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TIM

El primer nombre es el representante, sin más historias

Como ya sabes, estaba planeado salir a las once y dieciocho minutos. Había sido idea de Patrick, y al principio pareció algo totalmente al azar, pero cuando lo pensé luego, vi que en cierto modo tenía sentido. Si a las once ya nadie se movía, cualquiera que estuviera atento creería que todos se habían retirado definitivamente a las habitaciones. La siguiente hora lógica para llevar a cabo alguna actividad habría sido a y media. De modo que lo de las once y dieciocho era muy acertado. Al menos es un número que siempre recordaré.

Lenta y discretamente, todos fueron saliendo de las habitaciones vestidos para una expedición con trineos en la espesa nieve. Por algún motivo, pese a la cantidad de gente y a los pantalones de esquí potencialmente ruidosos, todo transcurrió en silencio. Los alumnos salieron en fila y bajaron la escalera como zombis o robots o algo así. Yo seguí detrás. En el patio, formamos una hilera única que cruzó el campus arrastrando los pies, bajó hasta el edificio de ciencias y se internó en el bosque. Patrick encabezaba el grupo y, a medida que avanzábamos, fueron incorporándose los diez de tercero elegidos. Si en ese momento alguien hubiese mirado por la ventana, habría visto una imagen insólita, pero no había indicio alguno de que nadie mirara.

Yo estaba hacia la mitad de la fila. Vanessa iba detrás de Patrick: en mi campo visual aparecían sus pantalones y su anorak azul lavanda, una gorra púrpura brillante y una bufanda a juego. Reconocí los guantes de su hermano, de cuando los viera en el aeropuerto.

Una vez nos hubimos adentrado en el bosque, la gente se relajó y empezó a hablar un poco. Se encendieron linternas. Miré alrededor: era precioso, y recuerdo haber pensado en mi buena suerte al ver lo bien que estaban mis ojos en aquellos momentos. Había mucha más luz de lo que cabía esperar, si bien no tan intensa como la luz diurna, que me obligaba a protegerme. La verdad es que para mí era la ideal.

Me detuve un momento y me di cuenta de que estaba sintiendo algo infrecuente: era feliz. Inspiré hondo y reanudé la marcha tras el que me precedía, uno de tercero, eso seguro, aunque ignoraba su nombre. El chico llevaba una gorra de un verde intenso, así que concentré la atención en eso y seguí avanzando.

Al pie de la colina, la fila se deshizo y la gente se puso a formar grupos y hablar. Vi a Vanessa por delante, hablando con Patrick, cogiéndole la mano enguantada e inclinándose hacia él. Pero no iba a permitir que eso me fastidiara. Ni hablar. Surgieron vasos de plástico que acabaron llenos de lo que supuse que era whisky o bourbon. Acepté uno y lo olí. Tomé un sorbo despacio. Era fuerte, horrible, pero también tibio y vivificante. Me quedaba solo un poco en el fondo, así que me lo bebí de un trago y guardé el vaso doblado en el bolsillo de la chaqueta.

Patrick se me acercó. Yo me sentía cómodo e intocable, y recuerdo que me pregunté por qué no bebía más a menudo.

—Eh —dijo Patrick, radiante—. Gracias por tu ayuda.

—Encantado de haber podido ayudar —dije, si bien no parecía yo. En ese preciso instante, mi visión hizo algo extraño, y tuve que parpadear para enfocar otra vez, pero me convencí de que era el licor, no mis ojos. Controlaba la situación.

—Tengo una última misión para ti —dijo, inclinándose para que nadie pudiera oír.

Vanessa estaba por ahí delante con sus amigos. Parecía muy contenta. El precioso pelo rubio le caía sobre los hombros. Julia le dijo algo, y Vanessa se rio y le dio un manotazo cariñoso en el brazo. Se tapó la boca y luego replicó. Todos se rieron.

—El tío nuevo tiene el honor de nombrar al representante de tercero…, eso dice el libro. Supongo que he infringido bastante las reglas, pero esta parece bastante fácil de cumplir —prosiguió Patrick, que me dio un pañuelo azul doblado, pequeño y almidonado, con un bulldog en un extremo. Como de costumbre, pensé que aquello tenía truco. ¿Por qué se tomaba la molestia ahora de seguir las reglas?—. Ya sabes quién es, ¿no?

Negué con la cabeza. No conocía a nadie de tercero.

—Bien. ¿Ves a esa chica con la gorra y los guantes rosas y el anorak blanco? —dijo hablando con la boca medio cerrada—. Es Janie. Solo has de deslizar el pañuelo en su bolsillo. Si te ve, no pasa nada. Ya se lo imaginan todos, o lo esperan. En cualquier caso, mejor si no se da cuenta, más emoción. Y recuerda, no se lo digas a nadie. Se supone que es un secreto.

Hizo un gesto de apremio en dirección a mi mano. Yo todavía sujetaba el trozo de tela a la vista de todos, de modo que lo guardé al punto en el bolsillo.

—¿De acuerdo? —dijo él.

—De acuerdo —contesté.

—Bien. A la primera ocasión que tengas… hazlo —dijo mientras sus ojos vagaban en busca de Vanessa—. Y ahora vamos a divertirnos. —Me dio unas palmaditas en la espalda y se alejó.

Lo que pasó después ya lo sabes.

Yo aún no tenía ni idea de quién eras… el chico de la gorra verde que andaba delante de mí en el bosque. De hecho, tuve que preguntar. Tu nombre había sido legítimamente el primero en salir. Yo había leído el libro, conocía las normas. No sé si has encontrado ya el llavero, en el fondo del compartimento secreto del armario. Si lo tienes, y seguro que así es, permíteme decirte que la llave del esqueleto abre el estante del que te he hablado. Merece la pena dedicarle tiempo; es fascinante.

Algunas de las páginas del libro estaban tan llenas de garabatos que apenas logré entender nada. Pero una cosa estaba clara: el primer nombre que salía era el del representante de los de tercero… sin más historias.

Gracias a eso caí en la cuenta de que era imposible que Patrick hubiera tenido tanta suerte. Imposible. ¿Cómo es que nadie le llamó la atención? ¿Cuántas posibilidades había de que entre cincuenta personas saliera escogida la más popular? Pocas, la verdad. Yo no iba a permitir que pasara otra vez lo mismo. No sé por qué me sentía tan resuelto. Daba la impresión de que hasta el momento todos estaban conformes con las decisiones de Patrick. Sin embargo, yo no hacía más que preguntarme qué nombre había sido el primero en salir el año anterior. ¿Y si había sido ese tío tranquilo que siempre comía solo en la mesa contigua a la que ahora consideraba mía? El chico era apuesto y parecía interesante, pero por lo visto no conectaba con nadie. Quizás ahí estaba la clave. Esas personas se encargaban del orden social en la escuela, algo que se iba reproduciendo a sí mismo. Yo no iba a formar parte de eso.

De modo que pregunté. Me acerqué a Peter y casi de pasada le pedí que me indicara todos los de tercero y me dijera sus nombres. Peter estaba solo, como si no acabara de encontrar la manera de integrarse en ninguno de los grupos, por lo que le alegró de veras hablar conmigo. Me los nombró todos, empezando por Janie Cottage y terminando contigo: Duncan Meade.

Aguardé. Tú estabas es un grupo de unas seis personas con un vaso en la mano. Parecías majo, accesible. Eso reafirmó mi decisión. Iba a hacer las cosas bien. Iba a darte lo que merecías.

Todo el mundo esperaba que comenzara la diversión. Y tú te apartaste un momento del grupo. Vi que te servías un poco de líquido en el vaso. Advertí que se derramaba algo en la nieve y luego vi que me mirabas. Entonces eché a andar hacia ti. Tenía intención de ser lo más discreto posible y deslizar el pañuelo en tu bolsillo, pero a medida que iba aproximándome, mis ojos, que llevaban días la mar de bien, hicieron algo extraño. Me dio la sensación de que algo reventaba en el derecho y luego en el izquierdo. Me quedé inmóvil durante un minuto y, como no volvió a pasar, reanudé la marcha en tu dirección. No obstante, ya no me atreví a esperar el momento más oportuno. En vez de introducir el pañuelo en tu bolsillo, te lo dejé en la mano. Tú te sobresaltaste, como si hubieran acabado de dispararte un arma de electrochoque. Seguí andando con la esperanza de que nadie hubiera visto nada. Pero justo entonces los ojos volvieron a estallarme, y casi me caí al suelo. Sé que te diste cuenta, pues estabas mirándome fijamente, pero de algún modo me mantuve de pie y mis ojos se recuperaron. Tú bajaste la mirada al pañuelo, titubeaste y te lo guardaste en el bolsillo. Interpreté que lo aceptabas.

Todo se puso en marcha.

Patrick esperaba que Janie Cottage asumiera el relevo, naturalmente. La estaba mirando. Pero ella no tenía ni idea y no hizo movimiento alguno hacia lo alto de la cuesta. Entretanto, lentamente, diste la vuelta por detrás y subiste. Todos estaban impacientes: lo de los trineos no acababa de empezar nunca. De todos modos, la gente aún se lo pasaba bien.

Y ahí estabas tú, en lo alto de la colina, montándote en un trineo. Parecías inseguro, pero yo creía igualmente haber tomado la decisión acertada. Y entonces Patrick te vio. Parecía muy enfadado, incluso en aquel primer instante de reconocimiento. «¡Que arranquen los trineos!», chillaste. Lo dijiste muy fuerte, pero noté los nervios en tu voz. Advertí que se quebraba un poco. Iniciaste el descenso, y todos empezamos a subir a toda prisa. Yo quizá no estaba corriendo mucho, pues sentía a Patrick a mi espalda, que quería hablar conmigo… gritarme, probablemente. En cuanto el pañuelo de bulldog estaba entregado, ya no había vuelta atrás, yo sabía eso. Había leído el libro.

Así que corrí. Y fue el caos, todo hay que decirlo. La gente patinaba y se deslizaba y empujaba y reía. El dolor de cabeza empezó tan despacio que apenas lo notaba. Era delante de los ojos, el sitio habitual, pero iba tan apresurado que no me di cuenta hasta que me paré en la cima. Y aun así no hice caso.

Todos bajaban la pendiente demasiado deprisa. Se montaban dos a la vez, a veces tres, y no reparaban en que debían usar el mecanismo de dirección hasta que ya estaban moviéndose, descendiendo a toda velocidad. Yo cogí un trineo. Mis ojos enfocaban bien y mal alternativamente, pero pensé que era miedo, que tenía miedo de Patrick. Dejé el trineo preparado y miré atrás. Vanessa estaba ahí mismo. Alargué el brazo y le cogí la mano. Patrick ya estaba furioso…, me daba igual que se pusiera más furioso aún. Atraje a Vanessa hacia mí. Ella se subió en la parte trasera de mi trineo y, delante de todo el mundo, me rodeó con los brazos. Yo estaba eufórico. Me sentía mejor que nunca. Arranqué. Al principio fuimos despacio; luego cada vez más deprisa. Había gente por todas partes. Trineos y alumnos. Y árboles. Aquellos hermosos tilos. Los troncos se nos acercaban y yo los sorteaba. En una ocasión pasamos tan cerca que Vanessa dio un grito. Me encantó. Cuando llegábamos abajo, iba a decirle cómo me sentía. Iba a preguntarle si ella sentía lo mismo sobre mí. Iba a dejar que me explicara por qué me había llevado a los cursos inferiores. Yo para ella no era solo un albino. Ya no me cabía ninguna duda. Pero Vanessa consideraba que los albinos eran especiales. Había encontrado a otro y quería que me viera. Tardé mucho tiempo, pero al final lo vi con toda claridad.

Y de repente ya no vi nada más.