En la pausa antes del amanecer, Nodonn voló por encima del campo de batalla con Imidol y Kuhal y Culluket, estudiando los deprimentes resultados del primer round de la Alta Mêlée. La luna casi llena se estaba poniendo, y las estrellas brillaban opacas. En consonancia con su humor, los cuatro hermanos habían disminuido su propia iluminación metapsíquica y cabalgaban por el cielo como espectros.
Médicos Firvulag, con oscilantes linternas luciérnaga, se atareaban entre las masas de imprecisos cuerpos. Allá en su campamento había un gran círculo de fogatas señalando la colación a la que se entregaban los guerreros. La Pequeña Gente estaba cantando una densa canción polifónica, puntuada por el resonar de tambores.
—No recuerdo haberla oído nunca —observó Imidol.
—Es una de sus canciones de lucha —dijo Kuhal hoscamente—. El tipo de canción que cantaban cuando vencían en un Combate allá por los días en que tú aún estabas cogido a las faldas de Madre y aprendías a ejercer tu coerción sobre los escarabajos peloteros. De hecho, la canción es una balada de victoria. Esperemos que sea prematura.
—¡Y que se atrevan a cantarla de este modo…! —el rostro de Culluket llameó momentáneamente carmesí.
—Ni siquiera estamos por detrás en la cuenta de estandartes —protestó Imidol—. Lo de Velteyn fue una vergüenza, pero Celadeyr de Afaliah puede ponerse en cabeza con su Batallón de Creadores.
—Con lo que queda de él —ironizó Kuhal.
El Maestro de Batalla no había emitido ninguna observación. Los condujo hacia abajo, hacia una amplia zona donde se había concentrado el resplandor escarlata y violeta de los agentes de socorro Tanu. Dijo:
—Velteyn fue un impetuoso estúpido subestimando a Pallol. Él, de todos nuestros capitanes de batalla, hubiera debido reconocer el nuevo humor del Enemigo. ¡Y no minimices el desastre, Joven Hermano! Las filas de los creadores se han visto reducidas en número a una buena cuarta parte… y Celadeyr no es uno de los miembros de la Casa.
Culluket adoptó un tono excesivamente neutro.
—Bien, fue idea tuya hacer que Mercy designara a Vel como Segundo Creador. Te advertí acerca de la temeridad de ese juicio.
—¡Y ahora —añadió el truculento Kuhal—, nuestro difunto hermano de Finiah contempla la celebración de los Firvulag! Desde unas órbitas vacías y doradas, por supuesto.
—Disponemos de otros dos rounds —dijo Imidol, irradiando confianza—. Este fracaso con la caballería de los torques grises fue una casualidad. Ganaremos.
—Los pabellones de la Piel están desbordados —advirtió Culluket.
—He tomado en consideración esto —dijo Nodonn—. Los Tanu y oros Humanos más seriamente heridos deberán ser transferidos a las salas de curación arriba en la Casa de Redactores a fin de que los médicos de campaña puedan dedicarse a sanar a los que puedan volver a incorporarse a la batalla. También efectuaremos una segunda innovación. Culluket… te pondrás en contacto telepáticamente con el Lord Sanador y le darás instrucciones de que empiece a admitir a los mejores de los luchadores grises en la Piel. Los incompetentes de nuestra propia raza heridos deberán resignarse a quedar al margen durante el resto del Combate en Muriah. No hay sitio para viejos y chapuceros en esta guerra.
—¡Por los dientes de Tana, Hermano! —exclamó Kuhal—. ¡Thaggy se pondrá como una supernova si actúas de este modo contra la tradición!
Nodonn se mostró inflexible.
—Nuestras costumbres pueden resistir un poco de flexión. Tenemos otras cosas de las que preocuparnos aparte el orgullo herido de los tradicionalistas… o incluso el honor del Rey. Admito que cometí un serio error poniendo a Velteyn en una posición de mando. Fui movido por los sentimientos, y visteis lo popular que resultó la designación.
—Celadeyr es un buen líder, aunque no sea de la Casa —dijo Kuhal—. Pero hemos perdido un candidato seguro a la Alta Mesa en Velteyn, y vamos a tener que actuar con cautela a partir de ahora… ¡y me estoy refiriendo a ti, Joven Hermano!
—¡Yo me ocuparé de Leyr cuando llegue el momento! —estalló Imidol—. ¡Tú simplemente vigila tu psicocinético culo, Hermano!
El cielo oriental tenía una tonalidad violeta profundo. Venus colgaba sobre la lisura del lago parecida a metal pavonado.
—Hoy vamos a tener que ir con extremo cuidado —dijo Nodonn a los tres—. Los batallones se fragmentarán a medida que aumente la presión de la batalla y los Grandes Firvulag emerjan para sus combates personales. Con tantos grises y creadores desaparecidos, nos vamos a ver más abrumados aún por el número… pero seguimos teniendo la ventaja de un total poder mental. Cuando os encaminéis al campo, sed más prudentes que vuestro infortunado hermano Velteyn. Erró intentando reunir a luchadores de fuera de su liga bajo su estandarte personal tan pronto mediante una serie de tácticas espectaculares pero demasiado atrevidas. Jugó, y perdió. Pero dejadme recordaros que hay otro jugador luchando en nuestras filas… y éste está efectuando un juego maestro en busca de las apuestas más altas posibles.
Los cuatro hermanos hablaron de asuntos técnicos durante un rato después de esto, dejando que sus monturas derivaran en el amanecer. Allá abajo, la Llanura estaba siendo despejada rápidamente. Los Firvulag muertos eran cargados en botes especiales de cuero en la playa del lago, para ser inmolados en el agua durante la jornada de regreso de la Pequeña Gente a la tierra firme de Europa. Los cuerpos sin cabeza Tanu y Humanos eran amortajados y apilados debajo de la caja de cristal de la Gran Retorta, donde alimentarían la destilación de los prisioneros en la oferta de vida y muerte al final del último Combate.
Durante un centenar de años, los huevos de los camarones y las esporas de las diminutas algas habían aguardado la lluvia.
Seguros bajo la cuarteada costra salina de la playa, habían almacenado sus pequeñas porciones de fuerza vital, resistiendo el calor y la sequía y la acción química hasta que otra extraordinaria tormenta de lluvias, que se producía una vez cada cien años, regara la cordillera Bética del plioceno, hinchara el río proto-Andarax, y llenara el Gran Pantano Salino hasta desbordarlo.
Entonces, durante unas breves semanas, los centenares de kilómetros cuadrados de secos lechos de lagos que se extendían entre los límites occidentales del pantano y la suave elevación de Alborán estallarían en una prolífica vida. Los camarones y las algas y unas cuantas formas acuáticas resistentes medrarían hasta que las aguas fueran drenadas y evaporadas, dejando nuevos huevos y esporas enterrados en los sedimentos para aguardar la siguiente tormenta de los cien años.
No cayó ninguna lluvia. El cielo del plioceno a principios de noviembre era claro, y el lecho del Andarax transportaba solamente un delgado chorro de agua procedente de las alturas españolas hasta la cuenca del Mediterráneo.
Sin embargo, la playa se llenó. Las aguas se extendieron y ganaron profundidad de una forma sin precedentes.
Los camarones eclosionaron por miles de millones, comieron algas, y se apresuraron a soltar los blandos huevos que producían en un medio acuoso conveniente. El agua era más lodosa de lo habitual y contenía extraños competidores, plancton oceánico que rivalizaba con los camarones en la búsqueda de las derivantes plantas e incluso intentaba hacer presa en los propios pequeños crustáceos. Pero las criaturas de la playa no eran conscientes de ello, ni del hecho de que nunca más tendrían que volver a soportar la profunda y prolongada sequía.
—¡Confiad en mí! —dijo Aiken Drum entre el fuego, el humo, los aullidos mentales y la carnicería.
—Si esto no funciona —le dijo Bunone la Maestra de Guerra—, hay una buena posibilidad de que Nukalavee te atrape.
Aiken apuñaló el cielo con su insolente estandarte.
—¡No tengáis miedo! Simplemente mantened vuestras ilusiones intactas y ved que nadie del grupo intente alguna heroica estupidez que eche a perder toda la emboscada. ¿Me has entendido bien, Tagan, muchacho?
El Señor de las Espadas dijo secamente:
—Estamos tan amenazados por el Enemigo que inclinaré la cabeza ante cualquier plan que me dé una promesa de recuperarnos. Incluso un plan tuyo, Aiken Drum.
—¡Buen chico, Hermano Coercedor! Vigilad bien, pues. ¡Me voy!
La dorada figura sobre su magnífica montura se desvaneció con un puf de humo púrpura.
—Ten confianza, Señor de las Espadas —dijo Lord Daral de Bardelask—. Aiken nos ha conducido con valiente ingeniosidad durante todo este día. Hemos conseguido más de dos veintenas de estandartes de batalla de los Firvulag siguiendo su estandarte… ¡así como la cabeza de su héroe, Bles Cuatro Colmillos!
—Tender una emboscada no es nuestra costumbre —gruñó Tagan.
—Es una forma de vencer —restalló en respuesta Bunone—. Vosotros los viejos soldados me producís dolor de… ¡Arriba las cabezas!
Del polvoriento amasijo que rodeaba a las seis diezmadas compañías Tanu emergió un nuevo sonido… un furioso rugir procedente de más de un millar de gargantas, transmitiendo un sibilante chillido que recordó a los luchadores Humanos una especie de gigantesco feedback electrónico. En un instante, todos los aproximadamente quinientos caballeros montados desaparecieron, transformados en montones de entremezclados cadáveres yaciendo a ambos lados de un pasillo completamente despejado de treinta metros de ancho y casi diez veces más largo.
—La ilusión es firme —les dijo Celadeyr—. Y ahora… ¡en guardia!
En la zona despejada apareció galopando un hipparion, uno de los caballos con patas de tres dedos y el tamaño de un asno de la época del plioceno. Iba enjaezado y embridado en púrpura y oro. De pie sobre su lomo, agitando una versión a tamaño reducido de su estandarte con el digitus impudicus y riendo como un maníaco, iba Aiken Drum. Llevaba su traje dorado con los muchos bolsillos.
Cargando tras él avanzaba una legión de monstruos, fornidos Firvulag revestidos con sus más temibles ilusiones, acaudillados por una impresionante aparición parecida a un centauro que hubiera sido completamente despellejado. Sus músculos y tendones y vasos sanguíneos rojos y azules resplandecían y pulsaban; sus globos oculares brotaban de su cráneo en un frenesí de rabia; una boca sin labios provista de rotos colmillos se abría como un abismo del que brotaba un impresionante aullido. Nukalavee el Sin Piel, uno de los primeros campeones Firvulag, persiguió a la pequeña figura a lomos de su caballo, lanzando destellantes bolas que golpeaban contra alguna invisible barrera metapsíquica en torno al truhán que huía y estallaban inofensivamente.
—¡Nyaa-nyaa! —gritó Aiken Drum.
El hipparion galopaba a toda velocidad. El joven se agachó para mirar hacia atrás por entre sus piernas y le sacó la lengua a Nukalavee, aferrándose a las riendas con una mano y trazando floreos con su pequeño estandarte con la otra. Luego dejó caer los faldones de su taje dorado.
El feedback del aullido de Nukalavee ascendió a ciento diez decibelios. La multitud de Firvulag perseguidores llegó a un punto del pasillo en el que quedaban completamente encerrados dentro de la doble hilera de cadáveres.
Bunone y Alberonn y Bleyn lanzaron una orden mental simultánea:
Ahora.
—Despierta, Bryan. ¿Puedes oírme? Despierta.
El sueño de oscuridad empezó a desvanecerse, aquella caverna que lo engullía con una dulce y horrible finalidad Abrió los ojos, y allí estaban Fred y Mario, los redactores con torques de plata que habían sido sus guardianes. Y allí estaba también Creyn, ahora apartando a un lado un pequeño incensario dorado del que brotaban espirales de un humo acre.
—Estoy bien —dijo Bryan. (Pero listo para ser engullido pronto de nuevo.)
Los profundos ojos exóticos con sus azules pupilas estaban muy cerca de los suyos.
—Gracias sean dadas a Tana, Bryan. Habíamos temido por ti.
El buen viejo Creyn estaba preocupado. ¿Pero por qué? Ella había prometido venir a por él.
—Has estado durmiendo durante tres días enteros, Bryan.
—Realmente no importa.
—No —respondió el sanador Tanu en suave admisión—. Supongo que no. Pero ahora tienes que levantarte y prepararte. Mario y Frederic te ayudarán a vestirte apropiadamente. Ya es hora de que abandones la Casa de Redacción. Dentro de una hora, después de que se ponga el sol, tendremos la segunda Pausa Antes de la Noche. Va a haber una reunión de toda la compañía de batalla Tanu en un cónclave extraordinario. Eres requerido en la Llanura de Plata Blanca.
Bryan consiguió esbozar una ligera sonrisa.
—¿Otra actuación delante de Sus Asombrosas Majestades? Pensé que tendrían… unas diversiones más entretenidas durante estos días que los tipos como yo.
—Eres requerido por Nodonn —dijo Creyn. Extendió una huesuda mano completamente cubierta de anillos y tocó ligeramente los dedos del aún recostado antropólogo—. No llevas torque y así no puedo alcanzarse con la totalidad de mi camaradería, ni curarte aunque me fuera permitido o resultara posible. No eres consciente de lo que has hecho, y ruego a la bondad de Tana que nunca lo sepas. De modo que vamos, Bryan. Recibe tu último presente. Adiós.
La interrogadora mirada de Bryan siguió al exótico hasta la puerta de la suite. Y luego Creyn se hubo ido, y Fred y Mario lo ayudaron a dirigirse al suntuoso cuarto de baño.
—¡No estaban escuchándome! —Perplejo, Thagdal se hundió en su trono.
El pabellón de banquetes era un torbellino de pensamientos y gritos conflictivos. Nadie estaba sentado ya formalmente a la mesa; saltaban sobre ella para lanzar improvisadas arengas; o reuniéndose en torno a este o ese campeón, consumiendo espectaculares cantidades de licor mientras discutían y se peleaban acerca de los notables acontecimientos del día, la vuelta de los Tanu a la cabeza de las posibilidades y qué —o quién— había sido el responsable de todo ello.
—Creo que fue un hermoso discurso, querido —le aseguró Nontusvel—. Poniendo las diferencias a un lado y trabajando juntos. ¿Qué puede ser más lógico?
El Rey se limitó a lanzar una risa hueca y dio un largo sorbo al cráneo dorado de su jarra. Malhumorado, miró a los profundos ojos rubí.
—¿Recuerdas a aquel buen viejo tipo? Maglarn Carne Arrugada. El más feo hijo de madre de toda la tribu Firvulag, y un estúpido en la lucha. Finalmente le ensarté las entrañas después de estar forcejeando con él tres mortales horas en los Encuentros Heroicos. ¡Aquello era un Combate! Nada de ese escabullirse por los rincones y preparar sucios trucos. ¡Ahora el Enemigo lucha sucio, y nosotros también! Y a menos que se produzca algún milagro, el que sea capaz de los mejores y más sucios trucos acabará convirtiéndose en el Rey de la Tierra Multicolor.
—Aquí está Nodonn —dijo Nontusvel suavemente—. Ha… traído a alguien con él.
El Rey alzó la vista y lanzó una blanda blasfemia.
—¡Debí haber supuesto quién tenía a ese antropólogo en conserva! Mis muchachos pusieron patas arriba toda la ciudad y la mitad de Aven y no pudieron hallar ni uno de sus cabellos.
Nontusvel miró a su esposo con aire apenado.
—Pero encontraron al pobre Ogmol, ¿no?
La barba real chisporroteó ominosamente.
—Eres una inocente, Nonnie. Yo estaba intentando salvarnos a todos.
La llegada del Maestro de Batalla inspiró vítores entre los miles de comensales, y un solo e imprudente nyaa. Nodonn saludó a sus padres con su habitual serenidad, y luego condujo a Bryan hasta una posición prominente frente a la Alta Mesa. El científico Humano parecía desconcertado; una rara sonrisa flotaba en sus labios, y de tanto en tanto una de sus manos se perdía en su abierto cuello, de donde brotaba un delator brillo dorado.
—¡Noble compañía de batalla! —entonó la resonante voz. No era necesaria la cadena de silencio—. ¡Hemos sufrido derrotas en este Gran Combate… y victorias!
Aplausos y gruñidos y unas cuantas ebrias maldiciones.
—El primer round de la Alta Mêlée nos vio enfrentados al desastre cuando nuestra caballería de torques grises y nuestros aurigas fracasaron frente a las nuevas tácticas del Enemigo. La desgracia se produjo cuando los comandantes de las levas grises, mediasangres y torques de oro como sabemos, fallaron en reagrupar a sus tropas de acuerdo con los principios de nuestra antigua religión de batalla.
Siseos y gritos de indignadas negativas, mezclados con burlones epítetos y algunos gritos dispersos de «¡Vergüenza!»
El Maestro de Batalla alzó un puño recubierto de malla.
—¡Que cada cual juzgue por sí mismo! Las filas de Humanos fueron diezmadas. Y como consecuencia de ello sufrimos graves derrotas. ¡La culpa, sin embargo, no reside en la Humanidad, hermanos guerreros de los Tanu, sino en nosotros mismos!
El griterío, que había ido aumentando en intensidad, se transformó en un repentino silencio.
—Hemos llegado a depender demasiado de la Humanidad en nuestro Gran Combate. Nos hemos vuelto laxos y decadentes mientras adoptábamos primero sus domesticados animales como monturas de batalla, y luego a ellos mismos. Sí… nosotros adoptamos a la Humanidad. Ellos luchan en nuestras batallas, ellos hacen crecer nuestra comida, ellos operan nuestras minas y fábricas, ellos administran nuestro comercio, ellos se infiltran en nuestras sagradas ligas, ¡ellos mezclan su sangre y sus genes con los nuestros! Pero eso no es todo. Nos enfrentamos a la humillación definitiva… y una vez más, nosotros mismos nos la hemos buscado. ¡Porque un Humano aspira ahora a nuestro Reino Soberano!
En toda la enorme tienda no se producía el menor sonido. Y entonces llegó el poderoso grito de Celadeyr, Lord de Afaliah:
—¿Y esto debe avergonzarnos, Maestro de Batalla? ¿Cuando Aiken Drum acude en persona a enfrentarse al Enemigo, sin temor y sin armas, mientras algunos Exaltados Personajes se quedan seguros detrás de impenetrables pantallas, rumiando acerca de anticuadas tácitas que ya no impresionan a los Firvulag… y mucho menos los derrotan?
Un terrible resonar de gritos mentales y vocales alentó aquellas palabras. Celadeyr añadió:
—El Enemigo se ha aliado con los Humanos. Así es como cayó Finiah. Así es como sus hombres provistos de picas aprendieron a diezmar nuestra caballería. ¿Debemos entonces volver a las antiguas costumbres que tú pregonas y perder todas nuestras cabezas… regocijándonos de que al menos nuestro honor quede intacto? ¿O debemos seguir a este muchacho dorado, el elegido de Mayvar, y conocer la victoria?
Esta vez los gritos hicieron que las paredes y el techo del pabellón se estremecieran y las jarras y platos danzaran sobre las mesas. El rostro de Apolo permaneció aparentemente inconmovible; pero Nodonn resplandecía ahora tan furiosamente que aquellos que estaban más cerca de la Alta Mesa cayeron hacia atrás, protegiendo sus ojos del resplandor rosa-dorado.
—Tan sólo deseo mostrarte —dijo el Maestro de Batalla, y ahora su voz era muy suave en el renacido silencio— cuál será el precio de una tal victoria. Verás y oirás qué futuro se extiende ante nosotros de los labios y la mente de este científico Humano, que gozó de la más alta reputación en su propio Medio Galáctico. Su investigación sobre nuestras relaciones con la Humanidad y las tensiones resultantes fue encargada por el propio Thagdal con la esperanza de refutar mi durante tanto tiempo mantenida oposición a la asimilación Humana. Este científico realizó su análisis libremente, sin ningún prejuicio. Muchos de vosotros fuisteis entrevistados por él o por su asociado, nuestro difunto Hermano Creativo Ogmol.
Nodonn alzó muy alto el libro-placa que había sido el regalo de amor de Bryan a Mercy.
—He aquí una copia del análisis que completó recientemente. Él mismo os lo explicará. No llevaba ningún torque de oro mientras estuvo trabajando en él… y lleva uno esta noche solamente para que podáis examinar por vosotros mismos su mente y ver la veracidad de sus afirmaciones. Puesto que yo le impulso a ello a través del torque, seguirá sus extrapolaciones hasta sus últimas consecuencias, incluyendo el impacto del uso del hierro por parte de la Humanidad. Escuchad lo que este hombre, Bryan Grenfell, dice. No va a tomar mucho tiempo. ¡Y luego regresad a la Llanura de Plata Blanca para vuestra refriega de esta noche y pensad si realmente lucháis contra los Firvulag! Cuando llegue el amanecer del último día de nuestro Gran Combate, podréis elegir libremente qué estandarte seguir hasta el final… si el de vuestro Maestro de Batalla, o el de nuestro auténtico Enemigo.
Las llanuras de pantanosa hierba y los lechos de lotos del Gran Pantano Salino habían desaparecido, y las junglas de mangle donde los ibis y los airones y los pelícanos anidaban estaban ahora completamente sumergidas. Tan sólo las islitas más altas se asomaban aún sobre las crecientes aguas; allí, los enloquecidos animales luchaban entre sí en el menguante espacio hasta que se ahogaban o eran empujados fuera y nadaban para salvar sus vidas. Los más afortunados hallaron un refugio en el gran dique de restos volcánicos; pero necesitaban trepar cada vez más y más alto por la ladera de escorias a medida que el agua seguía subiendo. Una vez alcanzada la cima, muchos de los animales estaban demasiado débiles y traumatizados como para seguir adelante (y de todos modos allá abajo en el flanco oriental del dique no había más que desierto); y así se acurrucaron allá bajo la luna que se hallaba a un día de ser llena… los colmilludos ciervos de agua y las nutrias y los hipopótamos pigmeos y los hiráceos acuáticos y los félidos de largos cuerpos y las ratas y las tortugas y las serpientes y los anfibios y una miríada de otras criaturas desplazadas… sin que ninguna de ella se mostrara agresiva hacia ninguna otra, los instintos tanto de predador como de presa entorpecidos por la devastación de su mundo.
El agua siguió subiendo. Su peso empujaba contra el dique natural; el agua rezumaba por cada grieta y chorreaba a través de los más bastos estratos de escoria. Una parte de ella halló su camino por entre los restos que cegaban el Fiordo Largo. Cuando alcanzó la cabecera del estrecho estuario del lago Sur, un millar de pequeños chorros de agua brotaban de la pared de escorias.
El agua en el antiguo Gran Pantano Salino tenía ahora más de ochenta metros de profundidad allá donde hasta entonces habían pescado los flamencos. Por primera vez en más de dos millones de años le resultaba posible a un pez nadar desde los riscos del sur de España hasta la orilla de Marruecos.