Con la llegada de la tregua del Gran Combate, todos los caminos de las regiones septentrionales de la Tierra Multicolor conducían a Roniah. A través de esta ciudad pasaban Tanu y Firvulag en su camino a los juegos… los Grandes de ambas razas exóticas viajando por el río mientras la mayoría más humilde seguía el Gran Camino del Sur que corría paralelo a la orilla occidental del Ródano hasta el Lac Provençal y la Glissade Formidable.
La mayoría de los viajeros de las regiones del norte interrumpían su viaje en la Feria de Roniah. Allá los antiguos enemigos se mezclaban libremente en una orgía comercial que se celebraba una vez al año y se prolongaba durante dos semanas en mitad de la tregua pre-Combate, día y noche sin ninguna interrupción. Las casetas se erigían a lo largo de la gran carretera de acceso llena de columnas y entre los jardines exteriores que rodeaban la ciudad fluvial. La zona periférica se convertía en un enorme terreno de acampada donde comerciantes Humanos y Firvulag se mezclaban con tiendas para alojamiento de las caravanas y establecimientos de comidas dedicados a los turistas.
Este año eran los refugiados de Finiah, bien provistos de dinero pero casi completamente desprovistos de posesiones, los más ansiosos clientes de la Feria. Para levantar sus espíritus gastaban pródigamente en la compra de artículos de lujo que los artesanos Firvulag traían para comerciar: gemas y ámbar pulidos, joyas, figuras talladas en marfil o piedras semipreciosas, chucherías de oro y plata, artículos para tocados y atuendos, llamativos adornos para chalikos, cinturones y tahalíes y correajes de batalla repujados, perfumes y ungüentos y jabones de olor derivados de flores y hierbas silvestres, licores peculiares, productos psicoactivos y hongos curativos, y exquisiteces tales como miel silvestre, caramelos rellenos con jarabes alcohólicos, trufas, ajo, especias, salchichas de gourmet, y ese plato exquisito sobre todos… conserva de fresas silvestres. Otros artículos de índole más general eran proporcionados por los vendedores Humanos de Roniah y los otros asentamientos Tanu: finos textiles y ropas confeccionadas, colorantes y otros productos químicos de fabricación doméstica, instrumentos de cristal de todo tipo, vajillas y recipientes de cristal, armaduras de cristal, y armas de cristal. De las plantaciones Tanu fluían grandes cantidades de cerveza, vino y licores envasados en barriles de madera u odres de piel, comidas ahumadas y conservas, frutas y verduras secadas y adobadas, y una enorme variedad de derivados no perecederos de cereales como harina, sémolas y panes sencillos y aromatizados. La comida no sólo era vendida a los viajeros, sino que también era enviada río abajo para ayudar al aprovisionamiento del propio Gran Combate.
A finales de octubre un grupo de catorce refugiados llegó cabalgando por la atestada carretera a la Feria de Roniah. Se abrieron camino hasta la zona de acampada reservada donde los Tanu inferiores y la nobleza Firvulag podían erigir sus propios pabellones separados de la chusma. El grupo de viajeros era único solamente en el hecho de que estaba formado totalmente por Humanos. Había dos damas con torques de oro que podían haber sido madre e hija… la más vieja llevando un ondeante atuendo de gasa color esmeralda y un extravagante sombrero enjoyado, la más joven con una armadura azul completa de coercedor y una capa dorada, llevando una lanza en la que flotaba un estandarte dorado con un sable color negro brillante cruzado en él. El séquito de las damas consistía en cinco soldados con armaduras de bronce mandados por un capitán de gigantesca estatura, un viejo mayordomo, dos sirvientas, y un pequeño y deforme palafrenero con una sola pierna, ante cuya presencia las monturas y los chalikos de carga parecían sorprendentemente mansos.
—Sí… lo perdimos todo en el desastre de Finiah —dijo la gran dama al comprensivo Maestro de Campo mientras se registraban—. Todo lo que pudimos salvar fue unos pocos tesoros y esos fieles sirvientes con torques grises, de modo que hemos quedado en la más triste necesidad. De todos modos… existe la posibilidad de que podamos recuperar nuestras fortunas en el Combate, puesto que Lady Phyllis-Morigel se ha entrenado diligentemente y muestra grandes promesas como dama guerrera, con lo que podremos obtener a la vez riquezas y venganza en la Llanura de Plata Blanca, si ésa es la voluntad de Tana.
El Maestro de Campo saludó respetuosamente. El joven y encantador rostro de Lady Phyllis-Morigel le sonrió tras el alzado visor de su casco.
—Seguro que la buena fortuna te está esperando en las listas, Lady. Puedo sentir tu gran poder coercitivo pese a que lo tienes refrenado.
—Phyllis, querida —regañó la vieja mujer—. Qué vergüenza.
La muchacha parpadeó, y la oleada de coerción se retiró.
—Te ruego me disculpes, Maestro de Campo. No pretendía hacer presión sobre ti. Éste será mi primer Combate, y estoy terriblemente excitada.
—No es extraño —dijo el hombre—. Pero no te preocupes, pequeña Lady. Simplemente manténte tranquila, y serás uno de los ganadores seguros en los preliminares. He tenido esa sensación apenas verte.
—Eres muy amable diciendo esto, Maestro de Campo. Creo que he estado aguardando durante toda mi vida a participar en los juegos…
—Ladies, es tarde —interrumpió el viejo mayordomo, que no había dejado de agitarse en su silla durante toda la conversación—. Debéis descansar.
—El Maestro Claudius tiene razón —dijo el enorme capitán de la guardia—. Dinos cuál es nuestro espacio concedido, Maestro de Campo, a fin de que podamos descansar nuestros huesos. Llevamos seis días de viaje y estamos agotados.
—Seis días —murmuró sorprendido el Maestro de Campo—. Entonces, ¿no estabais con el grupo de refugiados que se cobijó en el Castillo del Portal?
—Llegamos demasiado tarde para unirnos a la comitiva conducida por Lord Velteyn —dijo rápidamente el capitán—. Hay todavía una gran confusión en las tierras del norte.
El Maestro de Campo estudió un mapa mural.
—La mayor parte de vuestros conciudadanos de Finah que están aún aquí se hallan acampados en los espacios frente al río, que son los emplazamientos más atractivos de que disponemos. Puedo situaros allí por un pequeño sobreprecio…
La vieja mujer se mostró firme.
—Por mucho que nos guste unirnos a nuestros compatriotas, necesitamos economizar a fin de no hallarnos faltos de recursos en el propio Combate. Además, nos hallaríamos en una situación embarazosa entre nuestros amigos ya que nuestra situación nos hace incapaces de devolver cualquier gentileza que ellos nos ofrezcan. En consecuencia, buen Maestro de Campo, indícanos un lugar modesto suficiente para nuestras dos tiendas y nuestros animales. Preferiríamos un terreno alto, si fuera posible.
Ligeramente decepcionado, el hombre volvió a estudiar su mapa mural.
—Bien, está el Número 478 en el borde norte de la Sección E. Alto y ventilado… pero tendréis que transportaros vuestra agua.
—Espléndido. Mi noble hija nos traerá el agua en virtud de su poder psicocinético. ¿La tarifa? Ah. Ça y est. Y ahora, buenas noches.
El hombre tomó las monedas y lanzó una mirada de soslayo a la dama guerrero.
—Así que posees PC también, ¿eh, Lady Phyllis? ¡Ahora estoy seguro de que estarás en las listas! Te buscaré y arriesgaré unas cuantas monedas. Siendo novata, tienes que conseguir apuestas interesantes. ¡Sí, por supuesto! —Agitó la mano en una cordial despedida mientras el grupo seguía por el sendero bordeado de linternas hacia el tumulto del atestado campamento.
—Eres tonta, Felice —dijo el Jefe Burke—. ¿A quién se le ocurre dejar suelta tu coerción? Ahora ese hombre va a recordarte.
Ella lanzó una ligera risita.
—Nos recordará de todos modos, Peo. Al menos ahora sabe que soy una oro genuina. ¡Deberías haber visto tu rostro cuando ese tipo sugirió que acampáramos cerca de los de Finiah!
—Éste es nuestro peor peligro —dijo Madame—. Felice y yo podemos engañar fácilmente a cualquier persona provista de torque pretendiendo estar alteradas por el dolor de nuestras desgracias. Pero el resto de vosotros, con vuestros inutilizados torques grises, seguramente seréis detectados como entrometidos si un Tanu o un Humanos con torque intentan comunicarse mentalmente con vosotros. Debéis permanecer en todo momento cerca de Felice y de mí a fin de que nosotras podamos interceptar y desviar cualquier inconveniencia telepática. La busca de provisiones y forraje debe ser realizada esta noche por Fitharn. A menos que sea sondeado deliberadamente por un metapracticante poderoso, estará por encima de toda sospecha.
—Sigo pensando que es arriesgado acampar aquí dentro —dijo Vanda-Jo.
—Ya hemos discutido eso —respondió Burke—. Tan al sur, sería sospechoso si intentáramos acampar en algún otro sitio.
—Ya no hay túmulos Firvulag aquí para protegernos dentro, muchachita —dijo Fitharn—. La Pequeña Gente de estas partes no se atreven a formar asentamientos grandes, como hacen en el norte. Solamente madrigueras unifamiliares en su mayor parte, bien ocultas en las regiones más selváticas, lejos de los caminos. La gente de por aquí es suspicaz ante los extranjeros… incluso ante aquellos recomendados por el Rey Yeochee.
—Ya hemos tenido atisbos —observó Madame con una cierta acidez— de que la autoridad real se vuelve más bien exigua en las regiones interiores.
Fitharn sonrió.
—La soberanía de nuestro Rey es un poco menos formal que la del viejo Thagdal. Tenemos una monarquía elegida, ya lo sabéis. Pero los Firvulag somos leales a nuestra manera. Y al contrario que alguna otra gente que podría mencionar, nunca nos rebajamos a utilizar a un rey depuesto como una oferta de vida.
El grupo llegó a una zona donde las tiendas y fuegos de campaña estaban más espaciados. Había grandes prominencias rocosas y pocos árboles, y el sendero iluminado por las linternas seguía ascendiendo. El hecho de que estaban cruzando el distrito de los pobres resultaba obvio por el escaso número de chalikos y hellads que estaban atados entre los acampados. Los refugios eran en su mayor parte negras tiendas Firvulag o los multicolores alojamientos de los viejos Tanu solteros. Al contrario de la ruidosa convivencia de la zona central, esta parte del campamento estaba soñolienta excepto las llamadas de los insectos y los ronquidos y gruñidos de los animales domésticos.
—Aquí está el 478 —dijo Fitharn—. Hermoso y apartado. —Por supuesto, él podía ver en la oscuridad mucho mejor que los Humanos podían ver a la luz del día. Brincando fácilmente sobre su pata de palo, se dirigió a las rocas que cerraban el lugar por tres de sus lados y se cercioró de que los lugares contiguos estaban vacíos—. Nuestros vecinos más cercanos son Firvulag, Madame. Parece un lugar perfecto. Trabaré los animales para descargarlos y tomaré inmediatamente un par de monturas para ir a la Feria a buscar provisiones.
Felice se dejó resbalar de la silla de su alto chaliko.
—Y yo montaré las tiendas. —Se dirigió hacia la montura de Amerie y le sonrió a la monja que, como Vanda-Jo, iba disfrazada con ropas a rayas azules y amarillas y llevaba el torque gris de las sirvientas—. ¿Todavía te sientes toda crujiente? Déjame ayudarte.
Amerie fue levitada fuera de la silla y flotó suavemente al suelo.
—Estás aprendiendo realmente a hacerlo —observó la monja.
—Oh, sí. Cuando alcancemos Muriah, lo habré dominado por completo.
—¿Y que hay de Madame y yo? —Vanda-Jo dejó brotar su irritación—. Y el viejo Claude y Khalid podrían utilizar una ayuda también.
La atleta empleó su poder psicocinético para desmontar también a los otros. Luego, mientras Peo y Gert y Hansi descargaban los animales, la muchacha montó las dos tiendas estilo Tanu, con sus pértigas telescópicas y sus paravientos, simplemente poniendo a trabajar su mente. Otro ejercicio mental trajo a través del aire la fluyente agua del Ródano, que se hallaba a medio kilómetro de distancia, metiéndola en tres grandes depósitos de decamolec que los hombres tenían hinchados y listos. Un árbol muerto entero, tomado de las lomas detrás del campamento, llegó flotando y aterrizó sin el menor sonido al borde del lugar.
—Ahora viene lo difícil —dijo Felice, concentrándose—. Mi creatividad aún no está bajo control, de modo que apartaos todos mientras convierto el árbol en leña para el fuego. ¡Espero! Si fallo, puede que terminemos con carbón o cenizas, así que cruzad los dedos.
Zap.
—Oh, bien hecho —dijo Basil—. Lo partiste exactamente por la mitad. Ahora fuera con las ramas, querida.
Zap zap zap. Taca-ta bam bam bam.
—¡Pártelo a rodajas como una salchicha! —animó Uwe. El rayo mental a pequeña escala de la muchacha llameó una y otra vez, cortando el árbol en trozos adecuados. Cuando el montón de madera estuvo apilado a un lado, humeando suavemente, casi todo el grupo aplaudió.
—Resulta claro que tus tres metafunciones primarias están desarrollándose en un grado formidable, ma petite —dijo Madame—. Ejercerás la prudencia, ¿verdad?
—¿Acaso no me he comedido en el viaje desde Manantiales Ocultos? —inquirió Felice con tono de reproche—. No os preocupéis. No voy a ir por ahí haciéndome notar. Quiero ver jodidos a esos bastardos Tanu tanto como puedas desearlo tú, Madame. No voy a estropear el plan.
La anciana parecía exhausta, pero dijo con determinación:
—C’est bien. Entonces celebremos un pequeño consejo de guerra antes de que nuestro buen amigo Fitharn regrese. Ha llegado el momento de tomar una importante decisión.
—Podemos reuniros en torno al fuego —dijo Felice.
Una docena de piedras del tamaño de banquetas acudieron volando de la oscuridad y formaron un círculo. Los trozos de madera se apilaron por sí mismos en un cono y prendieron cuando una resplandeciente bola de psicoenergía se materializó debajo de ellos. Al cabo de quizá diez segundos, el fuego llameaba alegremente. Los conspiradores se acomodaron en los asientos de piedra y empezaron a despojarse de sus armaduras y otras prendas superfluas.
—Hemos llegado —dijo Madame— a un punto crítico en nuestra empresa. La utilidad de Fitharn y sus confrères Firvulag ha llegado virtualmente a su fin, puesto que no violarán la tregua participando directamente en un ataque contra los Tanu. Nosotros, por supuesto, no tenemos esos escrúpulos. Nosotros los Inferiores somos siempre fuera de la ley, no protegidos por ninguna tregua. Sabemos lo que podemos esperar si somos capturados. Sin embargo, el enemigo exótico no esperará que golpeemos de nuevo tan pronto después de Finiah. La inteligencia Tanu es indudablemente consciente de que la mayor parte de nosotros los irregulares nos hemos dispersado. Esperarán que consolidemos nuestra posición en el norte, lo cual evidentemente estamos haciendo, pero es difícil que sueñen con que podamos ser tan osados como para avanzar al sur, a su propio hogar.
—La presencia de refugiados Tanu ha trabajado en favor nuestro —dijo el Jefe Burke—. Hay tantos exóticos mal equipados por los caminos que nuestro grupo, vestido con las ropas que Felice tomó de Finiah, no atrae particularmente la atención.
—Las cosas han ido redondas hasta este momento —admitió Madame—. Pero ahora viene la parte más peligrosa de la operación. La luna nueva será el veinte, dentro de seis días. Es también el último día de la Feria de Roniah, tras el cual este campamento se vaciará a medida que los exóticos se apresuran hacia la Llanura de Plata Blanca. Creo que la fuerza de ataque de la fábrica de torques debería embarcar inmediatamente hacia Muriah. Es posible efectuar el viaje en menos de cuatro días, quizá solamente tres, si se consigue inmediatamente un capitán hábil que pueda conjurar vientos psicocinéticos.
—Encontraremos un buen patrón —dijo Felice, quitándose su cascarón zafiro—. Y hará exactamente lo que le digamos, una vez Khalid haya puesto su cortafrío en su torque gris.
—¿Estás segura de que no prefieres intentar liberarlo mentalmente? —preguntó el metalúrgico a Felice.
—Todavía soy demasiado torpe para trabajar con los torques. Si él se me resiste, puedo matarlo accidentalmente. No te preocupes… seré capaz de domesticarlo una vez su cuello esté desnudo.
Madame continuó:
—Podemos esperar que lleguéis a Muriah aproximadamente con la luna oscura, obtengáis la ayuda de Aiken Drum si es posible, y montéis vuestro ataque en un momento conveniente. Digamos como más pronto el veintidós. A primeras horas de la madrugada. Y al amanecer, yo personalmente enviaré el mensaje a través de la puerta del tiempo.
Hubo un incómodo silencio.
—Sigues decidida a hacer el gran gesto —dijo Claude.
La luz del fuego mostró el rostro de Madame tensarse en su más obstinada expresión.
—Ya hemos discutido esto. Hay solamente dos de nosotros capaces de acercarnos a la puerta del tiempo bajo el manto de la invisibilidad… y malgastaríamos a Felice en la operación del Castillo del Portal. Sus talentos pueden ser mejor empleados en el golpe del sur, mientas que los míos, más débiles, son completamente adecuados para la acción en el castillo.
—Tendrás que aguardar por ahí durante una semana —dijo Claude—. ¿Qué ocurrirá si sucumbes a otro ataque de neumonía?
—Amerie me ha dado medicamentos.
—Así que simplemente avanzarás hasta la puerta del tiempo y arrojarás el ámbar dentro.
—Au juste.
—Velteyn se halla aún en el Castillo del Portal con sus refugiados —advirtió el Jefe Burke—. Puede que no vaya al sur hasta el último minuto. Sabemos que no tiene ninguna dificultad en ver a través de tus ilusiones. Puede que consigas acercarte a la puerta sin ser detectada… pero dudo que tus metafunciones creativas sean capaces de operar dentro del campo tau en sí. Una vez hayas arrojado el mensaje dentro, se hará visible para los guardianes y soldados que estén de guardia cerca. Harán sonar la alarma.
—Y Velteyn o algún otro Tanu de grandes poderes —añadió Claude— acudirá corriendo y fundirá tu pantalla de invisibilidad personal como si fueran las nieves del año pasado.
—Pero habré cumplido con mi tarea —dijo la anciana.
—¡Y muerto! —estalló Claude—. ¡Pero eso no es necesario, Angélique! He pensado en otra forma. —Y se la dijo.
Uwe asintió con un enérgico gesto de su barbuda cabeza.
—Eso puede funcionar, Claude. Serás capaz de hacer todo lo necesario sin dificultad, y resolverá también el problema de hallar un lugar para que Madame se oculte. Y serás un apoyo para ella en caso que…
—Vosotros, muchachos, no me necesitáis en el sur —interrumpió Claude—. He sido un estorbo… lo admito. Pero aquí arriba puedo ser de utilidad.
—Está bien, sé tus motivos —dijo Felice—. Viejo caballero sin resuello.
Madame miró al círculo a su alrededor, luego hizo un pequeño gesto de resignación.
—Entonces revisaremos la acción en el castillo tal como Claude ha sugerido. Al amanecer del día veintidós, cuando los dos efectuemos nuestro intento contra la puerta del tiempo, los demás ya habréis realizado el ataque a la fábrica de torques.
—Sit deus nobis —murmuró la monja.
—Nuestro hierro será el arma secreta en cualquier lucha mano a mano con los Tanu —dijo el Jefe Burke—, pero no nos proporcionará ninguna ventaja especial sobre los enemigos humanos… especialmente los torques de oro. Disponemos solamente de dos armas con un potencial destructivo realmente grande para abrirnos camino en la fortaleza de la Liga de Coercedores. Está el psicobang de Felice, que puede ser o no ser lo bastante poderoso como para realizar el trabajo… y la Lanza.
—Que no es nada excepto un hermoso palo de cristal —les recordó Khalid—, a menos que Aiken Drum ayude a recargarla… ¿Qué hay al respecto, Felice? ¿Crees que tu proyección energética será lo suficientemente fuerte como para derribar gruesos muros de mampostería y puertas de bronce?
—Tal como está ahora, lo dudo —dijo la muchacha—. Voy mejorando cada día, pero será mejor que no planeemos nada basándonos en este tipo de ataque. Pero escuchad… tal como yo lo entiendo, nuestro blanco principal no es el edificio de la sede en su conjunto, sino solamente la parte correspondiente a la fábrica. ¿Acaso esos componentes para los torques no son unos artilugios más bien delicados? Podría suceder que todo lo que tengamos que hacer sea derrumbar el techo sobre ellos y ¡adiós, muchachos! Vanda-Jo podría decir, mirando al edificio, exactamente en qué punto tengo que golpear. ¿Correcto?
—Podría hacerlo —dijo la Jefa de Obras Públicas, pero su tono traicionaba la duda.
—He visto ese lugar —dijo Khalid—. No tiene en absoluto el aspecto de las torres de cuentos de hadas de Finiah. ¡Es un maldito gran cubo de mármol y bronce casi tan vulnerable como el Banco del Gobierno en Zurich! A menos que Felice se revele como una movedora de montañas durante la próxima semana, va a tener que dar un buen golpe si quiere abrir brecha.
La pequeña atleta se había quitado casi toda su armadura de cristal y su relleno y permanecía sentada en su roca vestida solamente con una camisa blanca y unos pantalones ajustados con espuelas doradas. Agitó sus pies calzados en color azul. Los reflejos de los adornos de sus botas danzaron sobre su delicado rostro.
—No sé de lo que voy a ser capaz la próxima semana. Pero sea lo que sea, lo arrojaré sobre esos malditos Tanu.
—Seguirás las órdenes de Peo, chiquilla —dijo Madame secamente.
—Oh, sí. —Los ojos de Felice estaban muy abiertos.
—Sea cual sea el poder final de fuego de Felice —dijo Basil—, nuestras mejores posibilidades de éxito siguen residiendo en el arma a fotones. Si conseguimos recargar la Lanza, podremos incluso demoler el complejo de la Liga de Coercedores desde una buena distancia con un mínimo de riesgos para nuestro grupo. Podemos hacerlo incluso desde el lago, ¿no es así, Khalid?
—El edificio está en el borde norte de la ciudad, al oeste del lugar donde la avenida principal asciende desde el puerto. Una pared de la estructura de la fortaleza se asienta sobre el acantilado. Hay una caída en vertical de quizá un centenar de metros por este lado de la península, luego un kilómetro o así de dunas y erosionados sedimentos antes de llegar a la orilla del golfo Catalán… ¿Qué piensas tú, Claude? Tú disparaste esa maldita cosa.
—Con una plataforma firme para el disparo, puedes enviar el edificio al otro reino —dijo el paleontólogo—. O incluso hacer volar el acantilado sobre el que se asienta.
La voz de Amerie era baja:
—Si lo hacemos a muy primera hora de la mañana, quizá las bajas sean mínimas.
—¿Empiezas a notar los pies fríos, Hermana? —inquirió el gran nativo americano—. Esto es la guerra. Si sientes reparos, será mejor que te quedes con Madame y Claude.
El rostro de la anciana estaba turbado.
—Quizá sea lo mejor, ma Soeur.
—¡No! —dijo Felice—. Aceptaste ayudar allá donde más se te necesitara, Amerie. Y eso es con nosotros. No podemos correr el riesgo de otro estúpido desastre como el cerdo que atacó a Peo estropeando el asalto. Esta vez, el doctor va con nosotros.
—Haré todo lo que pueda —insistió la monja—. Os dije que lo haría. Simplemente exponed un plan, y yo lo seguiré.
—Dejadme sugerir que reconsideremos el papel de Aiken Drum —dijo Basil—. ¿Es necesario que aguardemos hasta alcanzar Muriah para contactarle y conseguir su ayuda?
Los demás miraron al escalador, sin comprender.
—Podemos intentar hablar telepáticamente con él desde aquí —explicó Basil—. Hagamos que el muchacho sepa que vamos para allá. Asegurémonos de que estará esperándonos. Presentémosle quizá incluso el problema de la Lanza de modo que pueda pensar en él antes de nuestra llegada. —Madame empezó a protestar, pero Basil alzó una mano—. Ya sé que Madame Guderian tiene dudas acerca de su habilidad en hablar telepáticamente a grandes distancias o en modo íntimo. Pero se me ocurre que quizá podamos utilizar a vuestra otra amiga, Elizabeth, como relé telepático.
—¡Vaya! —exclamó Claude.
—Nos dijiste, Madame, que percibiste la mente de Elizabeth poco después de que el Grupo Verde llegara al plioceno. Seguro que en estos momentos las facultades de la mujer se han recuperado lo suficiente como para poder captar tu transmisión o… esto… tu haz telepático, aunque sea un poco impreciso, por decirlo así.
—Dudo que pueda hacerlo —dijo Madame—. El pensamiento de Elizabeth me pasó rozando un breve instante. Yo no… ¿cómo decirlo?… no almacené los datos de su firma mental.
Felice saltó en pie.
—¡Yo puedo ayudarte, Madame! No necesitamos contactar a Elizabeth en modo íntimo para llamar su atención. Un simple grito a todo volumen en modo imperativo Humano puede conseguirlo. Todo lo que Elizabeth necesita saber es que nosotros estamos aquí vociferando. Su sentido de búsqueda seguramente podrá localizarnos y entonces tomar la débil transmisión de Madame en su foco.
La anciana frunció el ceño a la ansiosa muchacha.
—Otras mentes pueden ser igualmente capaces de rastrear la fuente de nuestro grito telepático.
—¡No si lo hacemos a mi manera! —exultó Felice—. Lo que haremos será… a primera hora de mañana, sincronizaremos nuestros relojes, y yo me alejaré diez o veinte kilómetros por la carretera del norte. ¡Entonces simultanearemos nuestros gritos a intervalos predeterminados! Si transmitimos de esta forma, los Tanu no podrán conseguir una localización exacta del doble grito. Pero una operativa como Elizabeth no tendrá ningún problema en separar los esquemas mentales de las dos y rastrear a Madame cuando ella cambie a modo informativo.
—Puede funcionar —dijo Amerie.
El Jefe Burke gruñó.
—Nada de esto tiene demasiado sentido para un pobre viejo picapleitos piel roja como yo. Pero intentémoslo de todos modos.
—Suena bastante hábil —dijo Khalid—, siempre y cuando Felice y Madame puedan mezclar sus cerebros… y contando con que podamos confiar en Aiken Drum para que arregle nuestra preciosa lanzadora de petardos.
—Estáis locos si pensáis contarle todo el plan —dijo Claude.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan cínico, Claude? —se quejó Amerie.
El anciano sonrió.
—Quizá sea porque he vivido tanto tiempo. O quizá he vivido tanto tiempo a causa de ello.
—Claude —preguntó Madame—, ¿confiarías en el juicio de Elizabeth en este asunto?
—Absolutamente.
—Entonces es simple. Esta noche descansamos, mañana intentamos la comunicación. Si conseguimos el contacto, le pediremos a Elizabeth su evaluación sobre el carácter de Aiken Drum y actuaremos según su consejo. D’accord?
Su oscura mirada recorrió todo el círculo. Los otros diez miembros de la expedición asintieron.
—Queda decidido —dijo el Jefe Burke—. Tú, Felice, te irás al amanecer, y programaremos la gran emisión para el mediodía. Te vestirás con toda tu armadura y tomarás a Basil y Uwe y Khalid como tu escolta de torques grises. Si algún Tanu se muestra curioso, simplemente estás buscando a tu tío Max entre los refugiados. Mientras pones algo de distancia con respecto a nosotros, Madame y los demás podemos bajar hasta el embarcadero de Roniah y buscar un barco adecuado. Gert y Hansi saben el tipo de embarcación que necesitaremos.
—No tardéis demasiado en volver al campamento —advirtió Felice—. E intentad conseguir algo más de laca azul en la Feria. El producto que utilizó el Viejo Kawai para recubrir la Lanza está empezando a pelarse.
Se relajaron, y mientras la luna de medianoche se asomaba sobre el Ródano Fitharn el Firvulag regresó con forraje y comida fresca. Madame llevó al pequeño exótico a un lado y le contó todo lo que creyó conveniente de sus planes.
—De modo que —concluyó—, como puedes ver, dentro de unas pocas horas la mayor parte de nosotros nos embarcaremos río abajo, mientras Claude y yo nos ocultamos cerca del Castillo del Portal y aguardamos al día previsto para dar el doble golpe contra los esclavistas Tanu. Y ahora eres libre de dejarnos, amigo mío. Llévate contigo la profunda gratitud de nuestro grupo… y de toda la Humanidad libre. Cuéntale al Rey Yeochee lo que confiamos hacer. Y salúdale de mi parte… adiós.
El hombrecillo se agitó mentalmente, retorciendo entre sus manos su puntiagudo sombrero rojo. Su consciencia alienígena, tan difícil de leer incluso cuando sus pantallas estaban bajadas, se mostraba ahora completamente amurallada. Las imágenes que parpadeaban a través de la casi absoluta opacidad estaban coloreadas con conflictivas emociones.
—Estás turbado —dijo suavemente Madame.
—Angélique… —Las palabras y pensamientos del gnomo eran un revoltijo: miedo amor lealtad desconfianza esperanza duda dolor.
—Mi pequeño y querido amigo, ¿qué ocurre?
—¡Advierte a tu gente! —estalló Fitharn—. ¡Diles que no confíen en ir demasiado lejos! ¡Aunque tengan éxito, diles que recuerden mi advertencia!
Alzó su rostro para mirarla una última vez. Luego desapareció en la noche.