Salta Elizabeth.
Permanecía de pie en el promontorio encima de la Llanura de Plata Blanca, contemplando la caballería fantasma de las sombras de las nubes corriendo sobre la desierta superficie de sal iluminada por la luz de la luna. En el borde de la herbosa terraza había una barandilla baja. Más allá, unos cuantos retorcidos y pintorescamente deformados pinos en el borde del precipicio se asomaban a una caída en vertical de quizá cien metros hasta el abismo del Mediterráneo.
Salta Elizabeth salta a la paz.
—¿Has oído? —preguntó a Brede.
Una forma oscura sentada en un banco de piedra se agitó. Su voluminoso tocado de acolchada ala se inclinó en un asentimiento.
—Están espiándome desde el palacio —prosiguió Elizabeth—. Mira lo que ocurre cuando me acerco al borde…
¡Saltasaltasalta! ¡Libérate abandona eres laúnica de tu especie! Pobre pequeña cosita solitaria Elizabeth. Salta a la liberación. Escapa sin daño mientras aún es posible. Salta…
Se inclinó hacia adelante, con las palmas apoyadas en la barandilla. Los vientos nocturnos le trajeron los aromas del distante lago mezclándose con el azahar del jardín de Brede. Aquí en el extremo de las tierras de Aven, lejos del fluir de las aguas frescas que alentaban el florecer de las algas simples y los crustáceos no había el olor a yodo de la vida marina… solamente el amargo álcali del Mar Vacío.
—Han estado trabajándome durante toda la tarde mientras estaba encerrada en mi habitación, intentando asentar lo que deben pensar puede ser una adecuada base emocional para un impulso suicida —dijo Elizabeth—. Actuando principalmente sobre motivos de desesperación y amenaza a la dignidad, mezclados con una buena cantidad de temores pasados de moda. Pero todos sus cimientos son falsos. Las motivaciones son inaceptables para mi ética metapsíquica. Si hubieran actuado desde el ángulo del altruismo autosacrificante quizá se hubieran acercado más… aunque eso tampoco hubiera funcionado, dada la situación de este Exilio.
La voz mental de Brede, tan formal y carente de las elisiones y concatenaciones del habla mental normal, dijo:
¿Los maestros metapsíquicos de vuestro Medio abrazaron una fórmula ética común?
Elizabeth dejó que una amistosa afirmación brillara a través de la barrera que había mantenido entre ella y la Esposa de la Nave desde su primer encuentro con la mujer exótica, dos horas antes.
—La mayor parte de nosotros seguíamos un sistema en consonancia con la filosofía de una teosfera en evolución. ¿Estás familiarizada con este concepto? ¿Con las religiones más importantes de la última era Humana?
He estudiado a tu gente desde su primer viaje por el tiempo. Algunas de sus filosofías profesadas me han decepcionado y repelido. Debes comprender que los Tanu abrazan un simple monoteísmo no estructurado sin ningún sacerdocio ni jerarquía establecida. Hemos estado completamente en condiciones de garantizar la libertad religiosa a aquellos humanos cuya fe era no militante. Pero ha habido fanáticos que han persistido en alterar la paz del Rey… cuellos desnudos, por supuesto… y ésos han obtenido rápidamente el martirio que subconscientemente anhelaban… Pero ninguno de los Humanos que he estudiado fue capaz de arrojar algo de luz sobre la Unidad de vuestro Medio Galáctico. Y esto es comprensible, puesto que solamente un auténtico metapsíquico puede conocerla. Con humildad, te pido que me ilumines.
—Lo que pides es virtualmente imposible, Brede. Normalmente un joven meta empieza su entrenamiento antes de nacer. El desarrollo mental es intensificado en la primera infancia… éste es el tipo de trabajo al que dediqué mi vida antes de mi accidente. Una persona con un potencial de maestro puede esperar pasar treinta años o más adaptándose a la completa Unidad. ¿Iluminarte…? Me invitaste a inspeccionar tu potencial intelectual y admitiré que la psicounión entre nosotras dos no es completamente imposible. Pero ese torque tuyo representa a la vez una muralla y una trampa. Piensas en ti misma como en alguien operante. Pero créeme… no lo eres. No realmente. Y sin una genuina metafunción no puedes saber de la Unidad o de nada del resto de la esencia del Medio.
Le llegó el tranquilo pensamiento: Está previsto que un día mi gente compartirá su esencia.
—¿Previsto por quién?
Por mí.
Elizabeth se apartó de la barandilla y se detuvo frente a la Esposa de la Nave. Desde su primer encuentro Brede había revelado que pertenecía a una raza distinta a la de los demás exóticos. Era de menos de mediana estatura, con unos ojos cornalina en vez de azules o verdes. Su rostro, la parte inferior expuesta ahora que había retirado una vez más su barroco respirador, carecía de la belleza preternatural de la raza gobernante Tanu pero era bastante agraciado, con apariencia de mediana edad. Brede llevaba una túnica de tela metálica roja cortada de distinta forma a los atuendos vaporosos de los Tanu. Estaba orlada con cuentas rojas y negras, y llevaba un manto negro con mangas acampanadas y ribetes color rojo llama. Su enorme sombrero, también negro y rojo, estaba adornado con joyas, y de él colgaba un flotante velo negro. El traje, excepto el adornado equipo respirador, recordaba a Elizabeth uno de los tapices de la Edad Media que habían adornado el gran salón allá en el Albergue del Portal. Había una aureola arcaica en torno a la Esposa de la Nave, un aroma a algo a todas luces ausente en los demás exóticos. Brede no era una mujer bárbara, ni un oráculo, ni una madre-sacerdotisa. Todos los intentos de Elizabeth de analizarla habían resultado hasta el momento inútiles.
—Dime lo que deseas de mí —dijo la mujer Humana—. Dime quién eres realmente.
La Esposa de la Nave alzó su inclinada cabeza, revelando una dulce y paciente sonrisa. Por primera vez, Brede expresó sus pensamientos con la voz.
—¿Por qué no hablas mentalmente conmigo, Elizabeth?
—Sería imprudente por mi parte. Tú eres más formidable que los otros. Las dos lo sabemos.
Brede se levantó de su banco. Su respiración volvió a hacerse penosa, y alzó el respirador para aliviarse.
—Esta atmósfera… tan adecuada para mi gente Tanu y Firvulag… es rarificada para alguien de mi clase. ¿Quieres pasar al interior de mi casa? El oxígeno está enriquecido ahí dentro, y podemos resguardarnos en mi habitación sin puertas, y esas mentes hostiles ya no serán capaces de hacerte llegar sus impertinencias.
¡Salta Elizabeth! No dejes que Doscaras Brede te aparte de tu únicaescapatoria. ¡Es peor que nunca! Vuelve al risco y salta salta…
—La compulsión está empezando a hacerse irritante —admitió Elizabeth—. Pero puedo luchar contra ella.
—¿El ataque de la Casa no representa ninguna amenaza para ti?
—Para que su compulsión funcionara, tendría que ser lo bastante fuerte como para abrumar completamente mi superego y mi voluntad. Casi tendrían que desmembrar mi personalidad y reintegrarla a un nivel más bajo y complaciente. En estos momentos hay una gran cantidad de ellos hurgándome, y las inteligencias directoras son respetablemente fuertes. Pero ninguna de ellas, ni aisladas ni trabajando juntas, puede reunir el poder suficiente para impulsarme al suicidio. ¿Quiénes son? ¿Puedes reconocer a alguno de ellos?
—Los cuatro directores son líderes entre la Casa de Nontusvel. El adepto PC es Kuhal, Segundo Lord Psicocinético de Nodonn. Imidol es el coercedor, un campeón guerrero con muy poca sutileza mental. El telépata es Riganone, una mujer guerrera que se considera como la sucesora de Mayvar… ¡una idea divertida! El cuarto, el redactor, representa un desafío más serio, aunque quizá no en modo compulsivo. Es Culluket, el Interrogador del Rey, cuya lealtad se inclina más hacia su madre Nontusvel y su Casa antes que hacia su padre, el Thagdal. Las facultades de Culluket para sondeo profundo y alteración mental son igualadas solamente por las de Dionket, el Lord Sanador. Pero sanar no es el trabajo por el cual es conocido precisamente Culluket. Será bueno para ti que no te encuentres con él a corta distancia hasta que estés familiarizada con algunas técnicas agresivas en uso entre nuestros elementos más avanzados.
—Gracias por la advertencia. Un redactor pervertido puede ser capaz de penetrar en mi sistema nervioso autónomo mientras estoy dormida o emocionalmente aturdida. Tengo que elaborar una protección especial… quizá una trampa también. Tuvimos problemas de este tipo hace muchos años en el Medio, antes de que la Unidad alcanzara una completa maduración, con todos los metapsíquicos humanos sometiéndose a un común imperativo moral. Las maniobras autodefensivas siguen siendo enseñadas aún a los jóvenes metas… sólo por si acaso.
La compulsión ascendía ahora en un crescendo casi histérico mientras Elizabeth caminaba al lado de Brede por el sendero que cruzaba el huerto de naranjos. Había espectaculares amenazas de violaciones Tanu en masa y mutilación; visiones de sufrimientos, explotación de hijos aún no nacidos; halagos que prometían la paz de la muerte y la reunión con Lawrence; incluso —tardíamente— argumentos lógicos para la autodestrucción basados en las ramificaciones genéticas de la situación.
¡Elizabeth vuelve! ¡Mejor para ti para todoslosHumanos en el Exilio para todoslosTanu mejor si mueres! ¡No escuches las mentiras de la Doscaras EsposadelaNave! ¡Vuelve y salta! ¡Salta!
Había naranjas en el suelo, porque Brede no era servida por ramas. El característico olor del ácido cítrico en descomposición se mezclaba con el perfume de las flores; los árboles tenían capullos simultáneamente con los frutos. Elizabeth tendió una mano y arrancó una colgante esfera.
Las voces mentales emprendieron una última embestida: ¡No sigas! ¡No te alejes de la liberación! ¡No pierdas la oportunidad Elizabeth! ¡Imposible escapar dentro de la habitaciónsinpuertas! ¡Vuelve! ¡Salta! Vuelve…
LARGAOS.
(Burbujeosrestallidosagitación.) (Retirada.)
La voz amplificada de Brede dijo:
—Ahora saben que eres consciente de su ataque.
—Lo hubieran sabido más pronto o más tarde. Prefiero más pronto.
—Lo intentarán de nuevo. Y en mayor número la próxima vez. La reina Nontusvel tiene más de doscientos hijos sobrevivientes.
—¡Dejemos que lo intenten! La compulsión-agresión será inefectiva aunque amplifiquen sus esfuerzos un millar de veces. ¡Vosotros y vuestros torques! ¡No consiguen en absoluto una auténtica sinergia mental! No pueden dominar la fuerza necesaria tras un empuje multimental. Son primitivos y torpes… fuera de fase y fuera de foco. Y fuera de su alianza, si sigues mi idioma.
Oh cruel en tu reservada superioridad oh orgullosa Elizabeth.
No prestó atención al no formulado reproche. Había sido un día irritante. Mientras caminaban hacia la pequeña villa blanca, Elizabeth peló la naranja y comió los pequeños gajos. La carne de la fruta era oscura a la luz de la luna, añadiendo otro ladrillo al edificio de su indignación: era una naranja sanguínea.
La voz de Elizabeth era restallante cuando dijo:
—No vas a llegar a ninguna parte siendo sutil conmigo, Brede. Nunca fui muy buena en los juegos diplomáticos, ni siquiera allá en el Medio. Quiero saber de qué lado estás y qué es lo que esperas de mí. ¿Y qué es exactamente esa habitación sin puertas?
—No necesitas tenerle ningún miedo. No puede retener a alguien como tú. Pero mantendrá a la Casa alejada de ti, en cuerpo y alma, durante tanto tiempo como permanezcas dentro de su refugio. Había esperado que te quedaras conmigo. Podríamos… enseñarnos la una a la otra. Hay mucho tiempo, casi dos meses antes del Combate, donde preveo una resolución climática.
Los últimos gajos de la naranja cayeron de la mano de Elizabeth. Frenó su paso cuando surgieron a una pequeña extensión de césped frente a la villa. La casa de Brede no exhibía ninguna de las habituales luces Tanu, sino que se alzaba con una simplicidad griega en un marco de cipreses. Era una morada adecuada para la misteriosa mujer, carente de toda abertura al exterior.
El semienmascarado rostro de la Esposa de la Nave miro a Elizabeth, casi suplicante. Parecía decir: las dos somos exiliadas, mucho más que todos los demás.
—¿Qué ocurrirá si nuestro intento de unión de mentes fracasa? —preguntó Elizabeth.
—Entonces harás lo que debas. —Brede permanecía aparentemente imperturbable—. ¿Entramos juntas?
Lado a lado, las dos mujeres cruzaron el césped, entrando en el porche encolumnado de la pequeña casa, y penetraron atravesando la lisa pared de mármol.
A la paz.
Elizabeth no pudo evitar que un profundo suspiro escapara de entre sus labios. Un silencio tanto mental como físico la envolvió… el tipo de silencio que en un tiempo le había provocado una profunda angustia allá atrás en el Instituto Metapsíquico de Denali, cuando los terapistas habían intentado en vano restablecer el contacto con su regenerado cerebro. Pero ahora… ¡ahora bienvenida la quietud! Traía consigo la eliminación de todo aquel ruido de fondo procedente de todas aquellas psiques menores que habían murmurado y chillado y rugido y modulado sus débiles discordancias aunque no fueran realmente más allá en su infantil insolencia ni se atrevieran a un ataque frontal contra sus auténticas defensas. No podían alcanzarla, por supuesto; pero su zumbido estaba ahí… En el Medio, esa estática mental quedaba eliminada por la abrumadora armonía de la Unidad. Aquí hasta ahora, había habido alivio contra ello solamente en ese capullo de fuego que era el último y terrible refugio de una sufriente alma centrada en sí misma.
Pero esto…
—¿Te gusta mi habitación? —preguntó Brede.
—Sí —dijo Elizabeth. Tanto su mente como su expresión sonrieron.
La mujer exótica bajó su respirador.
—Aquí hay una presión de oxígeno parcialmente elevada, lo cual alienta la euforia. Pero la quietud mental es el más precioso atributo de esta habitación sin puertas. Nosotras dos podemos proyectarnos fuera, pero nadie puede entrar.
El exterior de la villa había parecido modesto, con clásicas líneas perpendiculares; pero las paredes del interior se curvaban y se arqueaban hasta distancias inmensas. Eran de un color azul medianoche con frágiles esquemas constantemente cambiantes de débil carmín y plata, que recordaban el brillo del aceite en aguas profundas. Había imágenes —proyecciones más bien— de dos vistas del espacio profundo: una galaxia en espiral arrastrando dos enormes brazos, y un planeta cuyas masas terrestres se fruncían en altas montañas, con azules mares en redondeadas cuencas parecidos a los mares lunares.
Los muebles de la habitación eran sencillos, casi invisibles debido a que estaban hechos de la misma materia oscura que las paredes. Había unos cuantos arcones, estantes conteniendo coloreados cilindros de cristal con huellas magnéticas que eran los audiovisuales Tanu, un par de largos divanes, varios cubos sin rasgos distintivos del tamaño de escabeles. Colgando a la altura de los ojos contra una de las paredes había una pequeña escultura, una abstracción de una figura femenina. Tres luces azules se alineaban en torno a ella. En el centro de la habitación (o lo que debería ser el centro, si las paredes no se acercaran o retrocedieran cuando uno se concentraba en ellas o las ignoraba) se alzaba la más sorprendente pieza de la decoración: una mesa baja ovalada que relucía con un color blanco lechoso, flanqueada por dos oscuros bancos acolchados. Sobre la mesa había un modelo de cristal que Elizabeth supuso que representaba algún intrincado organismo protisto como un radiolario marino.
—Una imagen de mi Nave —explicó Brede—. Siéntate y empecemos a compartir contándote yo nuestro viaje.
—Muy bien. —Con las barreras firmes, Elizabeth se sentó, las manos juntas, mirando no a la Esposa de la Nave y su habitación llena de maravillas sino al pequeño anillo diamantino en su propia mano derecha.
Hace eones, en nuestra distante galaxia [dijo Brede], vivía una raza sentiente en un único planeta pequeño que orbitaba en torno a un sol amarillo. Cuando esta raza consiguió por primera vez alcanzar la historia escrita no poseía más que una sola forma corporal y un solo esquema mental. Con el paso de los milenios desarrolló una elaborada tecnología y el transporte gravomagnético, que permite a las naves viajar a velocidades cercanas a la de la luz sin verse restringidas por las limitaciones de la inercia. Se colonizaron una serie de planetas adecuados dentro de un radio conveniente, y se estableció una federación. Pero luego hubo una guerra interestelar, y durante largos años las dispersas colonias se vieron separadas de su planeta madre no sólo por los abismos del espacio sino también por un profundo deterioro de la cultura. Sólo uno de los planetas hijos —mi propio mundo de Lene— conservó una limitada capacidad de viaje espacial, utilizando primitivos motores a reacción para breves incursiones dentro de su propio sistema solar.
Allá en el planeta madre, que se llamaba Duat, la gran guerra había provocado deprimentes cambios. Los daños en el suelo y en la atmósfera habían conducido a alteraciones climáticas. Las altas montañas se convirtieron en picos eternamente nevados; los profundos valles, aunque semitropicales, estaban en su mayor parte constantemente cubiertos de nubes y nieblas. A lo largo de miles de generaciones, los nativos evolucionaron hacia dos formas corporales, ambas diferentes de la raza original que había colonizado los mundos hijos hacía tantos años.
La raza de las tierras altas, los Firvulag, vivían en invernal austeridad durante la mayor parte del año. Eran en su mayor parte de pequeña estatura y gran resistencia física. Su cultura era simple, con el conservadurismo técnico y los esquemas sociales cooperativos que a menudo prevalecen en los entornos difíciles. Aislados durante largos períodos en sus cuevas bloqueadas por la nieve, se consolaban no solamente con trabajos manuales sino más especialmente con diversiones mentales ideadas para conservar la cordura. Desarrollaron la habilidad de conjurar visiones entretenidas y manifestaciones pseudomateriales, así como otros muchos refinamientos de la metafunción psicoenergética que vosotros en el Medio denomináis «creatividad». También desarrollaron una forma de habla y visión a distancia que les permitía entrar en contacto con sus hermanos distantes sin tener que aventurarse en medio de las terribles tormentas. Los Firvulag se convirtieron en unos auténticos, aunque limitados, metapsíquicos, y prosperaron.
Mientras tanto, en las tierras bajas del mismo Duat, floreció un segundo tipo racial… altos y esbeltos y de piel pálida, con ojos sensibles a la luz, como era conveniente en un clima cálido con cielos casi siempre cubiertos. Esta población Tanu ancestral luchó lenta y prolongadamente para volver a alcanzar un nivel de alta tecnología. Nunca evolucionaron a metafunciones operantes, como los Firvulag; en vez de ello desarrollaron el amplificador mental que conocéis como el torque de oro, que convertía sus metafunciones latentes en imperfectamente operativas y les proporcionaba un tosco pero satisfactorio simulacro de psicounidad… la relación «mente-familia» que has observado entre nuestra gente y entre los oros y platas y grises de esta Tierra Multicolor…
Siempre hubo una fuerte tensión agresiva entre los habitantes del birracial Duat. Los Tanu y los Firvulag se convirtieron en perennes antagonistas, aunque ninguno de los dos grupos ocasionó más que un daño superficial al otro debido a su reluctancia a penetrar muy profundamente en territorio enemigo. Las batallas rituales se convirtieron en la base de una sencilla religión que prevaleció durante otras sesenta generaciones… hasta que Duat fue contactado de nuevo por los exploradores de la renacida Federación Interestelar.
Sí… nosotros recuperamos las estrellas, nosotros los mundos hijos. Mientras nuestro antiguo planeta natal seguía su camino independiente y peculiar, nosotros redescubrimos el motor gravomagnético. ¡Pero hubo más! Entramos en una maravillosa simbiosis con los titánicos organismos sentientes que empezaron a ser llamados las Naves. Eran capaces de viajar superlumínicamente gracias al trabajo de sus mentes, generando lo que vosotros llamáis campos upsilon a través de un ultrasentido único. Si las Naves eran convenientemente motivadas, podían transportar a un millar o más de nosotros en una cápsula implantada en su interior; trasladándose a las partes más alejadas de nuestra galaxia en cuestión de minutos… de horas como máximo. Como tal vez hayas sospechado ya, las Naves podían ser motivadas únicamente por medio del amor. Y cada Nave que nos servía tenía como Esposa a una mujer de mi raza.
La población dimórfica de Duat fue bien recibida en nuestra federación. Sus torques de oro demostraron ser compatibles con las mentes de muchos, aunque no todos, los habitantes de los antiguos mundos coloniales. Una élite portadora de torques asumió el poder; y tras solamente cuatro generaciones, nuestra confederación experimentó una Edad de Oro de expansión cultural y tecnoeconómica.
Como todas las Edades de Oro, la nuestra llegó a su fin. Los descendientes de los originales Tanu y Firvulag, que eran celosos endógamos, llevaron sus antiguas enemistadas a las estrellas, precipitando una nueva serie de ruinosas guerras. Tras muchos sufrimientos, fue restablecida la paz; pero nuestra federación decretó que los restantes purasangres Tanu y Firvulag debían abjurar de su religión guerrera y mezclar sus genes a fin de que las bases del antiguo odio fueran eliminadas. La mayor parte de la población dimórfica terminó aceptando esto. Pero un segmento tenaz se negó a ello y exigió el derecho a emigrar a otra galaxia. Esta petición fue denegada, y se exigió su rendición incondicional. Huyeron, tan sólo un millar de Tanu y Firvulag, a un remoto mundo cerca del extremo de uno de los brazos de la espiral, donde se prepararon para luchar hasta la muerte entre sí en un último gesto de apocalíptico desafío.
Tan sólo una persona se sintió partidaria de su petición original de ir al exilio. Esta mujer se hallaba bendecida —o maldecida— por algo más que la normal coparticipación de una Esposa de la Nave en la metafacultad de la prolepsis. Puedes llamarlo presciencia o previsión. Esa mujer previo que el pequeño grupo de descontentos, tan inútiles en su propia galaxia, tendrían un efecto catalizador en torno a otra estrella más joven y menos evolucionada mentalmente, donde la gran longevidad y el poder mental de los exiliados tendría una influencia benéfica en el lento coalescer de la Mente local. La visión era sombría. Pero era suficiente para inspirar a esa persona a ofrecer sus servicios y los de su Nave para transportar a los exiliados…
Y así llegamos aquí.
Y luego llegaron los viajeros temporales humanos.
Y luego llegaste tú.
—En este punto —admitió Brede—, mi presciencia falla. La llegada de gente del distante futuro de la Tierra me causó gran preocupación, puesto que trastocó el equilibrio de poder Tanu-Firvulag que había prevalecido hasta hace setenta años. Sigo sin haber evaluado completamente el impacto. La investigación emprendida ahora por tu amigo Bryan posiblemente proporcionará los datos necesarios para mi juicio definitivo… aunque ni el Rey Thagdal ni ninguno de los demás ha pensado profundamente en lo que habrá que hacer si el veredicto resulta ser desfavorable a la continuación de la participación Humana.
—La Humanidad —dijo Elizabeth— ocupa una posición similarmente equívoca entre las razas unidas del Medio Galáctico.
—La llegada Humana ha traído muchos cambios ventajosos… y no solamente tecnoeconómicos y eugenésicos. Algunas facciones, tanto entre los Firvulag como entre los Tanu, especialmente entre los híbridos Tanu, han empezado a mostrarse cansadas de la contienda tradicional y a buscar una filosofía más civilizada. Es posible que la asimilación de la Humanidad latente por parte de la población Tanu sea algo deseable. ¡Pero tú…!
—Ninguna investigación antropológica evaluará mi impacto.
—Quizá sea conveniente que contribuyas con tu inapreciable herencia a nuestra evolución racial en este punto. Eso es lo que cree el Thagdal, y también Eadone la Maestra en Ciencias, Aluteyn el Lord Creador, Sebi-Gomnol, y un cierto número de otros entre nuestros Grandes. Pero tú y tus genes para la metafunción operante podéis ser también muy fácilmente un factor potencial letal… como te percibe la Casa de Nontusvel. ¿Qué es lo que hay que hacer? Estoy completamente perdida, no sé cómo proceder.
Lentamente, Elizabeth hizo girar el anillo diamantino en su dedo.
—Algunos otros manipuladores potenciales de los Humanos han conocido la misma sensación.