El trimarán avanzaba hacia el oeste junto al sobresaliente brazo de Aven, hendiendo el poco profundo lago salado gracias a la brisa metapsíquica que Mercy había levantado cuando Bryan protestó de que el día era demasiado calmado para navegar a vela.
Durante lo que parecieron horas se turnaron en la caña. Ella cantaba la extañamente familiar Canción Tanu, y la vela roja y blanca se hinchaba ante ellos, ocultando la distante tierra y el extremo oriental cubierto de nieve de la cordillera Bética.
Era tan extraño, pensaba el hombre, exultante ante la proximidad de ella y la velocidad y el resplandor del sol. Tan extraño pensar que aquello era la Tierra. La cordillera del Dragón de Aven, que un día se convertiría en las alturas de Mallorca, mostraba la parte inferior de sus laderas oscurecida por suaves bosques y praderas donde se alineaban los hippariones y los antílopes y los mastodontes en las reservas reales. Aquellas colinas de color tostado, medio envueltas ahora en la bruma a estribor, serían dentro de seis millones de años las islas llamadas Ibiza y Formentera. (Pero nunca volvería él a conducir un yate por las azules olas más allá de Punta Roya, porque las aguas del plioceno eran tan blanquecinas como la leche, del mismo modo que los ojos de ella reflejando el mar.) Tan extraño.
La masa peninsular de Baleares se alzaba por encima de gruesos lechos de depósitos de sal y yeso y otros sedimentos que habían sido depositados a lo largo de las numerosas regresiones e inundaciones de la cuenca mediterránea. Las corrientes de agua que fluían hacia el sur desde Aven excavaban los minerales formando cañones y oteros, espiras y fantásticas formas rocosas, estriadas en tonos pastel y destellando con un esplendor mágico… y todo aquello habría desaparecido sin dejar rastro en tiempos del Medio Galáctico, sumergido bajo inimaginables toneladas de agua que presionarían el lecho del mar a dos kilómetros y más de profundidad, formando abismos allá donde ahora los bajíos del plioceno fulguraban en la estela del trimarán. Tan extraño.
Al cabo de largo rato los llanos se cerraron en torno a ellos y luego se doblaron en cegadoras dunas de yeso brillando con espejismos, entre las cuales se elevaban los torreones maltratados por la intemperie de los surtidores de roca ígnea. Había colinas y farallones. La embarcación navegaba a lo largo de un sobrenatural fiordo donde la blancura dejaba paso al púrpura y al gris azulado, erosionadas laderas de antiguas cenizas y escorias volcánicas, rotos conos envueltos ahora por bosques de coníferas. El fiordo era profundo, el agua fluía ahora de alguna fuente occidental. Pero el sumiso viento de Mercy les hacía avanzar a buen ritmo, cortando la corriente, hasta que emergieron finalmente a la amplia extensión de una salina, un verdoso pantano lleno de vida que parecía extenderse hasta el infinito hacia el brumoso oeste.
—Éste es el Gran Pantano Salino —le dijo ella—. Un río español derrama en él las aguas procedentes de la Bética, los altos picos que llamaremos Sierra Nevada.
La disminuida salinidad del pantano producía un entorno mucho menos hostil a la vida que las orillas de los lagos mediterráneos. Aquí las hierbas y juncias y mangos crecían en los bajíos, y había muchas islillas diseminadas con matorrales y arbustos y guirnaldas de enredaderas en flor. Las gaviotas y las vistosas palomas trazaban círculos sobre sus cabezas. Flamencos rosas y negros soltaron los crustáceos que estaban pescando en los remansos y huyeron lanzando graznidos cuando el invasor trimarán pasó por su lado.
—Nos detendremos aquí —dijo Mercy. Su viento psicocinético murió, convirtiéndose en la más suave de las brisas. Arriaron el spinnaker y pusieron rumbo a un hermoso fondeadero donde un alto saliente de piedra caliza coronado de laurel y tamarisco les proporcionaba una fresca sombra.
—El lago del Sur en sí terminó cuando llegamos al Fiordo Largo —dijo la mujer—. Este pantano se extiende hacia el oeste a lo largo de otros ciento cincuenta kilómetros o así, y más allá están los lagos secos y la arena y los desiertos de álcali durante todo el camino hasta el istmo de Gibraltar. Todo ello está muy por debajo del nivel del mar a excepción del volcán de Alborán y unos cuantos copos más pequeños. Nada vive ahí excepto los lagartos y los insectos.
Recogió expertamente los cabos. Dejando que él se encargara de las otras velas, entró en la pequeña cabina para recoger el cesto con la comida que había preparado: una botella de autentico Krug del 03 del mercado negro de Muriah, un trozo de queso, el equivalente local del cheddar, salchichas de hígado de pato, mantequilla dulce, una buena hogaza de pan, y naranjas. La estación estaba ya demasiado avanzada para las cerezas.
—Si me hubieras esperado en el futuro —dijo Bryan— hubiéramos podido comer todo esto en Ajaccio. Lo tenía todo planeado. El crucero, la cena bajo la noche corsa…
—Y el obligatorio hacer el amor. ¡Querido Bryan! —Sus enormes ojos se habían vuelto opalescentes.
—Quería casarme contigo, Mercy. Te amé desde la primera vez que te vi. Sigo amándote todavía. Por eso tenía que seguirte, aunque eso significara ir hasta tan lejos.
Una de las manos de la mujer se tendió hacia él, acariciando su mejilla. La brisa agitó su densa mata de pelo castaño rojizo, atado en la nuca por una delgada cinta. No llevaba ropas exóticas, sino un sencillo traje para tomar el sol verde y blanco, cortado al estilo de su propia era. Tan sólo el torque, brillando en la V de su cuello, le recordaban el abismo que separaba ahora a Mercy de Rosmar.
¿Qué importaba esto? ¿Qué importaba ninguno de los cambios… las intrigas de los exóticos, el cinismo de su amante Tanu confiándosela a él cuando partió hacia su ridícula Búsqueda? Mercy estaba allí con él, y era real. Todo lo demás era una fantasía que había que olvidar… o al menos posponer.
Pero cambie la tierra o cambie el cielo, seguiré amándola…
—¿Te han hecho feliz? —preguntó.
Ella cortó el pan con un cuchillo de cristal y partió el queso en lonchas.
—¿No puedes decirlo tú, Bryan?
—Eres distinta. Más viva. Nunca cantabas en nuestro mundo.
—¿Cómo lo sabes?
Él se limitó a sonreír.
—Me alegra que cantes aquí, Mercy.
—Nunca encajé en el mundo donde nacimos. ¡No te rías! ¡Hay más renegados como nosotros de los que puedes llegar a creer! Espurios. Atavismos. Ninguna cantidad de reorientación o tratamiento cerebral químico o redacción profunda me ayudó nunca a sentirme contenta o satisfecha. Ningún hombre… ¡perdona si esto te duele!… ningún hombre me proporcionó nunca más que una satisfacción momentánea. Nunca conocí a ningún ser humano al que pudiera amar realmente.
Él estaba sirviendo el champán. Las palabras que pronunciaba ella carecían de significado, de modo que no producían dolor. Ella estaba allí con él. No importaba nada más.
—Eran las latencias, Byan. Ahora lo sé. La gente de aquí me ha ayudado a comprender. Todas esas fuertes tensiones metapsíquicas encerradas, sin utilizar y sin realizarse. ¿Entiendes? Los metapsíquicos operantes del Medio tienen su Unidad, pero no había nada de eso para mí allá atrás en la Vieja Tierra. No pertenecía a ningún lugar. No descansaba en ningún lugar. No podía hallar la paz en ningún lugar… Hallé un pequeño alivio en las drogas, un poco más en la música, en mi trabajo con las exhibiciones en Irlanda y en Francia. Pero nada de aquello era bueno realmente. Sentía que era una desplazada, una inadaptada. Un residuo inviable en nuestro famoso Acervo Genético Humano.
—Mercy… —Te amaré de cualquier manera. De todas las maneras.
—¡Nada de eso, por favor! —Se rió ligeramente y tomó la copa de burbujeante vino de sus manos—. Sabes muy bien que yo estaba hecha un lío inextricable, girando torpemente como una polilla en torno a una farola. Hacía mi trabajo en el château y encontraba a otros perdidos como yo para que compartieran mi cama, y sofocaba parte del dolor en una neblina de sinsemilla. Un vicio pasado de moda. Tú la fumas como un euforizante. Me traje conmigo algunos esquejes para cultivarlos aquí… nunca soñé que no iba a tener necesidad de ella nunca más. Este lugar, esta gente, todo esto es lo que siempre he estado anhelando sin saberlo.
—Todo lo que yo deseaba —dijo él— era a ti. Si no puedes amarme, todo lo que deseo es tu felicidad.
Ella apoyó las yemas de los dedos sobre los labios de él, luego alzó su copa de champán para que él bebiera de ella.
—Querido. Eres un hombre extraño, querido Bryan. A tu propia manera, quizá tan extraño como yo.
—No me entrometeré si eres feliz con él…
—¡Silencio! No comprendes cómo son las cosas aquí. Todo es nuevo. Un nuevo mundo, con nuevas costumbres. Una nueva vida, tanto para ti como para mí. ¿Quién puede decir lo que puede ocurrir?
Él alzó los ojos de la copa y su mirada se cruzó con la de ella, aún sin saber lo que Mercy estaba diciendo.
—¿No sabes lo que han liberado en mí? —exclamó ella—. ¿Lo que ha hecho este torque de oro? ¡Me he convertido en una creadora! No del tipo que hacen revolotear ilusiones o inventan cosas o elaboran obras de arte. ¡De una clase mejor! Los mejores de los creativos Tanu son capaces de reunir energía y canalizarla. Yo puedo hacerlo también. Lanzar rayos, proyectar haces de luz, hacer que las cosas se calienten o enfríen. Pero puedo hacer otras cosas también… ¡cosas de las que ningún Tanu es capaz! ¡Puedo tomar el aire y la humedad y el polvo que flota en la atmósfera y cualquier clase de materia que puedas imaginar, y amasarlo y mezclarlo todo junto y transformarlo en algo completamente nuevo! ¡Mira… simplemente mira!
Saltó en pie, haciendo que la embarcación se balanceara, y tendió las manos hacia el cielo, una diosa llamando a los vientos y el lodo y el agua del pantano y la celulosa y los azúcares y ácidos y ésteres de la hierba. Un destello de llama, un pequeño estallido…
Tendió unas cerezas.
Riendo, casi tambaleante, dejó que los frutos rojo oscuro resbalaran de entre sus dedos.
—¡Las vi en tu mente! ¡Tu fruta favorita que deseabas saborear con tu auténtico amor! Bien… aquí están, para completar el picnic que hemos tenido que posponer durante tanto tiempo. ¡Aquí las tenemos, junto con las doradas manzanas de las hespérides!
No eran reales, se dijo él. Tan sólo ella era real en todo este mundo. Y así se mostró tranquilo y sonriente mientras ella dejaba caer las cerezas en una amplia servilleta que había extendido sobre la mesa de mapas. La fruta estaba fría; gotas de condensación perlaban las jugosas esterillas.
—Aún estoy aprendiendo a usar el poder, por supuesto. Y no hay ninguna garantía de que pase completo a los hijos, porque esas altas facultades son impredecibles. ¿Pero quién sabe? ¡Tal vez algún día sea capaz de manipular los propios genes! Nodonn cree que es posible, aunque Gomnol y Greggy no. Pero incluso sin eso, haré cosas maravillosas. ¡Cosas milagrosas!
—Siempre fuiste un milagro —dijo él. (Los hijos, ¿cuáles hijos?)
—¡Oh, tonto! —exclamó ella, fingiendo irritación—. Primero el de Thagdal, por supuesto, como siempre debe ser. Ya sabes lo de nuestro jus primae noctis. ¿Realmente te importa?
—Todo lo que me importa es que te quiero. Siempre te querré, no importa lo que seas.
—¿Y lo que pienses que soy? —Miró a su mente, y la irritación que llameó ahora en sus ojos era real—. ¡No soy la concubina de Nodonn! Soy su esposa. Me ha tomado a mí y a ninguna otra.
Y dieciséis mujeres Tanu y cuatrocientas Humanas latentes de mucho talento antes que tú…
—No me preocupa, Mercy. ¡Y deja de leerme! No puedo impedir que los pensamientos surjan. No tienen nada que ver con mi amor hacia ti.
Ella se apartó de él y miró al pantano.
—Algún día será el rey, cuando el Thagdal esté acabado. Cuando sienta que tiene todo el apoyo de la compañía de batalla, desafiará al viejo pese a Mayvar y vencerá en el Heroico Encuentro. Y yo seré su reina. Ninguna de sus otras mujeres poseía metafunciones que puedan compararse con las mías. Las exóticas eran estériles excepto cinco que tuvieron hijos y murieron. Las Humanas… eran hermosas y fértiles, pero ninguno de sus talentos son tan excelentes como los míos. Todas ellas fueron desechadas. Yo no lo seré. Una vez haya concebido ese hijo para el Thagdal, tendré otros de Nodonn. Incluso aunque no pueda manipular los genes, puedo aprender a escindir el zigoto con mi psicocinesis y tener mellizos, incluso trillizos, con tanta facilidad como un solo hijo. Con la ayuda de la Piel los tendré con seguridad y sin dolor, una y otra y otra vez. ¡Puedo tener centenares! Y vivir durante miles de años. ¿Qué tienes que decir a eso?
—Si tú lo deseas, eso es lo que deseo para ti.
Su indignación se esfumó cuando vio lo solitario e impotente que se había vuelto ante la perspectiva de su apoteosis. Permanecía de pie ante ella, balanceándose ligeramente para mantener el equilibrio en las oscilaciones de la embarcación, y ella se acercó a él y apoyó sus desnudos brazos contra su cuello y apoyó toda su suavidad contra el cuerpo masculino.
—Bryan, Bryan, no te sientas triste. ¿No te dije que éste era un nuevo mundo? No puedo prometerte que seré sólo tuya, querido, pero no necesitas temer que te abandone. No si eres gentil y discreto. No si tú… me ayudas.
—¡Mercy!
Cerró los labios del hombre con los suyos. Su calor fluyó repentinamente en él, arrastrando todas las dudas y razonamientos de la lógica. La besó y cerró sus grandes ojos, y su propia visión del mundo real se desvaneció ante el resplandor de ella. Al mismo tiempo que sus mentes, así se mezclaron sus cuerpos, tan fácil y perfectamente como si fueran dos ángeles acoplándose en vez de un hombre y una mujer. Él la elevó y la exaltó y ella, aceptándolo, lo arrastró aún más alto hasta que cada uno consumió al otro en un estallido de placer.
—Así es como es entre nosotros —le dijo ella—. Cuando mente y cuerpo se hallan en dulce armonía ocurre así entre amantes. Y te ves atado al otro para siempre.
—Sí —admitió él—. Sí.
—¿Me ayudarás?
—Siempre. De cualquier forma.
—Recuerda tu promesa cuando despiertes, querido. Si realmente me amas. Si realmente deseas que sea feliz. Tengo enemigos, querido. Hay gente que puede hacerme daño, que puede intentar que nunca alcance lo que he prometido. Debes ayudarme. Te mostraré cómo. Te necesito.
Se oyó a sí mismo decir:
—Tan sólo déjame quedarme.
—Por supuesto. —Ahora el resplandor del sol se suavizó, se hizo más lejano y oscuro a medida que era arrastrado a las profundidades—. Te quedarás conmigo y me amarás. Tanto como puedas.