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El campamento de refugiados y hospital de campaña había sido instalado en la zona de estacionamiento de antes de la invasión, en las tierras bajas junto al Rhin. Con el repliegue de los Tanu al Castillo del Portal y la retirada de los humanos leales de Finiah a los fuertes del lago, la orilla del río era bastante segura mientras durara la tregua. La sabiduría del Viejo Kawai había dictaminado que los infortunados no fueran llevados hasta el refugio de Manantiales Ocultos.

—Es un asunto de simple psicología —le dijo a Peopeo Moxmox Burke—. Si los llevamos a nuestro cañón querrán quedarse allí, donde hay alojamiento dispuesto y un vestigio de civilización. Pero no podemos alimentar indefinidamente a quinientas o seiscientas personas, ni pueden nuestras construcciones ni instalaciones sanitarias acomodarse a un tal número. ¡Y los Firvulag están trayendo nuevos rezagados cada día! No… esos refugiados deben ser motivados para que establezcan nuevos asentamientos por su propia cuenta. Por esta razón debemos reunimos en un campamento espartano, cuidar de sus incapacidades, proporcionarles equipo y guías, y dispersarlos tan rápidamente como sea posible antes de que termine la tregua post-Combate y los Tanu inicien sus contramedidas.

Fue Khalid Khan quien lanzó la sugerencia de la Ruta del Hierro. El metalúrgico señaló que la zona selvática de la fundición debía convertirse en el emplazamiento de una nueva fortaleza Humana. Otros asentamientos más pequeños podían instalarse a lo largo de la orilla del Mosela para asegurar el enlace entre la fundición y Manantiales Ocultos.

—Contando con que los Tanu no regresen con un golpe de fuerza inmediatamente después del final de la tregua —dijo Khalid—, podemos asegurar toda esta región para la Humanidad Inferior produciendo grandes cantidades de hierro. Los refugiados pueden sostenerse a sí mismos fabricándolo una vez los hayamos ayudado a establecerse. Creo que podemos contar con que los Aulladores se retiren una vez corra la voz acerca del hierro. Pero una Búsqueda masiva Tanu sería otro asunto, por supuesto.

—Si las siguientes dos fases de mi plan tienen éxito —dijo Madame Guderian—, no habrá ninguna Búsqueda.

A los siete días del ataque sobre Finiah, Madame Guderian y el Jefe Burke llegaron a lomos de chalikos para encontrarse con Kawai para una última vuelta de inspección al campo de refugiados antes de continuar hacia el sur. La vieja mujer y el alto nativo americano desmontaron y ataron sus animales a unos arbustos cerca de la corriente de agua, luego caminaron con el anciano japonés hacia la arboleda con sus hileras de cobertizos con techos de palma y otros refugios más bien escuálidos. La zona empezaba a verse llena de basura y olía fétidamente.

—Hemos intentado hacer que los refugiados limpiaran la zona —dijo Kawai en voz baja—, pero muchos de ellos se hallan aún impresionados y deprimidos y en un estado de indiferencia total hacia su higiene personal y un comportamiento civilizado. Ayer tuvimos algunos problemas, como sin duda te habrá comunicado el Jefe Burke. Un grupo de quizá unos cuarenta, conducido por cinco soldados grises destorcados, insistieron en que se les permitiera dirigirse al fuerte del río Onion en el lago. Les procuramos una escolta de Firvulag y los dejamos marchar. Hubiera sido inútil intentar detenerlos.

—¿Perdimos a alguno de los doctores? —Madame se mostró ansiosa—. ¿O a los técnicos en cristal?

—El personal médico se quedó con nosotros —dijo Kawai—. No habían sido esclavizados voluntariamente. Uno de los sopladores de cristal se ha ido. Hemos perdido también al impresor, varios albañiles de talento, y algunos tejedores y joyeros.

La vieja mujer intentó sonreír.

—Al menos no echaremos en falta a los últimos. —Su voz era ronca, y tosía a menudo. Durante el bombardeo aéreo de Finiah, mientras yacía inconsciente en el suelo del volador, había inhalado humos de los materiales de la cabina incendiados por las bolas de luz de Velteyn. Al contrario que Claude y Richard, ella no había resultado seriamente quemada; pero Amerie estaba profundamente preocupada por el daño que hubieran podido sufrir los pulmones de Madame, y que no podía ser adecuadamente tratado con los medicamentos y equipo que tenía a mano. La anciana se negaba también a descansar, y estaba obstinadamente decidida a participar personalmente en la siguiente fase de su plan. La apariencia juvenil proporcionada por su último rejuvenecimiento había empezado a desvanecerse, y ahora mostraba profundas arrugas en su frente y a los lados de su delgada boca. La pérdida de sustancia facial había convertido sus pómulos y su aguileña nariz en llamativas prominencias. El torque de oro oscilaba libremente en torno a su delgado y nervudo cuello.

—Quedan con nosotros en el campamento unas quinientas almas, la mayor parte en buena salud física pese a su confuso estado mental —dijo Kawai—. Mi opinión, así como la de tres de los médicos liberados, es que esa gente se recuperará una vez se dedique a alguna acción positiva. Empezaremos dispersando a los más fuertes dentro de los próximos tres días. Viajarán con Homi y Axel y Philemon al asentamiento de los trabajos con el hierro en Nancy. Otros de los nuestros y algunos de los voluntarios que quedan acompañarán a este grupo con provisiones. Si todo funciona tal como está planeado, tendremos al menos el cascarón de un poblado fortificado erigido en menos de dos semanas. Varios asentamientos más pequeños serán construidos entre aquí y Nancy tan pronto como Philemon y Axel puedan entrenar a los trabajadores.

Madame asintió.

Bien, entendu. Pero recuerda… ¡la producción del hierro debe tener prioridad! No debemos ahorrar nada en animar a aquellos refugiados que estén dispuestos a emprender su trabajo. Debemos equipar a todos los Inferiores con armas de hierro tan pronto como sea posible.

Caminaron por entre las improvisadas chozas hacia un tributario del Rhin, donde había sido erigida la tienda del hospital. Muchos de los refugiados salieron de sus refugios y se quedaron allí en silencio, observando pasar a Madame. Ella los fue saludando con la cabeza y ocasionalmente pronunció algún nombre, porque casi toda aquella gente había pasado por el albergue en el tiempo en que ella lo regentaba… e incluso aquellos a los que ella no conocía personalmente sabían muy bien quién era ella.

Algunos sonrieron. Un cierto número de rostros mostró una abierta hostilidad, y un hombre escupió y le volvió la espalda. Pero la mayor parte la observaron con un apático torpor que hizo que el corazón de la anciana se encogiera.

—¡Lo que hicimos fue lo correcto! —Apresuró el paso entre Burke y Kawai, los brazos rígidos a sus lados—. Tenían que ser liberados. Se acostumbrarán a ello pronto y volverán a sentirse satisfechos.

—Por supuesto —dijo el Jefe Burke amablemente.

—Se hallan aún profundamente impresionados por todo lo sucedido —dijo Kawai—. Debemos comprenderlos. Muy pronto nos darán las gracias por su liberación de la esclavitud.

—Muchos seguirán odiándome, sin embargo. —La voz de la mujer era átona—. Primero por haberlos enviado a la esclavitud, y ahora por haberlos liberado, arrojándolos a una nueva incertidumbre. Su miseria pesa profundamente en mi conciencia. Si no les hubiera permitido cruzar la puerta del tiempo, su tragedia no se hubiera producido nunca.

—Hubieran hallado otra forma de convertirse en unos miserables —dijo Burke—. ¡Mírame a mí! El último de los shmohawks, por el amor de Dios. No más wallawallas después de que el Gran Jefe pase a los Felices Terrenos de Caza… así que dramatizo la situación convocando una conferencia de prensa y diciendo a los podridos rostros pálidos: «Ya no lucharé más.» Ni un solo ojo seco en la tridi en una docena de planetas yankis mientras el noble jurista nativo americano hace su gesto. Pero más tarde recibo una nota del consejo tribal de los yakimas diciéndome que me vaya al infierno de una vez y deje de decir tonterías.

—Todos nosotros hemos sido estúpidos, Angélique —dijo el Viejo Kawai—. Pero no tienes que culparte por ello. Sin tu puerta del tiempo como una salida honorable, lo más probable es que yo hubiera terminado suicidándome. Y eso quizá sea cierto para muchos de nuestros exiliados. En vez de hacerme el harakiri vine aquí… y es cierto que tuve que soportar mucho sufrimiento al principio, mientras era cautivo de los Tanu. Pero luego, tras mi huida, conocí también grandes alegrías. He aprendido que puede hallarse la felicidad en el servicio a los demás. Sin ti, sin tu puerta del tiempo, hubiera terminado mis días como el egoísta que fui durante toda mi vida. Quizá todavía siga siendo un estúpido. Pero soy un estúpido que ha conocido a grandes amigos y la auténtica paz.

Madame bajó la cabeza.

—Sea como sea, yo no encontraré mi propia paz hasta que expíe mis culpas de la forma que considero que debo hacerlo. La esclavitud de los torques grises y platas debe ser abolida. Y la puerta del tiempo debe ser cerrada. Hemos iniciado el camino aquí en Finiah… ¡pero veré su final o moriré!

Empezó a toser violentamente, y su rostro adquirió un tono blancoazulado.

—¡Maldita sea! —murmuró Burke. La cogió en brazos y echó a correr hacia el refugio del hospital de campaña, una gran tienda hecha con docenas de láminas de durofilm cosidas entre sí formando un pabellón con los lados cubiertos.

—¡Déjame en el suelo, Peo! ¡Estoy bien! —Se agitó entre sus brazos.

Kawai, trotando delante de ellos, trajo a un hombre moreno de cansados ojos y un estetoscopio preparado.

—Ponla sobre la mesa de tablas —dijo el médico. Tras examinar el estado de los pulmones de la mujer, el doctor dijo—: ¡Si no te cuidas un poco, te ahogarás en tus propias mucosidades! ¿Me has oído? ¿Has estado haciendo los ejercicios de drenaje que te prescribió Amerie?

—Son indignos.

¡Mashallah! ¿Oís a la mujer? —Se rascó un irritado círculo de piel bajo su nuez de Adán, allá donde había estado el torque gris—. Vosotros, muchachos… ¡metedle un poco de sentido común en la sesera!

Extrajo un minidosificador y lo aplicó a la yugular de la mujer.

—Eso ayudará un poco. Pero solamente el descanso le permitirá a tu cuerpo arrojar todo ese líquido de tus pulmones. Ahora, ¿vas a portarte bien?

Hélas, Jafar chéri! —dijo Madame—. Hay asuntos que requieren mi atención. —Ignorando sus protestas, bajó de la mesa y dio una vuelta por el hospital, donde la mayor parte de los rostros la miraron cálidamente. Una mujer ostensiblemente embarazada, tendida en un camastro y vestida con los restos de un espléndido traje cortesano, tomó una de las manos de Madame y la besó.

—Gracias a Dios que nos liberaste. —La mujer se echó a llorar—. Doce años. Doce años viviendo una pesadilla… y ahora todo ha terminado.

Madame sonrió y retiró suavemente su mano de entre las de la mujer.

—Sí, para ti ha terminado, querida chiquilla. Eres libre.

La mujer dudó.

—Madame… ¿qué voy a hacer con eso cuando venga? Hay otras mujeres también en mi misma situación. Yo estoy muy cerca del parto. Pero las otras…

—Cada una de vosotras deberá hacer su propia elección. Los principios de mi fe aconsejan tener al niño. Después de todo, él es inocente. Luego… quizá lo más juicioso sea seguir la propia costumbre Tanu.

—¿Quieres decir que debo entregárselo? —susurró la mujer embarazada.

—Los Firvulag te ayudarán. —Madame alzó los ojos al doctor—. ¿Te ocuparás de ello, si es eso lo que ella decide?

—Lo haré.

La anciana se inclinó y besó con suavidad la frente de la futura madre.

—Ahora debo emprender un largo viaje. Quizá quieras rezar por… mi llegada sana y salva a mi destino.

—Oh, sí, Madame. Y se lo diré a las otras.

Con un pequeño gesto de adiós, la anciana se alejó. El doctor la siguió hasta la puerta de la tienda, donde aguardaban Kawai y el Jefe Burke.

—Ahora están en tus manos, Jafar chéri. Tú y Lucy y Lubutu tenéis que cuidar de ellos, puesto que Amerie vendrá al sur con nosotros.

El médico agitó desanimado la cabeza.

—¿Sigues decidida a ir? —Miró impotente a Burke—. Es una locura.

—Debo seguir adelante con mi plan —insistió ella—. Partiremos temprano mañana por la mañana. Sólo quedan tres semanas de tregua, y no hay tiempo que perder.

—¡Si no piensas en ti misma, piensa en el resto de nosotros! —dijo Burke—. Teniendo que preocuparnos por ti y cuidarte. Seguro que Amerie actuaría juiciosamente y se quedaría en Manantiales Ocultos si no creyera que la necesitas.

Angélique Guderian alzó la vista con afecto hacia el enorme piel roja.

—No me atraparás con tu lengua partida, mi pequeño salvaje. Ahora que Felice ha vuelto de Finiah con su obediente horda de chalikos, cabalgaremos cómodamente hacia el sur. En cuanto a Soeur Amerie, ella tiene sus propias razones para desear participar en la operación, como las tienen los demás voluntarios. ¡Así que adelante! Au 'voir, Jafar. Vamos al poblado a completar los últimos arreglos. —Echó a andar hacia la puerta del hospital.

—¡Reconsidéralo, Madame! —gritó el doctor tras ella. Pero la mujer se limitó a reír.

El Viejo Kawai se alzó de hombros mientras echaba a andar tras ella.

—Has visto que es inútil discutir con ella, Jafar. Y tal vez, cuando seas tan viejo como Peo Burke y yo, comprenderás por qué piensa que debe terminar este asunto ella misma.

—Oh, lo comprendo —dijo el doctor—. Demasiado bien.

Regresó al cobertizo, donde la futura madre había empezado a gemir.