13

Casi dos semanas de Búsqueda los habían conducido a un enorme agujero negro en la montaña y a una desagradable decisión.

—¿Qué hay de malo en perseguirlo bajo tierra? —preguntó Aiken Drum.

Nodonn lanzó una conmiserativa mirada a su diminuto rival.

—¿A pie? ¿Sin perros-oso para ayudarnos a captar su olor y a distraerlo?

Los dos estaban a lomos de sendos chalikos completamente faltos de resuello, aguardando a que los otros líderes de la gran Caza alcanzaran el reborde frente a la cueva. Varias docenas de anficiones se arremolinaban por los alrededores aullando su frustración. Ninguno de ellos se aventuraba más allá de dos o tres metros en el interior de la caverna, de la que fluían fríos y húmedos efluvios.

—Déjame echar un vistazo a lo que hay dentro —sugirió Aiken. Conjuró una fulgurante bola de energía como el flotante cascarón de una estrella y la envió derivando hacia la oscura abertura. Los dos Cazadores siguieron su avance con su visión a distancia. Llegó a una enorme cámara completamente llena con los colmillos de innumerables estalactitas y estalagmitas, donde había un amplio lago. En el extremo más alejado un abovedado pasadizo conducía más adentro de la montaña, y Aiken guió la llama psicoenergética hacia aquella abertura, por la cual fluía un río subterráneo. El túnel se hacía más angosto y su techo más bajo tras aproximadamente medio kilómetro, y finalmente la corriente de agua caía por un precipicio a un vacío tan negro que la luz de la llama no podía iluminarlo. Por un momento los dos metapsíquicos vieron con su ojo mental una cascada cayendo como un jirón de gasa en la nada. Luego la luz se extinguió bruscamente.

Desde las profundidades les llegó el débil sonido de una risa.

—Y la tuya también —dijo Aiken a la lejana Forma de Fuego.

La montura del Rey apareció trepando la rocosa ladera, seguida de cerca por Stein, al que el monarca había empezado a tomar aprecio, Lord Celadeyr de Afaliah, Lady Bunone la Maestra de Guerra, y otros quince miembros o así del grupo que poseían el poder PC necesario para ayudar a sus monturas en la ascensión. Debido a la costumbre de Delbaeth de bombardear a sus perseguidores con bolas de fuego, no había sido posible efectuar la Búsqueda por el aire.

—¿Y bien? —gruñó Thagdal.

—Se ha metido bajo tierra —dijo el Maestro de Batalla.

El Rey se quitó el casco incrustado en diamantes, se repantigó en su silla, y mordisqueó su rubio bigote.

—Maldito sea. Después de perseguirlo durante todo el camino.

—Lo hace cada vez —hizo notar Celadeyr de Afaliah, alzando sus hombros enfundados en una armadura color aguamarina—. Te lleva de una plantación a la siguiente. Te deja pensar que lo has atrapado, luego aparece ante ti, fríe a unos cuantos grises y a cualquier otro al que atrape con los pantalones bajados, y luego echa a correr de nuevo. ¡Atraparlo, ja! Ése es nuestro Delbaeth. Pero siempre termina del mismo modo… en el interior de alguna maldita cueva, desde donde se ríe de ti.

—Es condenadamente listo para ser un Firvulag, Celo.

El Lord de Afaliah espoleó a su chaliko por entre el montón de perros-oso hasta la boca de la caverna.

—¿Hubiera pedido ayuda contra cualquier fantasma vulgar? ¡Tenemos suerte de que Delbaeth sea un disidente y no luche en el Combate! Éste es un refugio nuevo. Al menos hemos conseguido llevarlo más al oeste que nunca antes. Esta parte de la Cordillera es malditamente escabrosa y va más allá del Istmo.

El Rey escupió.

—No sabemos dónde demonios estamos, no pudiendo efectuar un reconocimiento desde el aire. Steinie… ¿te queda algo de cerveza?

El vikingo le pasó una cantimplora grande.

—Ahora que la Forma de Fuego está bajo tierra —dijo Celadeyr—, podemos volar si quieres, Majestad. Permanecerá refugiado en su madriguera durante varios días para descansar. No habrá ningún peligro en volar de vuelta a Afaliah.

—¿Abandonar ahora? —exclamó Stein—. ¡Tenemos todavía tres días hasta que empiece la maldita tregua! Aún tenemos esperanzas de atraparlo.

El grupo de jinetes se echó a reír. Bunone la Maestra de Guerra, espectacular en su atuendo que la hacía parecer un ave de presa, dijo:

—Delbaeth no va a salir. ¿Acaso pretendes tú y tu desvergonzado amo seguirle dentro?

—¿Por qué no? —preguntó Stein, y una vez más los Cazadores se echaron a reír.

—Dije que lo atraparía para ti —hizo notar Aiken al Rey—. De hecho, lo prometí. Si no atrapo a Delbaeth, me quedo jodidamente fuera del Gran Combate… ¿no?

—Dicho de una manera un tanto curiosa, pero la conclusión es correcta —afirmó el Rey. Su sonrisa era afable—. Has tenido una amplia oportunidad de cumplir con tus alardes respecto a esta Búsqueda. Si regresamos a Muriah fracasados, consideraré tu licitación por los servicios de Stein nula y sin efectos. Lo correcto sería castigarte por la insolencia misma de haberla efectuado, pero en consideración a tu reparación del ordenador y varios otros logros dignos de ser tenidos en cuenta me siento inclinado a la generosidad. Serás elegible para luchar en la Alta Mêlée con los otros guerreros Humanos con torque de oro. Pero mejor que no aspires a los Heroicos Encuentros.

—Es justo —dijo Nodonn, radiante en el rápido ocaso. Algunos murciélagos empezaron a emerger de la cueva en sus incursiones del atardecer.

—Si vamos a agruparnos —dijo Celadeyr—, será mejor que bajemos de la montaña antes de que los otros arruinen sus monturas intentando subir hasta aquí.

—Hey, esperad un maldito minuto —protestó Aiken—. Yo no he dicho que abandonara. Todavía quedan tres días para la tregua… Voy a ir tras Delbaeth. Dentro de la cueva.

—Y yo iré con él —dijo Stein—. ¡Nadie va a subastarme de nuevo como si fuera una mercancía! —El tumulto mental y vocal que recibieron sus declaraciones hizo posible que Aiken escudara el pensamiento no formulado de Stein: ¿Y qué si resulto muerto? Si cualquier Tanu me toma como esclavo, no volveré a ver a Sukey.

—Haz tu estúpido gesto si crees que es necesario —dijo Nodonn—. Muéstranos, si puedes, que sabes cómo vencer a la Forma de Fuego en su propio terreno. —La mayoría de los Tanu reunidos en el saliente rugieron apreciativamente ante la observación del Maestro de Batalla—. Los demás regresaremos al castillo de Lord Celadeyr para descansar un poco, luego volaremos a la capital. Delbaeth se mantendrá aquí hasta después del Gran Combate. Descubriremos tus huesos cuando finalmente penetremos en su guarida, y te rendiremos las exequias que te corresponden y cantaremos por ti la Canción.

Más risas. Pero, en medio de todas ellas, una protesta.

—¿Ponéis alguna objeción, Bleyn y Alberonn? —inquirió el Maestro de Batalla.

Dos jinetes hicieron avanzar sus monturas. Bleyn el Campeón era un híbrido, poderoso tanto en PC como en coerción, que se sentaba en la Alta Mesa. Alberonn el Devorador de Mentes, otro híbrido, era uno de los mejores guerreros ilusionistas. Ambos pertenecían a la facción de Mayvar, y ambos habían ayudado a entrenar a Aiken y Stein en las artes marciales para su iniciación.

—No es justo que esta compañía abandone a Lord Aiken aquí en esta agreste región mientras desciende a desafiar a Delbaeth —afirmó Bleyn—. Es una vergüenza que aquellos que muestran un valeroso comportamiento reciban a cambio burla.

Nodonn se limitó a sonreír.

—Nosotros dos aguardaremos el regreso de Aiken y Stein —dijo Alberonn—. Acamparemos aquí ante la boca de esta cueva, rezando por su éxito. Aguardaremos durante tres días, de modo que el tiempo originalmente concedido a esta Búsqueda se cumpla honorablemente en su totalidad.

—Yo también aguardaré —decidió Bunone—, y mis tres guerreros ayudantes. ¡Aiken Drum es un hombre de singulares talentos! Nosotros también rezaremos para que sobreviva.

El Rey Soberano alzó una mano en un gesto de resignación.

—¡Oh, muy bien! ¿Qué son tres días más? Nos hemos ganado un cierto descanso tras perseguir a este maldito fantasma a lo largo de toda la Bética sin atrevernos a elevarnos en el aire ni una sola vez por miedo a sus bolas de fuego. Pero si nos quedamos aquí, Celo, tendrás que enviarnos por vía aérea algo de comida y bebida decentes.

—Podemos establecer el campamento en la pradera de abajo, cerca del torrente, donde los ayudantes y el equipaje nos aguardan ahora —dijo el Lord de Afaliah—. Mi hijo Uriet en persona dirigirá un pelotón de levitadores en busca de vituallas.

—Eso es todo entonces —dijo el Rey. Miró fijamente a Aiken—. ¡Solamente tres días! ¿Me has entendido?

El dorado maniquí saltó de su silla, se arrodilló sobre una rodilla ante el chaliko real, y sonrió bajo su dorado visor.

—Gracias por tu paciencia, Asombroso Padre. ¡Te traeremos las pelotas de Delbaeth para que puedas jugar al ping pong con ellas!

Y luego, mientras los miembros de la Búsqueda observaban en un incrédulo silencio, Aiken Drum y Stein se despojaron de sus armaduras y las colocaron formando un montón a un lado de la entrada de la cueva. Abandonaron también todas sus armas excepto la espada de bronce de Stein, y tomaron de las bolsas de sus sillas solamente las raciones de comida del vikingo, la cantimplora de cerveza, y una delgada caja dorada del tamaño de un estuche para pluma, que Aiken se metió rápidamente en la parte delantera de su túnica interior.

Agitando un dedo admonitorio a Nodonn, el joven dijo:

—No será correcto que observes nuestro avance, Rostro de Sol. No nos sigas con luces.

—No lo haré —prometió el Maestro de Batalla, sin borrar su sonrisa.

—Entonces… ¡adiós a todos! —dijo Aiken Drum.

Hubo un restallido insonoro.

Dos murciélagos extra se unieron a la bandada que giraba encima de las cabezas de la Caza. tras pasar unos breves minutos acostumbrándose a sus alas, la pareja descendió en picado y desapareció en la oscuridad de la cueva de Delbaeth.

—¡Hey, chico!

—Chissst. Quiero asegurarme de que nadie está rastreándonos telepáticamente. No confío ni un ápice en ninguno de esos Arcángeles.

—… Chico, ¿qué hay del jodido monstruo?

—¿Quieres cerrar esa bocaza tuya? Es un trabajo difícil, tantos tipos de mentes a la vez.

—Lo siento.

Colgaban del techo del pozo de la catarata, sujetos por sus pequeñas garras. El mundo estaba absolutamente, opresivamente oscuro. El salto de agua creaba un sonido silbante al derramarse en las entrañas de la montaña. Un lejano retumbar muy abajo anunciaba su llegada a algún abismal sumidero.

Los dos murciélagos podían «ver» por medio del sonido.

Finalmente, Aiken dijo:

—Todo está bien. Vuelven al campamento. Nadie está haciendo un auténtico esfuerzo por captarnos. La más pequeña pantalla puede protegernos… El problema, Steinie, es que realmente no sé lo buenos que son telepáticamente ninguno de esos altos personajes Tanu. Estoy seguro de que la mayor parte de los exóticos no pueden ver a distancia bajo el suelo. Por eso los Firvulag viven en cuevas y madrigueras. Pero el Rey, Nodonn, ese maldito Fian que hace esas virguerías PC… cualquiera de ellos puede ser capaz de idear alguna forma con la que vernos a través de un kilómetro de sólida roca… del mismo modo que yo puedo.

—Jesucristo. ¿Quieres dejar de fanfarronear y ver dónde demonios está escondido ese fantasma-antorcha del culo? ¿O no te importa encontrarnos de pronto incinerados?

—Nadie va a incinerarnos. Delbaeth no está aguardándonos en ninguna grieta para tendernos una emboscada. Se ha ido a casa. Sabe que nadie en este mundo del Exilio es tan estúpido como para seguirle dentro de las cuevas.

—Ja, ja. De acuerdo, As. Ahora que estamos aquí, ¿qué demonios hacemos?

—Nos hallamos en una posición mucho mejor para atrapar al fantasma que antes, en medio de esa caterva de exóticos. ¡Ésta es exactamente el tipo de oportunidad que estaba esperando desde que partimos a esta estúpida caza del monstruo! ¡Una oportunidad para ir detrás de Delbaeth sin ninguno de los demás viendo la forma cómo lo mato!

—¿Acaso no vas a atraparlo con tu supercerebro?

—No soy tan tonto como eso. No tendría ninguna posibilidad en un duelo mente-a-mente con Delbaeth. Como tampoco la tendría ninguno de esos mierdas de Tanu… a menos que pillaran al Firvulag completamente por sorpresa. Y hay pocas posibilidades de que eso suceda, con todo ese maldito circo de trescientos caballeros de la Tabla Redonda que se han montado para ir tras él. ¡No! Hay solamente un modo de atrapar a la Forma de Fuego. Mi pequeño y dulce corazoncito, Mayvar, lo sabía.

—Bien, ¿cuál es, por el amor de Dios?

—Voy a engañarle. Vamos. Parémonos en algún lugar que sea plano y seco y te lo mostraré.

Los dos murciélagos descendieron trazando espirales por el pozo. Una vez llegados al fondo se convirtieron en pálidos peces carentes de ojos y avanzaron agitando sus colas por el inundado túnel del sumidero, «viendo» los giros y revueltas del conducto de piedra a través de los cambios de presión y el reflejo de las corrientes de aire más que la localización por ecos que habían utilizado mientras eran murciélagos. Viajaron durante más de un kilómetro antes deque la corriente brotara a un lugar amplio lleno de aire. Un pez saltó fuera del agua, examinó los alrededores… volvió a sumergirse. Luego ambos saltaron y se metamorfosearon en murciélagos. Unos momentos más tarde recuperaban su forma humana, sentándose en un saliente rocoso al lado del río subterráneo, mientras una pequeña bola de incandescencia flotaba en medio del aire para proporcionarles algo de luz. El techo de la cueva, dos o tres metros encima de ellos, estaba cubierto por fantásticos crecimientos de formaciones de cristales de sosa, finos y delicados, cada uno de ellos con una colgante gota de agua en la punta.

Aiken no perdió tiempo admirando el escenario. Tomó la caja dorada de su camisa, manipuló la tapa mediante algún truco PC, y mostró a Stein lo que había dentro: un objeto delgado y gris de unos veinte centímetros de longitud, una especie de varilla recta, envuelta toda ella, menos unos pocos centímetros en un extremo para sujetarla, por una delgada capa de una materia mate.

Stein frunció el ceño.

—¿Sabes qué me recuerda esto? Cuando yo era chico, allá en Illinois, teníamos…

—Eso es exactamente. Una de esas cosillas sin importancia es lo que va a dejar a esa mierda de Firvulag ígneo completamente seco. Hace mucho tiempo, un pobre tipo se trajo toda una caja a través del portal, pensando que alegrarían e iluminarían un poco el plioceno. Puesto que son completamente inofensivas, la gente del albergue no puso ninguna objeción. Pero cuando el tipo entró en el Exilio, le fueron confiscadas… y todas menos ésta destruidas antes de que Mayvar pudiera echarles la mano encima. ¿Y sabes por qué? ¡Porque estas cosas tan inofensivas son absolutamente mortales! No para los Humanos, ni siquiera para los Humanos que llevan torque… pero sí para los exóticos.

—Hierro. —Stein estaba asombrado—. Es cierto. No hay utensilios de hierro aquí, ni accesorios de ninguna clase, nada en absoluto hecho de hierro. Todo cristal, vitredur, bronce u otras aleaciones, plata, oro, lo que sea. ¡Pero nada de hierro, en ninguna parte! Infiernos… ¿por qué nadie se ha dado cuenta nunca?

—¿Cuánto hierro utilizábamos allá en el Medio en lugares donde abundaba? Habíamos salido casi por completo de la edad de hierro. ¿Sabes cómo lo llaman los Tanu y los Firvulag? ¡Metal-sangre! Un pinchazo con él, y están muertos. Oh, en el caso de esta cosa…

—¡Huau, sí! —exclamó Stein. Su expresión se hizo intensa—. Vas a conseguirlo, chico. Finalmente estoy convencido. Y después de que acabemos con ese Delbaeth, me ayudarás a escapar con Sukey. Y si algún estúpido Tanu intenta detenernos…

—¡Cabeza cuadrada! ¿Olvidas tu torque gris? ¿Y el plata de Sukey? Los Tanu pueden rastrearos hasta cualquier lugar. ¡Tranquilízate! Tengo otros planes. Nos saldremos con bien de ésta si no haces otras tonterías como la que hiciste con Tasha.

Aiken cerró la caja dorada y volvió a metérsela en su camisa.

—Ahora siéntate quieto y cierra la boca. Voy a rastrear a Delbaeth, y esta visión de rayos X es algo mucho más duro de lo que puedes llegar a pensar. Menos mal que estas montañas no son de granito.

—No. Piedra caliza, arenisca, esquistos de grado medio, y otras metamórficas más abajo por este lado. No olvides que yo trabajaba en ese tipo de rocas cuando era perforador.

—Cierra la boca, maldita sea.

Permanecieron sentados allí, inmóviles y en silencio. La llama de psicoenergía se apagó cuando Aiken concentró todo su poder en su sentido de búsqueda. Los únicos sonidos eran el gotear del agua desde las finas agujas de calcita.

¿Puedo sondear yo también?, pensó Stein. Sukey le había dicho que era el amor el que lo había conseguido la otra vez, rompiendo el control coercitivo de Dedra. ¿Era el amor lo suficientemente fuerte como para cruzar el millar de kilómetros que lo separaban de Sukey, oculta allá en Muriah en las catacumbas debajo de la Casa de Redactores? Primero, visualízala con el ojo de la mente. (Fácil cuando tus nervios ópticos están totalmente desconectados del exterior.) Eso es. Ahora dile que la quieres, que todo va a ir bien, que estás a salvo, que vas a volver, que vencerás…

—¡Lo encontré, Steinie! ¡He encontrado al jodido tipo!

La luz astral restalló a la vida. Stein pasó una enorme mano sobre sus ojos y se la secó en el muslo. El intento telepático no había funcionado. Le dolía la cabeza.

Con el rojizo pelo de punta como un estropajo cargado eléctricamente, los ojos resplandeciendo excitados, el joven saltó en pie y señaló hacia una sólida pared de roca.

—En esa dirección. Quizá a ocho o nueve kilómetros y un par de cientos de metros más abajo. Ahí hay un glóbulo fluctuante… su aura mental, supongo. Es la única cosa viva que hay a todo nuestro alrededor. Tiene que ser él.

Stein suspiró.

—Y todo lo que tenemos que hacer es atravesar la pared.

El muchacho adoptó una expresión de disculpa.

—Eso no es lo mío, Steinie. No puedo realizar interpenetraciones. Tampoco puedo mover montañas, no sé si te habrás dado cuenta. Tendremos que andar, o nadar. Si Delbaeth llegó hasta allí desde aquí, entonces nosotros también podemos hacerlo. Toda esta cadena montañosa está acribillada de cuevas. Tomará un cierto tiempo hallar nuestro camino por el laberinto —su expresión se hizo hosca—, pero será mejor que no sea demasiado o vamos a vernos metidos de lleno en la tregua. Entonces es cuando los Firvulag pueden salir tranquilamente hasta el momento del Gran Combate.

Stein miró el cronómetro de su muñeca.

—Son las dieciocho y media del veintisiete de setiembre de seis millones a. C.

—Correcto.

—Sólo dime otra cosa antes de hacer tu acto de Drácula, chico. ¿Nos volvemos realmente murciélagos y peces y esas cosas cuando tú dices shazam, o es alguna clase de ilusión transformista y conservamos nuestros cuerpos reales durante todo el tiempo?

—Que me maldiga si lo sé —dijo Aiken Drum—. Agarra la comida y la bebida, amigo… ¡nos vamos!

Buscaron.

Túneles secos e inundados; grandes galerías donde las piedras arrastradas por el agua y las estalactitas y las onduladas cortinas de delgada roca colgaban como heladas creaciones de helado de vainilla y melocotón; estrechas hendiduras y tortuosos corredores de techo bajo llenos de destellantes dientes de calcita; desprendimientos de rocas donde el techo de una cueva se había derrumbado en montones de piedras del tamaño de casas; corrientes de agua parcialmente secas con brillo de lodo; agujeros sin salida en los que había que volver atrás; tentadores pasadizos que les llevaban en dirección equivocada.

Comieron y, al cabo de un rato, durmieron. Despertaron y siguieron volando, nadando, caminando, trepando. La comida y la cerveza se terminaron a mitad del segundo día. Había agua en abundancia, pero no insectos para murciélagos, ni materias comestibles flotando en las aguas subterráneas que los hombres-peces pudieran engullir para aliviar los demasiado reales espasmos de sus posiblemente ilusorios estómagos.

La pantalla mental de Aiken se hallaba ahora proyectada solamente entre ellos y la concentración de energía psíquica que presumiblemente señalaba a Delbaeth. Éste no parecía cambiar de posición; quizá la Forma de Fuego echara largas cabezadas entre sus incursiones, o quizá la imprecisa aura señalara algo completamente distinto…

Los murciélagos volaron descendiendo un largo e inclinado túnel. Por primera vez desde su descenso, notaron una corriente de aire contra las agitantes membranas de sus alas. La voz mental de Aiken le habló a Stein en el modo íntimo humano:

No pienses ni una sola cosa. Mantén tu mente quieta si valoras en algo tu dulce culo. No creo que pueda oírme a mí en este modo pero cualquier chillido tuyo es capaz de aporrearlo y enviarlo contra la pared.

Los dos murciélagos, ahora completamente envueltos en la más densa barrera mental que Aiken pudo conjurar, llegaron a una curva en ángulo recto del corredor. Aletearon girando el recodo y vieron luz ahí delante… de un color amarillo anaranjado y parpadeando suavemente. El pasadizo era seco. Había enormes huellas de pasos en el polvo.

Derivando entre las formaciones rocosas, los murciélagos se acercaron a la zona iluminada. Era una enorme cámara abierta llena de indistintos monolitos casi parecidos a retorcidas figuras humanas, junto con enormes piedras que parecían gigantescos hongos volcados. Los murciélagos volaron hacia el techo, posándose en un amplio reborde que sobresalía a la altura de la parte central del suelo. Allá, ocultos a la vista de cualquiera que estuviera debajo, los murciélagos se transformaron en Aiken y Stein.

Silencio. No te muevas. No hagas ningún ruido con la maldita vaina de tu espada. No hagas absolutamente nada.

Aiken se arrastró sobre su estómago hasta el borde de la formación y miró hacia abajo. Un gran fuego ardía dentro de un bien construido hogar de piedras completamente circular. En una especie de nicho había cuidadosamente apilados una buena cantidad de troncos de árbol descortezados. Otras partes de la caverna estaban amuebladas con una mesa, sillas, la armadura de una cama de gigantescas proporciones con un dosel y cortinas laterales del más fino brocado Tanu, y un gran número de arcones y estanterías de madera tallada. Enormes bolsas de piel abultadas por misteriosos contenidos se apilaban en la base de una columna. Cerca de otra había un colgador de madera con redes de pescar orilladas con flotadores de corcho. El suelo estaba alfombrado con lustrosas pieles… algunas oscuras, algunas moteadas. La mayor parte de los platos sucios que había sobre la mesa parecían ser grandes conchas de moluscos.

Cerca del fuego había como una especie de mullido sillón de cuero gris con orejeras. En el sillón, completamente dormido, había un humanoide más alto que cualquier Tanu y enormemente más robusto. Su cabeza lucía una enmarañada mata de pelo color ladrillo y una enredada barba. Llevaba una camisa de piel con los lazos que sujetaban su parte delantera abiertos, mostrando el rojizo vello de su pecho. Sus pantalones eran escarlata. Se había sacado las botas y extendido sus enormes pies hacia el fuego. De tanto en tanto los dedos se agitaban. Un ruido cíclico que recordaba una trituradora de minerales defectuosa le indicó a Aiken Drum que Delbaeth, la Forma de Fuego, el más formidable Firvulag salvaje en las regiones meridionales de la Tierra Multicolor, estaba roncando.

Aiken abrió la cajita dorada y extrajo el objeto gris delgado como un lápiz. Manteniéndolo alzado, pareció calcular una trayectoria. Prendió la punta de su arma secreta con su metafunción creativa.

La bengala pirotécnica se encendió con una vívida luz blanca, lanzando resplandecientes limaduras de hierro como pequeños meteoritos. Aiken mantuvo la bengala al extremo de su brazo extendido.

Allá abajo, Delbaeth saltó de su sillón, aullando. Su cuerpo, de casi tres metros de altura, se transformó en una resplandeciente masa que alzó unos fieros brazos hacia el saliente del techo y empezó a moldear una bola de fuego entre pezuñas incandescentes.

Aiken arrojó la bengala, guiándola con toda la PC que pudo reunir, a través de la densa pantalla psíquica que había erigido en torno a Stein y él mismo. La bola de fuego de Delbaeth trazó un arco hacia arriba, falló su blanco, y rebotó.

Hubo otro resonante grito del monstruo. La frágil bengala golpeó contra su llameante forma y cayó al suelo de la cueva, aún arrojando chispas. El fuego de Delbaeth se había extinguido. Se derrumbó lentamente, casi pareció fundirse con el suelo, y quedó inmóvil.

—¡Vamos! —exclamó Aiken.

Los dos murciélagos descendieron planeando y se convirtieron de nuevo en hombres. Se detuvieron al lado de la impresionante forma caída, y Stein dijo:

—¿Ves dónde le golpeó? En medio mismo de la frente, porque estaba mirando hacia arriba. ¡Una pequeña quemadura con una varilla de hierro al rojo!

Había un balde de piel lleno de agua al lado de la mesa. Aiken lo tomó y echó un chorro sobre la aún chisporroteante bengala. Silbó y se apagó. La quemadura había producido un agujero en una de las pieles, arruinándola.

—¡Lo conseguiste! —Stein alzó en el aire al hombrecillo y lo aplastó en un abrazo de oso—. ¡Lo conseguiste! —Dejando de nuevo a Aiken en el suelo, Stein le gritó a las estalactitas—: ¡Sukey, amor, lo conseguimos!

Aiken frunció el ceño, luego lanzó una risotada.

—Que me condene, vikingo. ¡Ella te ha oído! Quizá tú no hayas podido captarla, pero hasta mí ha llegado su débil susurro telepático. Buf… nunca te lo creerás. Te ama, ¿sabes?

Stein tomó el balde de agua y lo vació sobre Aiken.

—Gracias —dijo el truhán—. Lo necesitaba. Ahora corta esta cabezota y salgamos de aqui. Encontraremos el camino más corto hasta el aire libre y volaremos de vuelta hasta las posaderas reales. ¡Pero no necesitamos apresurarnos tampoco! ¡Nos queda todo un día por delante!

Stein empezó a sacar su gran espada de bronce de su vaina incrustada de ámbar. Pero cuando la hoja estaba medio fuera se inmovilizó e inclinó la cabeza.

—¡Escucha! ¿Oyes eso…? Es mucho más claro ahora que cuando estábamos ahí arriba junto al techo con este tipo roncando.

Aiken tendió el oído. Un lento y profundo buuum hacía vibrar las rocas. Pasaron unos segundos. Buuum. Como el tañer de alguna enorme campana, el sonido se repitió. Buuum. Lento. Inexorable.

—¿Sabes qué es eso, chico? —preguntó Stein—. Es la resaca. En algún lugar, justo al otro lado de esta pared de roca, está el océano Atlántico.