La Gran Intervención de 2013 abrió para la Humanidad el camino a las estrellas, proporcionando a los pobladores de la Tierra un ilimitado espacio vital, una suficiencia de energía, y el título de miembros de una benevolente civilización, el Medio Galáctico. La Humanidad se convirtió en la sexta de las Razas Unidas, una confederación de colonizadores de planetas que compartían la alta tecnología con la habilidad de realizar operaciones mentales conocidas como metafunciones. Estas últimas —que incluyen telepatía, psicocinesis, y muchos otros poderes— habían permanecido latentes en el acervo genético humano desde tiempos inmemoriales, pero raras veces se manifestaban.

En 2110, cuando se inicia la acción del primer volumen de esta saga, reinaba una especie de Edad de Oro. Más de 700 nuevos planetas habían sido colonizados por los exuberantes moradores de la Tierra. Los seres humanos con poderes metapsíquicos funcionales crecían lentamente en número; sin embargo, en la mayoría de la población, los poderes mentales eran o bien débiles al punto de la nulidad, o bien latentes… es decir, prácticamente inutilizables, debido a barreras psicológicas u otros factores.

Incluso las Edades de Oro tienen sus inadaptados, y la estructura psicosocial del Medio Galáctico poseía su cupo correspondiente. Un físico francés llamado Théo Guderian proporcionó sin pensarlo a esos desplazados una puerta de escape única al descubrir un fenómeno aparentemente inutilizable: un bucle temporal de foco fijo, unidireccional, que se abría al valle del río Ródano, en Francia, tal como había existido durante la época del plioceno, hacía seis millones de años. Convencidos de que la Tierra del plioceno tenía que ser una especie de Edén prehistórico, un creciente número de inadaptados empezó a acudir a la viuda de Guderian, Angélique, para pedirle que les dejara pasar a través del portal del tiempo al «Exilio».

Desde la muerte de su esposo en 2041 hasta 2106, la rejuvenecida Madame Guderian rigió un establecimiento peculiar que las autoridades del Medio toleraban con reluctancia. Su albergue francés, l’Auberge du Portail, servía como fachada para transportar clientes de la Vieja Tierra a un mundo seis millones de años más joven. Tras sufrir remordimientos de conciencia acerca del destino de los transportados, finalmente la propia Madame cruzó la puerta unidireccional al Exilio en el plioceno. A partir de entonces las operaciones del bucle temporal fueron tomadas a su cargo por el Medio Galáctico, que había descubierto que constituía un conveniente camino a la gloria para los disidentes.

El 25 de agosto de 2110, ocho personas, que formaban el «Grupo Verde» de aspirantes al Exilio, fueron transportadas al plioceno: Richard Voorhees, un capitán de astronave varado; Felice Landry, una joven atleta desequilibrada cuyo temperamento violento y latentes poderes mentales la habían convertido en una desterrada; Claude Majewski, un paleontólogo de 133 años recientemente enviudado de su esposa y colega; la Hermana Amerie Roccaro, una consumida monja médico que ansiaba convertirse en una ermitaña; Bryan Grenfell, un antropólogo en busca de su amor, Mercy Lamballe, que lo había precedido cruzando la puerta dos meses antes; Elizabeth Orme, una operadora metapsíquica con el grado de Gran Maestro que se había visto privada de sus extraordinarios poderes mentales debido a una lesión cerebral originada por un accidente; Stein Oleson, un inadaptado perforador de la corteza terrestre que soñaba con llevar una vida de vikingo en un mundo más sencillo; y Aiken Drum, un emprendedor y joven tunante que, como Felice, poseía poderes metapsíquicos latentes.

Esas ocho personas efectuaron con éxito el salto de seis millones de años al pasado de la Tierra… sólo para descubrir, como habían hecho antes que ellos otros viajeros temporales, que la Europa del plioceno se hallaba bajo el control de un grupo de humanoides disidentes de otra galaxia. Los exóticos eran también unos exiliados, que habían abandonado su planeta natal a causa de su bárbara religión guerrera.

La facción exótica dominante, los Tanu, eran altos y agraciados. Pese a una estancia de más de mil años, había menos de 20.000 de ellos en la Tierra, debido a que su reproducción se veía dificultada por las radiaciones solares. Puesto que su plasma era compatible con el de la Humanidad, durante casi setenta años habían utilizado a los viajeros temporales para sus tareas reproductoras, manteniendo a la Humanidad del plioceno en un benevolente servilismo.

Antagonistas de los Tanu y superándoles en número al menos en razón de cuatro a uno estaban sus antiguos enemigos, los Firvulag. Esos exóticos eran en su mayoría de pequeña estatura, y se reproducían muy bien en la Tierra. En realidad los Tanu y los Firvulag constituían una sola raza dimórfica… los altos metapsíquicamente latentes, los bajos poseyendo unas metafunciones operantes limitadas. Los Tanu llevaban unos amplificadores mentales, unos collares llamados torques de oro, que convertían sus poderes en operativos. Los Firvulag no necesitaban torques, y la mayoría de ellos poseían unos poderes mentales más débiles que los Tanu.

Durante la mayor parte de los mil años que Tanu y Firvulag llevaban residiendo en la Tierra del plioceno (que ellos llamaban la Tierra Multicolor), permanecieron bastante igualados en las luchas rituales que celebraban como parte de su religión guerrera. La mayor sutileza y más sofisticada tecnología de los Tanu tendía a equilibrar la superioridad numérica de los más toscos Firvulag. Pero la llegada de la Humanidad a través del tiempo inclinó la balanza en favor de los altos exóticos. Los híbridos Humanos-Tanu no solamente demostraron poseer una desacostumbrada fuerza física y mental, sino que los humanos mejoraron también la decadente ciencia de los Tanu inyectándole las habilidades del Medio Galáctico. Los setenta años de viaje temporal habían visto el traslado de casi 100.000 humanos a la Europa del plioceno; su asimilación dio a los Tanu una ascendencia casi absoluta sobre sus enemigos los Firvulag (que nunca se unieron con la Humanidad y generalmente la despreciaban).

Los humanos que se hallaban bajo el yugo de sus señores Tanu no llevaban una mala vida; la gente que cooperaba era tratada muy bien. Todo el trabajo duro lo efectuaban los ramapitecos, pequeños antropoides que llevaban sencillos torques que forzaban a la obediencia. (Irónicamente, esos «ramas» formaban parte de la línea homínida directa que llegaría a su clímax seis millones de años más tarde con el Homo sapiens.) Los seres humanos que ocupaban posiciones de confianza o se dedicaban a tareas vitales bajo los Tanu llevaban normalmente torques grises. Esos torques no amplificaban la mente, pero permitían la comunicación telepática entre humanos y exóticos; los dispositivos incorporaban también circuitos de placer-dolor, a través de los cuales los Tanu recompensaban o castigaban a sus siervos. Los torques no resultaban fáciles de hacer, y necesitaban un raro componente de bario en su manufactura, de modo que no eran utilizados en la mayoría de los Humanos «normales» (es decir, no latentes metapsíquicamente), los cuales eran obligados a la obediencia por otros medios. Si las pruebas a que sometían los Tanu a los viajeros temporales recién llegados mostraban que alguien poseía significativas metafunciones latentes, la persona afortunada recibía un torque de plata. Se trataba de un auténtico amplificador similar a los collares de oro llevados por los Tanu… pero con circuitos de control. Los Humanos que llevaban torques de plata gozaban de una posición privilegiada; aunque raramente, podían incluso recibir torques de oro y la libertad completa como ciudadanos de la Tierra Multicolor.

Los ocho miembros del Grupo Verde, como todos los recién llegados, fueron sometidos a la prueba mental en una fortaleza Tanu, el Castillo del Portal. Casi desde un primer momento el grupo demostró no ser en absoluto típico. El capitán de astronave, Richard, escapó temporalmente y tuvo un terrible encuentro con una esclavista Tanu, Epone, que lo sometió a la prueba en busca de metafunciones latentes.

Elizabeth, la ex psíquica y maestra meta, descubrió que el paso por el bucle temporal había desencadenado el restablecimiento de los potentes poderes mentales que temía haber perdido para siempre. Su descubrimiento fue notado con excitación por otro Tanu, Creyn, que prometió a Elizabeth que ante ella se abría una «maravillosa vida» en la Tierra Multicolor.

Stein Oleson, el fornido perforador, se volvió temporalmente loco por el viaje hacia atrás en el tiempo. Destrozando la puerta de su celda de detención, no fue dominado hasta después de haber dado muerte a un cierto número de hombres con torques grises. Para asegurar la futura docilidad de Stein, se le colocó un torque gris. Su psique heroica hacía de él un candidato para la lucha ritual Tanu-Firvulag, el Gran Combate. Aún inconsciente de su recaptura, fue preparado para el viaje al sur a la capital Tanu, Muriah.

También le fue colocado un torque —aunque de plata— al joven truhán, Aiken Drum. Las pruebas de los exóticos habían detectado fuertes latencias metapsíquicas en él, que podían ser llevadas a un nivel operativo cuando se hubiera acostumbrado a llevar el amplificador.

El antropólogo, Bryan Grenfell, no poseía latencias mentales significativas. Pero sus talentos profesionales parecían sorprendentemente valiosos para los Tanu, con el resultado de que Bryan consiguió llegar a un trato: su cooperación a cambio de la ayuda de los Tanu para encontrar a Mercy… y un status sin torque.

El viejo buscahuesos, Claude Majewski, mostró no poseer poderes mentales ocultos. Con un cierto desdén, los secuaces de los Tanu le informaron que iba a ser enviado al norte, a la ciudad de Finiah, junto con la mayor parte de los viajeros temporales llegados durante la semana, y puesto a trabajar. Casi antes de darse cuenta de ello se encontró encerrado en un «corral para gente» del Castillo del Portal, junto con más de una treintena de otros humanos corrientes, para aguardar la partida de la caravana al norte. En el dormitorio de la prisión se encontraba Richard, comatoso a consecuencia del abuso mental de Epone.

Los últimos miembros del Grupo Verde en ser probados por la esclavista exótica fueron la Hermana Amerie y Felice Landry. La monja no poseía latencias importantes. Enfrentada a la inminente prueba, Felice pareció presa de un miedo histérico; su agitación hacía imposible un registro fiable. Epone lo dejó correr, puesto que la muchacha podía ser probada más tarde en Finiah. Luego, de una forma espontánea, Epone informó a las dos mujeres de la costumbre Tanu de utilizar a mujeres humanas para la reproducción, desechando sus indignadas protestas con la promesa de que finalmente aceptarían el papel e incluso se sentirían felices con su nueva vida en Finiah. Cuando la mujer exótica las dejó, la fingida histeria de Felice se esfumó. Había conseguido ocultar a Epone sus fuertes metafunciones latentes, escapando del torque, al menos temporalmente; y ahora decidió, con una fría furia, «encargarse» de toda la raza Tanu.

Aquel anochecer, dos caravanas abandonaron el Castillo del Portal, viajando a lo largo del río Ródano del plioceno en direcciones opuestas. En el grupo del norte, camino de Finiah, en el proto-Rhin al borde de la Selva Negra, iban el parcialmente recuperado Richard, Claude, Amerie, Felice, y la mayor parte de los demás prisioneros humanos. Eran escoltados por Epone y un pelotón de soldados humanos con torques grises. En la comitiva hacia el sur, conducida por Creyn, iban Elizabeth, Bryan, Aiken Drum, el malherido Stein, y otros dos humanos con torques de plata: una antigua oficiala juvenil de un satélite colonial, Sukey Davies, y un hosco leñador finocanadiense, Raimo Hakkinen.

Al principio el avance del grupo del norte fue pacífico. Sufriendo por la larga cabalgada a lomos de la enorme montura del plioceno llamada chaliko, Amerie empezó a hurgar en su alma y a comprender las neuróticas presiones que la habían conducido a abandonar su ministerio. Richard, recuperado con la ayuda de Claude, hervía en impotente rabia cuando quedó clara su posición. Se mostró receloso, pero subconscientemente receptivo, cuando Felice propuso un plan para escapar.

A dos días de distancia del Castillo del Portal, el plan de Felice se puso en marcha. Disponía de tres armas: una fuerza preternatural en un engañoso cuerpo de apariencia insignificante, la habilidad de controlar mentalmente a los animales (un aspecto de su latencia metapsíquica que había utilizado durante su carrera atlética), y una pequeña daga que había escapado a todas las detecciones. Felice rompió las cadenas que retenían a sus amigos del Grupo Verde y las de otros cuatro prisioneros. Luego Richard, disfrazado con los hábitos religiosos de Amerie, consiguió apuñalar al oficial de la guardia, matándolo. Mientras tanto, Felice coercionó mentalmente a la feroz escolta de perros-oso de la caravana, forzando a los animales a atacar a los demás soldados y a Epone. Se produjo un gran tumulto, en el cual los liberados prisioneros, uniéndose a los mentalmente controlados perros-oso, mataron no sólo al resto de los soldados, sino a la propia Epone.

En el momento del triunfo, Felice quiso tomar el torque de oro de Epone, sabiendo que liberaría las metafunciones latentes hasta entonces aprisionadas dentro de su cerebro. Pero un medio loco viajero temporal tomó el dispositivo y lo arrojó a un lago, donde se hundió en aguas profundas. La única forma de impedir que Felice matara al hombre fue que Amerie le administrara un poderoso sedante de su kit médico, sumiendo a la pequeña atleta en la inconsciencia.

Desconcertados y asustados, los ex prisioneros se dieron cuenta de que las noticias del ataque debían haber sido transmitidas telepáticamente por la agonizante Epone. La mayor parte de los recién liberados eligieron seguir a un alpinista ex catedrático de Oxford, Basil Wimborne, que propuso conducirlos en pequeños botes cruzando el prehistórico Lac de Bresse hasta la seguridad del alto Jura. Claude, acostumbrado a los lugares selváticos tras sus expediciones en los planetas salvajes del Medio Galáctico, puso objeciones. Aconsejó encaminarse a los bosques de las adyacentes montañas de los Vosgos, donde iba a ser difícil a los perseguidores con torques grises montados en chalikos seguirles. Tan sólo Richard y Amerie aceptaron seguirle, llevando consigo a la aún inconsciente Felice.

Desde un alto risco, los cuatro miembros del Grupo Verde vieron varios botes de soldados con torques grises perseguir a sus hasta hacía poco compañeros. Aquella noche, Amerie se sintió extrañamente atraída por el violento comportamiento de Felice, que parecía reflejar algún rincón oscuro dentro de su propia convencional espiritualidad.

Mientras cruzaban un torrente al siguiente día, Amerie cayó y se rompió un brazo. Los demás montaron un campamento e intentaron decidir qué hacer. Felice parecía dar por sentado que todos ellos iban a iniciar una existencia de guerrilla, atacando otras caravanas con la esperanza de conseguir otro torque de oro. Richard se burló de esta perspectiva. Lo único juicioso que podían hacer era encaminarse hacia el mar, alejándose de las regiones que sabían estaban habitadas por los Tanu. Claude, que sabía que Richard tenía razón, pero al mismo tiempo se sentía indeciso de abandonar tras ellos a la impetuosa muchacha a sus propios medios, decidió retirarse un rato a lo profundo del tranquilo bosque para meditar. Tras enterrar las cenizas de su difunta esposa, se quedó dormido, despertándose al anochecer para descubrir a un pequeño gato del plioceno con ilusiones de domesticidad empeñado en acompañarle de vuelta al campamento. El gato, pensó Claude, iba a ser una valiosa distracción para Amerie, que estaba empezando a mostrarse morbosamente preocupada por Felice.

Hombre y animal regresaron al campamento, para descubrir que había desaparecido todo rastro de los demás. Atemorizado, Claude avanzó a lo largo del río. Los viajeros temporales habían sido advertidos acerca de los terribles Firvulag que habitaban los bosques de los Vosgos. Ahora parecía que Richard, Felice y Amerie habían sido secuestrados por los pequeños exóticos cambiaforma… o recapturados por los esbirros de los Tanu. tras oír voces, y sentirse impulsado contra su voluntad a revelar su presencia, Claude se encontró ante el grupo que se había apoderado de sus amigos. No eran exóticos sino seres humanos… seres humanos libres que habían escapado de la esclavitud de los exóticos y vivían ahora una existencia fuera de la ley.

Su líder era una vieja mujer rejuvenecida que llevaba un torque de oro: la viuda del descubridor de la puerta del tiempo y la causante en último término de la degradación de la Humanidad del plioceno… Angélique Guderian.

El último día de agosto, los cuatro miembros del Grupo Verde, Madame Guderian y su partida, y otros 200 «Inferiores» (como se llamaban orgullosamente a sí mismos los Humanos libres) llegaron a un escondite en un gigantesco tronco hueco muy adentro en las montañas de los Vosgos. El bosque bullía ahora con Tanu y sus secuaces con torques grises, enviados por Lord Velteyn de Finiah para perseguir a los asesinos de su hermana, Epone. El propio Velteyn, muy hábil en las metafunciones de psicocinesis y creatividad, dirigía incursiones personales a la cabeza de su Caza Aérea, un cuadro de gloriosos caballeros Tanu con armaduras de cristal que podían levitar gracias a los poderes mentales de su Lord.

A salvo en su refugio, los Inferiores y el Grupo Verde se dedicaron a conocerse mutuamente. Madame contó a los recién llegados su grandioso plan para liberar a toda la Humanidad del plioceno de la esclavitud de los Tanu, una tarea que ella personalmente había emprendido como expiación de sus culpas. Había conseguido una frágil alianza entre Inferiores y Firvulag contra el enemigo común Tanu; pero el acuerdo había sido tan sólo mínimamente productivo.

Los Tanu eran extrañamente invulnerables al vitredur y al bronce con los que solían estar hechas la mayor parte de las armas de las tres razas. Los Tanu podían sufrir heridas, pero tras unas sesiones de recuperación administradas por redactores —sanadores metapsíquicos—, incluso las peores heridas resultaban curadas. Madame y su jefe de luchadores, un nativo americano llamado Peopeo Moxmox Burke que en su tiempo había sido juez, se mostraron enormemente interesados en la forma en que el Grupo Verde había conseguido eliminar a Epone. Hasta entonces, ningún Inferior había sido capaz nunca de matar a un Tanu. Felice mostró su pequeña daga de acero, y un hecho que Amerie había ya sospechado se confirmó: el hierro era venenoso para los Tanu, actuando quizá de alguna forma que destruía la unión entre el cerebro exótico y el torque de oro. (En ese momento Felice clavó sus ojos en el torque de oro de Madame Guderian con una mirada especulativa, pero la intrépida mujer simplemente se pinchó con la hoja para demostrar que los humanos estaban hechos de una materia más resistente.)

En aquel momento llegó al árbol hueco un personaje llamado Fitharn Patapalo. Aunque su apariencia era la de un hombre bajo y robusto, demostró ser un Firvulag capaz de adoptar una apariencia monstruosa, uno de los miembros de la Pequeña Gente que había brindado al principio su amistad a Madame Guderian en el plioceno. Mientras explicaba su plan para liberar a la esclavizada Humanidad, Madame le pidió a Fitharn que recitara una antigua tradición que existía entre su gente. El hombrecillo contó la llegada original de los Tanu y los Firvulag a la Tierra en una gigantesca nave viviente que tenía como su esposa a Brede, una mujer de la galaxia exótica. El realizar el increíble viaje a través de millones de años luz agotó fatalmente a la Nave. Tanu, Firvulag y Brede escaparon del casco en pequeños voladores y contemplaron cómo los restos del enorme organismo se estrellaban en la Europa del plioceno, formando un cráter «demasiado ancho para poder ver el otro lado». Para consagrar la Tumba de la Nave, dos de sus héroes iniciaron una batalla ritual… Sharn de los Firvulag armado con un arma fotónica llamada la Espada, y Lugonn de los Tanu con un proyector láser similar llamado la Lanza. Sharn fue derrotado. El vencedor, Lugonn el Resplandeciente, tuvo el honor de recibir un rayo de su propia Lanza entre los ojos. Envuelto en su dorada armadura de cristal, con la Lanza a su lado, Lugonn fue depositado en la Tumba de la Nave para «capitanearla en su vuelo final».

Tras el paso de un millar de años, la remota localización de la Tumba de la Nave se había vuelto nebulosa en la memoria tanto de los Tanu como de los Firvulag. Pero la leyenda había hecho brotar las esperanzas en Madame Guderian. La Espada de Sharn se hallaba ahora en manos Tanu, sirviendo como trofeo al vencedor de la guerra religiosa anual del Gran Combate. Pero la Lanza de Lugonn debía seguir aún allí al lado del cráter, junto con las máquinas volantes accionadas por gravomagnetismo que habían trasladado a los exóticos al suelo desde su agonizante Nave. Si los Inferiores podían apoderarse del arma fotónica o de una máquina volante —o de ambas cosas—, lograrían una ventaja sin precedentes sobre los bárbaros metapsíquicos que formaban la caballería Tanu.

Inferiores y Firvulag amigos habían buscado en vano la Tumba de la Nave. Pero ahora Claude, experto en geología futura, les dijo dónde debía estar. Solamente un lugar en toda Europa encajaba con la descripción, un cráter llamado el Ries, que se hallaba a unos 300 kilómetros hacia el este, en la orilla norte del río Danubio.

El júbilo siguió a sus palabras, y se decidió inmediatamente montar una expedición. Con suerte, los buscadores podían regresar antes de finalizar el mes. Entonces los Firvulag podrían unirse a la Humanidad Inferior en un ataque contra Finiah… siempre que la lucha tuviera lugar antes del inicio de la tregua del Gran Combate, que empezaba al amanecer del primero de octubre. La expedición estaría formada por Fitharn, Madame Guderian, el jefe Burke, una ingeniero de dinámica de campos llamada Martha, un antiguo técnico reparador de gravomags llamado Stefanko, y tres miembros del Grupo Verde. Claude los guiaría a todos hasta el lugar. Richard (por encima de sus protestas) pilotaría un volador si se encontraba alguno aún operativo. Felice insistió en que ella sería útil en controlar a los animales salvajes que encontraran con su talento, así como en otras tareas como en cazar su sustento. (Tenía que ir; en torno al cuello del esqueleto de Lugonn había un torque de oro.)

Fitharn propuso que la expedición recibiera la sanción oficial del monarca Firvulag, Yeochee IV. Antes de abandonar el árbol, Madame dio órdenes secretas a un metalúrgico Inferior, Khalid Khan, para que fuera con un grupo de hombres a un lugar designado por Claude, donde era muy probable que se encontrara fácilmente mineral de hierro. Deberían fundir tanto «metal-sangre» como fuera posible y traerlo de vuelta al principal asentamiento de los Inferiores, Manantiales Ocultos, tan pronto como los grupos de búsqueda Tanu se retiraran. El hierro tenía que ser mantenido en secreto ante los Firvulag, puesto que su lealtad estaba fuertemente teñida de oportunismo, y ningún Inferior sabía cuánto tiempo podía durar la incierta alianza.

Amerie iría a Manantiales Ocultos y residiría en la propia casa de Madame. Allí podría terminar de curar su brazo y podría cuidar de los Humanos fuera de la ley, que durante años habían vivido sin sacerdote ni médico. Mientras tanto, los mensajeros partirían hacia otros asentamientos Inferiores esparcidos por toda Europa, con la intención de atraer voluntarios para el ataque a Finiah… previsto tentativamente para la última semana de setiembre.

En la fortaleza Firvulag del Alto Vrazel, la pequeña expedición se reunió con un escéptico Rey Yeochee, el cual advirtió que las regiones al este de la Selva Negra estaban llenas de Aulladores, deformados Firvulag mutantes que estaban sólo nominalmente bajo su autoridad. Entregó a Madame una orden real pidiendo la cooperación de Sugoll, que se decía mandaba a los Aulladores en las regiones en torno a las fuentes del Danubio.

Al quinto día después de abandonar el Alto Vrazel, en las montañas de los Vosgos, la expedición llegó al Rhin… y tropezó con el desastre en la forma de un cerdo del tamaño de un buey. El animal atacó desde la espesura, matando a Stefanko e hiriendo seriamente al Jefe Burke. Fitharn aconsejó que regresaran; pero los Humanos temían que si se retrasaban, los Firvulag podían encontrar por sí mismos la Tumba de la Nave. La debilitada Martha, que había sido obligada a dar a luz cuatro hijos en rápida sucesión como esclava de los Tanu, sufrió un inicio de hemorragia. Sin embargo, se mostró firme en exigir que siguieran adelante… y eso fue lo que hicieron cinco de ellos, con la intrépida Felice cargando a Martha hasta que ésta se sintió lo suficientemente bien como para caminar de nuevo por su propio pie.

Lentamente, la expedición fue abriéndose camino ascendiendo por la gran escarpadura de la orilla oriental del Rhin, hasta la fantasmal zona que denominaron el Bosque de los Hongos, que cubría las tierras altas donde se halla situada la moderna Schwarzwald. Hasta el dieciocho de setiembre no alcanzaron el Feldberg, hogar del jefe de los Aulladores, Sugoll. Este individuo, envuelto en un agraciado cuerpo ilusorio para cubrir sus horribles deformidades, jugó cruelmente con los humanos mientras sus hordas de goblinescos súbditos proyectaban odio y temor sobre los intrusos, exigiendo su muerte.

Claude consiguió un respiro cuando le explicó a Sugoll la causa de las mutaciones de los Aulladores: la población se había escindido de sus hermanos del oeste hacía centenares de años, e inadvertidamente se había instalado en una región rica en minerales radiactivos. Ésos, combinados con la sensibilidad exótica a las radiaciones, habían ocasionado los terribles defectos de nacimiento. Había esperanzas para los Aulladores, dijo Claude, si éstos se alejaban de aquella zona y, utilizando sus poderes moldeadores de formas para asumir un aspecto más atractivo, volvían a emparejarse con los Firvulag normales. Los Aulladores podían ser ayudados también por las habilidades de algún ingeniero genético del Medio Galáctico; pero desgraciadamente, si había por allí algún científico con esas habilidades, seguramente se hallaría esclavizado por los Tanu para sus propios propósitos.

Para expresar su gratitud, Sugoll prestó su apoyo a la expedición. Las fuentes subterráneas del Danubio brotaban a muy poca distancia de allí. Un sólo día de viaje por él llevaría en bote a los expedicionarios hasta el río abierto, que discurría tan rápida y suavemente que podían esperar alcanzar el cráter del Ries en unos pocos días más.

De nuevo se pusieron en marcha los cinco expedicionarios. Las habilidades de navegante de Richard les indicaron que habían alcanzado la longitud aproximada de la Tumba de la Nave. El veintidós de setiembre llegaron al cráter, en torno a cuyo borde se hallaban posadas cuarenta y tres máquinas voladoras exóticas, cubiertas de polvo y líquenes. Una inspección preliminar convenció a Richard y Martha de que los aparatos exóticos estaban accionados realmente por motores gravomagnéticos, muy similares a los que equipaban los vehículos del Medio Galáctico. Convenientemente limpiados, reactivados con agua destilada, y con los controles exóticos descifrados, alguno de aquellos pájaros de mil años de edad podría aún volar.

Felice encontró a Lugonn… pero el torque de oro no se hallaba en torno al cuello del antiguo héroe. Hacía años, un ramapiteco había invadido el posado volador donde descansaba Lugonn y le había robado el brillante juguete. Frustrada de nuevo en su búsqueda, Felice reaccionó con gran violencia.

Richard y Martha, que se habían hecho amantes durante el largo viaje, se dedicaron a reparar uno solo de los voladores y la Lanza proyectora de fotones, que había sido hallada junto al esqueleto enfundado en la armadura. El tiempo iba acabándose peligrosamente; pero aunque quedara un sólo día para la tregua del primero de octubre, los Firvulag se unirían a los Inferiores en un ataque contra la ciudad de Finiah a orillas del Rhin, fuente del vital bario, sin el cual no podía construirse ningún tipo de torque.

El veintiséis, Richard probó con éxito el volador. Pero la antigua dolencia de Martha había vuelto, y la mujer estaba debilitándose por la terrible pérdida de sangre. Pese a ello, los dos hicieron planes de volar juntos inmediatamente después de haber colaborado en el bombardeo de Finiah tres días más tarde, al anochecer del veintinueve de setiembre, el volador aterrizó en Manantiales Ocultos con la Lanza lista para ser usada. Martha se hallaba en estado de shock a causa de la hemorragia, y Amerie no pudo hacer otra cosa más que llevársela rápidamente para aplicarle transfusiones, rezando para que se produjera un milagro.

Allá en la orilla occidental del Rhin, un ejército Inferior aguardaba en un campamento secreto frente a Finiah. La ciudad, espléndidamente iluminada con parpadeantes luces, permanecía tranquila al amanecer del día treinta. El Jefe Burke estaba preparado, junto con varios centenares de Humanos libres, muchos de ellos armados con hierro. El ejército Firvulag, al mando de Sharn el Joven, estaba también en estado de alerta —aunque aún escépticos—, listos para atacar en dos frentes una vez se materializara el prometido ataque aéreo.

Richard pilotó el volador hasta una posición encima de la ciudadela Tanu. Protegidos tras la pantalla del poder metapsíquico de Madame Guderian, el aparato se preparó para atacar, con el arma a fotones manejada por el paleontólogo, acostumbrado al uso de los cortadores de rocas. Claude hizo fuego dos veces y falló, pero su tercer disparo rompió la muralla de la parte del Rhin, permitiendo la penetración de los Inferiores y una unidad grande de Firvulag. Cambiando de blanco, el viejo demolió otra muralla al otro lado de la ciudad; Ayfa, generala de las Ogresas Guerreras, condujo un segundo grupo de atacantes por el lado opuesto al ataque frontal. Con las reservas de la Lanza agotándose, Claude supo que solamente quedaba la energía suficiente para un sólo disparo a toda potencia contra la estratégica mina de bario en el corazón de Finiah.

Pero ahora de la ciudad ascendía una resplandeciente hilera de caballeros montados en chalikos de combate. Velteyn y su Caza Aérea habían penetrado en la ilusión de Madame e identificado al enemigo. El psicocreativo Lord envió esferas de luz por la abierta compuerta de la aeronave. Esquivándolas, Claude disparó, acertando en el centro mismo de la mina. Antes de que Richard pudiera sacarles de allí, las esferas de energía psíquica hicieron su trabajo: Claude resultó seriamente quemado, Richard perdió un ojo, y Madame quedó tendida en el suelo, rodeada de humaredas tóxicas.

Medio loco por el dolor, Richard semiestrelló el volador al aterrizar en Manantiales Ocultos. Al mismo tiempo, la invasión de la ciudad Tanu estaba siendo llevada a cabo con éxito por las fuerzas combinadas Humanas y Firvulag. La batalla de Finiah duró veinticuatro horas. Al final de este tiempo la mina de bario estaba destruida, la ciudad se hallaba en ruinas, la población Tanu había resultado muerta o había huido, y los esclavizados habitantes Humanos se hallaban enfrentados a una elección que, para algunos, resultaba extrañamente difícil: vivir libres o morir.

Richard despertó en Manantiales Ocultos y descubrió el cuerpo de Martha en la capilla de los Inferiores. Recordando la promesa que se habían hecho, la tomó en sus brazos y la llevó tambaleante hasta el aún operativo volador. Madame y Claude iban a recuperarse, y sin duda la vieja mujer desearía seguir adelante con sus planes de liberar a la Humanidad. Pero no Richard. Él tenía sus propios planes. Diciendo adiós a Amerie con la mano, hizo despegar el aparato gravomagnético hasta situarlo en una órbita a miles de kilómetros encima de la Tierra del plioceno, y empezó a esperar.

Muy abajo, Felice estaba avanzando penosamente por el bosque en dirección a la humeante Finiah. Llegaba demasiado tarde para la guerra, pero de una u otra forma hallaría un torque de oro en la ciudad en ruinas y cumpliría con su promesa de encargarse de los Tanu.

Los otros cuatro miembros del Grupo Verde se hallaron ante un rostro completamente distinto de la Tierra Multicolor.

Seis semanas antes, el señor Tanu, Creyn, había montado en su chaliko y partido del Castillo del Portal. Con una escolta mínima de tres soldados, había conducido a Elizabeth, Bryan, Aiken Drum, Stein, Sukey Davies y Raimo Hakkinen hacia el río Ródano. Mientras viajaban, el Tanu les habló a aquellos prisioneros privilegiados de algo de la maravillosa vida que les aguardaba. Iban a tomar un barco en la ciudad de Roniah, a orillas del río, y tras un viaje de cinco o seis días llegarían a la capital Tanu, Muriah. Allí Stein sería curado de las heridas sufridas en su intento de escapatoria. Aiken y Raimo y Sukey aprenderían cómo utilizar las metafunciones vueltas recientemente operantes por sus torques de plata. Bryan ayudaría en un proyecto cultural de análisis que había sido iniciado por el propio Rey Tanu.

Y Elizabeth… su destino sería el más espléndido de todos. Nunca antes había admitido el portal del tiempo a un metapsíquico Humano genuinamente operativo (estaba prohibido por el Medio Galáctico). La mente de Elizabeth era probable que se hallara aún convaleciente, pero cuando se recuperara, sus habilidades de captación a distancia y de redacción excederían en mucho a las de cualquiera de los Grandes entre los Tanu. Creyn, que se consideraba un excelente redactor, era humildemente consciente de que los poderes de sondeo y curación de la mujer empequeñecían los suyos. Elizabeth no recibiría la iniciación habitual. No, iría directamente a la Esposa de la Nave que era la guía y la guardiana de ambas razas exóticas: iría a Brede.

Las promesas del sanador exótico no hicieron más que llenar a Elizabeth de temor y desánimo. Había una buena razón por la cual el Medio Galáctico prohibía a los metapsíquicos operativos cruzar la puerta del tiempo. En el Medio, todas las personas con grandes poderes mentales —Humanas y no Humanas— se hallaban reunidas en una benevolente Unidad, incapaces de ninguna acción egoísta que pudiera dañar a la civilización. Pero privadas de la Unidad…

Elizabeth se sentía como si fuera el único adulto maduro arrojado en medio de un mundo de niños… y niños maliciosos que intentaban utilizarla. No debía permitirlo.

Elizabeth fue despertada de sus desesperadas ensoñaciones por la necesidad de rescatar a Sukey. Aquella joven mujer, que poseía también poderes de redactora, había estado hurgando en la mente del inconsciente Stein. Al descubrir en ella los posos de antiguas dolencias psíquicas, Sukey intentó inexpertamente extirparlos. Únicamente la intervención de Elizabeth impidió al profundamente traumatizado vikingo aplastar a su benevolente sanadora reduciéndola a la imbecilidad. Posponiendo temporalmente su decisión de no involucrarse en nada, Elizabeth empezó a enseñarle a Sukey las técnicas adecuadas, a fin de que no se dañara a sí misma ni al hombre del que estaba empezando a enamorarse. Antes de que terminara el viaje al sur, Sukey fue capaz de aportar a Stein un auténtico alivio a las disfunciones mentales que lo habían atormentado desde su infancia. Stein, a su vez, tendió su mente y se ofreció a la de ella. Las dos mentes, actuando al más profundo e íntimo nivel telepático de sus torques gris y plata, se aceptaron por marido y mujer. Una unión así, había advertido Creyn, estaba prohibida a una mujer con torque de plata bajo pena de muerte; pero los amantes supieron guardar bien su secreto. Nadie supo la verdad excepto Elizabeth.

La alocada reacción de Aiken Drum a sus nuevos poderes mentales y al deslumbrante esplendor de la Tierra Multicolor fue profundamente distinta. Se recreó en ambas. En Roniah, fue la estrella de una desenfrenada orgía y el amante de insaciables mujeres Tanu. Más tarde, él y su nuevo amigo, Raimo, adoptaron las formas ilusorias de mariposas y dieron una improvisada vuelta por toda la ciudad a orillas del río. Su aventura terminó con la destrucción parcial de uno de los muelles de Roniah como parte de una broma pesada metapsíquica.

Creyn programó lo que creyó que era un firme freno sobre las metafunciones del atolondrado joven. Sin embargo, a medida que proseguía el viaje, se hizo evidente que Aiken —que se confesaba a sí mismo un Yanki en la corte del Rey Arturo, un genio mecánico, un delincuente empedernido, un mago, y que llevaba un traje de hilos de oro provisto de un centenar de bolsillos— era algo muy alejado de la normalidad dentro de las metafunciones latentes. Los poderes mentales que habían permanecido encadenados en su cráneo durante veintiún años de malgastada juventud eran de un increíble potencial. Elizabeth lo vio claramente… y también lo vio, a un nivel más limitado, Creyn.

El barco llevó finalmente a los viajeros por un descenso torrencial, la Glissade Formidable, hasta la prehistórica cuenca mediterránea. Navegando por someros lagos, se acercaron a la capital Tanu, Muriah, que se hallaba al extremo de la península Balear. La mayor parte de los pasajeros Humanos se sentían más y más impacientes a medida que el viaje se acercaba a su fin; pero no Aiken Drum. Su torque de plata, en vez de liberar simplemente sus metafunciones, había actuado como el disparador de una avalancha psíquica. Los circuitos de control capaces de contener fácilmente las mentes Humanas normales ardieron ante el llamear mental de Aiken; y sus poderes, al contrario que los gentiles y compasivos de Elizabeth, estaban completamente orientados a la agresión. Tras el sonriente rostro del joven del brillante traje dorado había una personalidad que podía, a su debido tiempo, intentar dominar no sólo a las razas exóticas de la Tierra del plioceno, sino también a la propia Humanidad.

Aquí empieza el Volumen 2 de esta saga, que sigue a Aiken, Elizabeth, Stein y Bryan a partir de su sexto día tras el paso por la puerta del tiempo al mundo de Exilio en el plioceno.