Gert volvió al compartimiento de pasajeros con aspecto lúgubre.
—Hansi cree que estaremos pronto en la siguiente serie de rápidos. Será mejor que pongamos de nuevo al capitán en condiciones.
Amerie estaba inclinada sobre una figura tendida.
—Estamos trabajando en él ahora. Cinco minutos. —El Jefe Burke sujetó un brazo y Felice el otro. Uwe y Basil estaban preparados para sujetar las piernas.
—Ahí vamos —dijo la monja. Aplicó el estimulante a la sien del inconsciente marino, luego preparó otra inyección. El pequeño monitor apoyado contra la frente del hombre empezó a cambiar de color en sus cuatro cuadrantes.
Unos ojos color avellana inyectados en sangre se abrieron de repente. De los abultados labios brotó un croar. Y luego un grito, un sonido de amarga impotencia y profunda agonía física. Su cuerpo se contrajo en una tensión sobrehumana que hizo que los cuatro que lo retenían tuvieran que usar todas sus fuerzas para mantenerlo clavado a la cubierta.
—¡Ahhh! ¿Qué demonios habéis hecho, condenados? ¿Qué habéis hecho? ¡Me habéis quitado el torque, malditos babuinos! ¡Lo habéis hecho! ¡No está! No está…
Las lágrimas resbalaron por sus cerdosas mejillas. El marino aulló como un animal mientras Amerie observaba el monitor de su frente, blanca por la irritación ante lo que tenían que hacer. La inmaculada túnica verde del delgado hombre de pelo canoso estaba manchada ahora de vómitos y sangre y polvo de la resistencia que había presentado a sus secuestradores. En torno a su bronceada garganta había una franja de piel pálida allá donde había estado el torque gris.
Llevaban dos días en el río, y ésta era la sexta vez que habían vuelto en sí al hombre. Gert y Hansi podían manejar la embarcación en los tramos tranquilos del Ródano; pero en aguas agitadas necesitaban la ayuda del patrón… y cada vez que recurrían a él, los gritos eran peores. Tan sólo unos pocos de los prisioneros de Finiah a los que se les había retirado el torque habían mostrado unos síntomas tan serios como los de este hombre, y todos ellos habían sido fuertemente sedados durante la primera y más dolorosa parte de la separación.
Pero el marino del Ródano no podía permanecer dormido.
—Por el amor de Dios —dijo el Jefe Burke—, ¡dale otro jeringazo al pobre loco!
—Primero tiene que absorber adecuadamente la primera inyección —dijo Amerie—. ¿Quieres que nos estrelle? Ahora está en el borde. Simplemente mira los signos vitales en el monitor… ¡Felice! ¡Entra en su mente!
Los gritos se redujeron a un gorgoteo. La monja volvió hacia un lado la cabeza del paciente a fin de que pudiera expulsar un poco de bilis. Felice entrecerró los ojos y en su frente aparecieron unas gotitas de sudor. El frenesí del marino empezó a disminuir bajo la acción de la droga y la presión del poder coercitivo de la muchacha. Los colores del monitor en la frente cambiaron de nuevo.
—Bien —dijo Amerie. Le inyectó el tranquilizante, luego le administró cuidadosamente la mezcla de euforizante y energizante. El patrón pareció relajarse.
—Sal de él cuando creas que los medicamentos ya han hecho efecto —le dijo la monja a Felice.
—Jesús, vaya lío. —La atleta soltó el fláccido brazo que había estado aferrando. Burke y Basil pusieron al hombre aún groggy en pie.
—¿Aguantará? —dijo Uwe en voz baja—. ¿Cómo lo ves por dentro, muchacha?
—Todo lo que yo puedo hacer es ejercer coerción sobre el tipo —dijo Felice—. No soy buena como redactora. Este hombre necesita un reajuste total y yo no soy capaz de hacerlo. Creo que ahora navega con los fondillos de sus pantalones. No está completamente loco, está en la puerta de al lado.
—¡Rápidos al frente!
Vanda-Jo lanzó su aviso desde su posición de vigía en el mástil desplegado, al que se aferraba a través del aparato de trepar que había instalado Basil. Khalid acudió cojeando para ayudarla a bajar. Entre los dos desmantelaron el dispositivo para trepar y volvieron a colocar de nuevo los paneles de plast del techo herméticamente en su lugar. El mástil se retrajo a su alojamiento.
—¡No os quedéis ahí! —les dijo el Jefe Burke—. Que todo el mundo compruebe que los malditos sellos están bien firmes. Vamos, Felice.
Arrastraron al patrón hasta la timonera. Hansi abandonó el asiento del capitán, y el apenas revivido marino fue atado en su lugar. Las correas de una de las eslingas alpinas de Basil sirvieron para atar a Felice a una silla de piloto más pequeña.
—Estoy bien —exclamó Felice—. ¡Volved a vuestros asientos, rápido! Yo puedo hacerme cargo de este pájaro. Y creo que puedo manejar perfectamente el barco con mi PC ahora, en los tramos rectos.
Los otros corrieron a popa. Un gran rugir llenó el aire, reverberando en las paredes cortadas a pico del cañón que se alzaban al menos hasta unos 600 metros a cada lado de ellos. Pese a que era tan sólo primera hora de la tarde, la penumbra llenaba el brumoso encajonamiento donde el Ródano bullía en un cada vez más acelerado curso. La embarcación se inclinó de proa. Enormes peñascos con collares de hirviente espuma pasaron imprecisos a su lado…
Escúchame Harry escúchame Harry vas a conducir tu barco exactamente igual a como siempre lo has hecho sano y salvo entre las rocas Harry a través de los rápidos exactamente igual a como siempre lo has hecho me oyes Harry conduce el barco tú eres un buen capitán Harry eres el mejor esto no es nada para un as del agua dulce como tú Harry llévalo sano y salvo hazlo Harry hazlo…
Los enrojecidos ojos del marino se entrecerraron. Giró la rueda hacia estribor y el barco esquivó un enorme obstáculo, se dirigió velozmente hacia la pared del cañón, luego corrigió su trayectoria en el último momento para pasar por una abertura entre dos olas colosales que se erguían como los amarillentos lomos de dos enormes ballenas. La embarcación zigzagueó por entre un agitado amasijo de rocas y espuma, tomó una curva a toda velocidad, y enfiló hacia una sección más amplia del cañón donde el agua parecía sorprendentemente tranquila… hasta que en el último momento Felice vio que la corriente se derramaba por una brusca cortada hundiéndose en una espumosa opacidad. Dejó que el pánico la dominara por un instante antes de captar el seguro canal de paso que quedaba oculto entre las nubes y la espuma… pero por aquel entonces ya era demasiado tarde. Harry había escapado a su control. El barco llegó al borde de la cascada, lo rebasó, empezó a girar sobre sí mismo, y aterrizó con un terrible estruendo sobre los paneles del techo, combándose aparentemente como un gran trampolín roto. El patrón llamado Harry estaba ahora riendo histéricamente. Pero no había tiempo para hacer nada al respecto, con todos los demás allí a sus espaldas chillando y maldiciendo y agarrándose boca abajo a sus arneses en las burbujeantes entrañas acuosas color amarillo oscuro.
Necesitó hasta el último ápice de su poder psicocinético para volver a colocar el barco boca arriba y sacarlo a la superficie, tan tenaz era la fuerza del agua que caía de la cascada. Pero finalmente consiguió librarse de ella. Flotaron de nuevo en la superficie del agua, e intentó reducir otra vez a Harry y volver a ponerlo al control…
… ¡pero oh, Dios, allí delante! ¡Y no había forma en que Pudieran maniobrar a tiempo para no chocar! ¡Y… bung! El barco neumático rebotó contra un enorme y dentado monolito, y el agua empezó a penetrar por un panel roto mientras la embarcación trazaba una curva de cincuenta grados siguiendo un brusco giro del Ródano.
Finalmente el barco recuperó un movimiento rectilíneo y nivelado. Las aguas frenaron su marcha, se allanaron, se abrieron en una amplitud de dos kilómetros en medio de un valle con empinadas colinas amarronadas.
El marino estaba aún riendo. Felice se liberó de las correas, saltó hacia él, y lo abofeteó con tal furia que casi lo envió de nuevo a la inconsciencia.
—¡Jodido estúpido!
El pensamiento subvocal del hombre la desafió a través del dolor y de un triunfo maníaco: ¡Tuviste miedo ja ja mierda de monstruo te jodí!
En voz alta, gimió y escupió sangre de su mordida lengua. Hansi y Gert aparecieron tambaleantes a hacerse cargo del timón.
—Mierda, se rompió —exclamó Hansi, viendo el panel rajado.
—Podemos arreglarlo —dijo su compañero—. Hay una caja de herramientas y plast de repuesto en la subcubierta. Todo lo que tenemos que hacer es desmontar la pieza rota.
Gert se ocupó de la rueda mientras Felice y Hansi sujetaban el fláccido cuerpo de Harry.
—¿Qué ocurrió, Felice? —inquirió Hansi—. ¿El tipo sufrió una recaída?
—La única recaída os ocurrió a vosotros —se burló Felice—. Dejé que el bastardo se me escapara. Debió estar aguardando todo el tiempo su oportunidad. Y cuando vi esa maldita cascada justo delante me dominó el pánico y deje escapar el control. Eso era todo lo que necesitaba. Nos llevó directamente a la cascada a propósito.
—No se ha producido ningún auténtico daño —dijo Hansi—. No sirve de nada patearte a ti misma por haberte asustado. Esas cataratas pueden hacer que Genghis Khan llame a gritos a su mamá.
El Jefe Burke, con su enorme masa difuminada a gris, se recortó en el marco de la puerta de la timonera.
—Fue un buen porrazo, Felice.
—Rompimos un panel —dijo ella—. Tendremos que amarrar en algún sitio para repararlo. Y pensar en cómo impedir que el Viejo Marino se suicide y nos lleve a todos con él.
—Así que fue eso. —El nativo americano y Felice arrastraron a Harry hasta el compartimiento de los pasajeros y lo dejaron caer sin ceremonias sobre cubierta. La agotada muchacha se derrumbó en una silla y cerró los ojos. Harry babeó y maldijo hasta que Burke y Basil lo ataron y amordazaron.
El barco se desvió hacia un denso bosquecillo de sauces en la orilla izquierda. Llegaron a un tranquilo remanso donde las curvadas ramas de los grandes árboles formaban como una caverna de verdosa luminosidad. Había una pequeña playa arenosa.
—Fue un mal momento —observó Uwe—. Pensé que el barco iba a doblarse encima nuestro como una tortilla.
—Felice perdió el control de Harry —dijo el Jefe Burke.
Los marrones ojos de la muchacha se abrieron de golpe, y saltó en pie.
—¡Estaba distraída! De acuerdo… ¡estaba asustada! La Vieja Felice Sin Miedo se dejó vencer al fin por las malas vibraciones. Así que, ¿qué piensas hacer al respecto, Piel Roja? ¿Juzgarme en tu tribunal improvisado?
Amerie se acercó y puso una mano sobre el hombro de Felice.
—Peo no está culpándote de nada. El marino estuvo dócil en los otros tramos. No podías saber que iba a intentar algo en éste. Tus nervios están tensos después de todos esos rápidos durante todo el día, y lo sorprendente es que hayas logrado todo lo que has logrado.
Felice pareció ablandarse.
—Fui capaz de volver a poner de nuevo el maldito barco boca arriba, al menos. Mi PC está viniendo rápidamente. Pero la maldita función coercitiva se mezcla demasiado fácilmente con mis emociones. Realmente calculamos mal cuando retiramos el torque del viejo Harry. Los Tanu han tenido muy buena idea con sus circuitos de dolor-placer. Hubiera podido mantenerlo manso como un corderito con ayuda del torque, y no hubiera podido hacer nada contra nosotros.
—Anteayer dijiste que no podías pasar por encima del torque —le recordó Khalid—. ¿Y qué hubiera ocurrido si hubiera lanzado una advertencia telepática a todos los oros y platas a su alcance? No olvides que el Gran Camino del Sur está en algún lugar por la orilla oeste. Hay caravanas Tanu por ahí… y Tanu en el río también, y platas en las plantaciones. Deja de atormentarte.
Vanda-Jo miró con desconfianza hacia la jungla de la orilla.
—¿Creéis que es seguro acampar aquí?
—Creo que es lo mejor —dijo Hansi, saliendo de la timonera—. No quiero avanzar ni un kilómetro más hasta que Gert y yo hayamos efectuado una revisión completa a este trasto. Dios sabe qué otras cosas pudieron romperse cuando caímos boca abajo. —Empezó a sacar los paneles del techo para amarrar.
Una bandada de patos alzó el vuelo cuando se metieron en el abrigo.
—Podríamos guisar unas cuantas aves acuáticas para cenar —sugirió Basil—. No hemos podido retener mucho de la comida —dijo con una tímida risita.
—Todos podemos aprovechar para comer algo y descansar —dijo Amerie—. Así mañana estaremos en buena forma para… lo que haya ahí delante. ¿Y qué es lo que hay, por cierto?
—Hemos pasado seis grandes rápidos —dijo Khalid—, de modo que solamente queda uno entre nosotros y el Lac Provençal. No lo conozco, pero dicen que es el más largo y el peor de todos… el tramo Donzère-Mondragon.
—Caleidoscópico —gruñó Felice.
—Tras lo cual solamente está la Glissade en la cuenca del Med. La hice cuando fui llevado a Muriah. Es pronunciada pero no difícil. Solamente necesita una mano firme en el timón. Gert y Hansi pueden arreglárselas fácilmente. Pero tendremos que depender una vez más de la habilidad de este marino mañana.
Todos miraron al caído Harry. Su pelo estaba erizado en diabólicos encrespamientos. Sus ojos se desorbitaran, y agitó y gruñó contra su mordaza.
Amerie suspiró y tomó su maletín médico.
—Pobre Harry.
—Pobres de nosotros —replicó Felice.
Medio kilómetro corriente abajo del bosquecillo de sauces donde estaba anclado el barco había un conglomerado de grandes rocas, llenas de tamariscos y acacias, que surgía de la orilla y formaba un excelente observatorio. Decidieron montar la guardia allí, al menos hasta última hora de la tarde, para asegurarse de que los otros barcos no reparaban en su escondrijo.
A Amerie le tocó el turno cuando el sol se había puesto hacía una hora y empezaba a hacer frío. Agradeció la posibilidad de alejarse de los otros… especialmente del desdichado marino, cuyos signos vitales había estabilizado tras renovar la sedación y alimentarlo intravenosamente. Rezó sus oraciones bajo las brillantes estrellas. Unos cuantos insectos chirriaban por los alrededores, y el Ródano burbujeaba bajo las rocas de la orilla. Pequeñas garzas graznaban en los bajíos mientras pescaban su cena.
Al otro lado de la amplia extensión de agua las colinas estaban oscuras. Era muy probable que hubiera plantaciones en aquel agradable valle, pensó Amerie. Pero no se veía ninguna luz desde su ventajoso punto de observación. Tampoco pasó ningún barco durante su guardia. Normalmente no había tráfico nocturno en el río. Sin embargo, existía una pequeña posibilidad de que la no llegada de su capitán a sus habituales puntos de parada fuese observada por sus compañeros… y de ahí la vigilancia. Burke y los otros no le habían dado aparentemente demasiada importancia, pero era obvio que cuanto más río abajo avanzaran, mayores podían ser las sospechas de los otros hombres del río cuando el buen viejo Harry no se presentara a sus lugares de cita habituales. Todas las embarcaciones que surcaban el Ródano eran distintivas; la de Harry, aunque de un diseño normal, tenía una llamativa franja verde en torno a su casco plateado y su nombre, Ventarrón Venevolente, pintado con grandes letras a proa y popa. Habían discutido la posibilidad de disfrazar el barco. Pero al principio habían pensado que su propietario iba a mostrarse cooperativo, permitiéndoles realizar su viaje hasta Muriah sin problemas. Ahora, por supuesto, era demasiado tarde para hacer nada excepto apresurarse. Cuando se cruzaban con otros barcos, lanzaban alegres saludos con su sirena, confiando en que la ausencia de saludos telepáticos entre capitanes no fuera notada con el ajetreado movimiento de la tregua…
Hubo un pequeño ruido entre las piedras allá abajo.
—Soy yo. —Felice trepó hasta el alto punto de observación—. Haré el último turno.
—No he visto ni un alma en todo el río. Solamente pájaros. ¿Todo en orden allá en el campamento?
—Tu paciente está bien, si es eso lo que quieres saber. El barco está en buenas condiciones, y Gert y Hansi se han ido a los arbustos a celebrarlo. VJ también se halla de un humor generoso, pero sólo Uwe está por ella. Y creo que es más por caridad de parte del viejo fumador.
Se dejó caer con las piernas cruzadas junto a la monja, que no hizo ningún comentario a los chismorreos.
—Hermosa noche, ¿verdad? ¡El tiempo en este mundo del plioceno es pirotécnico! Supongo que deben tener una estación de las lluvias en invierno, pero el tiempo ahora no puede ser más encantador. Probablemente por esto celebran los exóticos su Gran Combate en esta época del año. Un tiempo perfecto para una guerra.
La monja no respondió.
—Habrá un montón de lucha cuando hayamos destruido la fábrica de torques y cerrado la puerta del tiempo —dijo Felice—. Esos esclavistas Tanu van a saber lo que les espera ahora que hemos descubierto su punto débil con el hierro. También tengo otras ideas que no he discutido todavía con los otros… Como quizá formar una coalición con todos los platas que sean leales a la Humanidad en vez de a los Tanu. Elizabeth puede elegirlos para nosotros, y podemos retorcarlos con hierro robado y tener un cuerpo de élite Humano dispuesto para enfrentarse a cualquier Caza masiva que los exóticos puedan organizar. ¡Metas Humanos contra metas exóticos! ¡Podemos apoderarnos de todo el reino corpuscular!
Amerie siguió en silencio.
Felice se acercó a ella.
—Tú no lo apruebas. No es tu ética cristiana. Piensas que deberíamos intentar ganarnos nuestra libertad a través de algún tipo de negociación. ¡Razonamientos y amor fraterno!… ¿Por qué has estado eludiéndome, Amerie? ¿Has llegado también a la conclusión de que soy un monstruo, como los demás?
La monja se volvió. Su rostro era gentil a la luz de las estrellas.
—Sé exactamente qué tipo de mentiras estás dispuesta a poner sobre la mesa, Felice. Por favor, no lo hagas. He intentado explicarte cómo veo yo las cosas. Sé que tienes tus necesidades y te has sentido frustrada perdiéndote la lucha de Finiah y te has vuelto medio loca por culpa del pobre capitán. Pero no puedes utilizarme para aliviar tus tensiones. Ni a través de la crueldad ni a través del sexo tampoco. Tengo derecho a mis propias obligaciones. No espero que lo comprendas, pero maldita sea, respétalo.
La risa de Felice fue vacilante. Permanecía sentada completamente inmóvil, su bronceado rostro contrastando con el halo de pálidos cabellos.
—Ya basta de frases publicitarias sobre el amor fraterno —dijo—. Gracias por nada, Hermana. Por un momento, pensé que te importaba.
La monja se situó detrás de ella y sujetó los desnudos y delgados hombros.
—¡Eres una chiquilla imposible! Por supuesto que te quiero. ¿Por qué te crees que vine?
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué? —La voz de Felice se alzó hasta un lamento. Por un instante, su poder coercitivo apuñaló. La monja retrocedió de un salto con un grito de dolor.
Felice exclamó:
—¡Lo siento, Amerie! No volveré a hacerlo. No me consideres… no pienses en mí de este modo. —La resplandeciente cabeza se inclinó—. Nunca, nunca más. Oh, ¿por qué? ¿Por qué resulta tan difícil encontrar un poco de calor y felicidad? Mañana podemos estar muertas y eso ser el fin de todo.
—Felice, no creo en eso. Vivamos o muramos, no creo que ése sea el fin. Ésa es una de las razones de mi renunciación.
—¡Tu cháchara religiosa! ¿Quién puede probar que hay un Dios ahí afuera? Y si lo hay, ¿quién puede probar que le importamos… que no se trata de un horror al que le gusta jugar con nosotros? ¡No puedes probarlo! Eres una mujer educada, una doctora. ¡Sabes que no hay ninguna prueba!
—Tan sólo en la psicología humana. En nuestra necesidad. En nuestro instinto tendiéndose hacia afuera. En nuestra extraña veneración hacia el amor que da sin tomar.
—¡Yo necesito tu amor! ¡Tú no me lo das! ¡Mientes cuando dices que me quieres!
—Tengo que ser sincera conmigo misma también. Amarme a mí misma, lo llamaba Claude. Tuve que venir al plioceno para descubrir que podía amar. Y tú… querida Felice. Tú nunca aprendiste a amar. No de la manera humana. Tu necesidad es distinta y… terrible. Mi tipo de amor no puede satisfacerte, y lo que tú llamas amor sería una injusticia para mí. Deseo ayudarte, pero no sé cómo. Todo lo que puedo hacer es rezar por ti.
—¡Maravilloso! —La risa de la muchacha estaba llena de sarcasmo—. ¡Sigue adelante, entonces! ¡Déjales oír cómo rezas por esa pobre inhumana y condenada Felice!
Amerie se adelantó, tomando entre sus brazos a la muchacha que se resistía. El canto sonó suave en la noche.
—Señor, cuán grande es tu constante amor. Hallamos protección bajo la sombra de tus alas, y nos vemos llenos con las cosas buenas que nos proporcionas. Nos has dejado beber del río de tu bondad, porque tú eres la fuente de la vida. A tu luz encontramos nuestra propia luz.
—¡Oh… mierda! —exclamó Felice.
Se echó a llorar, y Amerie la acunó. Al cabo de largo rato, la muchacha se apartó y se secó el rostro.
—Mañana… va a ser duro. Esta tarde estaba tan asustada que perdí el control, y mañana voy a estar más asustada aún. Si dejo que ese maldito Harry se me escape de nuevo, nos vamos a ver todos ahogados o hechos pedazos. Y puede que no pueda sujetarlo. Yo… mi confianza en mí misma se está yendo. Y eso es fatal cuando estás jugando a juegos mentales. Si temes poder fallar, entonces todo se hace pedazos y… ¿qué voy a hacer entonces?
—Seguiré rezando.
—¡Al diablo con tu inexistente Dios! ¡Si lo sabe todo, debería ayudarnos sin necesidad de pedírselo! ¿O debemos suponer que le gusta que lo hagamos? ¿Es eso lo que él necesita?
—Es bueno para nosotros tendernos hacia él. Pedir su ayuda para conseguir las cosas que necesitamos.
—¡Así pues, tu Dios es un psicólogo! ¡Y rezar es simplemente enfocarse metapsíquicamente, de modo que tengas suficiente fe como para mover la maldita montaña! ¿Quién necesita un Dios si al final somos nosotros mismos quienes respondemos a nuestras plegarias? Debería rezarme más bien a mí misma… ¿no? ¡Pero tampoco creo en mí misma!
—Felice, no deseo discutir semántica o teología contigo. Si la palabra «plegaria» te parece ridícula, olvídala. Mantén solamente la validez psíquica tras el concepto. Mañana, intenta tenderte hacia afuera y pedir fuerzas de la Mente en el universo, de la fuente de vida. No importa si ella es consciente de ti o no, quién es o lo que es. Tú tienes derecho a compartir su fuerza… no por tu bien sino por el bien de todos los demás que dependemos de ti.
—Creo que puedo hacer eso —dijo lentamente la muchacha—. Puedo creer en la Mente. Puedo sentir… que es real. Lo intentaré, Amerie.
La monja se puso en pie, alzando a Felice con ella. Besó a la muchacha en la frente, luego miró más allá, al otro lado del río, a las negras colinas contra el profundo púrpura del cielo occidental.
—Felice… hay algo allí.
La muchacha se volvió. En la otra orilla había una manifestación como una resplandeciente hilera de cuentas moviéndose por entre los árboles.
—La Caza —dijo Felice.
La contemplaron en silencio. Avanzaba hacia el sur por las tierras bajas que se extendían entre el Ródano y el Gran Camino del Sur.
—Puedo captarlos ligeramente —dijo Felice—. Han salido de un lugar llamado Sayzorask más allá de la garganta en el nacimiento de un gran lago. Están buscándonos.
Amerie empezó a decir:
—¿Quieres decir que el patrón…?
—Están buscándonos a nosotros. Afortunadamente, ninguno de ellos puede volar, y no poseen buenos telépatas ni sensitivos, así que no son conscientes de que estoy escuchando sus parloteos mentales. Son estrictamente una colección de provincianos. Pero los chicos importantes nos estarán esperando más al sur.
—¿Cómo pueden haber sabido? —exclamó Amerie.
—Alguien se lo dijo —murmuró Felice—. Y creo saber quién.
Abandonaron el lugar donde habían anclado tan pronto como hubo luz, mientras la amarillenta agua estaba aún sumergida en su mayor parte en algodonosos bancos de niebla. El aire se aclaró cuando llegaron a la siguiente garganta profunda, y vieron que no estaban solos en el río; otras tres embarcaciones estaban alineadas en la parte alta de la cascada, aguardando a que se hiciera un poco más de día antes de aventurarse por los veinte kilómetros de agitadas aguas.
—¡Malo! —exclamó Gert.
—¡Pásalos! —decidió Felice—. Peo, Basil, traed aquí a ese zombie. No tiene sentido seguir jugando. Esos otros barcos no podrán hacer nada una vez nos hallemos en los rápidos.
El ruido de la cascadeante turbulencia hacía casi imposible oírse entre sí. Cuando Harry, con los labios azulados y riendo débilmente, fue atado a su lugar, Felice dio a los otros hombres un empujón hacia popa.
—Si hacemos agua, soltad a todo el mundo de sus arneses y haced lo mejor que podáis.
Pasaron junto a los barcos anclados a una distancia de veinticinco metros. Felice obligó a Harry a saludar y ella misma accionó la bocina, tuuut-tuuut-tut. Y luego entraron en los rápidos…
Haznos pasar Harry haz tu trabajo Harry hazlo y te proporcionaré otro torque gris me oyes otro tan bueno como el que llevabas simplemente haz tu trabajo Harry maneja maneja esquiva gira y corre a través de la resonante espuma y por encima de esos bultos parecidos a almiares que se divisan bajo el agua. Oh adelante Harry buen chico aléjate de los bordes afilados y de los monstruosos remolinos en las curvas y esas locas olas que llenan el aire de espuma adelante Harry adelante muchacho adelante haznos pasar maneja los mandos como si fueran los pedales de un órgano y haz girar la rueda del timón virtuoso Harry recuerda el nuevo torque el antiguo éxtasis tan bueno como antes vigila el cauce y llévanos hacia abajo Harry desafiando al violento Ródano todo él repleto de desniveles y montones de rocas que deberían retener las aguas pero nunca lo hacen oh estoy ayudándote Harry conteniéndote y procurando que no te asustes ¡oh no kabum! uf todo va bien Harry sólo ha sido un susto nos hemos recuperado buen Dios ahí viene una grande como una casa en medio del canal a la derecha o a la izquierda tú sabes qué es lo mejor Harry Harry Harry oh maldito tonto del culo deja de hacernos girar de esta manera Harry o te apretaré hasta que tú Harry nos hayas sacado de aquí Harry deja de hacernos girar o te voy hacer daño Jesús Jesús vamos a golpear de nuevo Harry Harry podrido cerdo no te dejaré no puedes hacerlo no te dejaré no puedes no te dejaré…
Muere.
Felice gritó. La mente que mantenía sujeta se volvió incandescente en una última erupción de rebelde rabia. Y entonces, de una manera extremadamente fácil, se deslizó alejándose de ella y se dirigió hacia un lugar al que ella no se atrevió a seguirle. Sola, volvió al caos del barco atrapado en el traicionero remolino blanco, girando sobre sí mismo corriente abajo pasada la gran masa peñascosa que partía el Ródano en dos retumbantes cursos. La embarcación giraba más y más aprisa. Con cada nueva vuelta golpeaba contra la masa de una obstrucción debajo del agua, y el impacto hacía que el fuerte casco hinchado vibrara como un tambor.
Harry colgaba en su arnés, y parecía estarle guiñando un ojo. El monitor de signos vitales en su frente mostraba unos diales completamente negros.
Felice soltó rápidamente sus ataduras y dejó que el cuerpo cayera sobre cubierta. Ocupó el lugar del capitán, agarró la rueda, pisó los pedales, y envió su PC bajo el casco para alzarlo.
Oh, tan duro tan pesado tan duro… ¡intentar librarlo de la presa de la girante agua! Pero soy fuerte (¿lo oís, todos?), ¡y vosotros podéis hacerme más fuerte así que hacedlo! Arriba… arriba… ayudadme a levantarlo. Todos vosotros todos tenéis que ayudarme lo haréis. ¡Arriba! ¡ARRIBA!… Y los dos-en-uno oyen y ayudan y los muchos-en-Todo también porque no es solamente por mí y los tambores cesan y el raspante silbido de la lodosa y pedregosa agua cesa y el girar y el oscilar y el sacudir cesan.
Lo levanto. Flotamos.
Soy capaz de sostenernos (gracias) e incluso de alzarnos más arriba ahora. ¡Más y más rápido, hasta que volamos! Y la frustrada agua se agita allá abajo y las sorprendidas paredes del cañón se inclinan más para conseguir una mejor vista de la magia.
Delante nuestro las paredes desaparecen. El agua se derrama en un gran penacho redondo, cremoso como leche condensada. Cae trazando un arco, más y más abajo, hasta el enorme halo de vapor que envuelve el gran lago oculto. El vertido final del Ródano es tragado debajo nuestro sin el menor rastro.
¡Flotamos! Muy arriba en el brumoso paisaje, flotamos a salvo a la luz del sol. Nuestros enemigos están sofocados y ciegos ahí abajo, y la felicidad es tan grande que ardo… ardo de alegría.
Amerie y el Jefe Indio vienen finalmente a la timonera y se calientan en mi fuego. Y luego apoyan sus manos en mi que aún estoy temblando y dicen:
—Llévanos abajo, niña.
Y yo desciendo. Suavemente.