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Sharn-Mes, el Joven Campeón, contempló la tumultuosa escena en el Salón del Rey de la Montaña y agitó la cabeza en divertida maravilla.

—Simplemente mira a ese grupo de tipos enrojecidos. Van a necesitar al menos tres días para quitarse de encima estos tres días de borrachera. ¿Sabes, Ayf?, esto va a hacer estragos en nuestros planes de viaje. Las armaduras y armas van a tener que ser reparadas antes de que emprendamos el camino al sur a menos que queramos presentarnos en el Gran Combate con el aspecto de pordioseros.

—Aún tenemos mucho tiempo. —Ayfa, la líder de las Ogresas Guerreras, atrajo hacia sí la jarra de aguamiel y volvió a llenar su vaso—. Los chicos y chicas merecen una celebración. Son cuarenta años desde que tuvimos la última vez algo que mereciera la pena que nos emborracháramos por ello. ¿Qué importa si nos perdemos algunos de los preliminares allá en la Llanura de Plata Blanca? Esos culos gordos de ahí no van a empezar nada importante sin nosotros.

—Supongo que nos merecemos una fiesta —admitió Sharn.

Los dos grandes capitanes estaban apartados en una cómoda galería que normalmente albergaba a los músicos en las fiestas formales. Pero no había nada formal en lo que estaba ocurriendo debajo de ellos, todos los veteranos Firvulag de la breve campaña de Finiah, junto con la mayoría del resto de los ciudadanos del Alto Vrazel, parecían haberse reunido en la caverna de audiencias reales para festejar la inesperada victoria.

La oscura cerveza y el aguamiel y el aguardiente de moras manaban de estalacmitas huecas directamente a las jarras de aquellos concelebrantes que aún se mantenían en pie. Aún quedaban las suficientes pastas, carnes y otras comidas como para hacer que las mesas de roble crujieran bajo el peso. Una multitud frente al vacío trono del Rey Yeochee estaba jugando a una variante de la gallinita ciega en la cual la encapuchada mujer protagonista se había tomado el título del juego de una forma completamente literal. Otra carcajeante multitud rodeaba a los dos héroes de la batalla, Nukalavee el Sin Piel y Bles Cuatro Colmillos, que rivalizaban entre sí para ver cuál era capaz de crear el cuerpo ilusorio más ridículamente obsceno. Los espectadores concedían sus puntos entre risas, vítores y ocasionales arcadas.

Algunos juerguistas más serios (y los borrachos sentimentales) estaban reunidos en torno a un bardo enano y jorobado que había llegado hasta el verso ciento sesenta y cinco de una lúgubre balada de predestinados amantes Firvulag. Las almas más alegres maquinaban nuevas e ingeniosas estrofas a la canción de taberna preferida por los soldados, «Una princesa nunca debe tener pulgas», detallando las excentricidades que la demoiselle real podía esperar legítimamente que le llegaran junto con su despulgado. Los guerreros heridos en la batalla, mimados por pequeñas y regordetas muchachas, alardeaban de sus últimas proezas. Aquellos que se habían quedado en casa debido a los años murmuraban a sus cervezas que la conquista de Finiah no podía compararse con algunas antiguas acciones en las que ellos habían participado en los buenos viejos días.

La Reina Klahnino supervisaba la operación de retirada de los concelebrantes que habían caído ya, y que eran arrastrados hasta alcobas y apilados mejilla contra mejilla para que durmieran la borrachera. El Rey Yeochee iba de un lado para otro descalzo y con un manchado traje dorado, la corona torcida sobre una oreja, besando a todas las damas y también a un número bastante considerable de caballeros. Pallol el Maestro de Batalla, aún desdeñoso de la empresa pero siempre a punto para una fiesta, había sucumbido a un exceso de cócteles… otro legado de los insidiosos Inferiores. Permanecía echado roncando en la gruta de cristal del Rey, con su enorme cabeza descansando en el regazo de la resignada concubina, Lulo.

—Sí —repitió finalmente Sharn para sí mismo—. Definitivamente nos merecemos la celebración… ¿Qué crees que estarán haciendo los Inferiores?

—Echaré un vistazo —dijo Ayfa, que poseía mayor visión a distancia que la mayoría de su raza. Era una agradable criatura si uno prescindía de los excesivamente desarrollados músculos de sus brazos, una consecuencia de sus proezas con la espada de dos manos. Su pelo tenía el color del albaricoque y su ancho rostro estaba lleno de pecas. Como la mayor parte de los Firvulag, poseía unos oscuros y parpadeantes ojos. Se había quitado la armadura y llevaba una arrugada faldita corta y una blusa entre carmesí y rosado, que hacía juego con su pelo—. Sí, aquí están. Los prisioneros Humanos, o refugiados, o como los llames, han sido instalados en el antiguo campamento. Pero Burke y sus camaradas están encaminándose a través del Paso de la Hondonada hacia Manantiales Ocultos. Les está lloviendo a cántaros.

—Bien —dijo Sharn—. Quizá se les oxide todo su perecedero hierro. —Dio un largo sorbo de su jarra y se secó los labios con su velluda mano—. Maldita sea, Ayf, ése es un mal asunto… utilizar el metal-sangre. ¡Sin precedentes! ¿Sabes?, cuando atrapamos a ese grupo de ingenieros Tanu cerca de la fundición, uno de ellos dejó escapar una maldición realmente fuerte antes de morir. Aún puedo oírlo. «La Diosa nos vengará. Malditos sean a lo largo de toda la edad del mundo aquellos que recurren al metal-sangre. Una marea de sangre los abrumará…»

—Bien, me parece que la maldición es para los Humanos, no para nosotros. Siempre planeamos pasar a los Inferiores por la espada una vez hubieran servido a nuestros propósitos.

—¡Pero no hemos dudado ni un momento en utilizarlos, a ellos y a su hierro, mientras tanto! Odio eso, Ayfa. Es una forma Inferior de presentar batalla, no nuestra forma. El viejo Pallol no deja de quejarse de cómo hemos renunciado a nuestro antiguo honor luchando al lado de los Humanos… y cómo el hierro es algo tan obsceno que ha convertido en una burla toda nuestra filosofía del combate. No puedo por menos que estar de acuerdo. ¿Cómo puede ser gloriosa la guerra con un arma tan innoble? Sitúa a los más poderosos héroes Firvulag o Tanu al mismo nivel que cualquier mequetrefe Humano medio muerto de hambre con un arco y un carcaj de flechas. ¡No es justo!

Ayfa lanzó un gruñido.

—Supongo que los Tanu sí han estado luchando lealmente… ¡con sus chalikos y sus perros-oso que han convertido las Cazas en masacres! ¡O la caballería o los aurigas Humanos en el Gran Combate que nos han sacado la mierda del culo a patadas cada vez durante los últimos cuarenta años!

—Ahhh. ¡Vosotras las mujeres nunca habéis apreciado las excelencias de la caballería!

—No… nosotras siempre hemos estado dispuestas a luchar sucio para vencer. —La guerrera se sirvió otro gran vaso de aguamiel—. Y hablando de eso… ¿viste cómo la infantería Inferior luchó contra el Enemigo montado en Finiah?

Sharn reconoció el hecho con un hosco asentimiento de cabeza.

—¡Completamente antideportivo! Ésa no es nuestra forma de hacerlo.

—A la mierda nuestra forma de hacerlo. Los chalikos no eran tampoco la forma de hacerlo de los Tanu, hasta que llegaron los domadores Humanos… Ahora escúchame, chico grande. No van a haber armas de hierro para ayudarnos en el Gran Combate este año, pero puedes apostar lo que quieras a que adoptaremos esas nuevas tácticas antichaliko de los Inferiores. ¡Esas tropas de torques grises van a llevarse una buena sorpresa! Ya he hecho que los armeros empiecen a trabajar en la modificación. Es la cosa más fácil del mundo.

—Puede marcar una diferencia —admitió Sharn—. Si podemos conseguir que los guerreros lo acepten.

—Te dejaré a ti la persuasión —dijo la mujer, sonriendo. Luego su expresión cambió—. Quédate quieto un minuto mientras vuelvo a mirar a los Inferiores que vuelven de Finiah… Capté casi a unos trescientos irregulares supervivientes cruzando el paso y quizá dos veces ese número de cautivos y heridos en el campamento junto al Rhin. La mayor parte de los refugiados son cuellos desnudos… No, espera. Algunos van también bien vestidos. ¡Maldita sea, son ex grises o platas a los que les han retirado los torques! No combatientes. Quizá tipos científicos, especialmente artificieros. ¡La vieja Madame Guderian sabrá hacer buen uso de ellos, puedes apostar lo que quieras!

—Pero me pregunto cuántos de estos ciudadanos liberados le serán leales. —Sharn se mostró escéptico—. Los Humanos que ansiaban la libertad tendían a ser en su mayoría recién llegados y psicos. La gente que llevaba un tiempo ahí se había acostumbrado a la dominación Tanu incluso aunque no llevaran torques. Una vida de libertad en el bosque va a parecerles tan atractiva a esos indolentes como una batería de colmenas.

—Silencio. Estoy buscando a Felice.

—Oh, ésa. Tendrías que tenerla entre tus guerreras si…

—… si encuentra un torque de oro y se vuelve metapotente. ¡Estrangularía a ese Yeochee por pasarme el trabajo sucio! Como si el Combate no fuera ya suficiente para nosotras en estos momentos… Oh-oh.

—¿La has encontrado?

—Está en una de las estancias de la mansión de Velteyn. Lleva un torque. Y está despojando a un cadáver de su armadura de cristal. Demasiado para las ideas de Yeochee. ¡Esa chica va una cabeza por delante de él, haciendo sus propios planes de Combate!

—Alegrémonos. —Sharn se puso en pie, bostezó ostentosamente, y se rascó el peludo pecho por entre el abierto delantero de su túnica—. Sea como sea, te has librado de ella. Le tomará un cierto tiempo acostumbrarse al torque. Y no hay ninguna garantía de que sus metafunciones latentes corran parejas con su valor, en cualquier caso. Incluso aunque dirigiera el asesinato de Epone y ayudara a recuperar la Lanza, sigue siendo solamente una muchacha. Quizá ejercer coerción sobre los animales sea el único poder que consiga.

Ayfa volvió a enfocar sus ojos.

—Sólo Té lo sabe. Creo que estoy demasiado cansada para que nada de esto me importe ya.

Sharn le tendió una mano y la ayudó a ponerse en pie.

—Ha sido una corta guerra y una larga fiesta. ¿Qué te parece si nos despedimos del Rey y la Reina y nos vamos a casa? —Sujetó las piezas de su armadura de cristal negro por las correas y se las colgó al hombro.

—Bien pensado —admitió Ayfa. Dio una palmada en el hombro a su compañero y, poniéndose de puntillas, le besó la punta de su bulbosa nariz—. Odio pensar en el tiempo extra que vamos a tener que pagarle a la canguro.