—Este juicio que me piden relativo a ti —empezó Brede.
—¿Sí? —respondió Elizabeth utilizando la voz, como siempre.
—Debe hacerse de acuerdo con su propio destino racial aquí. He visto a mis queridos Tanu y Firvulag unidos y operantes. Ésta es mi visión como la de los más antiguos días, antes de que llegáramos a esta galaxia, a este planeta de la Tierra Multicolor. Este destino ocurrirá, aunque mi prolepsis falle en mostrarme cómo y cuándo… Me gustaría pensar que nos hemos hecho amigas, Elizabeth. Soy profundamente consciente de tu deseo de no mezclarte en nuestros asuntos. ¡Pero no puedo creer que seas un factor externo aquí! ¡Formas parte del esquema! Y también todos los demás, tus compañeros del Grupo Verde, que tan gravemente han influenciado a Tanu y Firvulag e incluso a los pobres perdidos de los lugares salvajes del norte. Puedo ver las líneas del destino tendiéndose hacia una segura convergencia en el Gran Combate dentro de tres semanas. ¡Lo veo, te lo aseguro! Y tu papel… está fuertemente entremezclado en ellas. Pero no como una generadora racial… entonces, ¿como qué?
—Brede, no voy a ser usada. —Incluso con sus pantallas mentales firmes, la determinación tras la afirmación de Elizabeth tenía un fulgor diamantino.
—Entonces elige ayudarnos —suplicó la mujer exótica—. Tu propia raza Humana, tus propios amigos íntimos, se hallan unidos a este clímax.
—Ningún juicio que hagas relativo a mí satisfará a todas las facciones Tanu. Tú lo sabes. Tu Rey Soberano desea su nueva dinastía. Pero la Casa de Nontusvel no se sentirá satisfecha hasta que yo esté definitivamente muerta. En cuanto a mis amigos… ¡parecen tener un mejor control de su propio destino que yo del mío! ¿Por qué no empleas una estricta justicia conmigo, para cambiar, en vez de considerarme como una pieza de ajedrez en tu juego profético? Déjame marchar libre e intacta de este lugar si eso es lo que yo elijo.
Y eso es lo que elijo. Planear por el mundo sola espléndida y en paz.
—¡Pero… el esquema! ¡Te lo repito, lo he visto! No son tus genes los que van a influenciarnos, de modo que tiene que ser algún otro factor. ¡Oh Hermana de la Mente, ayúdame a enfocar mi vacilante visión!
—La presciencia no era una metafunción que fuera comprendida en mi tiempo. Era un talento salvaje. Impredecible. El ver por anticipado era algo peligroso… pero sabíamos que cualquier intento de manipulación de acontecimientos futuros vistos con la presciencia era algo fútil. Quede yo libre o no, tu visión se realizará. De modo que déjame marchar.
Brede pareció no haber oído. Estaban sentadas juntas en la ilimitada habitación sin puertas donde la atmósfera ambiente estaba enriquecida para las necesidades especiales de la exótica. Pero ésta se había puesto rígida y jadeaba en breves exhalaciones mientras sus rasgos se crispaban y su mente parcialmente abierta mostraba un torbellino de rostros —Humanos y Tanu y Firvulag y Aulladores—, todos ellos girando y pulsando en torno a la imagen de Elizabeth, y esas filamentosas líneas generadoras de probabilidad se formaban y volvían a formarse en lo que era casi un tapiz de incoherencia… desordenado, desunificado.
—¡La psicounión! —exclamó Brede—. No los genes… ¡la Unidad mental! —La mente de la Esposa de la Nave resplandeció con una esperanza tan dulce que incluso Elizabeth vaciló en seguir rechazando la empatía.
—¿Qué… qué estás diciendo, Brede?
—¡Ése es tu papel! No importa cuándo mi gente consiga su coalescencia con la Mente local. Ocurrirá. Y cuando ocurra, yo debo ser capaz de guiarles a los ordenados niveles de la unión metapsíquica que formaron las bases de las fuerzas de gobierno de tu propio Medio Galáctico, la reconciliación de las divergentes energías intelectuales en una totalidad orgánica operativa. ¡Tú tienes que enseñarme cómo conseguir esto! Ése es tu papel entre nosotros. Tú guiabas en tu propio tiempo a los niños pequeños a la Unidad. Éste era el foco del trabajo de tu vida, como me has dicho. En tu Medio, las mentes metafuncionales inmaduras no eran dejadas que vagaran y siguieran su propio camino. Eran enseñadas, conducidas, iluminadas. Muéstrame cómo se hacía eso. A fin de que yo pueda estar preparada. Y luego, si aún lo deseas, yo te ayudaré… a abandonarnos.
—No sabes lo que me estás pidiendo, Brede.
—¡Pero ésta tiene que ser la solución! Es una extensión tan elegante, tan lógica, del trabajo que he estado haciendo por mis queridos. ¡Considera cómo están ahora, en su desunión! Mis pobres Firvulag, operantes pero débiles e impotentes, con sus energías psíquicas diluidas en absurdos desvíos. Sus parientes cercanos, los Aulladores, regocijándose en su amarga desesperación. ¿Y acaso los Tanu son muy diferentes cuando a su vez consiguen la auténtica operatividad, proporcionada por sus torques de oro? Tu raza humana operante en la Vieja Tierra hubiera podido perecer si no hubiera sido ayudada in extremis por otras entidades que eran más sabias. Ayúdame, ayuda a mi gente. Y luego, cuando ellos estén preparados, yo también estaré preparada.
—¿Tu presciencia ve esta salida? —inquirió Elizabeth, dudosa.
Brede vaciló. De nuevo respiró fatigosamente.
—Soy… siempre he sido la guía y maestra de mi gente. Incluso en momentos en que no eran conscientes de ello. ¿De dónde puede llegar la Unidad, si no es de mí? ¿Y de dónde puedo aprender yo, si no es de ti?
—Las dificultades serían enormes. No solamente tu mente es exótica y por lo tanto no familiar para mí, sino que también eres una entidad psíquicamente madura condicionada al dispositivo del torque a lo largo de miles de años. Nunca he trabajado con nadie que no fuera Humano. Casi todos ellos eran niños muy pequeños, flexibles aún y capaces de absorber el entrenamiento con un mínimo de catálisis dolorosa. Solamente puedo comparar el proceso con la primera adquisición del lenguaje por parte del niño. Éste es un proceso que parece no requerir casi ningún esfuerzo a un bebé; y sin embargo, cuando un adulto intenta aprender nuevos idiomas sin utilizar métodos sofisticados, tiene que trabajar y sufrir. El traer unas metafunciones latentes a una completa operatividad es infinitamente más difícil. En primer lugar, tienes que volverte operativa… y luego dar un salto mucho más grande al estado de adepto antes de absorber las técnicas de enseñanza de maestro. Puede representar un sufrimiento atroz.
—Lo soportaré si es necesario.
—Incluso aunque sobrevivas a mi educación con tu cordura intacta, no hay garantías de que alcances una operatividad total… y mucho menos el nivel de adepto. Si tus fuerzas fallan en cualquier punto, seguramente morirás. Y entonces, ¿qué será de tu gente?
—No moriré —dijo Brede.
—Hay otras… dificultades técnicas. La catálisis de la que he hablado. No puedo pensar en ninguna fuente algética de suficiente intensidad disponible para nosotras en tu habitación sin puertas.
—¿El dolor? ¿Es ésa la única forma en que puede conseguirse la ampliación psíquica?
—La única forma segura. Hay otras. En mi mundo, los humanos latentes alcanzaban la operatividad cuando algunas psicobarreras eran desbordadas a través de la sublimación de la voluntad hacia la Unidad cósmica. Pero esos otros caminos son inciertos… y en cualquier caso, yo solamente estoy cualificada en esa técnica. Tiene sus raíces en las culturas preliteratas de mi propia era. Los pueblos primitivos de la Vieja Tierra eran totalmente conscientes de que el dolor, soportado estoicamente y con una dignificada aceptación, actuaba como un agente de refino psíquico que abría la recién sensibilizada mente a una sabiduría de otro modo inaccesible… así como al espectro individual de metafunciones.
Un panorama de adeptos pre-Medio parpadeó ante el ojo mental de Brede. Elizabeth le mostró monjes y monjas y profetas y yogis, chamanes y guerreros y líderes consagrados, sanadores aborígenes y videntes de todos los lugares salvajes de la Tierra pre-Intervención… Humanos soportando pruebas autoimpuestas con la creencia de que emergerían transfigurados de ellas.
Elizabeth dijo:
—Cuando nosotros los Humanos alcanzamos una alta tecnología, la utilización creativa del sufrimiento se perdió casi totalmente. La mayor parte de las civilizaciones altamente tecnológicas son celosas en la erradicación del dolor, tanto físico como mental. Hasta el tiempo de la Intervención, muy pocos de nuestros intelectuales le hubieran atribuido ningún valor… y ello a pesar de las enseñanzas de los filósofos primitivos y la innegable evidencia espigada de la antropología e incluso del desarrollo de la propia psicología.
—Mi raza era como la tuya en este aspecto —dijo Brede—. Comprende que hablo de mi planeta natal de origen… no de esos Tanu y Firvulag, que son distintos. Los mejores de los dimórficos aún siguen celebrando los pasos de la vida con pruebas. El propio Combate tiene sus raíces en ello.
—¡Pero de una forma pervertida! ¡Inmadura! Entre las culturas Humanas avanzadas de los tiempos pre-Medio teníamos retorcimientos parecidos. Una forma de sufrimiento físico que era muy estimada era la que soportaban los atletas. Juegos rituales. ¿Ves el paralelo? Pero nuestra raza Humana nunca valoró ninguna forma de dolor psíquico. El que se producía en el proceso normal de la educación era tolerado como un mal necesario… pero había intentos constantes de mejorarlo o eliminarlo completamente. Nunca se les ocurrió a nuestros primitivos educadores que el sufrimiento per se tenía una influencia positiva en el desarrollo mental. Unos pocos grupos religiosos descubrieron cómo el dolor funcionaba como una herramienta para la ampliación mental. Mi propia iglesia tenía un concepto más bien confuso de la oferta algética que al final produjo la adecuada disciplina de resistencia. Pero el fiel veía la algética solamente desde el ángulo espiritual. Cuando algunos de sus practicantes conseguían levitar o leer pensamientos o realizar otras funciones metapsíquicas, todo el mundo se mostraba enormemente azarado.
—Sí… sí. —El gran tocado adornado con joyas asintió. Reminiscencias exóticas flotaron en el vestíbulo mental de Brede—. Nosotros los de Lene también sosteníamos la creencia de que el sufrimiento era malo. Y aquellos que lo negaban eran sadomasoquistas e irremediablemente anómalos. Por ejemplo… ¡esos exiliados! Mi querido y estúpido pueblo. Nunca, hasta ahora, he comprendido completamente mis motivos profundos de adoptarlos y ayudarlos a escapar de nuestra galaxia. Pero ahora resulta obvio que mi prolepsis reconoció ese pequeño núcleo de validez psíquica en su aberrante esquema mental. Los Firvulag especialmente, que soportaban los más grandes rigores en su entorno natural, apreciaban profundamente las pruebas. Y sin embargo… se habían quedado encallados en su evolución mental. Del mismo modo que lo hicieron los Tanu, seducidos por sus torques, y también la mayor parte de los demás miembros de nuestra federación… Como te he dicho, todos excepto los incompatibles abrazaron el dispositivo ampliador de la mente tras la última de las guerras.
Hizo una pausa, tocando el oro en su propia garganta, medio oculto detrás del bajado respirador.
—Y este torque, que parecía algo tan maravilloso, resultó ser un callejón sin salida para la Mente de toda una galaxia. A menos… que la evolución prosiga allí. ¡Y tiene que hacerlo! Pero, Altísima Tana, ¿por qué mi visión es tan débil?
—La dimensión tiempo puede ser mucho más grande de lo que hayas sospechado nunca —dijo Elizabeth—. Nuestro Medio percibía el pasado manifiesto en el presente, el presente manifiesto en el futuro.
—¡Elizabeth! —la voz de Brede era estrangulada—. ¿Seis millones de años? ¡Oh, no!
—Teníamos leyendas. Y está la compatibilidad.
—Y la Nave —susurró Brede—. Le dije a mi querida Nave que eligiera lo mejor.
Alzó su resplandeciente máscara. Las lágrimas rodaron sobre su roja lisura metálica, perdiéndose en la cristalina ornamentación. La mujer permaneció sentada en silencio durante largo rato. Entre ellas, sobre la mesa, descansaba el exquisito modelo de cristal del organismo interestelar que había sido el compañero de Brede. Juntos, los dispares esposos habían compartido una especie de psicounión que, por inadecuada que fuera, había participado en una cierta medida de la auténtica comunión mental que Elizabeth había conocido entre los suyos. Pero la Nave de Brede estaba muerta. Y ella —como Elizabeth— estaba sola.
—Sean cuales sean los riesgos —le llegó la voz amplificada de la oculta boca—, tienes que enseñarme. Sé que la Mente de los míos madurará, del mismo modo que sé que los destinos de Tanu y Firvulag y Humanidad están entrelazados. Quizá la Unidad de mi gente se perfeccione por sí misma antes, o quizá después. Pero tiene que haber un maestro. Si no yo, entonces tú.
Elizabeth llameó irritada.
—¡Oh, no, no puedes! ¡Maldita seas! ¿No puedes comprender cómo son las cosas en lo que a mí respecta? No quiero sacrificarme por tu gente. ¡Ni siquiera por mi propia gente! ¿No puedes aceptar que la operatividad no es lo mismo que la santidad?
—Ha habido santos entre los tuyos.
La persona detrás de la máscara pareció fundirse, cambiar. Elizabeth se envaró, impresionada por el empuje metafórico que repudió instantáneamente.
—¡No! No puedes engañarme de esta forma. ¡Tú no eres una santa, y yo tampoco! Soy una mujer normal con imperfecciones normales. Hubo un tiempo en que era capaz de llevar a cabo un trabajo no normal debido a que mis talentos naturales fueron entrenados para él. Pero nunca hubo ninguna… consagración. Cuando parecí perder mis habilidades, no ofrecí mi pérdida e hice lo mejor que pude con ella. Elegí esta ruta del Exilio. ¡Soy una inconstante, y me alegra serlo! Verme atrapada aquí en el plioceno, separada para siempre de la Unidad, con mis metafunciones restauradas y una serie de monstruos mordisqueándome los talones es un chiste cósmico. ¡Y tú también, quienquiera que seas! ¡Y sigo queriendo que me devolváis mi globo!
¿Y eso es suficiente para ti que no amas a nadie que no eres amada por nadie oh voladorahuidora Elizabeth?
—Amé una vez, y sufrí la pérdida. Una vez fue suficiente. El amor cuesta demasiado. No seré una madre para tu gente. Ni física ni mentalmente.
La mente y la máscara de Brede reflejaban solamente a Elizabeth.
Había una amarga risa mental agazapada bajo el habla vocal de la mujer Humana:
—¡Oh, eso es hábil de tu parte, Dos caras! Pero la maniobra no va a funcionar. Lo sé todo acerca de mi pecado olímpico de egoísmo. Pero no puedes probar que mi deber se orienta hacia tu gente, o hacia la Humanidad exiliada, o hacia cualquier hipotética mezcla de las dos razas.
Brede alzó las manos. La máscara cayó, y sólo hubo la triste y paciente sonrisa.
—Entonces ayúdame a realizar mi deber, que se orienta hacia todos ellos. Enséñame.
—Nosotras… no disponemos de una fuente de dolor lo suficientemente intensa.
—Disponemos de ella. —La determinación de Brede era inconmovible—. Está la traslación hiperespacial. Mi cuerpo puede sostenerse en las superficies del continuo durante tanto tiempo como sea necesario. Dispongo del legado de la competencia de mi Esposo. No requiere ningún mecanismo el expandirse a toda la dimensión de esta galaxia. Nunca he tomado en cuenta utilizar el poder de traslación antes de ahora, simplemente porque estaba fuera de cuestión el abandonar a mi gente. Y por supuesto no los dejaré tampoco ahora. Regresaré.
—Si el intento de ampliación mental no te mata.
—Estoy dispuesta a correr todos los riesgos, a sufrir todo lo que sea necesario.
—¿Cómo puedes amar tanto a esos retorcidos bárbaros cuando ellos nunca han podido apreciar lo tú que haces por ellos? —exclamó Elizabeth.
Tan sólo la sonrisa, y la invitación a entrar en su mente.
Con gran reluctancia, Elizabeth dijo:
—Hay otra cosa que no he mencionado. El maestro… comparte la prueba.
Oh Elizabeth. No lo sabía. He sido presuntuosa y debes perdonarme. Ahora veo que no tengo derecho…
Elizabeth interrumpió el pensamiento de protesta con bruscas palabras.
—Brede, voy a morir. Incluso aunque huya de aquí, tu queridísima gente va a perseguirme más pronto o más tarde y terminar conmigo. De modo que… ¿por qué no? Quizá, si tengo éxito contigo, esto pueda convertirse en una especie de epitafio. Si estás dispuesta a correr el riesgo de la prueba, acepto. Serás mi último estudiante. Y si tu visión de la unión del destino racial se cumple, quizás incluso puedas llegar a ser mi justificación.
—Nunca pretendí causarte más dolor. Y lo siento.
—Bien… no malgastes tus sentimientos. —El tono de Elizabeth era irónico—. ¡Cada pizca de sufrimiento es valiosa! ¿Estás segura de que puedes efectuar la traslación?
La mente de Brede se lo mostró. Elizabeth no podría acompañar físicamente a la viajera exótica, por supuesto. Pero su mente permanecería mezclada con la de Brede para canalizar los fuegos neurales.
—Cuando estés lista —dijo la Esposa de la Nave— podemos partir.
El techo de la habitación sin puertas se abrió. Allá, hacia el sur, se hallaba el lechoso río del Plano Galáctico. Y tras sus nubes de polvo, el Eje; oculto más allá estaba el otro brazo de la espiral, casi a un centenar de miles de años luz de distancia.
—Todo el camino hasta el otro lado —dijo Elizabeth—. Ahora.
… Y allí estaban, en un instante y para siempre, extendidas a lo largo de toda la amplitud del torbellino de estrellas, en equilibrio entre el limbo gris y el negro y distorsionado espacio salpicado de lentejuelas. Los átomos del cuerpo físico de Brede se habían vuelto más tenues que la rarificada niebla atómica que flota en el vacío entre las estrellas y vibra con el grito de nacimiento del universo. La mente de la Esposa de la Nave gritaba en la misma frecuencia que las agonizantes partículas. Y de este modo se inició la expansión.
Iba a ser mucho más difícil porque los poderes latentes de Brede eran tan grandes. Todos los bien asentados circuitos psicoenergéticos procedentes de su torque debían ser redirigidos a través de los laberintos sincitiales de la corteza, reeducados a la operatividad a través de la llama refinadora del dolor definitivo que el universo podía infligir a una criatura pensante y sentiente. Soportando aquello, Brede debía pasar en un corto tiempo por un proceso que normalmente tomaba varios años. Pero el dolor en sí mismo carecía de valor a menos que pudiera ser mantenida la disciplina y la divergencia de la red mental mantenida firmemente bajo control. Aquí era donde la guía de un hábil maestro era absolutamente importante. Mientras el gran poder redactor de Elizabeth sujetaba la pulsante psique y le impedía desintegrarse, también dirigía los llameantes nuevos miembros de Brede como si fueran incontables antorchas consumiendo los acumulados restos corticales de una vida de 14.000 años de longitud.
La mente de la operativa, inmutable en la mutua angustia, condujo y abrazó la de la aspirante. Las dos colgaban unidas en el infierno entre el auténtico espacio y el hiperespacio, donde tan sólo hay una dimensión, y las sensaciones que reciben todos los seres sentientes de todas las razas conocidas solamente es dolor…
El proceso siguió y siguió, simultáneo y eterno de acuerdo con su compartida consciencia subjetiva. Brede supo en su agonía que se estaban produciendo cambios dentro de su alma… pero no pudo alzarse lo suficiente por encima del fuego como para estudiarse a sí misma. Solamente podía aceptar y afirmarse y seguir siendo fuerte, esperando que cuando terminara el sufrimiento su mente siguiera viviendo en el universo físico.
El dolor disminuyó.
Ahora Brede sintió las aferrantes energías de Elizabeth relajarse y hacerse más suaves. Fue consciente de otras fuerzas vitales junto a las de ellas dos, pareciendo cantar en medio de la disminuyente llama. ¡Qué extraño! ¿Y qué era eso? Allí, muy lejos, más allá del grisor y de la negrura y el zumbido de la canción megatonal y la extensión de invisible y evanescente fuego había un atisbo de resplandor que podía estar aproximándose; y a medida que su percepción era más clara, más irresistible se volvía. Brede abandonó la disciplina, olvidó todo su yo en la repentina ansiedad por alcanzarlo, por ver y unirse a aquello, ahora que era capaz de la Unidad…
Regresamos.
Oh no Elizabeth déjame ir…
Hemos alcanzado el límite. Regresa conmigo.
No no nos exiliaremos juntas sigue conmigo hasta el final y únete más allá del dolor donde nos espera ese amor…
Debemos regresar. Voy a arrastrarte de vuelta. No te resistas.
No no no no…
Déjalo. Deja de mirar. No puedes conseguir eso y vivir. Vuelve ahora sométete a mi redacción vuela de regreso a través de esa extensión no te resistas Sancta Illusio Persona Adamantis ora pro nobis estés donde estés sométete Brede sométete a mi guía descansa en mí ya casi estamos… ya casi…
La Esposa de la Nave permanecía sentada sin su máscara al otro lado de la mesa, frente a Elizabeth.
—Se ha ido. Se ha ido. Me apartaste de ello.
—Era necesario para ambas. Y la culminación del dolor en tu prueba. Que fue un éxito.
Las lágrimas resbalaron por el rostro de Brede. Hubo un lento reavivar tras una casi extinción, y un pesar que formaría parte de ella, al menos, hasta su muerte. En el silencio de la habitación sin puertas, Brede se recuperó.
Había una abertura y una invitación. Brede se aventuró dentro, luego lanzó un fuerte grito cuando conoció la primera auténtica Unión con una mente de la Tierra.
Así que eso es… así es cómo.
Sí. Te abrazo Hermana.
La mujer exótica apoyó la punta de los dedos en el muerto oro en su garganta y soltó el cierre. Mantuvo el abierto torque al extremo de su brazo extendido por un momento, antes de depositarlo sobre la mesa al lado de la reproducción de la Nave.
Vivo. Funciono libre débil como un niño tambaleándose sobre sus piernas al dar los primeros pasos pero las metafunciones han sido liberadas y hay una tal riqueza y la Unidad es dosenuno ahora pero más tarde cuando conozca a la Mente amada…
Habrá un desarrollo espontáneo con alegría en vez de dolor hasta que sea llenada toda tu capacidad. Esto último está sujeto a las limitaciones de tu cuerpo físico tanto como al estado de la Mente local. Puesto que amas ya a la Mente, serás capaz de seguir adelante sin ninguna disminución. Esto es algo que yo no puedo hacer.
Y eso que vi…
Lo que la mayoría de nosotros operantes o no veremos y poseeremos en último extremo. No muchos aspirantes captan un atisbo de ello. Afortunadamente.
Una vez más, las dos mujeres permanecieron sentadas en silencio mental.
—No hay ningún recuerdo de angustia —dijo finalmente Brede en voz alta—. Pero puedo ver que no debía haberlo. La guía y la aceptación son absolutamente importantes en diferenciar la miseria no productiva de la purgación creativa. Y después de eso viene la alegría. Sí… eso también es lo que una debe esperar. No simple ausencia de dolor, sino éxtasis.
—Casi todos los Humanos maduros son conscientes de la delgada línea divisoria entre las dos cosas… aunque no puedan comprender qué hacer con ella. Si lo deseas, como parte de tu educación posterior, compartiré algunos conceptos de la esencia del Medio que nuestros filósofos y teólogos han debatido.
—Sí. Tienes que mostrarme todo lo que puedas. Antes de que… te vayas.
Elizabeth rechazó el gambito.
—La psicología de cada raza sentiente saborea la teosfera de una forma única. Podemos estudiar el posible nicho que tal vez ocupe tu pueblo. Y ahora que somos dos, podemos hacer lo que ningún operativo aislado puede hacer… compartir la esencia de una forma limitada. Será diluida porque la Mente del plioceno es aún tan infantil, pero la encontrarás maravillosa.
—Ya es maravilloso —dijo Brede—. Pero lo primero que debo hacer con mi enriquecida habilidad es mirar de nuevo a lo largo de las líneas de probabilidad en busca del importante esquema que no estaba claro. ¿Querrás unirte a mí?
Maestra y alumna se desvanecieron. Resonaron puertas mentales.
—¡Debía haberlo sabido! Brede, eres una estúpida increíble.
La mente de la mujer exótica estaba completamente abierta, pero Elizabeth no penetró en ella, no miró.
—Abandono tu habitación sin puertas —dijo Elizabeth—. Voy a ir al encuentro de tu Rey y decirle cuál es tu juicio respecto a mi destino. Tu nuevo juicio. Y voy a encontrar el globo, y en el momento adecuado abandonaré este lugar.
Brede inclinó la cabeza.
—Yo te devolveré tu globo. Y si lo deseas, trataré con la Casa de Nontusvel. Por favor… déjame ir contigo a ver al Rey.
Muy bien.
Ambas salieron y se detuvieron de nuevo brevemente en el promontorio que dominaba la Llanura de Plata Blanca. La sal estaba llena de luces en miniatura. A medida que se acercaba el Gran Combate, las tiendas de los Firvulag crecían. Aunque estaban en mitad de la noche, podían captar mentalmente las caravanas de pertrechos flanqueadas por ramas que descendían lentamente la ladera sur de la ciudad hacia el campamento temporal. Las plataformas de descarga a orillas del lago estaban iluminadas, y había luces también en el agua.
Brede estudió la escena, enmascarada e inescrutable.
—Sólo tres semanas hasta el Gran Combate, y luego todo quedará resuelto.
—Tres semanas —repitió Elizabeth— y seis millones de años.