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Aislada como estaba la capital Tanu de la tierra continental en su larga península, sus ciudadanos se hallaban limitados en sus posibilidades para emprender sus Cazas. Mucho antes de que los Humanos llegaran a la Tierra Multicolor, todos los Firvulag habían sido exterminados o expulsados de Aven; los ciudadanos sedientos de deportes de sangre o bien tenían que trasladarse a Iberia o contentarse con las celebraciones organizadas que tenían lugar en la arena al aire libre de Muriah o en la Llanura de los Deportes, un gran campo verde al noroeste de la ciudad dedicado a las carreras de todo tipo. Además de las confrontaciones tres veces por semana, se celebraba a mediados de cada mes, exceptuando aquellos del Gran Combate y la tregua consiguiente, un Encuentro Deportivo mucho más grande que atraía a participantes y espectadores de todas partes del sur de Europa.

Fue en el Encuentro Deportivo de setiembre cuando Aiken Drum y su hombre de armas Stein Oleson recibieron la orden de demostrar sus recién adquiridas habilidades marciales. Si ambos pasaban la prueba de la arena, se les permitiría participar en la Búsqueda de Delbaeth… que se había decidido que sería conducida por el propio Rey. tras un frenético juego de maniobras por parte de la Reina y su Casa, se decidió que no solamente Aiken sino también Nodonn el Maestro de Batalla, Lord de Goriah, perseguirían al escurridizo monstruo bajo la dirección del Thagdal. Todos los aficionados a los deportes nobles que estuvieran disponibles acompañarían a la expedición a España para ser testigos de la diversión.

Las apuestas a favor de Aiken liquidando a la Forma de Fuego se abrieron 300 a 1.

Una molesta lluvia cayó sobre Aven la noche del Encuentro. Un equipo de potentes PC conducidos por los dos hermanos gemelos de Nodonn Fian el Rompedor de Cielos y Kuhal el Sacudidor de Tierras movilizaron sus esfuerzos para desviar la lluvia del estadio mediante energías psíquicas. Se esperaba que el Maestro de Batalla en persona llegara a la capital a tiempo para presenciar la prueba del Candidato Aiken y su escudero vikingo.

En el palco real, aguardando el desfile de los contendientes, la Reina Nontusvel alzó la vista hacia una retorcida descarga eléctrica natural que llameó encima del techo transparente generado por los psicocinéticos.

—Un tiempo tan poco habitual para esta época del año. Espero que Nodonn y la querida Rosmar no se retrasen. —Se volvió hacia Eadone la Maestra de Ciencias, que estaba sentada a su lado, austera en su atuendo de plata sin ningún adorno—. Gomnol teoriza que nuestras Cazas Aéreas pueden estar alterando la capa de ozono y cambiando el clima.

—Tonterías —dijo Eadone, segura en su posición de Decana de las Cofradías e hija mayor del Rey—. No es más que una tormenta de verano un poco tardía. Quizá los restos de algún ciclón tropical del Atlántico sur que ha conseguido cruzar el istmo de Gibraltar.

—Esperemos que así sea, Augusta Hija —gruñó Thagdal—. Si esta lluvia se empeña en durar, va a estropear nuestra diversión en la Búsqueda de Delbaeth. La vieja Forma de Fuego puede limitarse a permanecer en su cueva con su pipa y sus pantuflas si las cosechas de las plantaciones siguen empapadas e ininflamables. Vamos a perder un maldito tiempo rastreándolo si se queda bajo tierra.

—¡Aquí está Bryan! —exclamó la Reina. Se puso a hablar en inglés estándar, una cortesía seguida por todos los Grandes Tanu en presencia del antropólogo sin torque—. ¡Y Greggy, y el Maestro Artesano también! Completamente empapados, los pobres. ¡Aluteyn, querido! ¿No ha podido cubriros tu PC?

—Soy un creador, Asombrosa Dama, no un vendedor de sombrillas —gruñó el viejo y fornido Maestro Artesano—. ¿Y qué hay de malo en un poco de lluvia, además? Nosotros los Tanu deberíamos ponernos firmes y sacudirnos de encima nuestra estúpida fobia al agua. ¿Quién se ha ahogado a causa de la lluvia?

Bryan saludó con una inclinación de cabeza a la pareja real.

—No fue demasiado malo hasta que nos vimos obligados a echar a correr desde nuestro carruaje hasta la entrada de la arena. Hay tanta gente aquí esta noche que los ramas que llevan los doseles para proteger a los recién llegados no dejaban de chocar entre sí.

Alguien dejó escapar una risita, un sonido parecido al de un gallo Bantam siendo estrangulado. Un Humano con un torque de oro, llevando una casaca con los colores de la Liga de Creadores, avanzó torpemente, completamente empapado, hacia el Rey y la Reina, salpicando a los demás ocupantes del palco real mientras agitaba sus brazos en un saludo. Su rostro de tití estaba lleno de despreocupada inocencia; parecía tener unos sesenta años.

—¡Aluteyn nos ha ofrecido una ilusión de sequedad! —declamó el personaje, ejecutando una especie de cortesía que estuvo a punto de hacerle caer por encima de la barandilla a la arena—. ¿Pero puede una ilusión imitar la realidad? ¿Especialmente cuando un dosel lleno de agua se vuelca hacia un lado y…?

—Oh, cállate, Greggy —dijo el Maestro Artesano, con aspecto cansado—. Ha sido un largo día, Grandes —les dijo al Rey y a la Reina.

—¿Y te ocupaste como correspondía de Bryan? ¿Le mostraste todos los maravillosos secretos de tu Liga? —La solicitud de la buena Reina calentó a los tres recién llegados y secó sus empapados pies.

—Una visita de lo más impresionante —dijo Bryan—. Las instalaciones para el entrenamiento de artistas y científicos me recordaron algunas universidades de mi propia era. Y por supuesto Lord Greg-Donnet me condujo por todos los laboratorios de investigación de su Departamento de Genética…

—¿Y no es todo maravilloso? ¿No lo crees así? —El antiguo Gregory Prentice Brown dio un pequeño salto y una palmada—. ¡No puedo expresar la alegría que representa el charlar con un colega que puede informarme de algunos de los últimos desarrollos de la ciencia del Medio! ¿Os dais cuenta, Majestades, de que el porcentaje de metapsíquicos operantes entre los Humanos nacidos el año pasado en el Medio Galáctico ha ascendido de dos a cuatro? ¡Simplemente tengo que replantear mi estudio sobre los coeficientes de latencia! Había basado mis pronósticos originales sobre la suposición de que la población se hallaba en equilibrio… ¡pero Grenfell dice que no! Las implicaciones son enormes.

—Estoy segura de que lo son, Greggy querido —dijo la Reina—. Siéntate y relájate. Mira… ¡ahí vienen los payasos!

—¡Oh, excelente! —exclamó Lord Greg-Donnet—. Espero que el que estalla esté aquí esta noche. —Se dejó caer en un asiento y se apropió de una bandeja de la mesa real llena de delgados plátanos, comiéndolos con piel incluida.

—¿Es cierto lo que dice Greggy? —preguntó Eadone a Bryan.

—Creo que sí, Lady Maestra de Ciencias.

La mujer frunció el ceño.

—Pero para un replanteamiento necesitaremos el ordenador.

—Pero tenemos el ordenador —dijo Bryan—. Ogmol y yo lo hemos estado utilizando para almacenar nuestros datos.

—El chico lo reparó —dijo Aluteyn con cierta rigidez…

—¡Por las uñas de los pies de Tana! —exclamó encantado el Rey—. ¡Quizá he juzgado mal a Aiken!

La Reina permaneció sentada, observando las evoluciones de los payasos con una sonrisa fija en sus labios.

—Aiken Drum ha estado atareado en muchas cosas —prosiguió el Maestro Artesano, con una voz cargada de ironía—. Fue capaz de mostrar a algunos de los míos en la fábrica de cristal cómo reparar la máquina grande de temple. El y Gomnol han estado conferenciando sobre formas de mejorar el dispositivo de evaluación mental… que como todos vosotros sabéis siempre ha sido decepcionantemente frágil. Y ha introducido a la nobleza vulgar en el deporte de volar cometas y el ajedrez tridimensional. Las nuevas diversiones han hecho furor en Muriah durante las últimas dos semanas.

—Hum —rumió el Rey. Ya no parecía tan alegre.

—¡Oh, los animales! —chilló Greggy—. ¡Mirad a ese gigantopiteco! ¿Va a luchar? ¿Lo hará?

—No hasta la muerte, querido —dijo la Reina—. Debemos reservarlo para el Gran Combate. Pero estarán los elefantes, y los perros-oso gigantes de las selvas catalanas. Y… mira ahí, en aquel carro. ¡Otro nuevo monstruo! ¿No es horrible? ¡Como un cruce entre un dientes de sable y una enorme hiena!

—Un hyainailouros —dijo Eadone—. Otro espécimen traído por la expedición africana. El último cargamento llegó hoy.

Hubo un floreo de instrumentos de viento y tímpanos, puntuado por una tronada. Los contendientes de la noche desfilaron ante ellos: primero los grises menores a pie, llevando distintos tipos de atuendos de gladiador; luego los grises de más alto rango, los platas, y los Humanos y Tanu con torques de oro en sus resplandecientes armaduras de cristal de muchos colores y estilos. Los chalikos que montaban iban también ricamente enjaezados y protegidos con armaduras, y muchos de los animales tenían sus pelajes teñidos de amarillo o carmesí o azul.

El aplauso de la multitud trepó hasta casi el umbral de lo doloroso. Por la entrada penetraron en la arena dos jinetes, lado a lado. Uno era un gigantesco Humano cabalgando sobre un chaliko color rojo cobre. Su armadura completa, cristalina, era de color verde, incrustada con roeles y púas de resplandeciente topacio. El visor del casco esmeralda provisto de cuernos estaba alzado, y Stein sonrió a los vociferantes partidarios y golpeó su escudo con el plano de su enorme hacha de vitredur. Junto al vikingo cabalgaba una diminuta figura que parecía toda ella chapada en oro, a horcajadas sobre una gran montura negra. Cuando las damas empezaron a arrojar flores, dio un salto y se puso de pie sobre su silla, sujetando en alto una pica en cuyo extremo ondeaba un largo estandarte púrpura con un símbolo dorado en él.

—Una bandera con un dibujo muy curioso —murmuró Bryan—. ¿Se trata realmente de un digitus impudicus?

—La Venerable Mayvar —dijo la Reina con un tono neutro— autorizó a su Candidato a elegir su propio escudo de armas. ¿Estoy en lo cierto suponiendo que ese motivo de un gesto de mano representa un cierto desafío vulgar?

—Vuestra Majestad está completamente en lo cierto —dijo Bryan, manteniendo un rostro inexpresivo.

El desfile se estaba situando ahora en un gran círculo en torno a la arena. El Maestro de Ceremonias de Deportes y el Lord de las Espadas entraron los últimos, junto con sus ayudantes y el cuerpo de árbitros. Cuando esos funcionarios llegaron a la gran escalera enrejada frente al palco real, rindieron homenaje a Thagdal y Nontusvel y dirigieron un saludo a contendientes y espectadores.

La mente y la voz de Thagdal gritaron:

—¡Que empiecen los juegos!

Los espectadores se acomodaron mientras los principales luchadores y animales se retiraban a las zonas laterales. Los actos preliminares y de circo empezaron para calentar los ánimos. El Rey preguntó a Bryan:

—¿Cómo va tu investigación, Respetable Doctor?

—He reunido una considerable cantidad de datos, como sin duda te ha informado Lord Ogmol.

El Rey asintió.

—Oggy lucha esta noche, pero me ha dicho que has estado recorriendo con él toda la ciudad… y el campo también.

—Es importante incluir la agricultura, especialmente puesto que tu política ha sido delegar enteramente el manejo de las plantaciones a los Humanos. Me ha sorprendido descubrir a tantos trabajadores sin torque empleados en posiciones no serviles. Es interesante el que la mayor parte de ellos parezcan productivos y felices.

—¿Te sorprende descubrir eso, Bryan? —inquirió la Reina. Tomó una servilleta y la mojó en una jarra de vino blanco, luego limpió un poco de fruta aplastada del rostro de Lord Greg-Donnet. El Maestro Genético le dirigió una sonrisa de adoración.

—La asimilación aparente es significativa. Tengo entendido que los descontentos son relativamente pocos… al menos en la zona de Aven. ¿Podré comprobar estos datos con investigaciones similares en otras regiones metropolitanas… digamos Goriah y Finiah?

—Desgraciadamente —dijo el Rey— no va a haber tiempo. Necesitaremos tu análisis completo antes del Gran Combate. Tendrás que hacerlo con el material que puedas reunir aquí… aunque tienda a estar cargado con factores positivos.

—Reunimos la crema de la crema de la Humanidad en Muriah —dijo Greggy, con una expresión complacida—. Casi nadie huye de aquí. Ni siquiera las mujeres. Quiero decir… ¿adónde podrían ir?

—A Kersic, en su mayor parte —dijo Eadone. Aplaudió a una exhibición de lazado y derribo de un antílope del tamaño de un alce, realizada por cowboys vestidos de lamé naranja. Explicó a Bryan—: Es una isla al este de aquí. En tu mundo futuro se ha escindido en dos, Córcega y Cerdeña.

—¿Y los… fuera de la ley viven allí?

—Unos pocos —dijo el Rey, agitando una mano para quitarle importancia al asunto—. Bandas de nauseabundos bandidos persiguiéndose entre sí. Cada pocos años organizamos una Caza y limpiamos un poco el terreno. No conseguimos mucho deporte, sin embargo.

—¡Mira! ¡Mira! ¡Los colmilludos! —El Maestro Genético, y la mayor parte del resto de la multitud, saltó y gritó. Cuidadores con grandes aguijones hicieron penetrar en la arena a seis colosales proboscídeos con colmillos curvados hacia abajo. Los más grandes medían casi cuatro metros de alto hasta los hombros. Caballeros Tanu a pie, armados solamente con picas de vitredur adornadas con anchos estandartes, realizaron una exótica corrida con los animales. Un desafortunado luchador tropezó y fue pisoteado. El resplandor arcoíris de su armadura, que no se había roto, se apagó bruscamente, como si alguien hubiera accionado un interruptor.

Greg-Donnet rió entre dientes.

—Se ha roto el cuello. Bien… ¡ya tenemos uno para el saco de Dionket!

—Será restaurado, querido muchacho, no te preocupes —le dijo la Reina al consternado Bryan—. Somos una raza muy resistente, ya sabes. Pero el pobre será apartado del Gran Combate mientras se restablece dentro de la Piel. Ha perdido mucho prestigio mostrándose tan torpe.

Los deinotheria y los caballeros supervivientes se retiraron entre aplausos.

—¿Ninguno de los animales es muerto? —preguntó Bryan.

—Habrá solamente dos luchas a muerte esta noche —dijo la Reina—. Ah. Ya ha terminado. Y ahora…

Resonó un elaborado estallido de instrumentos de viento. El Maestro de Ceremonias de Deportes avanzó hasta los escalones frente al palco real, y Aluteyn tradujo su anuncio para Bryan.

—¡Por favor, Asombrosas Majestades, aceptad el homenaje del Novicio en Armas Stein Oleson, leal servidor del Candidato Aiken Drum!

Stein apareció a un trote corto de su chaliko, cabalgó hasta los escalones, inclinó su hacha de cristal de mango largo, y saludó tocando su torque gris. Los vítores fueron fuertes pero tentativos. Cuando el Rey se levantó e hizo un gesto, la multitud guardó silencio.

Stein hizo girar a su montura para enfrentarse al antagonista elegido. Los cuidadores de los animales al otro lado de la arena abrieron la recia puerta de la jaula sobre ruedas que contenía al hyainailouros.

El animal pareció fluir cruzando la arena sucia y llena de agujeros. Tenía el sinuoso cuello y la relativamente pequeña cabeza de un oso polar. Su cuerpo, sin embargo, era al menos dos veces más largo que el del úrsido aún no nacido. El hyainailouros podía pesar una tonelada o más; se movía con rapidez y agilidad, aplastando sus largas y redondeadas orejas contra su cabeza y dirigiéndose directamente hacia Stein en una especie de deslizante galope. La boca del animal estaba enormemente abierta, mostrando un par de caninos superiores sobredesarrollados que eran tan largos como la mano protegida por cota de malla de Stein.

—¡Ooooh! —chilló Lord Greg-Donnet.

Siguiendo la obligatoria etiqueta de la arena, Stein avanzó al galope al encuentro del animal, desviándose a un lado en el último segundo para golpearle en los cuartos traseros, en passant, con el plano de su hacha de cristal. La bestia se giró, lanzando una especie de sibilante ulular, y rasgó el aire con una garruda pata delantera, luego con la otra. Stein regresó para anotarse más golpes, atacando y retirándose, golpeando al animal en los flancos, en el lomo, en el cuello… incluso, suavemente, en su aplastado cráneo. El hyainailouros giraba una y otra vez presa del frenesí, intentando desventrar al chaliko o atrapar al atormentador jinete con sus abiertas mandíbulas. Los espectadores saludaban cada golpe con un rugido de aprobación. Finalmente, cuando el animal dientes de sable estaba empezando a sentirse desconcertado por el vértigo y la frustración, algunas voces dispersas entre los espectadores empezaron a gritar:

—¡A muerte! ¡A muerte!

Stein espoleó a su montura y galopó en un cerrado círculo en torno a la tambaleante criatura, que se había alzado sobre sus patas traseras. Lanzó una serie de cortos y agudos balidos, como la risa de un demonio.

Thagdal volvió a ponerse en pie e hizo otro gesto.

—¡A muerte! —aulló la multitud al unísono.

Y entonces hubo un silencio, roto solamente por el golpetear de los ungulados pies del chaliko mientras Stein se apartaba del hyainailouros, y los rápidos jadeos de la presa sin resuello aguardando el regreso de su enemigo. Stein desmontó. Al extremo del mango de su hacha había un recio lazo; el avanzante vikingo empezó a hacer girar su arma por la cuerda, trazando círculos y círculos en torno a los cuernos de su casco. Se acercó al ahora rampante bruto con cada faceta de su armadura resplandeciendo y la girante hoja de vitredur completamente invisible. Luego saltó, la trayectoria de su cuerpo exactamente calculada para coincidir con el movimiento de su presa, y segó de cuajo su cabeza.

Los espectadores entraron en erupción en un tumulto vocal y mental, gritando, aplaudiendo y pateando. Thagdal abrió un portillo en la parte frontal del palco y descendió la escalera que conducía a la arena. Allá abajo, los ayudantes del Maestro de Ceremonias abrieron de par en par la puerta de la valla protectora para que Stein pudiera acercarse al soberano. El vikingo se quitó el casco esmeralda y avanzó.

Y entonces la multitud lanzó un jadeo. Del otro lado del estadio apareció al galope un corcel negro montado por un pequeño jinete con una armadura de cristal lustrosamente dorada. En el mismo momento en que Stein se detenía delante del Rey, Aiken Drum tiró de las riendas frenando su montura apenas un metro detrás de su «sirviente», sonriendo como la personificación de un fuego fatuo.

—¡Y lo hizo todo él! —exclamó—. ¡Sin ninguna ayuda de Mis poderes!

El Maestro de Ceremonias de Deportes se vio obligado a actuar rápidamente con su PC para impedir que la gran nube de polvo generada por Aiken envolviera al desconcertado Rey. Luego el oficial avanzó unos pasos y declamó:

—¡Se ruega silencio para el homenaje de Su Asombrosa Majestad!

—Ajá —dijo Stein, lanzando una mirada a Aiken—. Ya tendrás tu oportunidad.

Thagdal extrajo una larga cadena con un medallón grabado con el rostro masculino heráldico. Lo alzó. Mientras la multitud gritaba «¡Slonshal!», lo colgó en torno al cuello de Stein.

—Acepta este nuestro homenaje, y sé por siempre nuestro fiel hombre de armas.

La gente vitoreó, y la Reina Nontusvel lanzó una servilleta anudada en torno a un magnífico anillo con un rubí del tamaño de un pulgar (a Stein no le importó en absoluto que estuviera algo manchado de plátano), y las damas Tanu exudaban concupiscencia, y una muy guardada hostilidad emanaba de los caballeros Tanu, y un palafrenero le trajo a Stein su chaliko, y se alejó cabalgando. Aiken lo siguió, radiando a los cuatro puntos cardinales, en modo telepático enormemente ampliado:

—¡Éste es mi muchacho!

Cuando Thagdal regresó al palco, había una clara atmósfera de excitación joviana.

—Tranquilo, Thaggy —calmó la Reina.

—¿No te encanta? —exclamó Greggy.

El enorme sonido de un trueno estremeció el aire encima de la arena.

—Ésos son exactamente mis sentimientos —gruñó el Rey de la Tierra Multicolor—. Ahora disculpadme. Necesito hacer una meada real.

—En realidad no le importan los Humanos, ¿sabes? —El alegre rostro infantil de Lord Greg-Donnet se iluminó con una momentánea cordura—. No más que a ti, mi Reina, y a toda tu Casa. El Rey soporta la Humanidad como un mal necesario. Pero hubieras preferido que el portal del tiempo no se hubiera abierto nunca.

—No digas tonterías, Greggy —murmuró Nontusvel—. Algunos de mis mejores amigos son Humanos. No deberías hablar así, chico malo. ¿Qué va a pensar Bryan? Toma… aquí tienes un hermoso huevo duro.

El Maestro Genético tomó el plato de plata que se le ofrecía y lo miró, aparentemente desconcertado.

—¿Huevos? ¿Huevos? ¡Pero si ése es precisamente, queridísima Lady, el asunto del que estamos hablando! ¡Un cuarto de millón de ellos encerrados en los ovarios Humanos! ¡Es tan generoso, tan derrochador, tan providencial que la Madre Naturaleza haya dotado a todas las mujeres Humanas con una tal superabundancia de óvulos! —Miró de soslayo a Bryan, tomó un huevo, y lo pasó por un frasco de mostaza antes de darle un meditativo mordisco—. ¿Sabes, doctor Grenfell, que en el plioceno el nombre de la Madre Naturaleza es Tana?… O Té, si perteneces al credo Firvulag.

—No hables con la boca llena, Greggy querido —dijo la Reina.

Las lágrimas empezaron a rodar por las lisas mejillas del loco.

—¡Si tan sólo pudiéramos clonarla! —Y Bryan estuvo completamente seguro de que el Maestro Genético ya no se refería a la Madre Naturaleza—. Nunca creerías, Grenfell, lo primitivas que son estas instalaciones comparadas con mi viejo laboratorio allá en el John Hopkins.

—Mira el espectáculo, Greggy —le animó Nontusvel—. ¿Ves? Ahí está Ogmol listo para participar.

Lady Eadone, la Maestra en Ciencias, lanzó a Bryan una mirada apreciativa.

—¿Y qué conclusiones preliminares has conseguido extraer en estas primeras semanas de investigación del impacto de tu cultura, Doctor? Consideraciones genéticas aparte, nos preocupa el que los Tanu puedan convertirse en demasiado dependientes de los trabajadores Humanos y de la tecnología Humana. Como habrás notado, ninguno de nuestros jóvenes elige ya una carrera agrícola. Lo mismo está empezando a ocurrir en otras disciplinas prácticas: minería, arquitectura, ingeniería civil, manufactura.

—Todas las actividades que caen dentro de mis competencias —señaló Aluteyn, con expresión molesta—. La Casa de Creación está atestada de músicos y bailarines y escultores y diseñadores de ropas. ¿Pero sabes cuántos han firmado para tecnología de bioluminiscencias este año? ¡Cinco! ¡Otro par de centenares de años y tendremos que iluminar enteramente nuestras ciudades con aceite de oliva y con médula de caña empapada en sebo!

—Es posible que tengáis motivos para preocuparos —dijo Bryan cautelosamente.

El indignado Maestro Artesano gruñó:

—Se habla incluso de separar enteramente las artes y las ciencias… ¡creando una nueva Liga, por favor, con Humanos oro a cargo de la tecnología!

—Se trata de una idea de Gomnol, por supuesto —observó Eadone, completamente relajada.

—He estado trabajando sin cesar desde los primeros días —dijo Aluteyn—. Fui uno de los Primeros Llegados que desafió a la federación y estableció contacto con Brede. Ya no quedan muchos de nosotros entre los Tanu… el Thagdal, Dionket, Mayvar, Lady Eadone, el Señor de las Espadas, el pobre viejo Leyr resentido en los Pirineos… ¡Ja! ¡Incluso fui yo quien le dio a las malditas montañas su nombre Humano! Sólo sesenta y tantos años del portal del tiempo, y un milenio de cultura Duat casi a punto de desaparecer. ¡Incluso los mejores luchadores de hoy en día son en su mayor parte híbridos! El mundo se está yendo al infierno en una carreta de estiércol.

—Domínate, Hermano Creativo —dijo la Reina.

Greg-Donnet mostró sus dientes en una amplia sonrisa.

—No puedes quedarte parado en mitad del camino del progreso.

—Oh, ¿realmente? —dijo Nontusvel.

Un ujier con torque gris abrió las cortinas de la parte de atrás del palco real. Anunció:

—El Exaltado Lord Nodonn el Maestro de Batalla y su consorte, Lady Rosmar.

Una impresionante silueta ataviada con una armadura rosado-dorada apareció en el umbral, casi cegando a Bryan con un brillo solar.

—¡Hijo mío! —exclamó alegremente la Reina.

—¡Madre!

—Me alegra tanto que hayas podido llegar a tiempo para esta prueba.

El rostro de Apolo exhibió una irónica sonrisa.

—No me la hubiera perdido por nada del mundo. He traído un pequeño presente para el muchachito de Mayvar.

La Reina se había alzado de su asiento para besar a su hijo mayor. Luego tomó la mano de una mujer Humana vestida con un espléndido traje y un tocado de matices aurorales y la condujo hacia el aún desconcertado antropólogo.

—Y aquí está la sorpresa para ti, Bryan. ¡Exactamente como te prometimos! El querido Nodonn deseará bajar a la arena para contemplar la prueba de Aiken Drum, así que vosotros dos podéis sentaros aquí juntos y reanudar vuestra vieja amistad. Recuerdas a Bryan Grenfell, ¿verdad, querida Rosmar?

—¿Cómo podría olvidarlo? —dijo Mercy. Tiernamente, se inclinó y besó al antropólogo en los labios, luego alzó unos traviesos ojos a su resplandeciente Lord—. No tienes por qué sentirte celoso, mi amante demonio. Bryan y yo somos viejos, viejos amigos.

—Divertíos —dijo el Maestro de Batalla.

Abrió el portillo y bajó los escalones hasta la arena. La multitud del estadio y el tormentoso cielo rugieron a la vez en un concierto de adulación.

Observando desde el lado opuesto del estadio, Aiken preguntó al Lord de las Espadas:

—¿Quién es ese arcángel del culo?

—¡Lo descubrirás dentro de muy poco! Tengo entendido que ha traído algo especial para tu prueba de los pantanos de Laar. —Tagan salió del cobertizo lateral para acudir al encuentro del campeón Tanu. El torneo se había detenido en un punto muerto en medio del rugir de la gente, a la espera de la aparición de Nodonn.

Stein, libre ahora de su armadura de cristal y masticando un muslo asado de alguna gallinácea de buen tamaño, llamó desde el pasadizo que conducía a los vestuarios.

—¡Hey, chico! Aquí hay alguien que quiere verte. Tu viejo amigo, el de la Columbia Británica.

Raimo Hakkinen se deslizó furtivamente hasta el cobertizo, con sus pálidos ojos mirando nerviosos de uno a otro lado. Ninguno de los guerreros Humanos o Tanu estaba prestándole la menor atención, pero habló de todos modos en un susurro ansioso:

—Solamente un minuto de tu tiempo, Lord Aiken. Esto es todo lo que…

Aiken pareció desconcertado.

—¿Qué es esa mierda de Lord? ¡Soy yo, picaastillas… tu viejo compadre!

Aiken envió una rápida sonda detrás de los sanguinolentos ojos mongoles… y encontró el caos. Resultaba difícil encontrar algún pensamiento coherente en aquella ciénaga de debilidad y temor que era la mente de Raimo. De alguna forma, el torque de plata había exacerbado los demonios personales del antiguo leñador. Sus experiencias durante las dos semanas anteriores, combinadas con sus trastornos funcionales, lo habían conducido al borde del colapso mental.

—¡Las mujeres, Aik! ¡Las malditas perras Tanu devoradoras de hombres! ¡Han estado exprimiéndome como si fuera un limón!

Stein se dio una palmada en uno de sus enormes muslos y lanzó una risotada cruel.

Raimo se limitó a inclinar la cabeza. Parecía como si hubiera perdido diez kilos. El antes arrogante rostro del finlandés se había vuelto chupado y lleno de ronchas, el pelo rubio colgaba lacio bajo un vistoso casco, y el hasta entonces poderoso cuerpo estaba arrugado bajo un vestido que imitaba el estilo del renacimiento italiano con sus ahuecadas mangas y sus calzones rectos. Raimo no prestó atención a la risa del vikingo, sino que alzó sus manos juntas y cayó de rodillas ante el joven.

—Por el amor de Dios, Aik… ¡ayúdame! ¡Tú puedes! He oído decir cómo has conseguido que esta jodida ciudad coma de tu mano.

La redacción no era el talento metapsíquico más desarrollado de Aiken, pero se sumergió para hacer todo lo posible por aquella psique a punto de derrumbarse. Algunos de los participantes Tanu de los juegos habían empezado a mirar con curiosidad, de modo que Aiken empujó a Raimo fuera del corredor. Stein les siguió, royendo su hueso.

—No dejan de pasarme de la una a la otra —dijo Raimo—. Todas las que no tienen chicos… ¡y hay un montón! Prueban con todos los tipos platas… y también los grises, si les gusta su aspecto. Pero si resulta que no embarazas a ninguna, entonces dejan de mostrarse amables y se vuelven… se vuelven… ¡Jesús, Aik! ¿Sabes lo que pueden hacerle a un tipo que lleve este jodido torque?

Aiken lo sabía. Se movió rápidamente por entre el sistema límbico del humillado y atormentado cerebro, desconectando circuitos de dolor y erigiendo una estructura mitigadora temporal que podría ayudar… un poco. Cuando las cosas estuvieran en su momento peor, Raimo podría al menos retirarse a aquel lugar y seguir cuerdo. A medida que los crispados rasgos del leñador fueron calmándose, suplicó:

—No dejes que me cojan de nuevo, Aik. Somos amigos. No dejes que las perras Tanu me jodan hasta morir.

Un repentino estallido de conversación y risas sonó al otro lado del largo pasadizo. Seis altas apariciones de extraterrena belleza, todas ellas gasa arcoíris y resplandecientes gemas y flotante pelo rubio y excitantes feromonas avanzaron deslizándose hacia los tres hombres con ansiosas exclamaciones.

—¡Te localizamos, descubrimos que te ocultabas aquí!

—¡Perverso Raimo, huir de nosotras de este modo!

—Ahora vamos a tener que castigarte de nuevo, ¿sabes?

—¡Hermanas! ¿No veis quién es ese grande de aquí? ¡Es Stein! ¡Llevémoslo también!

Hubo un perfumado correteo y un resonar de coordinada fuerza coercitiva contra un escudo mental de oro, seguido por risitas mentales e impúdicas alusiones que hicieron enrojecer a Aiken y al vikingo incluso a través de sus alzadas barreras. Un sólo gemido: «No las dejéis.» Y luego Raimo y las mujeres Tanu hubieron desaparecido.

—Mierda —murmuró Stein.

Aiken agitó su ridícula cabeza.

—Allá en el buen viejo Medio, hubiera dicho: «Vaya forma de acabar.» Pero no creerías lo que se agitaba dentro de la cabeza del pobre bastardo. ¡Un destino peor que la muerte! ¡No creo que pueda resistirlo mucho tiempo más!

—Lástima que tú no des lecciones —dijo Stein.

¡Aiken Drum! —llegó la orden mental y vocal del Señor de las Espadas—. Eres requerido para demostrar tu poder ante el Rey y la nobleza y el pueblo de Muriah.

—Oh-oh. Me toca. —El joven miró a Stein, serio por una vez—. Si me pillan ahí afuera, Mayvar te llevará al lugar donde está oculta Sukey.

—Dales una buena lección, chico —dijo el vikingo.

—Por favor, Asombrosa Majestad, aceptad el homenaje del Humano torque de oro Aiken Drum, Candidato presentado por la Venerable Mayvar la Hacedora de Reyes, Presidenta de la Liga de Telépatas.

Aiken avanzó a lomos de su negra montura para cumplir con el ritual. Los aplausos fueron casi tan intensos como aquellos que habían dado la bienvenida al Maestro de Batalla.

El propio Nodonn permanecía inmóvil al pie de las escaleras con Tagan y el Maestro de Ceremonias de Deportes, la cabeza descubierta y una expresión de benignidad en su resplandeciente rostro. Cuando los vítores se hubieron apagado por completo, dijo:

—Aiken Drum… tu Venerable Presentadora nos ha hablado de tus considerables talentos metapsíquicos. Pero esas no son las cualidades que buscamos que demuestres esta noche para que podamos sopesar tu candidatura. En vez de ello, queremos probar los atributos fundamentales que deben caracterizar a aquellos que se hagan merecedores de nuestra compañía de batalla… valor, resolución, inteligencia. Demuéstranoslos en tu enfrentamiento con el antagonista que he elegido para ti… Su nombre, según las sagas de Goriah, es Phobosuchus. La mayoría de los de su raza se han extinguido desde hace cerca de cincuenta millones de años. Pero sobreviven unos pocos como fósiles vivientes en las regiones al sur de mi ciudad, en los vastos estuarios del río Laar, donde los monstruos marinos de largo cuello acuden a solearse y a procrear. Con el poder de mi mente lo he dominado y transportado hasta aquí para probar tus habilidades. ¡Pero te advierto, Aiken Drum, que recuerdes nuestras reglas deportivas! No puedes usar ninguna fuerza mental abierta en tu combate con Phobosuchus… solamente la fuerza física, el valor, y la astucia natural. Viola nuestros preceptos, y el desprecio acumulado de esta noble compañía te aniquilará.

Un sonido bajo flotó sobre la concurrencia. Conflictivos sentimientos telepáticos vagaron en torno a la pequeña figura en su armadura dorada: algunos hostiles, algunos burlones o temerosos, pero otros…

Que me maldiga, pensó Aiken. ¡Creo que la mayoría de ellos desean que venza!

Una vez terminadas las advertencias de Nodonn, el Rey hizo la señal de que la confrontación podía empezar. Aiken alzó con una mano su pica con el estandarte, saludando primero al palco real y luego a la multitud de espectadores. Con la otra mano, mientras espoleaba a su chaliko para que diera la vuelta e hiciera frente al centro de la arena, repitió para el Maestro de Batalla el gesto con los dedos pintado en su estandarte.

Hubo un coro de gritos. Una puerta de gruesos barrotes al lado de los corrales de los animales se abrió de par en par, revelando una abertura parecida a una cueva. Nodonn lanzó una orden a la vez mental y vocal:

—¡Phobosuchus, sal fuera!

Un dragón apareció corriendo en la arena, luego se detuvo en medio del campo para abrir enormemente sus mandíbulas y lanzar un siseo como una fumarola.

Los espectadores respondieron con gritos de asombro y frenéticos aplausos ante la novedad, que nunca hasta entonces había sido vista en la arena de Muriah. Phobosuchus era un cocodrílido monstruoso. Su cráneo medía dos metros de largo, y los dientes en su boca grisazulada tenían el tamaño de plátanos grandes. En posición de descanso, y observando la aproximación de la montura negra de Aiken con unos sardónicos ojos felinos, Phobosuchus permanecía con la barriga apoyada en la arena y las patas dobladas hacia afuera; el cuerpo tenía al menos quince metros de largo, y la superficie dorsal estaba blindada con una serie de placas óseas formando un cresta. El capricho del Maestro de Batalla había adornado el esquema natural a rayas verde pálido y negro del animal con dibujos pintados en sus propios colores heráldicos, rojo rosado y oro.

Enfurecido por los gritos de la multitud, las brillantes luces, y el doloroso aguijoneo mental que la facultad coercitiva de Nodonn acababa de administrarle, Phobosuchus buscó a quién devorar. Agitó como un látigo su aserrada cola, soltando un nocivo chorro almizcleño de sus glándulas cloacales. Luego alzó su enorme cuerpo muy por encima del suelo e inició una carrera hacia el objetivo más probable a un galope vivo.

El planeta pionero «escocés» de Dalriada donde había sido criado Aiken Drum no poseía cocodrílidos nativos, ni sus ingenieros ecológicos habían pensado en ningún momento dotar a la biota del planeta con ese orden de reptiles en particular. De modo que Aiken no tenía realmente ni la más remota noción del tipo de criatura que estaba cargando contra él. Decidió que tenía que ser un dragón. Un dragón que podía correr como un caballo de carreras y no dejaba de mear. La etiqueta de los juegos decretaban que acudiera al encuentro del monstruo con osada resolución. Agarró con firmeza su lanza y clavó fuertemente las espuelas en los amplios costados de su montura…

… y olvidó por completo controlarla con la mente.

El negro chaliko lanzó un resonante grito de miedo y desmontó sin la menor consideración a su jinete. Huyó para salvar su vida al lado opuesto de la arena, mientras el joven con la armadura de cristal se ponía trabajosamente en pie, recogía su lanza, y echaba a correr rápidamente con Phobosuchus en complacida persecución.

Tras un silencioso latido de impresionado horror, los espectadores estallaron en carcajeantes vítores. Los cielos se sumaron al estruendo con una tronada, que inspiró al cocodrilo a aullar en respuesta. Lo hizo con la boca cerrada persiguiendo a Aiken por un lado de la arena y luego por el otro mientras payasos, árbitros, cuidadores de los animales, recogedores de estiércol, caballeros Tanu en enjoyadas armaduras llenas de púas y dignos oficiales caían los unos sobre los otros y saltaban o levitaban hasta la primera fila de asientos, intentando escapar al veloz monstruo.

Al acercarse a la escalera que conducía al palco real, donde Nodonn, Tagan y los demás observadores de alto rango permanecían de pie como una colección de enormes piezas de ajedrez talladas y enjoyadas, Aiken cambió bruscamente de dirección. Se desvió en una amplia curva hacia el centro de la arena, con Phobosuchus a dos o tres metros detrás y empezando a mostrarse un poco falto de resuello. Aiken clavó la punta de su pica frente a él, la hundió profundamente en la arena, y la convirtió en una pértiga que lo envió trazando un arco por el aire como un misil dorado. Aterrizó a un largo del monstruo de uno de los costados de Phobosuchus. El animal vaciló, luego dio un respingo ante la pica con su estandarte, que aún temblaba profundamente enterrada en el suelo.

Phobosuchus se detuvo, barriga al suelo. Abrió su enorme boca hacia el dorado muñeco que parecía danzar en torno a su flanco. Aiken se dirigió hacia la parte de atrás del gran cocodrilo antes de que éste pudiera darle la vuelta a su enorme masa, y finalmente alcanzó su punto ciego. Brincando ingrávidamente como una hoja en otoño, saltó al nudoso y esmaltado lomo del animal, manteniendo el equilibrio como un funámbulo mientras el reptil se agitaba y giraba en un esfuerzo por descubrir dónde estaba ahora su presa.

Bruscamente, el cocodrílido se inmovilizó. La multitud retuvo colectivamente el aliento. Aiken se echó boca abajo sobre el chillón lomo escamoso y se aferró desesperadamente a un par de crestas. Phobosuchus estalló en un ataque de sacudidas y retorcimientos, furioso por desalojar al parásito Humano que se había adherido a su espalda. Sus mandíbulas chasqueaban con un ruido de maderas partiéndose; saltaba y se encorvaba y agitaba su cuerpo de tres toneladas casi con la agilidad de un basilisco, intentando en vano arrojar a Aiken fuera con las negras cimitarras que remataban sus patas. La cola del reptil alzaba nubes de polvo que ocultaban momentáneamente a dragón y parásito dorado; pero cuando finalmente el animal hizo una pausa para descansar, Aiken seguía aún en posición, tendido sobre su acorazado estómago entre dos hileras de escamas justo detrás de las piernas delanteras.

Phobosuchus se repantigó de nuevo sobre su barriga y silbó su exasperación. Mientras su boca, aproximadamente tan larga como el cuerpo de Aiken, se cerraba, el joven saltó bruscamente en pie y trepó cuello arriba, entre los ojos, y descendió toda la longitud del postrado cráneo para saltar desde la punta de su hocico. El monstruo observó con una incrédula fascinación cómo Aiken echaba a correr en busca de su pica y la arrancaba del suelo. Retrocedió rápidamente sobre sus pasos para recorrer al revés el mismo alocado camino saltando a la cabeza del reptil y a sus hombros, con el estandarte púrpura ondeando sobre su polvoriento casco dorado.

—¡A muerte! ¡A muerte! —trompeteó la multitud.

Phobosuchus aulló su desesperación. Abrió las mandíbulas, y el enorme cráneo osciló por encima de Aiken como un pesadillesco puente levadizo. Con la pica preparada, el hombrecillo miró a los ojos invertidos del dragón. Los poderes psíquicos de Aiken le revelaron la estructura del cráneo debajo de la gruesa y ornamentada piel… las dos aberturas parietales detrás de las órbitas.

Aiken eligió la ventana derecha, clavó con todas sus fuerzas su pica en ella, e inmediatamente saltó de lomos de la criatura y se retiró a una distancia segura. Phobosuchus estalló una vez más en un paroxismo de agitación, y sus sacudidas duraron algún tiempo porque los dragones no mueren fácilmente. Pero al fin el gran cuerpo quedó tendido en el polvo presa de los últimos estremecimientos, y Aiken arrancó la rota pica con su arruinado estandarte del sangrante cerebro. Caminó muy lentamente hacia la escalera real.

Allí estaba el Rey Thagdal aguardándole. Y la Reina, sonriente, y a un lado el Maestro de Batalla, gloriosamente aparte. Y había también una alta y condescendiente figura con una túnica color ciruela que le limpiaba su polvorienta armadura con un gesto de su femenina mano y le entregaba un nuevo estandarte, unas plumas violeta, y una capa negro-púrpura salpicada de lentejuelas como el cielo del anochecer para que se la pusiera mientras se detenía ante el Rey.

Tres veces tuvo que gritar el Maestro de Ceremonias:

—¡Ruego silencio para el homenaje de Su Asombrosa Majestad!

Finalmente, los espectadores se aquietaron.

El Señor de las Espadas avanzó hasta situarse al lado del soberano y le tendió una vaina, de la que Thagdal extrajo una espada como de amatista. Sujetando la hoja en una mano y la dorada empuñadura en la otra, el Rey colocó el arma frente al rostro del resplandeciente joven.

—Te entregamos esto como homenaje, y te nombramos para siempre nuestro fiel caballero. ¿Qué nombre eliges para tu iniciación en la noble compañía de batalla de los Tanu?

La voz mental de Mayvar penetró en la arena con su apagado tono.

No puede elegir su nombre. Yo elegiré su nombre en su momento correspondiente. Pero ese momento no es ahora.

La real boca se frunció, y la estática erizó el rubio pelo de la barba del Rey.

—Hago honor a mi Venerable Hermana, tu Protectora y Lady. Retendrás tu nombre Humano hasta que ella… prevea que ha llegado el momento. Recibe pues esta espada, Lord Aiken Drum, y llévala a mi servicio en la Búsqueda de Delbaeth.

Sonriendo, el joven aceptó la hoja de vitredur. El Lord de las Espadas le colocó la vaina y su tahalí, y la multitud gritó:

—¡Slonshal!

Arriba en el palco real, Lord Greg-Donnet se inclinó sobre la barandilla vitoreando y aplaudiendo y diseminando trozos de yema de huevo.

—¡Buen muchacho! ¡Buen chico, sí! ¡Bien hecho! —Se volvió hacia el Maestro Artesano, que observaba la ceremonia de abajo con una pétrea contención—. Ahora sabemos que el chico es valiente además de talentudo en metafunciones. Quizá Mayvar no esté tan desencaminada como temíamos, ¿eh, Aluteyn?

—Deja de hablar como un asno, Greggy. Está la Forma de Fuego. El chico no tiene ninguna posibilidad de atraparla.

Greg-Donnet cloqueó entre dientes.

—¿Crees que no? Los corredores de apuestas están aceptando trescientos a uno sobre él. O lo estaban, antes de que se puliera al dragón. ¿Te interesa que apostemos algo por nuestra cuenta?

Abajo en la arena, Mayvar estaba abrazando a su protegido. El Rey y el Maestro de Batalla subieron las escaleras hasta el palco, con una expresión indescriptiblemente sombría.

—¿Una apuesta? —Aluteyn el Maestro Artesano se mostró sorprendido, luego pensativo—. Oh, no, Greggy. De ninguna de las maneras.

—Me lo temía —suspiró el loco. Tendió la mano hacia otro huevo.