22

TIM

No lo olvidemos nunca: lo que pasa en Las Vegas permanece en Las Vegas

No vi a Vanessa en todo el día; ni siquiera fue a clase del señor Simon. Pensé seriamente en entrar a hurtadillas en su habitación, pero nunca segundas partes fueron buenas. No quería restarle valor a esa primera vez, que en mi mente había sido un momento extraño y maravilloso. ¿Me atrevería a decir que tenía magnitud? Ojalá la respuesta fuera que sí, aunque, siendo sincero, no estaba muy seguro… al menos si la tenía para ella, que en realidad era lo que más me importaba.

Hablando de magnitud, ese día me tropecé de nuevo con el señor Simon, que me pidió que pasara otra vez por su despacho. Eso me preocupó: ¿había descubierto que la noche anterior había entrado a escondidas en la habitación de Vanessa? ¿Me encontraba en un aprieto? Apenas podía tragar la comida del almuerzo, así que vacié la bandeja y fui a verle. Él estaba esperándome. Enseguida supe que no había peligro, que el señor Simon no estaba enfadado, que no sabía nada.

—Entre, Tim —dijo—. He estado pensando en nuestra conversación de esta mañana y quería darle algo.

Aparte del montón de Trabajos de la Tragedia perfectos para que los examinara, no me imaginaba qué iba a darme. En ese preciso instante me entregó una llave, y yo pensé «vaya, va a darme realmente acceso a esos trabajos». Pero no.

—¿Se ha fijado en la estantería de la habitación circular que hay junto al comedor? —dijo. Sí, me había fijado, pues era llamativa; parecía contener una colección de libros viejos al azar—. Si está interesado, lo que parece ser el caso, con esta llave puede abrir la vitrina. En el fondo hay un gran libro negro. Es el libro de las tradiciones de Irving. Están todas ahí. Algunas le parecerán estúpidas, pero he acabado creyendo que este lugar se mantiene vivo gracias a las tradiciones, lo que nos conecta de un año al siguiente. La mayoría se remontan a la época en que yo estudiaba aquí.

Yo estaba asombrado, e interesado.

—Me siento muy honrado —le dije, y extendí la mano y tomé la llave—. Gracias.

—Lo único que le pido es que, cuando haya terminado, se la pase a otro alumno, alguien que también pueda sacar provecho de ello. ¿Acepta?

—Por supuesto —dije. Me entraron unas ganas locas de ir a por el libro, pero tuve la sensación de que debía esperar a que las cosas se calmasen.

—Ahora ve y difunde la belleza y la luz.

Por alguna razón, me sentía investido de poder. Vi a Julia, la amiga de Vanessa, en la cena, y caminé directamente hacia ella. En circunstancias normales, habría fingido no haberla visto. Al advertir que me acercaba, sonrió y todo.

—Hola —dije. La había visto muchas veces. A estas alturas, habría sido ridículo presentarme. Así que no lo hice. Ella sabía quién era yo, cómo no.

—¿Cómo está Vanessa? —pregunté. Quise ir al grano. No estaba seguro de cuánto tiempo contaría con su atención.

—Mucho mejor —contestó Julia—. Esta mañana la hemos acompañado a la enfermería. La verdad es que ha sido muy divertido. Estaba ya vestida y lista para ir a clase. Tenías que haberla visto… tan débil y apenas peinada. Pero insistía en que no estaba enferma y que podía ir a clase.

Sonreí y asentí. No podía creer que estuviera hablándome como si yo fuera una persona. Ojalá no dejara de hablar nunca. Me explicó cómo habían engañado a Vanessa para que creyera que la acompañaban a clase cuando en realidad la llevaban a ver a la enfermera.

—¿Sigue ahí? —pregunté.

—No —dijo Julia—. Ha estado casi todo el día. Pero ahora descansa en la habitación.

—Os habéis portado de maravilla —dije, cambiándome la bandeja de mano, pues pesaba lo suyo—. Por haberos preocupado tanto…

—Así es como funciona en la escuela… somos su familia —dijo Julia, que se quedó callada unos segundos—. Parece que tú también te portaste muy bien.

Bajé la vista. ¿Vanessa había contado eso a sus amigas? Sentí un fuerte impulso de ir a hablar con ella, pero al mismo tiempo las cosas nunca habían estado mejor… en todos los sentidos. Así que no quise estropear nada.

—¿Cuál ha sido la causa según la enfermera? —inquirí.

—Que habrá sido un virus —contestó—. A ver, todos comemos las mismas cosas, y nadie más ha caído enfermo. Parecía algo chungo.

Asentí de nuevo. Y olía chungo también, pero no dije nada.

—Voy a comer —dijo ella—. ¿Te apuntas?

Yo todavía comía solo en la mesa negra.

—No, gracias —dije—. Ya he dejado los libros ahí.

—Bueno, si cambias de opinión, el ofrecimiento sigue en pie —dijo.

—Gracias.

Me abrí camino hasta mi mesa habitual, y apenas había dado un mordisco a un muslo de pollo cuando se acercó Patrick. Engullí rápido y a duras penas, casi atragantándome, sin tener ni idea de qué quería ahora. Antes de comenzar a hablar, Patrick miró a su espalda, como para ver si alguien le había seguido.

—Anoche no terminamos —dijo en voz baja.

—¿Ah, no?

—No, quiero decir que están enviadas todas las invitaciones a los de último curso, pero aún tenemos que escoger al representante de tercero y los extras.

Me quedé tan pasmado como el día antes, en que Patrick estuvo esforzándose con ahínco para conseguir mi ayuda… y ahora otra vez. Se me había olvidado lo de tercero. A decir verdad, esperaba que él recurriría a otro novato. Casi seguro que yo era el único que me atrevía a sentirme atraído por su novia. Cada vez me quedaba más claro que Patrick disfrutaba viéndome sufrir.

—Pues vale —le dije, pensando en si podría comer por fin.

—Ven a mi habitación después de cenar, ¿vale? —sugirió Patrick—. ¿A eso de las siete y media?

¿Tenía elección?

—De acuerdo —dije.

—Fantástico —dijo—. Hasta luego.

Para entonces casi había perdido el apetito, aunque caí en la cuenta de que sería la segunda comida que me saltaba ese día. Iba a morirme de hambre.

Cuando hube terminado, dejé la bandeja en la mesa y subí a mi cuarto a tumbarme un rato. Los ojos llevaban días martirizándome. Cada vez me costaba más enfocar bien. Una noche me desperté con tanto dolor de cabeza que no me creí capaz de llegar vivo a la mañana siguiente.

No quería admitirlo, pero experimentaba momentos de desconcierto absoluto. Hasta ahora se habían producido solo en la habitación; menos mal, pues mucho peor sería si eso sucediera andando por ahí. Supongo que me detendría sin más a la espera de que los ojos se reajustaran. Por lo general hacían falta solo unos segundos, como mucho treinta, y entonces regresaba la luz y yo podía fingir que todo iba bien durante otro rato.

De nuevo en el cuarto, me metí directamente en la cama. Ojalá Vanessa hubiera estado ahí y me hubiera cuidado como yo la había cuidado a ella. Me daba la sensación de que su sonrisa y el tacto suave de su mano bastaban para curarlo todo. Quizá debería decírselo. A lo mejor podía ayudarme. Estaba tan cansado que tuve que esforzarme para no dormirme. Al parecer no logré mi propósito, pues lo siguiente que supe fue que llamaban a la puerta.

Me levanté de un salto con una punzada de dolor en el ojo derecho y cierto mareo. El reloj marcaba las ocho y cuarto.

Era Patrick.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Creo que sí —dije intentando sacudirme la modorra—. No haber dormido anoche me ha pasado factura. Lo siento. Voy enseguida.

—Tienes el ojo rojo —dijo, señalando.

Me miré en el espejo. En efecto. Era como si alguien me hubiera pintado el blanco del ojo derecho con pintura roja.

—Se habrá reventado un vaso sanguíneo —dije con indiferencia—. Nada del otro mundo.

—A lo mejor estás enfermo —sugirió Patrick—. Quizá tengas ese bicho asqueroso que tenía Vanessa.

—No, no pasa nada —dije—. No tiene nada que ver con Vanessa.

—Espero que tengas razón —dijo. Y añadió—: Pero solo para no correr riesgos, procura no tocar nada de mi cuarto. Solo me faltaría ahora mismo caer enfermo.

Tras cerrar la puerta, me miré con más atención. Sabía que en mí las cosas parecen peores que en las otras personas debido a la intensa blancura. Los cortes y los moretones tienen un aspecto especialmente feo mientras que en cualquier otra persona apenas se notan. Cuando mis ojos están inyectados en sangre, acaban realmente inyectados en sangre, pero lo de ahora era nuevo. Intenté no pensar en ello. Con todo el ajetreo y los dolores de cabeza, no sería nada, solo cansancio. Además, tras los apuros de la noche anterior, tirando la basura de Vanessa y escabulléndome esta mañana, a lo mejor sí que se había reventado un vaso sanguíneo o algo así. Me dije que, si llegado el momento de volver a casa en verano no había mejorado, consultaría con un médico.

Me pasé la mano por el pelo, alisé la camisa y salí. Parecía que habían pasado siglos desde el día que estuve en el cuarto de Patrick preparando invitaciones.

Llamé a la puerta.

Patrick abrió la puerta, y me quedé de piedra al ver una habitación llena de tíos. La noche anterior me había sorprendido ser el único escogido para trabajar con él.

—Hola —dije, esperando, como de costumbre, que alguien hiciera alguna broma.

—Eh —dijeron haciéndose eco unos de otros.

—¿Qué te pasa en el ojo? —preguntó Peter, el que estaba en los aseos el día que conocí a Patrick.

—No estoy seguro —dije, llevándome la mano al ojo. El dolor agudo había desaparecido, así que no habría para tanto, me dije—. Se ha reventado una arteria, supongo, no sé.

—Ven —gritó Patrick desde la parte trasera de la habitación.

Conté: eran ocho aparte de Patrick. Las fotos de Vanessa seguían ahí, y había algunas más. Vi que Patrick me miraba. Sin duda quería que yo viese las fotografías, y empecé a preguntarme en qué proporción era aquello importante para él y para mí. No obstante, a diferencia de la otra vez, fui capaz de desviar la mirada. Patrick vaciló por un instante.

—Sentaos todos —dijo por fin—. Voy a explicar cómo funciona esto, aunque la mayoría ya lo sabéis. En esencia, es una lotería. Para representante de los de tercero elegimos un nombre del montón, que yo guardaré en mi sombrero favorito. Luego elegimos también a nueve extras. Los diez recibirán una invitación a la excursión, pero no se les dirá quién es el representante hasta esa noche. Al principio de la fiesta deslizamos discretamente en su bolsillo un pañuelo con un bulldog. Entonces corresponde a él iniciar la salida. Esa persona lo empieza todo. Es algo simbólico.

Por primera vez en esa noche me fijé en Kyle, el chico que me había traído la nota en que Vanessa me proponía salir a correr. Siempre se había mostrado amable. Me alegré de verlo. Él se aclaró la garganta.

—He comprobado que en la clase de tercero hay cuarenta y siete y ninguno se llama igual, así que solo he escrito el nombre de pila —explicó Kyle. No me había equivocado. Por lo que había observado yo, Kyle estaba indudablemente en el extrarradio de la popularidad: un poco más cerca de ese círculo dorado que yo, desde luego, pero igualmente fuera. Volví a preguntarme sobre cómo se habría tomado la decisión respecto a quién debía estar al corriente de todo eso.

Kyle sostenía en alto una bolsa llena de trocitos de papel. Estaba un poco rota en un extremo, y pensé que a lo mejor se caían algunos nombres. Quise decir algo, pero como no sabía de qué iba ni me importaba demasiado, preferí dejarlo correr.

Patrick sonrió.

—¿Alguna pregunta?

Levanté la mano.

—No pretendo preguntar lo evidente, pero me he perdido casi toda la preparación —dije. Patrick asintió—. ¿Cómo ha sido escogido este grupo?

—Ah… pues muy fácil. El año pasado el representante fui yo. Y todos los demás de aquí los extras. Sydney también lo fue, pero este año ella no ha venido. Según las reglas, hemos de invitar a personas nuevas para llenar los puestos vacantes… Es una forma de hacer que se sientan bienvenidas, supongo, o sea que… bienvenidos —dijo Patrick en un tono sorprendentemente resignado. Lo que había dicho tenía sentido, pero había algo que no cuadraba. ¿Era realmente una casualidad que el deportista de más éxito en la escuela resultara elegido al azar para liderar el último curso así? Yo lo ponía en duda. Pensé en el momento de la introducción del pañuelo en su bolsillo durante el Juego del año anterior. ¿Había estado Patrick nervioso? ¿Lo esperaba? También me parecía sospechoso que todos los de la habitación fueran varones teniendo en cuenta que se escogía entre los miembros de la clase entera. La proporción habría tenido que ser más de cinco a cinco, o de tres a siete como mucho, ¿no? ¿Pero nueve a uno? No lo veía nada claro.

Patrick se dirigió a su escritorio, del que cogió lo que parecía un sombrero negro de mago. Me sorprendió, pues esperaba algo similar a una gorra de los Yankees. Le dio unos golpecitos en la parte superior, le dio la vuelta y caminó hacia Kyle con el sombrero convertido en un bol listo para recibir los nombres. Kyle contó uno a uno los trocitos de papel que iba dejando caer, asegurándose de que estaban todos. Como así fue.

—¿Nos haces los honores, Tim? —propuso Patrick.

Todo era cada vez más raro. Pensé que quizá le contaría todo aquello a Vanessa; me imaginé su cara al escucharme. Ojalá tuviera oportunidad de hacerlo. En ese preciso instante me fijé en una de las fotos añadidas: Vanessa girando sobre sí misma en el patio, la brillante falda bailando a su alrededor, las lilas en segundo plano. Tragué saliva.

—Claro —dije, y alargué la mano para coger un papelito del sombrero.

—¡Un momento! —gritó Peter, levantando la mano—. No hemos hecho el juramento.

—Es verdad —dijo Patrick—. Muy bien, Tim, espera un minuto. Hemos de hacer el juramento.

Yo ya había cogido un papelito, pero lo solté y saqué la mano sin saber cómo iba a cambiar eso la suerte del sorteo y en última instancia el Juego del año siguiente. Me vino a la cabeza otra vez la palabra «magnitud», y comprendí que acabaría con un lavado de cerebro. Tanto hablar de la tragedia… quizá no era lo más conveniente para la gente de nuestra edad.

Patrick abrió la puerta de su armario, se puso a cuatro patas y escarbó en un enorme montón de lo que sería ropa sucia. Sacó una botella de una bebida fuerte y unos pequeños vasos de plástico. Los repartió y vertió en ellos un poquito de licor. Cuando llegó mi turno, alcancé a ver que la etiqueta ponía bourbon. Nunca había probado nada tan fuerte: solo una cerveza de vez en cuando, un sorbo de vino con mi madre y Sid, pero nunca nada de graduación. Iba a estallarme la cabeza, no solo el ojo derecho sino todo. Y supe que con el bourbon sería aún peor.

Una vez estuvimos todos servidos, Patrick dejó la botella y los demás vasos en el escritorio y alzó el suyo.

—Repetid conmigo —dijo—. Prometo que lo que suceda en esta habitación permanecerá en secreto.

Lo repetimos.

—Y que las decisiones tomadas, las medidas acordadas y los nombres pronunciados no volverán a mencionarse… ante nadie.

Repetimos eso también.

—Y nunca lo olvidemos: lo que pasa en Las Vegas permanece en Las Vegas.

Me eché a reír, pero el resto del grupo lo repitió, de modo que sofoqué la risa y pronuncié el resto de las palabras.

—Ahora bebed —ordenó Patrick. Y cada uno apuró el vaso de un trago. El escozor era insoportable. Aún estaba intentando recuperarme cuando advertí que todos me miraban, a la espera de que reanudara la labor interrumpida. Extendí al punto la mano hacia el sombrero, sin tomarme siquiera la molestia de revolver un poco, y cogí un papel. Lo sostuve en alto mientras por encima de todo deseaba echarme.

—Léelo —dijo Patrick.

Desdoblé el papel y vi una letra negra y gruesa, pero muy borrosa. Me lo acerqué a la cara y luego lo alejé por si así leía mejor. Todos se rieron; debían de pensar que el alcohol ya me había hecho efecto.

—¿Puedes leerlo tú? —le dije a Kyle, empleando un tono digno de lástima.

—Lo siento, tío, reglas de la casa: lee el que saca —dijo Kyle.

Seguí mirando, y poco a poco se fueron perfilando las letras. Distinguí una de mayúscula y estaba seguro de que la última era una ene. Por fin lo vi claro.

—Duncan —dije, y me recosté.

—Ni hablar, ese tío es un perdedor —soltó un chico de aspecto mezquino llamado Justin.

—No he oído hablar nunca de él —dijo Peter.

—Vamos, vamos, caballeros —dijo Patrick—. Lo he pensado detenidamente, es por eso precisamente por lo que hacemos el juramento. Escogemos a los diez y después decidimos quién es el más adecuado para ese cometido.

No sé por qué, pero me pareció que aquello era infringir las reglas. También quiero pedirte aquí disculpas por ser tan sincero, pero comprende que debo contar la historia verdadera. Llegado a este punto, no tengo más remedio que explicar la historia completa; de lo contrario, todo esto no habrá servido para nada.

El sombrero fue recorriendo la habitación, y todos menos Patrick tuvieron oportunidad de sacar un papelito con un nombre. Jake, Celia, Arthur, Henry, Kate, Lily, Abigail, Keith. Por alguna razón, las reglas establecen que el representante no participa, con lo que el sombrero volvió a mí para que sacara el último papel. Simplemente negué con la cabeza. No podía repetir. No me presionó nadie. Peter estiró la mano y sacó un nombre, muy probablemente uno distinto del que habría sacado yo si no hubiera rechazado mi turno. Quiero decir que habría sido diferente, ¿no? Había una pequeña posibilidad de que otra mano sacara el mismo papelito, pero muchísimas más de que eligiera otro diferente.

Peter desdobló el papel y leyó el nombre en voz alta:

—Janie.

—Vamos a votar —dijo Patrick.

—¿Se hizo así el año pasado? —preguntó Kyle, como si por fin cayera en la cuenta—. Creía que el primer nombre era el representante, sin más historias.

Patrick exhibió una sonrisita de suficiencia.

—Bueno, puedes votar así, tienes perfecto derecho, pero el caso es que siempre hay cierto margen de maniobra.

—Entonces, ¿quién salió el año pasado? —preguntó Kyle, y dio la sensación de que estaba sacando un tema que era mejor no tocar. No tocar, al menos a juicio de Patrick.

—No lo sé. Yo no estaba —dijo Patrick, pero su expresión revelaba que sí lo sabía.

—Muy bien —dijo Kyle, que apartó la mirada.

Todos estaban algo inquietos y no dejaban de mirar hacia la puerta. Por lo visto nadie quería quedarse allí dentro.

—Venga, votemos —dijo Patrick—. Yo leo un nombre, y si pensáis que debe ser el representante, levantáis la mano. Solo se puede votar una vez. Tras la primera ronda, veremos lo que tenemos.

Y aquí es donde entras tú, Duncan. Lamento lo que estás a punto de oír, pero debo ser franco, si no, ¿qué sentido tiene todo? Así pues, Patrick se puso a leer nombres en el orden en que habían ido saliendo. ¿Duncan? Se alzó la mano de Kyle. Como yo no te conocía, no pude opinar, pero me di cuenta de que eras el primero…, eras el legítimo ganador, si quieres decirlo así…, de modo que también levanté la mano. La respuesta de los demás fue como si no te hubiera votado nadie. Patrick apenas miró. Siguió pronunciando nombres hasta llegar a Janie, el papelito que no cogí yo sino Peter, y entonces se levantaron ocho manos, la de Patrick incluida.

—Al final ha de haber unanimidad —señaló Patrick—. Para que luego no haya dudas ni controversias. —Detecté en su voz un rastro de fastidio.

Pensé en preguntar por cada una de esas personas: ¿quiénes eran? ¿Qué debían ofrecer? ¿Qué se esperaba de ellas, en cualquier caso? ¿Por qué no aceptábamos el primer nombre que había salido… el tuyo? Pero los ojos estaban martirizándome. El derecho veía alternativamente claro y borroso. Comencé a especular sobre un posible ataque de apoplejía. Tenía que tumbarme.

—Repitámoslo —dijo, como si estuviese hablándole a un niño de cinco años.

—No, no —dije—. Ya te lo digo directamente. Voto a Janie.

—Estupendo —dijo Patrick, que acto seguido miró a Kyle.

Kyle meneó la cabeza.

—De acuerdo. Tampoco es que me importe mucho. Voto a Janie.

—Buena elección —dijo Patrick, y de algún modo en ese momento lo aborrecí más que nunca—. Bien, ahora hemos de entregar las invitaciones a estos diez, y sanseacabó. ¿Quién quiere repartirlas?

No hubo voluntarios.

—Que cada uno coja una —dijo Patrick.

—La mía, de alguien que esté cerca, por favor. Los ojos me están fastidiando de veras —supliqué.

Patrick me miró y meneó la cabeza.

—Sabes una cosa, tío, mejor vuelves a tu cuarto. Me encargo yo de la tuya. En cualquier caso, todas son del mismo edificio. Será fácil.

—Gracias —dije, pensando en lo lamentable de mi actitud al recabar compasión de ese monstruo.

Pero luego era incapaz de dormir. Lo intentaba, lo necesitaba, pero me resultaba imposible. En muchos aspectos, la nueva fecha de entrega del señor Simon no podía ser mejor. Era como si de alguna manera él estuviera al cabo de la calle. A veces me pregunto si de verdad lo estaba. Pero me digo a mí mismo que, si hubiera estado al corriente, de ningún modo habría permitido que las cosas llegaran tan lejos, así que debo de estar equivocado. Cuando estuve seguro de que todos dormían, de que Patrick y los otros ya habían regresado tras repartir las invitaciones, me levanté y bajé a la estantería de la habitación circular. Antes de abrir, fui al botiquín y cogí unos paquetes de galletas maría y ginger ale. A continuación abrí la vitrina, saqué el libro y leí hasta que salió el sol. Como cabía esperar, el libro confirmó todo lo que yo pensaba y temía.