largo viaje, y Owen se ha convertido en motivo de orgullo para Westish. La noticia de la Trowell tiene alcance internacional: es de esas cosas que dan buena imagen a un rector.
—El rector ya tiene bastante buena imagen. —Genevieve sonrió y él le devolvió la sonrisa.
¿Era aquello un coqueteo hetero? Aquellas piernas parecían exigirlo. O quizá no fuesen las piernas, sino el hecho de que él no tenía otra manera de relacionarse con las mujeres. ¿Qué se podía hacer si no se flirteaba, seducía y adulaba? Podía mantenerse una conversación elevada y erudita, pero, como bien sabía por experiencia, también eso solía considerarse coqueteo. Por suerte, Owen parecía haberse adormilado. Aunque quizá sólo lo simulaba.
Por una décima de segundo, Affenlight creyó que Genevieve le hacía cosquillas en el muslo con la mano; sin querer dio un respingo, golpeando la mesita de centro con el pie y derramando parte del vino de su copa. Resultó ser la vibración de su móvil en el bolsillo. Genevieve, a modo de respuesta, le dio una palmada en el muslo.
—Tranquilo —dijo, tirando suavemente de la raya del pantalón de lana fría—. ¿Estás bien?
—Ja, ja. Sí, claro. Disculpa —respondió Affenlight—. Es el móvil.
Se sacó parcialmente del bolsillo el infernal aparato y miró. El prefijo era 415: Pella, pensó, pero ella había dejado su teléfono en San Francisco. David, pues, tras regresar de dondequiera que hubiese estado y encontrar el teléfono de su mujer en la mesa de la cocina, con el buzón repleto de sus propias llamadas no atendidas. Ahora debía de estar perplejo; en breve fuera de sí. Affenlight lo dejó sonar.