En tiempos del Medio Galáctico la montaña se había visto erosionada hasta convertirse en un mero vestigio. Se alzaba del Mediterráneo como la isla de Menorca, la más oriental del archipiélago que había sido llamado las Hespérides. El Monte del Toro, a menos de 400 metros por encima del nivel del mar, señalaba su mayor altura en la erosionada Vieja Tierra. La mayor parte de su antiguo laberinto de cuevas había quedado por aquel entonces abierto al sol y a las inclemencias del tiempo o, en el caso de las cavernas más profundas, sumergido por el invasor mar.
Pero a seis millones de años en el pasado, la montaña tenía otro aspecto. Cuando los exóticos recién llegados a la península Balear vieron por primera vez su sombría masa con los dos riscos gemelos flanqueando una pradera (donde retozarían Bryan y Mercy), lo llamaron el Monte de Lugonn Sharn, en honor a los campeones Tanu y Firvulag que habían luchado en su batalla ritual en la Tumba de la Nave. Más tarde, la montaña fue llamada simplemente el Monte de los Héroes. Por una extraña orden expresa de Brede, pasó a pertenecer a la Liga de Redactores. Su colegio de curación y exploración mental fue edificado en la ladera sudoriental, dominando Muriah y la Llanura de Plata Blanca. Tras los Tiempos de Disturbios y la expulsión de Minanonn, las cuevas de la montaña fueron anexionadas… primero para servir como seguras criptas para sepultura de los Grandes, y más tarde para propósitos menos sagrados.
Felice se había jurado a sí misma que nunca gritaría en voz alta.
La voz de su mente podía aullar y el Interrogador reír; pero de algún modo, a lo largo de los días, permaneció firme y nunca emitió un sonido a través de sus mandíbulas encajadas y abiertas. Lo había conseguido: la parálisis de sus cuerdas vocales, y de toda su carne que pudiera traicionarla.
Culluket había procedido lentamente, estudiándola, utilizando a la vez redacción y poder coercitivo, ahora rasgueando como un artista, ahora golpeando con una abrumadora malicia. Y si la sobrecarga sensorial la enviaba en fuga, la inducía a volver con pellizcos en el núcleo del tallo cerebral para restablecer la alerta total cuando era el momento de demostrar el próximo refinamiento.
La humillación mental de la muchacha, descubrió con sorpresa, no era en absoluto tan efectiva como los asaltos puramente físicos sobre su dignidad femenina. Pero era todavía una niña, por supuesto. Una niña pervertida. Había facilitado la información requerida con extraordinaria rapidez (la Lanza de Lugonn en posesión de Aiken Drum, la Tumba de la Nave y su hallazgo de las máquinas voladoras, los planes para producir armas de hierro, los poblados fortificados que se estaban construyendo al norte); y los datos fueron enviados a Nodonn para que fueran tomadas las acciones pertinentes a continuación del Gran Combate.
Esto había satisfecho a los demás miembros de la Casa, dejando a Culluket libre para satisfacerse a sí mismo.
Abrir la mente de la muchacha lentamente, capa tras capa, como una fruta, a fin de poder observar y luego saborear todos los extraños humores de la asesina alienígena. Sus secretos horrores, la enorme herida psíquica de la pérdida de su torque de oro (y sin embargo no tan devastadora como uno podía haber esperado), las monstruosas facultades metapsíquicas de coerción, psicocinesis, creatividad, telepatía, ahora emparedadas y latentes como furiosas bestias dentro de trampas de las que no iban a salir nunca más.
¡Saborea la rabia! Observa profundizarse la agonía ante el forzado compartir.
Despelleja, abre para revelar las necesidades insatisfechas, las privaciones infantiles cortocircuitando el placer, y los senderos de violencia profundamente excavados en el cerebelo. ¡Deliciosas posibilidades aquí! Realízalas. Reproduce desde múltiples puntos ventajosos toda la inmundicia, hasta que incluso ella, infeliz Inferior, comprenda su propia vileza. La inhumanidad demostrada por un ejemplar no humano masculino, exquisitamente dotado.
Trabajó sobre ella, shock tras shock, dolor sobre dolor, trasladando la degradación de su cuerpo a la maceración de su ego; su odio y su miedo hacia otros seres se clarificó en odio y miedo hacia ella misma.
Déjala privada de todo lo que tiene valor para ella, aguardando su disolución. (Su cuerpo no debía sufrir ningún daño, por supuesto; pero cumpliría su promesa al Maestro de Batalla si la entregaba capaz de luchar en el Combate como un pequeño autómata epiléptico.)
Pero ella no se volvía loca.
Despechado, rebuscó entre los despojos, intentando descubrir la explicación. Casi la pasó por alto. Pero allí estaba… un minúsculo destello encerrado en la testaruda concha de una pantalla que se resistió a todos sus intentos de punción. Disminuido y encapsulado, el ser que era Felice seguía existiendo.
¡Si tan sólo pudiera hacerla hablar, gritar en voz alta! Ésa era la forma, la clave. ¡Lo sabía! Un sonido voluntario, y la última defensa se derrumbaría.
Pero ella no lo hacía. A medida que pasaban los días y el Combate estaba ya casi sobre ellos, no se atrevió a ir más lejos por miedo a extinguir su vida, junto con aquel terco residuo de encapsulada identidad.
—Está bien, consérvalo —dijo—, si es que te sirve de algo.
Y después de gozar con ella una última vez, cerró el torque gris de la esclavitud en torno a su cuello, liberó sus mandíbulas, e hizo que sus ayudantes la llevaran a una celda en las profundidades de las catacumbas.
… ¿Steinie?
Amoramor estás despierta.
—¿Todavía te duele, Sue?
Stein se arrodilló en el húmedo suelo de piedra cerca del nicho con su colchón relleno de paja y tomó la mano de la mujer. Apenas había la luz suficiente para verla, procedente de la única lámpara-joya Tanu colocada como una triste estrella en el alto techo de la celda, rodeada de estalactitas.
—Ya sólo queda un dolor residual. Estaré bien. Lord Dionket dijo que no había daños permanentes. Podremos tener otros más adelante.
Pero no él Sukey no nuestro primer hijo nonato.
—Tuvo que ser culpa mía. No hubiéramos debido… después de estar seguros de que estabas embarazada. —¡Estúpidoestúpidoegoístaasesinodeniños!
—No. —Forcejeó por levantarse, se sentó en el borde de la cama de piedra y tomó el rostro de Stein para besarlo—. Nunca pienses que fue culpa tuya. Estoy segura de que no fue así. —(Y asegura la certeza en su mente a través del torque de plata que aún llevas; pero oculta la realidad. Nunca dejes que la sepa.)—. Tienes que dejar de pensar en eso, amor. ¡Prepárate para escapar! El Combate empieza mañana. Estoy segura de que Aiken ha aguardado hasta el último minuto para que los Tanu no se preocupen en ir tras nosotros.
Stein lanzó un gruñido que brotó de lo más profundo de su pecho. Agitó la cabeza, como un oso defendiéndose del ataque de un enjambre de avispas. Alarmada, Sukey captó en su cerebro las descargas neurales al azar que señalaban el comienzo de un espasmo inducido por su mala adaptación al torque gris.
—Maldito Aiken Drum —gruñó Stein—. Dijo… Prometió… Pero primero tú, ahora yo… Cristo, Sukey, mi cerebro va a estallar…
Ella atrajo la cabeza del hombre contra su pecho y penetró en su mente, como había hecho a intervalos cada vez más cortos durante su estancia en Muriah. Una vez más, tuvo éxito en detener la amenazante conflagración. Pero si seguía llevando el torque mucho tiempo más, no iba a sobrevivir.
—Tranquilo, Steinie. Tranquilo, amor. Ya lo he arreglado. Ya estás bien.
El agua goteaba del techo de la celda de su prisión… regular, musical. El alocado latir del corazón de Stein se relajó a medida que lo hacían sus rápidas exhalaciones. Alzó la cabeza para encontrarse con los ojos de su esposa.
—¿Estás segura de que no fue culpa mía?
—Créeme. No lo fue. Algunas veces estas cosas simplemente pasan.
Aún arrodillado a su lado, se echó hacia atrás para apoyarse sobre sus talones, sus grandes e impotentes manos vueltas con las palmas hacia arriba, la imagen de un destrozado gigante. Pero Sukey no se engañaba. Podía ver en su mente.
Si no podía culparse a sí mismo, buscaría en otro lugar.
Aiken Drum alzó fácilmente la pesada Lanza de Lugonn, amenazando el adornado candelabro de la sala de audiencias de Mayvar en el Salón de los Telépatas. La vítrea lanza resplandecía dorada, ahora que los últimos restos de la laca azul que la camuflaba habían sido limpiados. La unidad de energía estaba completamente cargada.
—¡Mira esto, bruja! —apostilló, adoptando una pose maligna.
La sonrisa de Mayvar era indulgente.
—Mañana, mi Brillante Muchacho. Mañana empezará todo. Pero serán cinco días de ello, no lo olvides. Y solamente podrás utilizar la Lanza al final, pasada la medianoche del quinto día, cuando tengan lugar los Encuentros Heroicos, e incluso entonces solamente si Nodonn decide utilizar la Espada. Y si sobrevives para enfrentarte al Maestro de Batalla…
—¿Si? ¿Si? —chilló con burlona furia—. ¡Vieja profetisa chocha! ¿Acaso vas a renegar de tu propia labor Hacedora? ¿Tengo que probártelo de nuevo?
Dejó caer el arma fotónica con un resonante tintineo y se lanzó hacia adelante, repentinamente desnudo como un pez, contra la figura de espantapájaros sentada en su trono amatista. No había nadie más en la estancia, y el asiento era lo suficientemente grande para dos.
—¡Ya basta… ya basta! —zumbó la mujer, riendo hasta que las lágrimas resbalaron por los surcos de sus mejillas—. ¡Al menos déjame vivir para compartir el triunfo y darte tu nombre!
Él la soltó, fingiéndose aún vejado por su aparente falta de confianza. Sentado sobre un montón de almohadones de terciopelo, con las piernas cruzadas, clavó dos dedos bajo su torque de oro y tiró. El metal se tensó como una banda elástica, luego colgó fláccido como melcocha medio estirada. Siguió trabajando en él, haciéndolo más y más delgado, pasándolo en lazos por los dedos de cada uno de sus descalzos pies y tejiendo filigranas con el flexible filamento que había sido un torque de oro.
—¡Así que duda de mí, bruja! Y te devolveré este estúpido regalo tuyo y seguiré mi propio camino. ¿Quién te necesita? ¡Por fin tengo mi puñado de poderes engrasados y a punto y puedo equipararme a cualquiera de ellos! ¡Llevar de la nariz a esos fantasmas Firvulag! ¡Llevar de la nariz al Thagdal y a Nodonn!
—Si quieres ser rey, tendrás que seguir sus reglas —dijo Mayvar llanamente—. Si sospechan que eres plenamente operante sin el torque pueden unirse todos contra ti. Por muy fuerte que te hayas vuelto, mi Brillante Muchacho, las mentes combinadas de la compañía de batalla pueden matarte, si disponen del incentivo necesario.
—Los luchadores están locos conmigo. ¡Y las damas creen que soy lindo!
—Pero la Casa está esparciendo rumores. Dicen que conspiraste con los saboteadores Gomnol y Felice. Dicen que tu ineptitud condujo al cierre de la puerta del tiempo. Y mucho más ominoso, dicen que quieres unirte con la mujer operante Elizabeth y engendrar una raza de Humanos plenamente operantes aquí en la Tierra Multicolor.
—¿Yo y la Dama de Hielo? ¡Qué pensamiento más desentumecedor!
Su presuntuosa sonrisa era tan desenvuelta como siempre, pero la dorada madeja se fundió de vuelta en un círculo, que volvió a colocar en torno a su cuello. Empezó a ponerse de nuevo su traje dorado de muchos bolsillos.
—Pero puede que tú tengas algo que decir al respecto. Una buena cosa es que Elizabeth está lista para empaquetar sus cosas y marcharse con su globo. Pero no puedo comprender por qué está entreteniéndose tanto en hacerlo. No a menos que realmente le importemos algo después de todo.
—No pienses en ello. —La arpía palmeó su cabeza—. No pienses en nada excepto en el Combate. Tu participación en los preliminares no debe presentar ningún problema especial. Y nadie puede desafiarte en la manifestación de poderes si yo te nombro Segundo Telépata. Pero una vez empiece la Alta Mêlée, necesitarás dominar todo el valor y habilidad y poder metapsíquico que tengas a tu disposición. No basta con que simplemente sobrevivas a la lucha. Debes mostrarte como un líder inspirado y un destructor del Enemigo. ¡Entonces, cuando el Combate alcance su clímax, los contingentes de todas las ligas puede que sigan tu estandarte en vez del de Nodonn! De este modo serás considerado como un aspirante válido en los Encuentros Heroicos al final.
—¿Estás segura de que no puedo utilizar el hierro? —preguntó Aiken con una vocecilla nostálgica.
Mayvar cloqueó.
—Oh, bribón… el día en que te conviertas en Rey de la Tierra Multicolor podrás hacer lo que te plazca. Pero ni sueñes en utilizar el metal-sangre en este Combate. Se diría que estás aliado con los Inferiores del norte. ¿Por qué piensas que te recomendé el máximo secreto cuando te di el arma que utilizaste contra Delbaeth?
Aiken entrelazó los dedos detrás de su cabeza y se balanceó hacia adelante y hacia atrás, contemplando visiones ilimitadas.
—Cuando sea rey cambiaré todo tipo de reglas. Con una cohorte de torques de oro Humanos armados con hierro, barreremos a todos los rebeldes Humanos, y nos encargaremos de los Firvulag también. Pero no los masacraremos… ¡infiernos, no! Ahora que la puerta del tiempo está cerrada, tendré que conseguir súbditos allá donde pueda. ¡Y mira todas las cosas hermosas que hacen esos enanos! Espléndida joyería y adornos de metal para los chalikos y licores que te hacen volar. No… pacificaré a esa Pequeña Gente amenazándolos con el arma definitiva, y tendremos un gran reinado feliz bajo el Buen Rey…
Dejó de balancearse. Sus negros ojos se abrieron mucho y su mandíbula cayó en absorta sorpresa.
—Oh, maldita sea —susurró—. Mayvar… ¿puedes oírlo? Es casi en modo íntimo Humano, pero tan chapucero dentro de la banda gris como para que tú puedas captarlo si escuchas un poco. ¿Lo captas? Es Stein.
—Venganza —dijo Mayvar—. Te culpa a ti. ¡Increíble!
El joven se sentó rígido al borde del trono amatista, escuchando por todo lo que valía.
—Aún no es una firme conclusión. Pero no deja de pensar en ello, el estúpido buey… Cómo le prometí mantener a Sukey a salvo. Pero ella no estuvo a salvo. ¡Ergo, es culpa mía! ¿No es esa la lógica más idiota que puedes echarte a la cara? Seguro como la mierda que esa pequeña mujercilla suya está derramando inconscientemente una parte de la verdad en él. ¡Mujeres! No quiero ni imaginar lo que ocurriría si ella llegara a sospechar que el aborto no fue espontáneo. Tengo la impresión de que sólo hay un pensamiento que mueva a Stein… echarle la culpa a alguien que esté a su lado.
—Tú prometiste que no le pasaría nada a Sukey —dijo Mayvar—. La palabra de un noble con torque de oro y un aspirante a la realeza…
—¿Y qué hay de tus preciosas reglas? —estalló Aiken—. ¡Atente a las reglas, dices! ¿Me estás diciendo ahora que hubiera debido ir contra el Rey y la Reina simplemente para ahorrarle a Sukey un poco de incomodidad que no le hubiera hecho ni a ella ni al niño ningún daño? Si Stein no fuera tan cabeza dura…
Mayvar había inclinado la cabeza hacia un lado, aún escuchando.
—¡Escucha lo que está gritando su mente! Esto no es una broma, Aiken Drum.
Olvidada su diatriba contra ella, Aiken enfocó de nuevo. Las divagaciones telepáticas del medio loco vikingo estaban siendo radiadas a través de su torque en el espectro exclusivo Humano, y eran tan caóticas que era probable que ni siquiera los oyentes Humanos se tomaran el esfuerzo de descifrarlas. Pero si una persona era paciente y echaba a un lado las vaguedades y murmullos y los entremezclados pensamientos dirigidos a Sukey… había algo más.
Los saboteadores acudiendo a invadir la fábrica de torques, pensando que iban a recibir la ayuda de Aiken con la Lanza. El acuerdo privado de Aiken con Gomnol.
—Oh, Cristo —jadeó el marrullero—. Su bloqueo mental se está yendo al infierno. Y con Gomnol muerto, mi insignificante redacción no va a poder bajar de nuevo la tapa sobre todo esto.
—Tienes que actuar inmediatamente. Si los pensamientos de Stein llaman la atención de la Casa, los utilizarán para probar que actuaste corrompidamente y por lo tanto no eres digno de aspirar al reino. Se servirán de ti igual que lo hicieron con Gomnol.
—Dios… Tengo que sacar a Stein y a Sukey de aquí esta noche… no esperar a después de ser Rey, como había planeado.
—Es tarde para esa clase de acción —dijo Mayvar. Y le mostró cuál era el camino más seguro, temblando al mismo tiempo ante la prueba que esto representaba para él.
—No puedo —dijo Aiken—. ¡No con Stein y Sukey!
—Vivos, siempre serán una amenaza a tu soberanía.
—¡No! ¡Tiene que haber alguna otra forma!
—¿Sientes alguna obligación hacia ellos? ¿Tu honor? ¿Tu promesa medio en broma? ¿Tu orgullo?
—¡Nada de eso! Arrojaría a cualquier otro a los carbones encendidos, pero no a ellos. —No a esos locos estúpidos amantes mira cómo sufren debido a que uno el otro disminuyeron/crecieron a causa de la entrega pero ¿qué puede hacerse? Malditos sean pobres condenados peleles arrinconados olvidados como yo he arrinconado/olvidado tu agonizante cuerpomentedemujer…
Repitió:
—Ellos no.
Mayvar se alzó del trono y se inmovilizó allá de pie, con su capucha echada, pareciendo el cáliz de una enorme flor violeta a punto de abrirse. Él se dio cuenta pero no pudo ver sus lágrimas.
—Bendita sea mi Elección. Sabía que tú no eras como Gomnol… y hay otra forma.
Él saltó en pie y la sujetó por los brazos.
—¿Cuál?
—Quédate aquí y prepárate para mañana. Confía en mí. Veré que tus amigos sean enviados fuera de Muriah esta noche.