14

TIM

Ella me vio y empezó a agitar la mano

Tras encontrarme con Patrick en los aseos, se me quitaron las ganas de volver por allí, qué quieres que te diga. Llegué incluso a sopesar otras opciones —los servicios próximos al comedor, los de la biblioteca—, pero como es de suponer todos planteaban ciertos problemas, siendo el principal que ninguno tenía siquiera una ducha.

Las cosas rayaban ya en lo insoportable. Yo era nuevo en la escuela, y había dos personas que quería evitar por completo —evitar de veras—, que no quería volver a ver ni tropezarme con ellas nunca más. Bueno, quizás esto no era del todo cierto. Pero el tío ese era muy friki. ¿Cómo es que Patrick había pasado de querer darme una paliza a invitarme a su Juego? No me fiaba de él ni un pelo y no tenía muy claro cómo salir del paso.

Estaba pensando en esas cosas cuando oí un sonido de rozamiento. Alguien empujaba algo por debajo de mi puerta. Quise esconderme en el diminuto armario o fingir que no estaba, pero como aún tenía la adrenalina disparada, abrí la puerta de golpe. Era un chico que no había visto antes.

—Ah, hola —dijo poniéndose de pie con un papel en la mano—. Tú eres Tim, ¿no?

Le aseguré que sí.

—Me llamo Kyle —dijo entregándome el papel—. Vanessa me ha pedido que te dé esto.

—¿Qué es? —pregunté, pensando que tenía que ver con la excursión o con la captura de banderas.

—Ni idea. —Kyle se encogió de hombros—. Lo siento. Pero encantado de conocerte.

—¡Espera! ¿Eres amigo de Vanessa? —Pensé que quizá mejor conocer algo del paisaje social mientras tuviera alguna oportunidad.

—La verdad es que no —dijo—. Ella estaba esperando en lo alto de las escaleras. Habré sido el primer chico que ha visto.

Quería preguntarle muchas más cosas, pero no me atreví. Además, ardía en deseos de saber qué ponía el papel.

—Bueno, pues gracias —dije. Miré mientras él saludaba con la mano y echaba a andar pasillo abajo.

Cerré la puerta y me quedé sentado un minuto con el papel en el regazo. Estaba cerrado con cinta adhesiva, así que la rompí y desdoblé la cuartilla mientras el corazón me latía tan rápido que me dolía. También me costaba respirar.

«Querido Tim». Me encantaba eso: ¡Querido Tim!

Querido Tim:

¿Te gustó el tesoro que te dejé? Bien, entonces lo único que quiero es acabar con esto y así no tendremos que discutirlo más. Tenías que habérmelo dicho. Habrías podido decírmelo, y no habría pasado nada. Al menos esto explica tu extraña reacción en el aeropuerto. Yo todavía creía que estarías en mi vuelo y me supo realmente mal que no fuera así. Espero que tuvieras un buen viaje. El mío fue solitario. En todo caso, me preguntaba si podríamos encontrarnos para correr hoy al mediodía. Ya sé que es la hora del almuerzo, pero es el único momento en que puedo desaparecer un rato. Y a ti te gusta correr, recuerdo que lo dijiste. Dijiste que te hacía feliz, ¿no? También olvidé decirte que, según las normas de la escuela, no se puede correr a solas por el bosque, de modo que hemos de usar el sistema de ayuda mutua. Quedamos justo fuera del edificio de ciencias: sal por la puerta de detrás de la oficina principal y sigue el camino; es imposible perderse. Y no te olvides de las zapatillas.

Con cariño,

VANESSA

«Con cariño, Vanessa». Esto también me gustaba. Aún faltaban horas para el mediodía. ¿Cómo iba a pasar la mañana hasta entonces? Peor aún, ¿cómo iba a ir? En el exterior había una luz muy fuerte debido al sol invernal y al intenso blanco de la nieve. Pensé que quizá debería ponerme las gafas. Pero cuando me las puse y me miré en el deslucido espejo, comprendí que era imposible. Las aborrecía. Además, Vanessa decía que yo tenía los ojos bonitos; no iba a tapármelos con esa cosa horrible. Volví a guardarlas en la mochila.

Por lo general, me pongo las gafas cuando corro solo; creo que me ayudan a esconderme. De todos modos, el año pasado hubo una vez en que estaba prácticamente seguro de que me encontraría con una chica de la escuela y no me las puse. Por una vez no pasaría nada. Tuve que salir a hurtadillas, pues a mi madre no le habría gustado esta clase de razonamiento. Al final fue un desastre. Me dolieron los ojos y tuve que pararme todo el rato para cubrírmelos y neutralizar el escozor. En cuanto estuve delante de la casa de la chica y la vi en el patio, mi madre aparcó detrás de mí y me dio las gafas por la ventanilla. Me las puse y me volví, contento por tener algo que me tapase la cara, que me ardía de vergüenza. Puse rumbo a casa y no miré atrás. Con todo, estoy prácticamente seguro de que la chica me vio.

Me preparé y aguardé, y cuando llegó la hora de ir a encontrarme con Vanessa, salí de la habitación y seguí sus indicaciones para llegar al edificio de ciencias. Aunque llegué unos tres minutos tarde, ella aún no estaba, por lo que abrí la puerta y esperé dentro. Al fin la vi acercándose por el camino que había acabado de recorrer yo. Lucía unos pantalones negros y una sudadera gris. Llevaba el pelo rubio recogido en una coleta alta que atravesaba la parte trasera de una gorra de béisbol. Me sorprendió su falta de color. A medida que iba acercándose sentí el impulso de escapar por la puerta de atrás, pero decidí quedarme quieto. No la había visto desde que me dejara en el aeropuerto. Si lo pensaba bien no era tanto tiempo, pero parecían semanas, meses incluso. Me vio y saludó con la mano. Yo saludé a mi vez.

Esperé dentro, pensando que Vanessa vendría a recogerme. Sin embargo, señaló hacia el bosque y se dirigió hacia allí sin detenerse. Salí y corrí para alcanzarla. Ella no aminoró la marcha.

—¿Pasa algo? —pregunté.

—¿Qué? ¿Por qué? —repuso ella sin dejar de correr hacia el bosque.

—Por tu falta de color —dije sonriendo.

—No, estoy bien —aseguró, sin sonreír.

—Bien, me alegro —dije, esperando que me mirase.

Lo supe desde el principio: no quería que la viesen conmigo, y, sin embargo, yo no podía apartar los ojos de ella. No llevaba maquillaje, pero tenía las mejillas coloradas y el rostro radiante.

—¿Por dónde corres? —pregunté.

—Hay un sendero que atraviesa el bosque y sube esa colina hasta llegar al otro lado. Luego podemos tomar una carretera y regresar a través del campo de fútbol de abajo hasta la entrada principal de la escuela. Son unos ocho kilómetros.

Ocho kilómetros; no habría problema.

—¿Estás preparado? —dijo ella como si estuviera haciéndome un favor.

—Claro —dije yo.

En la entrada del camino, Vanessa cogió ventaja. Tras unos pasos caí en la cuenta de que yo no había hecho precalentamiento. A lo mejor ella sí que lo había hecho antes de encontrarse conmigo, no sé. Recordé que llevaba semanas sin correr y había estado muchas horas sentado.

—Oye, Vanessa —grité.

Se volvió con una mirada reveladora de cierto fastidio.

—Me pediste tú que viniera —dije—. ¿Por qué actúas como si no fuera así?

En su semblante cambió algo.

—¿Te importa si hago estiramientos? —dije—. No sabía que teníamos tanta prisa.

—Disculpa —dijo ella—. Más adelante hay un sitio. Sígueme.

Caminé tras ella por el bosque hasta que llegamos a un claro con unos cuantos árboles y troncos a distintos niveles, lo que parecía ideal para estirar. Hice mi rutina habitual, pero ya me picaban los ojos. Me los tapé unos instantes con la esperanza de que a medida que nos internáramos en el bosque la luz fuera menos intensa.

—Yo ya los he hecho antes —dijo en un tono más suave ahora.

—Vale, estoy listo —dije.

Vanessa miró a mi espalda, hacia el campus, y luego se volvió hacia mí.

—Vamos —dijo.

La seguí. Como el camino era demasiado estrecho para que pudiéramos correr uno al lado del otro, yo iba detrás. Me daba igual; alcanzaba a oír su respiración acompasada y a percibir su jabón o champú… algo con olor a fresco y limón. No obstante, a medida que nos adentrábamos en el bosque, el sendero se ensanchaba y me situé a su lado, aliviado al ver que en las últimas semanas no había perdido del todo la forma. Estaba prácticamente seguro de que podría seguir; hasta el momento mi respiración también era regular.

—Ese novio tuyo es muy simpático —dije.

—Sí, me ha dicho que te había visto —dijo ella con la vista fija en el camino. Por suerte la cobertura arbórea era densa y las nubes se habían espesado, con lo cual mis ojos no sufrían. Recuerdo haber pensado que sin duda había tomado la decisión correcta respecto a las gafas.

—Un verdadero encanto —añadí.

—Bueno, ¿qué esperabas? —soltó—. Es un poco posesivo.

—¿Un poco? —dije.

Vanessa me miró por el rabillo del ojo y volvió a concentrarse en el camino sin decir nada.

—¿Por qué no le has pedido a él que te acompañara? —inquirí.

—Patrick es muy competitivo —contestó—. Le gusta ver quién va más deprisa. No tiene gracia.

—¿Cómo sabes que yo no soy competitivo? —dije.

—Es solo un presentimiento —dijo, y volvió la cabeza y sonrió.

—Vale, ¿y tus amigos? ¿Por qué no se lo has pedido a ellos?

—Normalmente corro con Celia, una chica de mi planta, pero esta mañana no se encontraba bien —explicó—. Yo tenía que salir y, como te he dicho, hay esa norma de que no podemos correr a solas por el bosque.

—¿Por qué?

—Hace algunos años una chica se rompió el tobillo y no pudo regresar. Pasó la noche en el bosque y nadie sabía dónde estaba. Organizaron una búsqueda, pero el caso es que no la vieron. Por fin, más o menos a la hora de cenar de la noche siguiente, la chica logró salir del bosque a rastras. Acabó tan traumatizada que abandonó la escuela y no volvió jamás. Corría el rumor de que su familia había demandado a la escuela exigiendo un dineral en concepto de daños y perjuicios. En cualquier caso, puede que sea una historia inventada, pero el entrenador nos la cuenta cada año. Según la leyenda, esa alumna echó una maldición a la escuela según la cual cada año un estudiante de último curso dejaría el curso por alguna razón imprevista: drogas, fracaso escolar, enfermedad, lo que sea. Hace poco miré en los archivos del boletín y hasta donde pude ver parece que se va cumpliendo. Extraño, ¿no te parece?

—Muy extraño —admití. A decir verdad, aquello me puso los pelos de punta.

Nos quedamos un rato en silencio, y empecé a pensar en lo lejos que habíamos llegado. No había reparado en la cantidad de naturaleza que había detrás de la escuela.

—Esta es la colina de los trineos —explicó ella por fin—. Los días nevados venimos aquí. No hay árboles, ¿ves? Es como un tobogán. Se baja realmente rápido. Este año aún no lo hemos hecho, pero el pasado lo hicimos dos veces.

—¿Está permitido? —pregunté.

—La verdad es que no, pero aquí está lo bueno —dijo sonriendo.

Llegamos a un pequeño campo, y salió el sol. Fue como si me golpease en la cara lava ardiente. Sin pensarlo, me tapé los ojos con las manos y me incliné hacia delante, pero perdí el equilibrio y caí al suelo. Me levanté, me coloqué de espaldas al sol y abrí los ojos despacio. Hicieron falta varios intentos, pero al final lo conseguí.

—¿Estás bien? —dijo Vanessa, que me puso su cálida mano en el hombro. Durante un breve instante solo noté su mano, pero el dolor en los ojos regresó lentamente—. ¿Qué te pasa?

—Oh, yo, esto… sufro migrañas, y de repente me viene una —dije al punto. No quería hablarle de los ojos—. Pasa a veces. Creo que voy a volver por donde he venido.

—El caso es que la carretera está ahí mismo. Sale más a cuenta seguir —dijo ella mientras buscaba en los bolsillos—. No he traído el móvil. Lo he dejado cargando en el escritorio. ¿Llevas el tuyo?

—No —contesté. Ni se me había ocurrido cogerlo—. Lo lamento. Quizá no tenga una gran complexión, pero al menos soy un encanto.

Vanessa sonrió y se me acercó. Miré hacia el bosque, detrás de nosotros. Había más luz que antes, pero quería volver allá, pues sin duda habría también más sombras que en el campo abierto y la carretera. Vi una roca grande; me arrastré hasta ella y me senté con la cara entre las manos. Vanessa me siguió.

—¿Serás capaz de regresar? —preguntó. Parecía nerviosa.

—Sí, claro, dame solo un minuto —dije. Me sentía como un idiota. ¿Por qué no podía ser yo simplemente normal?

Vanessa se sentó en la roca, a mi lado, y empezó a masajearme la espalda. El dolor fue remitiendo poco a poco, pero no me atreví a destaparme los ojos.

—Te mentí —dijo ella.

Sin pensarlo, la miré a ella y al sol y solté un gemido y me cubrí de nuevo la cara con las manos.

—¿Qué quieres decir? —pregunté con la voz amortiguada por el miedo de volver a moverme. Comencé a pensar cómo iba a salir del apuro. A lo mejor yo sería esa chica… la demostración de por qué no había que ir solo al bosque…, arrastrándome hasta el campus durante veinte horas, traumatizado, toda mi vida echada a perder. Quizás este año yo sería la víctima de la maldición.

—Bueno, es verdad que no podemos correr solas por el bosque, pero tampoco con un chico —aclaró—. El equipo de atletismo suele recorrer este camino, y a veces un profesor organiza una excursión matutina, pero esto, lo que estamos haciendo ahora, está prohibido.

—Vaya —dije con cosquillas en el estómago. Estaba volviéndome loco, quiero decir, ella me había mentido y en teoría yo podía verme en un buen aprieto, pero la verdad es que… me gustaba… Sí, me gustaba.

—Lamento lo de antes, cuando nos hemos encontrado —dijo—. Tenía miedo de que me vieran.

Quería darle las gracias por haberme mentido y decirle que yo también tenía miedo, no de que me vieran sino solo de estar con ella. Pero algo me frenó.

—Gracias por enviar la nota —dije—. Pero ¿por qué no esperaste a verme en el comedor? ¿O en la biblioteca?

—Patrick. —No dijo nada más. Aunque desde luego no era solo Patrick, sino también los demás; todos sus amigos. Ella no quería que la vieran hablando conmigo. De pronto supe que Kyle no destacaría demasiado en el orden social; de lo contrario Vanessa no le habría pedido que me entregase la nota. Probablemente él no era el primer chico que ella vio, sino el primer chico que vio a quien le daba todo igual.

»Creía que una vez hubiera regresado a la escuela no pensaría en ti —explicó—. Pero resulta que sí he estado pensando en ti. Estuve preocupada por ti todo el viaje de vuelta.

—Puedo cuidar de mí mismo —dije al punto.

—No por si podía pasarte algo. Me refiero a por qué no me dijiste que venías también a esta escuela —dijo—. Y también pensaba que en cuanto viera a Patrick todo volvería a ser como antes, pero… —Se le fue apagando la voz—. Hasta ahora no ha sido así.

Noté otra punzada de dolor y me cubrí los ojos, y empujé las palmas de las manos en mis cerradas cuencas oculares para contrarrestar la molestia. En ese momento me alegré de no poder mirarla.

—Entonces —dijo ella—, ¿qué hacemos?

—No sé —farfullé—. Intentar olvidar lo del aeropuerto. Quiero decir, lo del ascensor.

Ella se echó a reír, y de alguna manera el sonido de su risa procuró alivio a mi cabeza.

—¡No, no me refería a eso, sino a lo de regresar! —dijo Vanessa.

Aún no me atrevía a mirar de nuevo, pero habría apostado la camisa a que, al decir eso, Vanessa todavía sonreía. Alcancé a percibirlo.

—Pues no sé. Creo que estoy mejor —dije.

—¿Desde cuándo tienes esto?

Me quedé confuso unos instantes y luego recordé lo que le había dicho. Migrañas.

—Hace unos años.

—Debe de ser duro —dijo ella—. Me hago cargo.

—Gracias.

—¿Te ayudo a levantarte? —sugirió ella.

—Creo que solo necesito otro minuto —dije yo.

Estaba mucho mejor, pero sabía que en cuanto abriese los ojos volvería a pasarme lo mismo. «Me lo merezco —pensaba—. Sabía el riesgo que corría».

—Lamento que esta mañana Patrick te haya tratado tan mal. A veces es un verdadero gilipollas —dijo Vanessa, pillándome desprevenido—. Le expliqué que nos conocimos en el aeropuerto, me pareció lo más adecuado. Además, pensé que así me sentiría mejor. Pero últimamente está tan agresivo que ya casi no le aguanto. Me ha dicho que se ha divertido un poco contigo.

—Ajá —dije. No quería que perdiera el hilo.

—El año pasado fue fantástico. Quiero decir que se mostraba cariñoso y romántico, y yo me sentía afortunada de que él quisiera salir conmigo —explicó Vanessa—. Estábamos siempre juntos. Entonces murió su madre. Fue terrible. Le acompañé a su casa y luego regresé. Él estuvo varias semanas sin venir a la escuela. De nuevo aquí, al principio parecía que iba a estar triste y nada más. Pero ahora es diferente. Está enfadado. Ha empezado a hablar de ir los dos a la universidad. El caso es que sus notas no son tan buenas como las mías, lo cual significa que o bien deberé ir a una escuela menos competitiva, algo que no entra realmente en mis planes, o bien tendremos que encontrar una universidad grande que tenga programas para los dos, por ejemplo, uno avanzado para mí y otro normal para él.

—¿Has encontrado alguna? —pregunté. Quería que no dejase de hablar.

—Algunas, pero aun así creo que estoy limitándome. Mira, me quedé chiflada por él en noveno, pero Patrick nunca pareció demasiado interesado… en mí para ser más exactos —dijo—. Tenía mucho interés en las chicas dispuestas a hacer lo que él quisiera. Así que cuando quiso estar conmigo, a ver, no podía creérmelo. Me sentí muy feliz. ¿Te he dicho que es de Vermont? Su padre vive allí todavía. De modo que todas las universidades en las que hemos presentado solicitud de ingreso están a menos de ocho horas de coche de Vermont. Dejé que pensara que yo quería eso. Y sí, quería eso cuando empezamos a rellenar las solicitudes, pero ahora me parece… No sé, algo opresivo. Estoy divagando. Me callo ya, pues seguro que todo esto te da bastante igual. Lo siento —dijo.

Mientras Vanessa hablaba, fui apartando lentamente las manos de la cara y abrí los ojos. Bien, podía soportarlo, aunque me moría de ganas de llegar a mi cuarto y dejarlo tan a oscuras como fuera posible. Tenía previsto dormir el resto del día.

—No es cierto, sí que me interesa —dije. Ella se volvió, y al ver que yo tenía de nuevo los ojos abiertos, me dirigió una sonrisa resplandeciente. Yo le sonreí a mi vez.

—No, no, solo estoy parloteando. Ya te contaré más otro día —dijo—. ¿Y tú? ¿Estás contento aquí?

Era una pregunta peliaguda. Ahora todo lo ocupaba Vanessa, y cuando digo aquí su nombre lo digo con mayúsculas, tal como ella lo escribió en mi móvil. Atraer la atención de Vanessa y evitar a Patrick. De alguna manera me extrañaba haber llegado a implicarme en algo personalmente tan deprisa.

—Sí, estoy contento aquí —contesté—. Cualquier cosa sería mejor que mi otra escuela, de todos modos.

—Pero ¿por qué has venido? —preguntó—. Por qué ahora, quiero decir. Por qué Irving.

Yo quería que ella lo supiera todo. En serio. Pero había mucho que contar y, para ser sincero, no quería tener que declarar lo evidente: que no me integraba.

—Mi padrastro estudió en Irving. Dice que fue la mejor época de su vida… bueno, hasta que conoció a mi madre. Y es muy amigo del señor Bowersox —expliqué—. Creía que un poco de tiempo en Irving sería mejor que ninguno. Además, como él y mi madre se mudaban, parecía una buena idea.

Nos quedamos un rato callados. Estoy casi seguro de que ella esperaba que yo continuara. Pero al ver que no hablaba, me propuso regresar.

—¿Podemos ir andando? —sugerí, calculando que así tardaríamos más y podríamos estar más tiempo juntos. Que hubiera algo a mi favor, al menos. Me vino a la cabeza la imagen de Vanessa en el vestíbulo del hotel tras pronunciar la cita de Macbeth: algo bueno y algo malo.

—No hay problema —dijo ella, que se puso en pie y se limpió los pantalones. Me tendió la mano y yo me levanté despacio. Anduvimos la mayor parte del camino en silencio.

Cuando estuvimos cerca del edificio de ciencias, Vanessa se puso rígida.

—Ve tú por delante —dijo con la misma voz que al principio—. Yo atajaré por ahí y saldré por la parte trasera del comedor. ¿Te parece bien?

—Sí, claro —dije con cierta frialdad. ¿Cómo podía ella encenderse y apagarse así? Era como si estuviera despachándome. Después de todo lo que acababa de decir, de todo lo que me había confiado, tuve el impulso de agarrarla y atraerla hacia mí, besarla quizá no, pero sí conectar físicamente con ella de alguna forma. En cualquier caso, creo que ya vas entendiendo que este no es mi estilo. Así que no hice nada.

—Muy bien —dijo ella, y se dio la vuelta. Pero acto seguido volvió a mirarme—. Si alguien te pregunta dónde has estado, ¿qué dirás?

—Que he ido a dar un paseo por el bosque —dije mirándola a los ojos—. Solo.

—Pero esto va contra las normas, ya te dije…

—Nadie me ha hablado de las normas todavía —dije interrumpiéndola—. De modo que puedo hacerme el tonto. —Omití mi suposición de que los demás sentirían lástima por el chico albino con problemas en los ojos y migrañas, y que seguramente me saldría con la mía; solía pasar.

Entonces Vanessa me agarró del brazo; pensé que iba a decirme algo importante.

—Quizá deberías hacer alguna locura antes de que te informen de las normas.

Eso fue lo que dijo. ¿A qué se refería con eso de «alguna locura»?

Me soltó el brazo, rodeó con garbo unos árboles y tomó otra dirección. Mientras la observaba, pensé en lo que habría querido decir con lo de «hacer alguna locura». ¿Alguna locura… con ella? En cuanto hubo desaparecido de mi campo visual, seguí adelante. No me paró nadie para preguntarme dónde había estado ni por qué llegaba tarde. Ese día no tenía clase —el horario definitivo aún no estaba en vigor—, por lo que fui a mi habitación y me metí directamente en la cama. Dormí toda la tarde. De vez en cuando notaba una punzada de dolor en los ojos que me despertaba y que me sacaba cada vez de un sueño demasiado bonito para ser cierto.