La dama con el torque de oro y su mayordomo se detuvieron ante la exhibición de mercancías del joyero Firvulag mientras el resto de su comitiva, guardias y sirvientas, impedían que la multitud que llenaba la feria se apretujara demasiado contra ellos.
——Me pregunto si éste será adecuado, Claudius —meditó la mujer—. ¿O quizá es tan grande que llega a ser vulgar?
El viejo hombre con el torque gris miró con desdén el pisapapeles de ámbar que el ayudante del joyero mostraba sobre un almohadón de terciopelo.
—Tiene bichos dentro —declaró el mayordomo.
—¡Pero si forman parte de la originalidad de la pieza! —protestó el joyero—. ¡Atrapados en el momento de emparejarse, hace cientos de millones de años! ¡Los dos insectos, macho y hembra, unidos para siempre en su abrazo nupcial dentro de esta resplandeciente gema! ¿No es emocionante, Exaltada Lady? ¿No conmueve vuestro corazón?
La dama miró de soslayo con desconfianza a su mayordomo.
—¿Tú lo encuentras conmovedor, mon vieux?
El joyero adoptó una expresión de éxtasis.
—¡Procede de las más oscuras profundidades de Fennoscandia, de las fantasmagóricas orillas del Lago Negro! Nosotros los Firvulag no nos atrevemos a recogerlo, mi Lady. ¡Lo conseguimos… —hizo una dramática pausa— …de los Aulladores!
—¡Tana tenga piedad! —susurró la dama del torque de oro, con los ojos muy abiertos—. ¡Entonces, comerciáis realmente con los salvajes! Dime, buen joyero… ¿son realmente los Aulladores tan horribles a los ojos como se rumorea?
—Ver uno —le aseguró el artesano, manteniendo un rostro solemne— es volverse loco.
La dama lanzó una disimulada mirada satírica a su sirviente de canoso pelo.
—Lo sospechaba. Oh, sí.
El ayudante del joyero se aventuró a observar:
—Algunas personas creen que este año, debido a la agitación general, ya sabes… ¡los Aulladores se han atrevido incluso a ir al sur!
La dama lanzó un chillido alarmado.
Su capitán, un hombre enorme con un curtido rostro color rojizo oscuro, dio una palmada a la empuñadura de su espada.
—¡Cuidado, Enemigo! ¡No intentes asustar a nuestra noble ama!
—Oh, Galucholl no dice más que la verdad, valeroso capitán —se apresuró a decir el joyero—. Y déjame asegurarte que nosotros la Auténtica Gente estamos tan alarmados por el asunto como vosotros. Solamente Té sabe lo que pretenden los feos demonios. Pero debemos estar alertas si no queremos que aparezcan deslizándose entre nosotros durante los juegos.
La mujer se estremeció con un delicioso temor.
—¡Qué excitante! ¡Qué terrible! Compraremos el ámbar, joyero. Me estoy encariñando con esos pobres insectos amantes atrapados dentro. Págale, Claudius.
Gruñendo, el mayordomo extrajo algunas monedas de la bolsa que llevaba en su cinturón. Luego sus ojos se posaron en una bandeja de anillos, y empezó a sonreír.
—Creo que también nos llevaremos dos de éstos. Envuélvenoslos.
—¡Pero señor! —protestó el Firvulag—. Estos anillos tallados tienen un cierto significado simbólico que es posible que no comprendas…
Los gélidos ojos verdes del anciano brillaron bajo sus blancas cejas.
—He dicho: ¡nos los llevamos! Ahora envuélveme esas termitas fornicadoras, y apresúrate. ¡Vamos a llegar tarde a una cita!
—Sí, sí, inmediatamente, Respetable Maestro. ¡Vamos, muévete, Galucholl, joven patán! —El joyero hizo una inclinación de cabeza a Madame Guderian mientras tendía el paquete al mayordomo—. Que la buena fortuna te alcance, Exaltada Lady, y puedas disfrutar de tus compras.
El viejo hombre del torque gris se echó a reír. De un modo claramente presuntuoso para alguien de su status, sujetó a la mujer por el codo e indicó a la escolta que formara un círculo en torno a su ama.
Cuando los clientes hubieron desaparecido entre la multitud, Galucholl dijo:
—Bien, puede que haya comprado esos anillos para otra persona.
El artesano lanzó una risotada que hablaba de una larga experiencia.
—Oh, muchacho. Qué inocente eres.
Gert metió la cabeza de pelo color arena y un brazo en la tienda.
Aquí están, Madame. Limpiamente cortadas por la mitad. Ni siquiera hemos molestado a los pobres bichos.
—Gracias, hijo. Claude y yo terminaremos el trabajo. Puesto que es casi mediodía, será mejor que tú y los demás ocupéis vuestras posiciones en las rocas altas en torno a nuestro campamento. Al menor signo de alarma debéis notificármelo a fin de que pueda parar la transmisión.
—De acuerdo, Madame. —La cabeza desapareció.
—Aquí está el mensaje. —Claude le tendió la tablilla de cerámica—. Exactamente como el tuyo, pero con mi firma. ¿Tienes el cemento?
Ella se inclinó sobre las piezas de ámbar que había en la mesa de decamolec.
—Voilà —dijo al fin—. Listo. Una para ti y otra para mi, par mesure de sécurité. Yo me quedaré con la que tiene las patéticas termitas, aunque sea la que has firmado tú. Es más correcto.
Ambos contemplaron las dos mitades portadoras de los mensajes. A través de la dorado-rojiza resina fosilizada brillaban las palabras de las emparedadas tablillas:
EUROPA PLIOCÉNICA BAJO CONTROL MALIGNA RAZA EXÓTICA.
CIERREN PUERTA DEL TIEMPO POR EL AMOR DE DIOS.
IGNOREN CUALQUIER OTRO MENSAJE DICIENDO LO CONTRARIO.
—¿Supones que nos creerán? —preguntó la mujer.
—Pueden comprobar fácilmente nuestras firmas. Y, como tú dices, dos testigos son mejor que uno. Nadie sospechará nunca que un viejo paleontólogo serio y responsable como yo gaste una broma de este tipo.
Permanecieron sentados el uno al lado del otro, sin decir nada. Hacía mucho calor en la cerrada tienda. Ella apartó un mechón de canoso pelo de su frente. Un fino riachuelo de sudor resbalaba por delante de una de sus orejas.
—Eres un tonto, ¿sabes? —dijo finalmente.
—Los polacos somos como niños de teta para las mujeres mandonas. ¡Deberías haber conocido a Gen! Había jefes de sector que se acurrucaban como azotados perrillos falderos cuando ella se irritaba. Además, soy demasiado chapado a la antigua como para comprometerme con alguien como tú, encerrados en una madriguera durante una semana con mis pobres viejas pelotas cantando la Marseillaise mientras el resto de mi equipo intenta no ponerse firmes.
—Quel homme! C’est incroyable!
—No para los polacos. —Consultó su reloj—. Quince segundos para el mediodía. A tu marca, vieja.
Elizabeth y Dionket el Lord Sanador observaban al niño con el torque negro en su camastro. Era un Tanu purasangre, y la mujer Humana tenía la impresión de que era mayor que sus tres años reales… no sólo debido a sus largos miembros, sino también a la mirada de sufrimiento de su hermoso rostro.
El niño estaba desnudo excepto una toalla en torno a su cintura. Un colchón de agua sostenía el hinchado cuerpo de una forma tan confortable como era posible en su tecnología médica sin tanques. La piel del niño tenía un tono rojo oscuro; las partes periféricas de su cuerpo como los dedos, las orejas, la nariz y los labios estaban casi negras por la congestión. Bajo el pequeño torque de oro, el cuello estaba ampollado, recubierto con algún tipo de ungüento blanco aplicado en un fútil intento de aliviarle. Elizabeth se deslizó dentro de la arruinada mente infantil. Los lívidos párpados se abrieron, mostrando unas pupilas enormemente dilatadas.
—Retirar el torque lo único que conseguiría sería empeorar las cosas —dijo Dionket—. Entonces tendría también convulsiones. Observa la degeneración de las conexiones neurales entre el cerebelo y las zonas límbicas, los circuitos anómalos del torque a la corteza premotora, las caóticas descargas de las amígdalas que han frustrado nuestros intentos de analgesia. El inicio del síndrome es típicamente brusco… hace cinco días en el caso de este niño. La muerte se producirá aproximadamente dentro de tres semanas.
Elizabeth permaneció con una mano apoyada en los ardientes rizos rubios.
Ah niño así niño tranquilo muchachito déjame ver si puedo ayudar ah aquí están las inflexibles conducciones entre oro y cargada carne por donde se agita arriba y abajo el sufrimiento pobre bebé… Oh. Mira. Lo apago secciono el interface de control entre el cerebro superior y el inferior y dejo entrar la paz ahora descansa ahora espera y duerme hasta que vengan a llevársete pobre bebé al menos ahora tienes tranquilidad.
Los ojillos se cerraron. El cuerpo se relajó y quedó fláccido.
Elizabeth le has extirpado el dolor graciaseandadas a Tana.
Negándose como siempre a contactar mentalmente con él, la mujer se apartó del camastro.
—Pero morirá de todos modos. No puedo proporcionarle una cura, solamente alivio hasta el final.
Pero si permanecieras más tiempo con él si experimentaras…
—Tengo que irme.
Podías haberte ido pero no lo has hecho. Déjame decirte por qué te has quedado con nosotros pese a que tu globo te aguarda en la habitación sin puertas.
—Me he quedado para enseñar a Brede, tal como prometí. —Nada… ningún jirón de empatía brotó de su pantalla mental. Pero Dionket el Lord Sanador era viejo, y hay otras formas de leer en las almas.
Te has quedado con nosotros pese a tu declarado desdén pese a tu yo egoísta debido a que te has sentido tocada…
—¡Por supuesto que me he sentido tocada! ¡Y repelida! Y voy a irme. Ahora… ¿debemos seguir perdiendo el tiempo en inútiles conversaciones, o vemos lo que puedo hacer para ayudar a esos pobres niños?
Elizabeth Brede está tan cerca de comprender su visión si tan sólo pudieras ayudarla a interpretar…
—¡Brede es una araña! La Casa de Nontusvel me advirtió de eso. Al menos ellos son honestos bárbaros, no se andan con rodeos acerca de su antagonismo. ¡Pero Brede teje redes metapsíquicas y yo digo al infierno con ella! —El arranque de amargura fue rápidamente controlado—. ¿Seguimos con esto o no? Y háblame vocalmente, por favor, Lord Sanador.
El Tanu suspiró.
—Lo siento. Brede… todos nosotros… deseamos conservarte con nosotros debido a nuestra gran necesidad. No hemos tenido en cuenta tu necesidad. Perdónanos, Elizabeth.
Ella sonrió.
—Por supuesto. Ahora dime qué porcentaje de vuestros niños Tanu se hallan afligidos por esa cosa tan terrible.
—Siete. El síndrome que llamamos «torque negro» puede aparecer entre los purasangres a cualquier edad hasta aproximadamente el inicio de la pubertad, tras la cual la adaptación al torque se sitúa presumiblemente en homeostasis. La mayor parte de los casos se producen por debajo de los cuatro años. Con los híbridos no hay nunca peligro de torque negro, solamente de las disfunciones por incompatibilidad que los Humanos purasangres pueden experimentar cuando llevan el dispositivo. Aunque esas disfunciones pueden ser graves, normalmente remiten por sí mismas tras un cuidadoso tratamiento redactor. Pero nos hemos visto impotentes para ayudar a esos niños torques negros… hasta ahora. ¡Tu ejecución de los borrados y cortes fue sorprendente! Vosotros los del Medio os halláis mucho más avanzados que nosotros en la redacción profunda. Incluso aunque no te quedes… ¿puedo esperar que al menos alivies al resto de esos pequeños sufrientes antes de abandonarnos?
¿Oh sí? Inmersa en más agonía inocente afrontando más lamentos soportando un mal tan inútil desbocado improductivo sufriendo yo y esos pobres bebés ¿por qué esa perversidad por qué esos porsiempremalditos torques?
Es nuestra forma Elizabeth la única forma que conocemos. ¿Cómo podemos apartarnos siquiera de este simulacro de operatividad una vez conocido podrías tú?
Sus poderosos egos se enfrentaron, desnudos en su poder por el más aleteante de los momentos antes de velarse. Pero ella había mirado al interior de Dionket el Sanador en su grandeza, y él se había humillado y había suplicado y ofrecido —¿qué era lo que había ofrecido?—, y le había mostrado cuántos otros eran como él.
Las lágrimas asomaron a los ojos de Elizabeth. Las hubiera apartado violentamente, pero sabía que al menos aquel hombre no era un manipulador. Y así su respuesta fue gentil.
—No puedo representar el papel que me pides, Dionket. Mis razones son complejas y personales, pero hay consideraciones prácticas que te señalaré. La Casa de Nontusvel tiene todavía intención de matarme, pese a que saben que el plan de Gomnol de emparejarme con el Rey ha sido prohibido por Brede. La Casa está aún más preocupada ahora por el hecho de que yo pueda tener hijos de Aiken Drum… ¡o formar equipo de alguna manera con él durante el Gran Combate! Ahora me conoces ya lo suficientemente bien como para ver la imposibilidad de cualquiera de estas dos cosas. Pero la Casa piensa solamente en su dinastía. En estos momentos están demasiado distraídos por los preparativos del Combate como para montar más que un ataque ocasional contra mí, pero todavía no puedo dormir a salvo en ningún lugar excepto en la habitación sin puertas de Brede. Tú y tu facción nunca podréis protegerme de Nodonn y de un ataque masivo coordinado por él. Cuando estoy dormida, soy vulnerable. Y ellos están decididos. No viviré el resto de mis días aprisionada en la casa de Brede o esquivando rayos mentales de ese hatajo de salvajes mentales.
—¡Estamos intentando cambiar las viejas costumbres despiadadas! —exclamó Dionket—. ¡Tú puedes ayudarnos en nuestra lucha contra la Casa!
—Mi esquema mental es absolutamente no agresivo. Como tú ya sabes. Trae primero tus grandes cambios y luego pídeme ayuda.
—Como Tana quiera —dijo él, resignado—. ¿Cuándo te marcharás de nosotros?
—Pronto —dijo ella, bajando de nuevo la vista hacia el dormido niño—. Me cuidaré de todos los demás niños torques negros por ti mientras tú y los mejores de los tuyos observan. Puede que seáis capaces de aprender el programa.
—Nos sentiremos profundamente agradecidos por tu guía… Y ahora, si estás de acuerdo, abandonaremos esta cámara de dolor mental por un tiempo. Aunque tu pantalla está alzada, sé que te sientes disminuida por el contacto con los torques negros. Iremos a la terraza, más allá del alcance de su patética aura.
La impresionante forma roja y blanca salió de la sala a fríos corredores de piedra, pasó junto a paneles de filigrana de mármol, y salió a un gran balcón ajardinado. Desde allí arriba en el Monte de los Héroes había una magnífica vista de Muriah, y podían contemplar una gran extensión de la península de Aven, las llanuras de sal, y los lagos esparcidos allá abajo a la clara y tórrida luz del sol del mediodía. Los llantos de las jóvenes mentes llenas de dolor quedaban amortiguados por las emanaciones solares. La luz deslumbró tanto a Elizabeth que vaciló, momentáneamente cegada…
… y percibió la llamada.
Telépata Elizabeth Orme responde.
Dionket dijo algo solícito. Sujetando su brazo, la condujo hacia un rincón a la sombra donde había unas sillas de mimbre.
¡Elizabeth! ¡Elizabeth!
Tan débil, tan impreciso, tan Humano, pero ¿quién?
—Tu experiencia con nuestros pobres pequeños te ha afectado, querida. No es extraño. Siéntate aquí y te traeré algo para reanimarte.
¿Podía haber oído Dionket? No. Era en modo únicamente Humano y casi más allá de su propia percepción, de modo que debía quedar completamente fuera de la de él.
—Sólo… algo para beber —dijo—. Algo frío.
—Por supuesto. Vuelvo inmediatamente.
¡Elizabeth!
Quiéneres dóndestás soy Elizabeth respondiente.
¡Yo/nosotros! ¡Felice/AngéliqueGuderian! ¡GraciasaDios ha funcionado! Oh malditasea estamos perdiendo potenc i a An gél i…
Te tengo Madame Guderian.
Grâceàdieu teníamos tantomiedo llevábamos tantotiempo llamando sinrespuesta estamos viniendo para sabotear la fábricadetorques necesitamos la ayuda de AikenDrum si puede confiarse en él ¿crees que tú?
¿Aiken?
¡Sísí sóloél el pequeño truhán! Si pudiéramos confiar ohescucha cómo están las cosas…
Elizabeth escuchó desconcertada los débiles y balbuceantes pensamientos que iban desgranando inexpertamente datos, mezclando una loca confusión de imágenes mentales y torpes subvocalizaciones, y todo tan teñido ansiedad, tan vacilante y lejano que solamente un Maestro podría sacarle algún sentido. ¡Qué increíblemente atrevido plan! Pero esos rebeldes Humanos habían conseguido ya lo increíble en Finiah, ¿no? Este plan también podía tener éxito. Pero… ¿Aiken Drum? ¿Qué podía decirles ella acerca del joven, con su mente inasequible ahora incluso para ella, con un potencial sin duda de Maestro, quizá en estos momentos gozando de una completa operatividad? ¿Qué podía decirles ella acerca del pequeño y riente nonato elegido por Mayvar la Hacedora de Reyes?
¿Brede?
Elizabeth estoy oyendo.
Pronostica. (DATOS)
Hazlo.
¿Ningún peligro?
Nunca ese noHumano es.
¿Ningún peligro para mismejores amigos Humanidad en general?
(Ironía.) Largoplazo afirma falsoretiro Elizabeth.
Maldita seas…
¿Madame Guderian?
Sí Elizabeth.
Voy a transmitir tu petición a Aiken Drum sin decirle más de lo que necesite saber acerca de tu plan de acción. Creo que será en bien de la Humanidad a largoplazo incluirlo a él en tus planes. Pero puede haber peligro a cortoplazo. Sé prudente. Seguiré haciendo lo que pueda por ti durante tanto tiempo como me sea posible.
Ohgraciasmerci pero será peligroso pourl’amour dedieu ponte denuestrolado Elizabeth nopodemos/nodebemos fallar (miedo culpabilidad esperanza). ¿Elizabeth?
La paz sea contigo Angélique Guderian. Y con todos mis amigos…
—¡Aquí estoy! —Dionket depositó una bandeja a su lado—. Zumo de naranja frío es lo mejor para que te repongas. Vitamina C, potasio, y muchas otras cosas buenas en esta espléndida fruta de la Tierra.
Elizabeth sonrió y aceptó el vaso de cristal. La lejana voz mental había desaparecido entre el tumulto de otras olas de pensamiento.
Presa de una risa incontrolable, Stein dio a su compañero una hercúlea palmada en la espalda. La pequeña figura vestida de oro se mantuvo tan firme como una estatua de metal.
—¡Aiken… chico! ¿No son éstas las malditas noticias absolutajodidamente más grandes que hayas oído en tu vida? ¡Están viniendo! ¡Nuestros buenos viejos amigos del Grupo Verde están viniendo con los bolsillos llenos de hierro y un gran matamoscas fotónico con el que podremos poner esa mierda de gallina de Tanu en órbita! ¡Y pueden quitarnos los torques! ¡Sukey y yo podremos ser libres! ¡Todos los Humanos que no deseen llevar esas cosas podrán ser libres! ¿No resulta increíble?
Aiken Drum exhibió su retorcida sonrisa.
—Eso es lo que Elizabeth dice.
Los dos se hallaban en un balcón del apartamento de Mayvar en la Sala de Telépatas. Su interrumpida comida estaba aún sobre la mesa ante ellos. El alto y cálido sol brillaba sobre la engalanada ciudad, hormigueante de visitantes Tanu y Humanos. Allá en la resplandeciente Llanura de Plata Blanca, al sur, miles de pequeñas y negras tiendas Firvulag se extendían en apretadas hileras, junto con pabellones más grandes color ocre y rojo óxido y otras tonalidades que albergaban a la nobleza de la Pequeña Gente. Enormes graderíos con marquesinas de lona color escarlata y azul y púrpura y rosa dorado estaban siendo terminados de erigir a ambos lados del gran Campo de Listas, donde celebrarían las competiciones deportivas anteriores a las sangrientas contiendas del Combate propiamente dicho.
Stein, con la cabeza descubierta y llevando solamente una ligera túnica, tomó su copa de aguamiel helado tan firmemente que la plata amenazó con doblarse.
—¿Y bien, chico? ¿Crees que puedes realmente recargar ese cañón fotónico que están trayendo?
—No puedo decirlo seguro hasta que le haya echado una mirada, Steinie. Pero si se trata solamente de descubrir cómo abrir una jodida unidad de energía, como dice Madame, eso tiene que ser pan comido para un genio como yo.
—¡Maldita sea! —El gigante tragó de un sorbo su bebida y dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco—. ¡Puedes estar seguro como el infierno de que voy a participar en esa jarana de la fábrica de torques! ¿Crees que me dejarán efectuar el disparo? No hay nadie que pueda enseñarme ningún truco respecto a cómo manejar armas fotónicas de buen tamaño… ¿o acaso piensas encargarte de eso tú mismo?
La sonrisa de Aiken se volvió pensativa. Tomó una flor parecida a una margarita y empezó a arrancarle los pétalos.
—¿Quién, yo? ¿Dar un golpe por la libertad de los Humanos y la destrucción del reinado Tanu? ¿Yo utilizar la Lanza de Lugonn? ¡Ni lo sueñes, hombre! Probablemente no podría ni levantar el peso de esa maldita cosa. —Dejó caer los pétalos sobre la solidificada grasa de su plato—. ¿Sabes, Steinie? Esa Lanza, el arma fotónica quiero decir, es realmente algo sagrado para esa gente exótica. El que los Humanos la hayan utilizado en una guerra ha causado el mayor revuelo desde que los Tanu llegaron a la Tierra hace un millar de años. La Lanza era una de las dos armas fotónicas que los exóticos se trajeron de su galaxia natal para las luchas ceremoniales entre grandes héroes. La segunda es más pequeña, y la llaman la Espada de Sharn. Perteneció a un antiguo señor de la guerra Firvulag. Ahora es utilizada solamente como trofeo para el campeón de su Gran Combate. Nodonn es quien la tiene ahora.
Stein dio un golpe sobre la mesa.
—¡Le daremos una lección a ese bastardo! ¡Le mostraremos quiénes somos realmente! No más esclavos humanos. No más asquerosos planes de procreación. ¡Sin una producción continuada de torques, toda esa maldita planificación Tanu se irá al diablo!
Aiken inspeccionó la desmenuzada flor con cómica decepción.
—Seguro que éste es el aspecto de lo que puede ocurrir… Pobre florecilla. Toda arruinada.
Stein echó hacia atrás su silla.
—¡Vayamos a decírselo a Sukey! Seguro que debe estar terriblemente preocupada, oculta allá en la Casa de Redactores.
—Quizá sea mejor dejarla fuera de todo esto —dijo Aiken con aire casual—. Ya sabes. Cuantos menos conozcan el secreto…
—Ella nunca dirá nada.
—No voluntariamente. —Aiken no miró a Stein—. Está segura allá donde Dionket y Creyn la han puesto. Pero hay también otros redactores, no amistosos precisamente, flotando en torno al lugar. Si algún día ocurre simplemente que los pensamientos de Sukey derivan un poco, un sondeador realmente bueno como Culluket Rostro Bonito podría captar algo de nuestra pequeña conspiración. Todo lo que Sukey tendría que hacer sería imaginar la Lanza. Conjurar una imagen de ti disparándola, por ejemplo.
Stein se mostró impresionado.
—¡Dulce Jesús, Aiken! ¿No podemos traerla aquí con nosotros?
—Yo no podría encubrirla de la forma que los redactores amigos lo están haciendo. Tiene que permanecer allí hasta que lleguen los septentrionales con su cortafrío. Entonces yo podré cortar su torque, y el tuyo también, y podréis navegar hacia allá por donde sale el sol tal como os prometí. Tengo que confesarte, muchacho… hasta que no recibí este loco destello de Elizabeth y Madame, no tenía la menor idea de cómo diablos iba a cumplir mi promesa para con vosotros dos. Pero con vuestros torques eliminados, estaréis fuera de la red mental de los Tanu, por decirlo así, y las cosas no serán tan difíciles.
—No puedo esperar a quitarme esta cosa de encima. —Stein dio un fútil tirón a su collar gris—. Hace poco, esta semana pasada creo, empecé a tener esos jodidos pensamientos. ¡Y es este torque, chico! Sé que lo es. No estoy haciendo nada especial, y de pronto algo tan vulgar como una sombra me hace saltar como un alce asustado. O tengo la impresión como si el peor de los malditos monstruos del mundo estuviera detrás mío, persiguiéndome. Y no me atrevo a volver la cabeza y mirar, porque eso es precisamente lo que le impide saltar sobre mí…
—No te preocupes por eso —dijo el joven—. Cuatro, cinco días, y tendrás el cuello desnudo y estarás tan libre como un pájaro camino de las islas del Spaghetti con tu dama.
Stein sujetó al hombrecillo vestido de dorado por ambos brazos.
—Y tú también, ¿verdad, Aiken?
—Buf. —Los ladinos ojos del joven se apartaron a un lado—. Yo me lo he pasado muy bien aquí en la Corte del Rey Arturo. Y el Combate está a la vuelta de la esquina. Creo que puedo liquidar a algunos de esos medias mierdas. Ganarme una hermosa dama o un reino o algo parecido.
Stein se echó a reír a carcajadas.
—¡Y terminar con esos meneacerebros! Puedes quedarte con tu reino, chico. ¡Con lo que quede de él cuando yo y la banda de Madame hayamos terminado! —Se dirigió hacia las puertas del balcón—. Voy a ir a ver a Sukey. No le diré ni una palabra del arma. Sólo le diré que las cosas están mejorando. ¿De acuerdo?
Aiken mantenía alzado el deshojado tallo de la margarita. Lentamente, el tallo se enderezó. El aplastado disco se hinchó y se restauró. Los pétalos color lavanda fueron brotando uno a uno, sedosos y perfectos.
—¡Y pensamos que estabas perdida para siempre, florecilla! —cloqueó Aiken—. Eso es lo que hay que tener siempre en cuenta… ¡no saltes demasiado precipitadamente a las conclusiones!
Flotando ligeramente, colocó la flor tras la oreja de Stein. Luego volvió al modo normal de locomoción humana y se alejó, silbando «Desde el mar hasta el cielo».
Lo celebraron en torno al fuego del campamento a la caída de la noche, puesto que se había decidido que los dos ancianos deberían abandonar Roniah y ocultarse en algún otro sitio aquella noche, puesto que el resto del grupo embarcaría hacia el sur al amanecer del día siguiente.
—Es apropiado —dijo Amerie cuando estuvieron todos juntos— que el Introito tradicional para este servicio sea la plegaria por la victoria del Rey David. Puede servir para todos nosotros tanto como para Claude y Angélique:
¡Que el Señor te envíe su ayuda desde su sagrado lugar
y te proteja del monte Sión!
¡Que te conceda los deseos de tu corazón
y haga que todos tus planes tengan éxito!
Ahora repetid después de mí: «Yo, Angélique, te tomo a ti, Claude…»