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TIM

Dieciocho horas

Duncan se moría de ganas de pasar al siguiente cedé. Este no era exactamente el panorama que se imaginaba. La verdad es que el detalle de Vanessa le había emocionado, pero no podía menos que preguntarse por el motivo. Tenía que mear, iba a llegar tarde a otra clase, y sin embargo era como si la necesidad de escuchar escapara a su control, como si no pudiese oponerle resistencia. Así que rápidamente sacó el cedé, se le cayó al suelo, lo recogió y metió el segundo. Se sentó erguido en el borde de la cama para no apoltronarse demasiado, cerró los ojos y dejó que la voz de Tim invadiera la habitación.

Cuando desperté, mi cama estaba mojada sin saber por qué. De pronto recordé las bolas de nieve y me maldije por haberme quedado dormido con una de ellas en la mano. Antes de ser capaz de procesar lo que estaba pasando y localizar mi segundo juego de sábanas, llamaron a la puerta.

—Bueno, usted debe de ser Tim —dijo la persona del umbral. Al principio pensé que sería un alumno, pues parecía joven y llevaba unas gafas chulas de montura negra. Pero entonces añadió—: Soy el señor Simon.

—Hola —dije.

Él llevaba en la mano una bandeja con lo que parecía una magdalena de arándanos y un vaso de zumo de naranja. Me la dio mientras posaba la mirada en el plato intacto de galletas de la noche anterior. «Ostras —pensé—, las trajo él, seguro».

—Vaya, gracias —dije, y reparé en que tenía hambre—. ¿Es esto habitual? Quiero decir, ¿hay un servicio de habitaciones o algo así?

—Bueno, ya me gustaría a mí, pero no, la mayoría de las mañanas tendrá usted que bajar al comedor. Pero me lo paso bien cocinando y vivo solo, así que como es usted el afortunado ocupante de esta habitación, compartiremos mis creaciones siempre que me sea posible. Supuse que su primera mañana aquí era tan buen momento para empezar como cualquier otro —explicó—. ¿Qué tal le ha ido el viaje?

«Complicado —quise decir—, y creo que viniendo hacia aquí me he enamorado». Pero lo que dije fue:

—Se ha hecho largo.

—Bien, el cuarto de baño está ahí abajo, aunque seguramente ya se lo habrá imaginado, y el comedor al pie de las escaleras del final del pasillo —precisó—. Hoy el horario es un tanto irregular, pero le aconsejo que baje a desayunar en cuanto se haya aseado, pues hay actividades que no querrá perderse. Me parece que han planeado una excursión y un juego de capturar banderas.

—Suena bien —dije yo. Quise preguntarle si conocía a Vanessa, y a Patrick ya puestos. Pero no me atreví.

—¿Esta habitación es especial por algo? —inquirí.

—¿Porque he dicho que le traería mis obras maestras horneadas? —dijo el señor Simon, que ya empezaba a caerme bien—. Pues sí. Mi querido alumno, ¡aquí es donde fue incubado un profesor de literatura inglesa! Fue mi habitación cuando yo estudiaba en Irving. Estuve muy a gusto. —Se inclinó y bajó la voz—. El truco está en que, como desde fuera o por debajo de la puerta es difícil ver si la luz está encendida, uno puede quedarse leyendo hasta entrada la noche sin llamar la atención. Yo lo hacía… un montón de Shakespeare y Ernest Hemingway. Espero que para usted sea al menos tan espléndida como lo fue para mí. Le veré abajo. Bienvenido a la Irving School.

—Encantado de estar aquí —dije, sorprendido de verme sonriendo.

La magdalena estaba caliente y olía de maravilla. Me senté en el borde de la cama y me la comí toda. A continuación hice algo que me daba terror: abrí el refrigerador para inspeccionar las otras dos bolas de nieve. Se me había ocurrido bajar sigilosamente al comedor y buscar un congelador, pero no tenía sentido. Alguien las encontraría y las tiraría. Deslicé la tapa a un lado y vi que una se había fundido por completo y que la otra era ahora más pequeña que una pelota de golf. Cerré y me dirigí a los servicios. Tranquilo, no voy a contarte mis viajes a los servicios, pero este tiene cierta importancia; sé indulgente conmigo, por favor.

Todo estaba en silencio; no vi a nadie. Al no haber clases, la gente estaría durmiendo. Mejor así. Aún no quería encontrarme con nadie, pues sabía que iba a destacar como un oso polar en una manada de osos pardos. ¿Cuánto sabían de mí? ¿Sabían que era albino? No quería enfrentarme a eso. En ese preciso instante decidí que me saltaría la excursión.

Qué alivio ver los aseos también vacíos. Estaba casi a punto de marcharme cuando se abrió la puerta. Yo estaba mirándome en el espejo, de espaldas a la persona que había entrado, pero alcancé a ver que era un tipo alto, de pelo castaño corto y ojos azules. De hecho, los ojos eran tan azules que destellaban en el espejo. Llevaba un pijama verde y tarareaba. Me miró y caí en la cuenta; lo noté. Hubo una larga pausa mientras él me miraba de arriba abajo; yo no tenía elección. Iba a dirigirme a él para presentarme. Además de lo blanco que era yo, él seguramente se preguntaría qué hacía un desconocido en el cuarto de baño. Pero antes de tener alguna posibilidad, lo vi delante, como si descollase sobre mí.

—Me he enterado de que pasaste la noche en una habitación de hotel con mi novia —gruñó.

Era con mucho el peor de los casos imaginables. «Que entre alguien, por favor —salmodiaba para mis adentros—. Que entre alguien, por favor».

Se acercó más. Prácticamente me tocaba la nariz con la suya.

—Si no fuera porque eres ya bastante espantajo, te atizaría de lo lindo —soltó—. Podría partirte la boca o ponerte un ojo morado. Nadie, y quiero decir nadie excepto yo, está solo en un dormitorio con mi chica. ¿Entendido?

—No te preocupes —dije empleando un tono quizá demasiado sarcástico—. Seguro que ella no permitirá que vuelva a pasar.

—¿Que vuelva a pasar el qué? —dijo.

Yo tenía miedo, lo admito. No pretendía que sonara así. Es como cuando quieres salir de un aprieto y solo consigues empeorar las cosas. En mi cabeza aún resonaban las palabras de ella: «Gracias por las últimas dieciocho horas». Dieciocho horas. Ojalá Patrick no supiera leer el pensamiento. Por un instante me distraje intentando pensar en cuál era el superhéroe que sabía leer el pensamiento. Solo para tu información te diré que es el Profesor X de los Hombres X, pero estaba tan hecho polvo que no me acordé hasta que estuve otra vez en mi habitación.

—Nada —dije por fin—. Quiero decir que ella nunca querrá volver a pasar una noche en un hotel conmigo, o sea…

Al parecer, esto no tranquilizaba a Patrick. Pensé en decirle que había dos camas y que yo ni siquiera había dormido en una, pero tartamudeaba y sabía que de algún modo lo estropearía aún más.

—¿Y cómo es eso? —dijo él, que habría podido inclinarse solo un poco y morderme la nariz si hubiera querido. Habría sido una mierda tener que conocer gente nueva con un enorme mordisco purulento en la nariz. Pero no lo hizo, y yo tenía que haberme dado cuenta de que, en todo caso, nadie querría acercárseme tanto. En ese preciso momento, se abrió la puerta y entró un chico bajito y pelirrojo. Iba solo con unos calzoncillos a cuadros rojos, sin camisa, pese al letrero que avisaba de que al aseo no se podía ir solo con ropa interior. Dirigió una sonrisa a Patrick y luego se fijó en mí.

—Qué hay —dijo el chico, que miró a Patrick y me miró a mí otra vez.

—Qué hay —dijo Patrick.

Creo que esbocé una tímida sonrisa. Nos quedamos los tres quietos durante unos segundos, y luego me pregunté si el otro se había olvidado de lo que había venido a hacer. Entonces asintió y se dirigió a un retrete.

—Solo bromeaba contigo, lo entiendes, ¿no? —dijo Patrick de repente dándome unas palmaditas en la espalda—. Estaba de guasa. Eh, Peter, preséntate al nuevo amigo.

—Me llamo Peter —dijo una voz desde el retrete. Oíamos cómo desenrollaba el papel higiénico.

—Yo, Tim —dije.

—No quería asustarte. ¿Te he asustado? —preguntó Patrick.

Recuerdo que pensé que el tío estaba loco, que era incoherente. Antes de poder decir nada, añadió:

—Entonces, ¿qué, quieres venir luego a mi habitación?

Permanecí inmóvil, mirando al suelo. Di por supuesto que él hablaba con Peter.

—Eh, tú —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia mí—. Estamos organizando el gran Juego de este semestre y has de participar. Para ti será una buena manera de conocer gente. ¿Qué dices?

No tenía ni idea de qué estaba diciéndome. ¿El gran Juego? De todos modos, no quería quedarme esperando una explicación. La cabeza me daba vueltas, y el olor de los servicios estaba volviéndose insoportable. Tenía que salir de ahí.

—Creo que un poco de strip-póquer estaría bien —dijo el apestoso Peter desde el interior del retrete.

—Ni hablar —dijo Patrick—. Para conseguir un poco de acción no necesito ninguna partida. Tengo otras ideas. ¿Cómo se llama ese juego en que has de matar a alguien y es un secreto y…?

—Asesino —dije yo sin pensar.

En el rostro de Patrick fue dibujándose una lenta sonrisa.

—Pues muy bien —dijo—. Te veo en mi habitación después de cenar.