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DUNCAN

Esta vez no habría vuelta atrás

Duncan había mantenido la compostura bastante bien, pero lo que empezaba a preocuparle era que quizá se le pasaba por alto lo importante. Al oír la palabra «magnitud» comenzó a ponerlo todo en entredicho. Las decisiones acababan paralizándole: ¿la elección de calcetines por la mañana tenía alguna magnitud? ¿Cambiaba algo si llevaba unos calcetines u otros? ¿Había magnitud en la ruta que decidía tomar? Si iba por un lado, a lo mejor tropezaría y se rompería una pierna, o acaso se encontraría con alguien a quien no quería ver. Mandar mensajes de texto a Daisy se convirtió en un problema porque no era capaz de optar por tal o cual palabra. Era imposible determinar adónde ir o qué decir. Resultaba difícil saber qué cosas tenían magnitud y cuáles no.

Así que volvió a decidir que no escucharía más a Tim. Sin embargo, esta vez no escondió los cedés sino que los dejó sin más en un extremo de la mesa, fingiendo que no tenían más importancia que el lápiz sin punta de al lado. Se dijo a sí mismo que ahora, con Daisy y todo lo demás, estaba muy ocupado, luego ¿por qué perder tiempo en la habitación escuchando a un tipo triste que contaba una historia triste? ¿Iba a aprender así algo de veras importante?

En cualquier caso, abstenerse de escuchar no mejoraba mucho las cosas. Con Daisy estaba tenso, lo sabía. La naturalidad de la relación comenzaba a evaporarse. Y luego lo de aquella noche. Subió la escalera y se dirigió a su cuarto. Ante la puerta de enfrente había un tío que de espaldas se parecía a Tim. ¿Era Tim? Estaba a punto de estallarle la cabeza y de pronto el chico se dio la vuelta. Era uno de tercero. No se parecía a Tim en nada. Ni siquiera era albino. Durante el resto de la noche, Duncan se sintió como si hubiera visto un fantasma.

Las líneas se volvían borrosas. Intentó concentrarse en la tarea que tenía entre manos. En realidad, lo único que debía hacer era idear el juego más fácil e inofensivo. Nada de ocultárselo a los profesores. ¿Y si organizaban un torneo de Scrabble en el comedor? ¿Un emocionante juego del escondite? ¿Y si invitaban también a jugar a los docentes? Pero cada vez que pensaba «vale, esto servirá», sabía que no podría hacerlo. Lo sabía sin más.

Una noche lluviosa, Daisy había salido con sus amigas, una especie de «noche de chicas». En cierto modo, un alivio. Duncan empezaba a cansarse de fingir que todo iba bien. Fue a su cuarto para resolver definitivamente lo del Juego. Debía tener lugar antes de las vacaciones de primavera, una tradición de la Irving School, y estaban cada vez más cerca. De todos modos, aún tenía tiempo, sobre todo si no organizaba alguna cosa secreta y disparatada.

Se sentó frente al escritorio y al ver los cedés cayó en la cuenta de lo mucho que echaba de menos la hipnotizadora voz de Tim. Se le ocurrió que escuchar el resto de la historia, al menos la parte que había evitado, podría servirle de alivio. Eso esperaba, cuando menos. Se puso a escuchar de nuevo, y esta vez no habría vuelta atrás.